Analizar el asunto de los orígenes del Islam es necesario para comprender las consecuencias históricas del advenimiento de esta doctrina.
Aquí puedes leer la primera entrega de este análisis.
San Juan Damasceno (alrededor de 676 - 749), Doctor de la Iglesia, fue uno de los primeros teólogos cristianos en tener contacto con el islam (cuando era joven incluso fue consejero del califa omeya de Damasco) y lo definió herejía cristiana, como otros más tarde lo hicieron, especialmente el poeta italiano Dante.
En la era en que nació y se difundió el Islam, la presencia de sectas heréticas era algo bastante común, como lo había sido en la época de Jesús, en la que el judaísmo conocía diferentes escuelas y corrientes (saduceos, fariseos, esenios, etc.). Por esta razón, al principio no se consideró en absoluto inusual el surgimiento de un nuevo sedicente profeta, o más bien heresiarca.
Antes de continuar, por lo tanto, es necesario enmarcar más en detalle lo que hay detrás del término “herejía”, que deriva del sustantivo latino haerĕsis, a su vez derivado del griego αἵρεσις, que significa “elección”. El verbo principal, en griego, es αἱρέω, “elegir”, “separar”, “recoger” o incluso “quitar”.
Entonces podemos afirmar que un hereje no es aquel que propugna una verdad totalmente diferente de la proclamada por la doctrina oficial contra la cual se arroja, sino alguien que cuestiona solo una parte de esa verdad. De hecho, el gran historiador, autor e intelectual inglés Hilaire Belloc, en su libro de 1936 The great heresies [1], (Las grandes herejías), definió la herejía como un fenómeno que tiene la característica de destruir no toda la estructura de una verdad, sino solo una parte de ella y, al extrapolar un componente de la misma verdad, deja un vacío o lo reemplazar con otro axioma.
El autor identifica cinco grandes herejías, cuya importancia es fundamental no solamente en la historia del cristianismo, sino de toda la civilización occidental, y del mundo en consecuencia. No parece excesivo, de hecho, afirmar que la mala interpretación de la verdad cristiana, o de ciertas partes de ella, ha producido algunos de los peores males en la historia de la humanidad.
La primera es el arrianismo, que consiste en la racionalización y simplificación del misterio fundamental de la Iglesia: la Encarnación y la divinidad de Cristo (Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios) y, por lo tanto, cuestiona la autoridad sobre la cual se funda la Iglesia misma.
Se trata esencialmente de un ataque al “misterio” en sí mismo, llevado a cabo con el ataque a lo que se considera el misterio de los misterios. La herejía en cuestión pretende bajar al nivel del intelecto humano lo que, en cambio, va mucho más allá de la comprensión y visión limitadas del hombre.
El Concilio de Nicea (325) elaboró un “símbolo”, es decir una definición dogmática relacionada con la fe en Dios, en la cual aparece el término ὁμοούσιος (homooùsios = consustancial con el Padre, literalmente “de la misma sustancia”), que se atribuye a Cristo.
Esta definición constituye la base dogmática del cristianismo oficial. El “Símbolo de Nicea” contrastaba fuertemente con el pensamiento de Arrio, quien en cambio predicó la creación del Hijo por el Padre y por lo tanto negó la divinidad de Cristo y la transmisión de los atributos divinos del Padre al Hijo y al cuerpo místico de Ésta, o sea la Iglesia y sus miembros.
Que identifica Belloc, es el maniqueísmo, fundamentalmente un ataque a la materia y a todo lo que concierne al cuerpo (los albigenses son un ejemplo de esta herejía): la carne es vista como algo impuro y cuyos deseos siempre se tienen que combatir.
La Reforma protestante: un ataque contra la unidad y la autoridad de la Iglesia, más que contra la doctrina de por sí, lo que produce una serie de herejías más.
El efecto de la Reforma protestante en Europa es la destrucción de la unidad del continente, un hecho muy grave, especialmente si consideramos que el concepto mismo de Europa moderna nace de las raíces de nuestra civilización, fundada en la combinación armoniosa de los principios espirituales cristianos y del sistema de pensamiento grecorromano.
Con la Reforma, en cambio, cada referencia a la universalidad, a la catolicidad, se reemplaza por el criterio de nación y etnia, con consecuencias evidentes y catastróficas.
Es la más compleja. Según Belloc puede llamarse modernismo, pero el término alogos puede ser otra definición posible de ella, ya que aclara cuál es el corazón de esta herejía: no hay una verdad absoluta, a menos que no sea empíricamente demostrable y medible.
El punto de partida, como el arrianismo, siempre es la negación de la divinidad de Cristo, precisamente por la incapacidad de comprenderlo o definirlo empíricamente, pero el modernismo va más allá, y en esto también puede llamarse positivismo: se identifican, pues, como positivos o reales solamente los conceptos científicamente probados, dando por descontada la no existencia o la irrealidad de todo lo que no se puede demostrar.
La herejía en cuestión se basa esencialmente en una suposición fundamental: solo se puede aceptar lo que se puede ver, comprender y medir. Es un ataque materialista y ateo no solo al cristianismo, sino también a la base misma de la civilización occidental, que es una derivación de este, un ataque a las raíces trinitarias de Occidente.
No estamos hablando aquí solo de la Santísima Trinidad, sino de ese vínculo trinitario e inseparable que los griegos ya habían identificado entre la verdad, la belleza y la bondad. Y como no es posible realizar un ataque contra una de las Personas de la Trinidad sin atacar a las demás, de la misma manera no se puede pensar en cuestionar el concepto de verdad sin perturbar incluso los de belleza y bondad.
Hilaire Belloc (La Celle, 1870 - Guildford, 1953) Ensayista, novelista, humorista y poeta británico. Estudió en Oxford, sirvió durante algún tiempo en la artillería de Francia y más tarde, en 1902, tomó la ciudadanía británica. Fue miembro del Parlamento desde 1906 hasta 1910, año en que, no satisfecho por la política inglesa, se retiró a la vida privada.
Las cuatro herejías enumeradas hasta ahora tienen todas unos factores comunes: provienen de la Iglesia Católica; sus heresiarcas eran católicos bautizados; casi todas se han extinguido, desde un punto de vista doctrinal, en unos pocos siglos (las Iglesias protestantes, nacidas de la Reforma, aunque siguen existiendo, sin embargo conocen una crisis sin precedentes y, excepto la pentecostal, se prevé su ocaso dentro de unos años) pero sus efectos persisten en el tiempo, de manera sutil, contaminando el sistema de pensamiento de una civilización, la mentalidad, las políticas sociales y económicas, la visión misma del hombre y sus relaciones sociales.
Los efectos del arrianismo y el maniqueísmo, por ejemplo, todavía envenenan la teología católica y los de la Reforma protestante (aunque la Reforma en sí misma ya ha sido aceptada por muchos católicos, o incluso se ha considerado una cosa buena y justa y sus herejes casi santos) son ante nuestros ojos: desde el ataque a la autoridad central y la universalidad de la Iglesia, hemos llegado a afirmar que el hombre es autosuficiente, solo para construir en todas partes ídolos para adorar y sacrificar.
La consecuencia extrema de las ideas de Calvino, entonces, en la cuestión de la negación del libre albedrío y de la responsabilidad de las acciones humanas ante Dios, ha convertido al hombre en esclavo de dos entidades principales: el Estado en primer lugar y las corporaciones supranacionales privadas en segundo.
Y aquí Belloc llega a hablar del Islam, que él define como la herejía cristiana más particular y formidable, completamente similar al docetismo y al arrianismo, al querer simplificar y racionalizar máximamente, según criterios humanos, el misterio insondable de la Encarnación (produciendo una degradación cada vez mayor de la naturaleza humana, que ya no está vinculada de ninguna manera con lo divino), y con el calvinismo, al dar un carácter predeterminado de Dios a las acciones humanas.
Sin embargo, si la “revelación” predicada por Mahoma ha comenzado como una herejía cristiana, su vitalidad y durabilidad inexplicables pronto le han dado la apariencia de una nueva religión, una especie de “post-herejía”. De hecho, el islam se diferencia de otras herejías por el hecho de que no ha nacido en el mundo cristiano y porque su heresiarca no era un cristiano bautizado, sino un pagano que de repente ha hecho propias unas ideas monoteístas (una mezcla de doctrina heterodoxa judía y cristiana con pocos elementos paganos presentes desde tiempos inmemoriales en Arabia) y ha comenzado a difundirlos.
La base fundamental de la enseñanza de Mahoma es, en el fondo, lo que la Iglesia siempre ha profesado: solo hay un Dios, el Todopoderoso. Desde el pensamiento judeocristiano, el “profeta” del Islam también ha extrapolado los atributos de Dios, la naturaleza personal, la bondad suprema, la atemporalidad, la providencia, el poder creativo como el origen de todas las cosas; la existencia de los espíritus buenos y de los ángeles, así como de los demonios rebeldes a Dios encabezados por Satanás; la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne, la vida eterna, el castigo y la retribución después de la muerte.
Muchos de nuestros contemporáneos católicos, especialmente después del Concilio Vaticano II y de la Declaración “Nostra Aetate”, han comenzado a considerar solo los puntos en común con el islam, tanto que Mahoma casi parece ser un misionero que ha predicado y difundido, gracias a su innegable carisma, los principios fundamentales del cristianismo entre los nómadas paganos del desierto.
Insisten en que en el Islam el único Dios es el objeto de la adoración suprema, y que gran reverencia está reservada para María y a su nacimiento virginal; y nuevamente que, para los musulmanes, el día del juicio (otra idea cristiana reciclada por el fundador del islam) será Jesús, no Mahoma, quien juzgue a la humanidad.
Sin embargo, no consideran que el Dios de los musulmanes no es el Dios de los cristianos; María del Corán no es la misma María de la Biblia; y, sobre todo, el Jesús islámico no es nuestro Jesús, no es Dios encarnado, no murió en la cruz, no resucitó, lo que, por lo contrario, afirmó inequívocamente Mahoma.
Con la negación de la Encarnación, toda la estructura sacramental se ha derrumbado: M. estigmatizó la Eucaristía y la presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en el pan y el vino dentro del rito de la Misa y, en consecuencia, rechazó cualquier idea de sacerdocio.
En otras palabras, él, como muchos otros heresiarcas quizás menos carismáticos, basó su herejía en una simplificación extrema de la doctrina cristiana, liberándola de aquellas, en su opinión, falsas adiciones e innovaciones que la habían hecho excesivamente compleja; creó, en la práctica, una religión perfectamente natural, en la cual el hombre es hombre y Dios es Dios, con enseñanzas más al alcance de sus seguidores, que, recordémoslo, eran nómadas simples y groseros del desierto.
Es suficiente considerar la doctrina islámica sobre el matrimonio, que para los musulmanes no es un sacramento, monógamo e indisoluble, sino un contrato que puede rescindirse por repudio, con la posibilidad de que los hombres tengan hasta cuatro esposas e innumerables concubinas.
Por lo tanto, el éxito de esta herejía nacida de Mahoma se explica a través de algunos elementos clave:
Los que acabamos de enumerar son solo algunos, aunque los principales, elementos que explican por qué el islam se ha ido extendiendo tan rápida y vigorosamente por todo el mundo.
Sin embargo, en estas pocas páginas no pretendemos abordar esta cuestión, ya que el objeto de nuestro trabajo es más el análisis de los orígenes del fenómeno y la vida de su iniciador.
Sin embargo, es curioso observar cómo, siendo un excelente analizador de la historia, Belloc previó, ya en 1936, un poderoso retorno del islam en la escena internacional, en oposición a la civilización decadente de un Occidente ya solo nominalmente cristiano:
“Will not perhaps the temporal power of Islam return and with it the menace of an armed Mohammedan world which shall shake off the domination of Europeans still nominally Christian and reappear again as the prime enemy of our civilization? [---] In the place of the old Christian enthusiasms of Europe there came, for a time, the enthusiasm for nationality, the religion of patriotism. But self-worship is not enough (2)”
Entre otras cosas, considera particularmente el hecho de que el Islam, como se puede ver en su historia, tiende a debilitarse cuando su poder político y económico disminuye (dado el vínculo esencial entre fe y política, y por lo tanto economía, dentro del sistema de pensamiento islámico), pero, viceversa, se despierta cíclicamente por el impulso de un líder carismático.
También son muy importantes las consideraciones del gran pensador ruso Soloviev sobre Mahoma y el islam, en particular en la obra Rusia y la Iglesia universal (3) de 1889. Aquí hay algunos pasajes:
"El islam es el bizantinismo consecuente y sincero, libre de toda contradicción interna. Es la reacción franca y completa del espíritu oriental contra el cristianismo, es un sistema en que el dogma está íntimamente vinculado a las leyes de la vida, en que ía creencia individual está en perfecto acuerdo con el estado social y político.
Sabemos que el movimiento anticristiano manifestado en las herejías imperiales había rematado en dos doctrinas, durante los siglos VII y VIII: la de los monotelitas, que negaba indirectamente la libertad humana, y la de los iconoclastas, que rechazaba implícitamente la fenomenalidad divina. La afirmación directa y explícita de estos dos errores constituyó la esencia religiosa del islam, que sólo ve en el hombre una forma finita sin libertad alguna y en Dios una libertad infinita sin forma alguna.
Fijos así, Dios y el hombre, en los dos polos de la existencia, quedan excluidas toda filiación entre ellos, toda realización descendente de lo divino y toda espiritualización ascendente de lo humano, y la religión se reduce a una relación puramente exterior entre el creador omnipotente y la criatura privada de toda libertad, que no debe a su dueño más que un simple acto de ciego rendimiento (ese es el sentido de la palabra islam). [---]
A tal simplicidad de la idea religiosa corresponde un concepto no menos simple del problema social y político: e1 hombre y la humanidad no tienen que realizar mayores progresos; no hay regeneración moral para el individuo ni, con mayor razón, para la sociedad; todo se reduce al nivel de la existencia puramente natural; el ideal queda reducido a proporciones que le aseguran inmediata realización.
La sociedad musulmana no podía tener otro objeto que la expansión de su fuerza material y el goce de los bienes de la tierra. La obra del estado musulmán (obra que mucho le costaría no ejecutar con éxito), se reduce a propagar el islam mediante las armas, y gobernar a los fieles con poder absoluto y según las reglas de justicia elemental fijadas en el Corán. [---]
Pero el bizantinismo, que fué hostil en principio al progreso cristiano, que quiso reducir toda la religión a un hecho consumado, a una fórmula dogmática y a una ceremonia litúrgica, este anticristianismo disimulado bajo máscara ortodoxa, debió sucumbir en su impotencia moral ante el anticristianismo franco y honrado del islam. [---]
Cinco años bastaron para reducir a existencia arqueológica tres grandes patriarcados de la Iglesia oriental. No hubo que hacer conversiones; nada más que desgarrar un viejo velo. La historia ha juzgado y condenado al Bajo Imperio. No solamente no supo cumplir su misión (fundar el estado cristiano), sino que se consagró a hacer fracasar la obra histórica de Jesucristo. No habiendo conseguido falsificar el dogma ortodoxo, lo redujo a letra muerta; quiso zapar por la base el edificio de la paz cristiana atacando al gobierno central de la Iglesia Universal; reemplazó en la vida pública la ley del Evangelio por las tradiciones del estado pagano.
Los bizantinos creyeron que, para ser cristiano de verdad, bastaba conservar los dogmas y ritos sagrados de la ortodoxia sin cuidarse de cristianizar la vida social y política; creyeron lícito y laudable encerrar al cristianismo en el templo y abandonar la plaza pública a los principios paganos. No han podido quejarse de su suerte. Han tenido lo que querían: les quedaron el dogma y el rito, y sólo el poder social y político cayó en manos de los musulmanes, herederos legítimos del paganismo." (4)
Creemos que Belloc y Soloviev, como pensadores capaces y refinados, han podido explicar claramente la fenomenología del islam y prever su regreso a la escena internacional con mucha anticipación.
Él que escribe a menudo se ha preguntado humildemente cuál es el significado del islam y de su existencia; se lo ha preguntado por años, inclinándose sobre los libros, mientras leía y meditaba sobre los hechos y dichos de Mahoma, el sedicente “mensajero de Dios”, y comparaba, de vez en cuando, la vida del fundador del islam con la de Jesús, al cual la vida terrenal no ha reservado honores ni riquezas, ni mucho menos privilegios divinos, si bien se proclamó Maestro, Dios encarnado y Señor.
Muchas veces él que escribe se ha preguntado quién tenía razón, si Mahoma o Cristo, y si el islam podría considerarse la verdadera religión o una amonestación a la cristiandad, que ha reducido y trivializado el don que se le hizo, negando sus propias raíces y la base de sus valores. Y un día su corazón, aunque inquieto por naturaleza, se calmó al leer un pasaje tomado de la crónica de Ṭabarī, biógrafo del “profeta del Islam” (vol. I, pp. 1460-62) sobre el episodio en donde Mahoma fue a la casa de su hijo adoptivo Zayd y encontró solamente a su esposa, ligeramente vestida
"…y el Profeta apartó la vista de ella. Ella le dijo: [Zaid] no está, oh enviado de Alá, pero entra; tú eres para mí como mi padre y mi madre. El enviado de Alá no quería entrar. Y ella le gustó al enviado de Alá que se fue murmurando algo de que solo podía entenderse: ¡Gloria a Alá el Supremo! ¡Gloria a Alá que trastorna los corazones! Cuando Zaid regresó a casa, su esposa le contó lo que había sucedido. Zaid se apresuró a ir a ver a Mahoma y decirle: ¡Oh, enviado de Alá! Escuché que viniste a mi casa. ¿Por qué no entraste? ¿Te gustó Zainab?
En este caso la divorcio. El enviado de Alá le dijo: ¡Quédate con tu esposa! Algún tiempo después, Zaid se divorció de su esposa, y luego, mientras Mahoma estaba hablando con ‛Āʼisha, cayó en trance y se le quitó un peso de encima, sonrió y dijo: ¿Quién irá a Zainab para darle las buenas noticias? ¿A decirle que Alá me casa con ella?". (5)
Fue en esa ocasión que Mahoma promulgó el versículo 37 de la sūra 33 (6), provocando una gran impresión también entre sus seguidores, quienes seguían siendo árabes, y por ellos la filiación adoptiva siempre había sido completamente equivalente a la natural (y por lo tanto no era legal casarse con la esposa de un hijo o un padre, tan natural como adoptivo). Obviamente, llegaron otros versos, de la mismo sūra, en los que se afirma que la filiación adoptiva no tiene el mismo valor de la natural (33/4 (7)) y que M., por privilegio personal, puede tomar tantas esposas como desee, además de las concubinas (33/50 (8)). Fue entonces que la misma ‛Āʼisha, su esposa favorita, exclamó: “¡Veo que Alá se apresura a complacerte!”.
¡Qué diferencia tan grande entre un hombre que, mientras se proclama mortal, no desdeña ser tratado mejor que otros, tener más mujeres que otros, más oro, más poder, más éxito, prestigio, fama, y otro hombre que se proclama a sí mismo como Dios pero no vacila en dar su vida y poner fin a su existencia terrenal con la muerte más atroz y cruel, para que la humanidad pueda ser redimida y participar en la misma vida de Dios!
Mahoma predicó la existencia de un Dios único, noble y omnipotente que solo pide obediencia y sumisión al hombre; Cristo, en cambio, a aquel mismo Dios lo hizo llamar “Padre Nuestro”, porque para él Dios era esencialmente Padre (9), así como Amor (1Juan 4, 8).
Mahoma se proclamó “Mensajero de Dios” y sello de los profetas; Jesús fue ante todo “Hijo” de Dios de una manera que nadie podía imaginar ante él, así que Dios fue para él “el Padre” en el sentido más riguroso del término, con la participación de la única naturaleza divina no solo del Hijo, sino también de todos los hombres que están unidos a él por el bautismo.
Para Mahoma, la plenitud de la vida moral consistía en respetar los preceptos; para Cristo consiste en ser perfectos como el Padre es perfecto (Mateo 5, 48), porque “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba!¡Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y, como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero” (Gálatas 4: 6).
Predicó la sumisión total a los inmutables decretos de Dios; Cristo anunció que el Padre quería establecer una nueva relación que uniera a los hombres con Dios, completamente sobrenatural, la théosis, la elevación de la naturaleza humana que se vuelve divina a través de la encarnación de su Hijo, para lo cual en el cristiano no es solamente un seguidor de Cristo: es Cristo.
Queremos concluir citando una vez más a Soloviev:
"El límite fundamental en la concepción del mundo de Muḥammad y en la religión que fundó es la ausencia del ideal de la perfección humana o de la unión perfecta del hombre con Dios: el ideal de la auténtica humanidad divina. El islam no exige un perfeccionamiento infinito del creyente, sino solo un acto de sumisión absoluta a Dios. Es evidente que incluso desde el punto de vista cristiano, sin tal acto es imposible para el hombre alcanzar la perfección; pero en sí mismo este acto de sumisión aún no constituye la perfección. Y en cambio, la fe de Muḥammad pone el acto de sumisión como condición para una vida espiritual auténtica en lugar de esta vida misma.
El Islam no dice a los hombres: sed vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto, es decir, perfectos en todo; solamente requiere una sumisión general a Dios y la observancia en su propia vida natural de esos límites externos que han sido establecidos por los mandamientos divinos. La religión sigue siendo solo el fundamento inquebrantable y el marco siempre idéntico de la existencia humana y nunca se convierte en su contenido interno, su significado y su propósito.
Si no hay un ideal perfecto que el hombre y la humanidad deben lograr en sus vidas con su propia fuerza, esto significa que para estas fuerzas no hay una tarea precisa, y si no hay una tarea o un fin para alcanzar, está claro que no puede haber movimiento hacia adelante. Esta es la verdadera razón por la cual la idea de progreso y su propio hecho siguen siendo ajenos a los pueblos musulmanes. Su cultura conserva un carácter particular puramente local y pronto se desvanece sin dejar ningún desarrollo posterior." (10)
Belloc, H., The great heresies, Cavalier Books, Londra, 2015 (versione e-book).
Carmignac, J., A l’écoute du Notre Père, Ed. de Paris, Parigi, 1971.
Pareja, F.M., Islamologia, Roma, Orbis Catholicus, 1951.
Soloviev, V., Rusia y la Iglesia universal, Ediciones y Publicaciones Españolas S.A., Madrid, 1946.
Soloviev, V., Maometto. Vita e dottrina religiosa, capitolo XVIII, “La morte di Muhammad. Valutazione del suo carattere morale”, in “Bisanzio fu distrutta in un giorno. La conquista islamica secondo il grande Solov’ëv”.
Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado Universidad de la Santa Cruz de Roma.