Renars Birkovs es un sacerdote que nació en Letonia, un pequeño país báltico más pequeño en territorio que Andalucía y con apenas dos millones de habitantes. Está situado entre Lituania y Estonia, pero también comparte frontera con Rusia y Bielorrusia, lo que en estos momentos sitúa a este pequeño estado en un lugar estratégico para la seguridad mundial.
Letonia es una sociedad multiconfesional. Los católicos representan aproximadamente una quinta parte de la población, siendo la Iglesia Ortodoxa letona la que más fieles reúne. Una situación muy distinta a la de su vecinas Lituania –de gran mayoría católica–, y Estonia –una de las naciones más ateas del mundo, y donde los católicos apenas superan los seis mil–.
La Iglesia Católica letona cuenta con cuatro diócesis, un seminario y varias instituciones religiosas. El comunismo, como en el resto de países vecinos, persiguió duramente a la Iglesia, especialmente a sus representantes. Durante las más de cinco décadas de dictadura, el gobierno emprendió persecuciones de diferentes formas. Desde el principio, con Stalin, la persecución fue concreta: detención de sacerdotes, deportaciones… Más tarde, cuando vieron que estos métodos no eran tan eficaces como pensaban para combatir a la Iglesia, comenzaron a engañar y manipular a los fieles y a los jóvenes sacerdotes con informaciones que les chantajeaban para que decidieran abandonar la fe y el ministerio. Algo que dejó una profunda herida en la comunidad eclesiástica.
Renars Birkovs creció con un comunismo agonizante y en plena transición democrática, pero sus padres y sus abuelos le han contado las historias de cómo tenían que ingeniárselas para vivir su fe en medio de una dictadura atea y comunista. Si tenían que bautizar a un hijo, lo hacían de manera discreta y, por ejemplo, como la Navidad era día laborable, tenían que ir a la iglesia de noche o muy temprano, porque nadie podía saberlo.
Este joven sacerdote letón tiene especial devoción al obispo Teofilus Matulionis, primer mártir lituano del comunismo, y que ejerció como sacerdote muy cerca de su parroquia de origen. En su tierra fueron muchos los mártires, algunos de ellos están en pleno proceso de beatificación. En los primeros años, tras la II Guerra Mundial, hubo muchos sacerdotes encarcelados, mucha persecución externa... Para Renars son como sus padres en el sacerdocio. Su testimonio conforta su fe y su vocación.
Renars creció en una familia católica, pese a los ataques durante décadas a la Iglesia y pese a ser una zona de mayoría ortodoxa. Fue en esta vivencia de la fe como se fue produciendo la llamada al sacerdocio. Sentía una fuerte atracción, en primer lugar porque le parecía algo sobrenatural y especial y, en segundo, porque las muchas obras buenas que hacen los sacerdotes para que la gente se pueda acercar a Dios. Entonces sintió que este era su lugar.
Entró en el seminario y, una vez ordenado sacerdote, su obispo le envió a España a estudiar Derecho Canónico en la Universidad de Navarra gracias a la ayuda de la Fundación CARF.
En su primer año ordenado estaba sirviendo en una residencia de ancianos, y una señora que estaba en el pasillo le dijo que era atea, empezó a insultarle y a soltar improperios con una actitud despectiva. Renars se sentó a su lado durante diez minutos y la escuchó. Después le contó su vida, sus experiencias, etc. También le contó que su abuela era muy religiosa. Al final se despidieron muy amablemente. Se dio cuenta de lo importante que es no tener miedo a pararse humildemente donde un sacerdote no es bienvenido. Igual que Jesús, invitando humilde y amablemente a todo el mundo.
En sociedades cada vez más laicistas y alejadas de Dios, este joven tiene claro cuáles deben ser las armas que los sacerdotes deben tener a mano para afrontar estos numerosos peligros: «Lo más importante es celebrar la Eucaristía con plena devoción; tener una profunda vida de oración; y además tiene que existir comunión con los sacerdotes, así como una formación y una educación constante».