Los objetos litúrgicos fueron cobrando importancia desde los primeros siglos del cristianismo. Muchos de ellos se concebían como reliquias, como el Santo Grial y el Lignun Crucis. La presencia de vasos sagrados en la Edad Media se hace evidente no solo por los objetos que nos han llegado hasta la actualidad, sino por las numerosas fuentes documentales: inventarios de las iglesias en los que constaban las adquisiciones o donaciones de determinados objetos litúrgicos, entre los que se destacaban los vasos sagrados.
Actualmente, se llaman vasos sagrados a los utensilios del culto litúrgico que están en contacto directo con la Eucaristía. Por ser sagrados se emplean sólo con esa finalidad y deben estar bendecidos por el obispo o por un sacerdote.
Además, deben tener la dignidad necesaria para llevar a cabo la Santa Misa. Según detalla la Conferencia Episcopal Española, es requisito que estén hechos de metal noble o de otros materiales sólidos, irrompibles e incorruptibles que se consideren nobles en cada lugar.
La patena y el cáliz son los vasos sagrados más importantes desde el comienzo de la cristiandad. En ellos se contienen el pan y el vino que se consagrarán durante la Santa Misa. Con el correr del tiempo, y las necesidades del culto eucarístico y de los fieles, han ido apareciendo otros vasos sagrados como el copón o píxide y la custodia, además de otros accesorios.
Después de la celebración de los sacramentos, el sacerdote limpia y purifica los objetos litúrgicos que ha utilizado, ya que todos deben estar limpios y bien conservados.
Disponer de todos los elementos necesarios para impartir los sacramentos y celebrar la Santa Misa es indispensable para un sacerdote.
Es por ello que el Patronato de Acción Social (PAS) de la Fundación CARF entrega cada año más de 60 estuches de vasos sagrados completos a diáconos y sacerdotes de todo el mundo que estudian en Pamplona y Roma. La actual mochila contiene todo lo necesario para celebrar dignamente la Santa Misa en cualquier lugar, sin necesidad de contar con una instalación previa.
El Estuche de Vasos Sagrados de la Fundación CARF permite a jóvenes sacerdotes sin recursos, administrar sacramentos donde más se necesiten. En estos momentos, no está solo el sacerdote delante ellos, sino también todos los benefactores que posibilitarán el ejercicio del ministerio con la dignidad material adecuada.
Los vasos sagrados primarios son los que, previamente consagrados, han sido destinados para contener la Sagrada Eucaristía. Como el cáliz, la patena, el copón, la custodia y el sagrario.
Al contrario que los vasos sagrados secundarios, que no tienen contacto con la Eucaristía, pero sí son destinados al culto divino, tales como las vinajeras, acetre, hisopo, incensario, campanilla, alba y el candelero, entre otros.
Del latín calix que significa copa para beber. El cáliz es el vaso sagrado por excelencia. Utilizado por Jesús y los apóstoles en la Última Cena, probablemente fue una copa de kiddush (vajilla ritual judía para la celebración de la Pascua), siendo en la época un cuenco de piedra semipreciosa.
Los primeros decretos oficiales conocidos, provenientes de sínodos son del siglo XI, prohíben ya expresamente el uso del cristal, la madera, el cuerno y el cobre, por ser fácilmente oxidable. Se tolera el estaño y se recomiendan, en cambio, los metales nobles.
La forma de los antiguos cálices se asemejaba más a una taza o ánfora, frecuentemente con dos asas para facilitar el manejo. Este tipo de cáliz estuvo en uso hasta el siglo XII. Desde ese siglo casi todos los cálices, desprovistos de asas, se distinguen por la amplitud de la copa y por una mayor separación entre ésta y el pie que constituye el tronco del cáliz con el nudo, a media altura.
Proviene del griego phatne que significa plato. Se refiere a la bandejita o un platillo poco profundo, ligeramente cóncavo donde se deposita el pan consagrado en la Eucaristía. La patena entró en el uso litúrgico contemporáneamente con el cáliz y debe ser dorado en el lado cóncavo. Es importante que permita recoger fácilmente las partículas sobre el corporal.
En los relatos de la Última Cena se menciona el plato con el pan que Jesús tenía delante de sí sobre la mesa (Mt 26, 23; Mc 14,20). En cuanto al material de las patenas, siguió la misma evolución que el cáliz.
La conservación de la Eucaristía después de celebrada la Misa es una costumbre que arranca de los primeros tiempos del cristianismo, para lo cual ya desde entonces se utilizaba el copón.
Antiguamente en ocasiones los fieles guardaban la Eucaristía, con exquisito cuidado, en sus propias casas. San Cipriano habla de un cofrecito o arca que se tenía en casa para tal fin (De lapsis, 26: PL 4,501). También, por supuesto, se guardaba en las iglesias. Contaban con un espacio llamado secretarium o sacrarium, en el que había una especie de armario (conditorium) donde se guardaba el cofrecito eucarístico. Estos conditorium fueron los primeros sagrarios. Solían ser de madera dura, de marfil o de metal noble; y recibían el nombre de píxides –con tapa plana, sujeta con goznes; o bien, con tapa cónica y en forma de torreta con pie–.
En la baja Edad Media se popularizó la posibilidad de recibir la comunión fuera de la Misa, requiriéndose un mayor tamaño y evolucionando hasta el actual copón: una copa grande que se usa para distribuir la comunión a los fieles y luego guardarla para conservar el cuerpo eucarístico de Cristo. Se cubre, al guardarlo en el sagrario, con un velo circular llamado conopeo, nombre que también recibe el velo que recubre el sagrario del color del tiempo litúrgico.
En los lugares en los que se lleva solemnemente la Sagrada Comunión a los enfermos, se utiliza un copón pequeño del mismo estilo. La pequeña píxide utilizada se hace del mismo material que el del copón. Tiene que ser dorada en el interior, la parte inferior debe tener una ligera elevación en el centro, y debe ser bendecida por la forma Benedictio tabernaculi (Rit. Rom., tit. VIII, XXIII). También recibe el nombre de teca o portaviático y suele ser una caja redonda de materiales nobles.
La custodia es una urna enmarcada en vidrio en la que se expone públicamente el Santísimo Sacramento. Puede ser de oro, plata, latón o cobre dorado. La forma más adecuada es la del sol que emite sus rayos a todas partes. La luneta (viril o lúnula) es el recipiente que está en medio de la custodia, hecha del mismo material.
La luneta, siempre que contenga el Santísimo Sacramento, se puede colocar en el sagrario dentro de una caja portaviril. Si el sagrario tuviese suficiente espacio para albergar la custodia, entonces ésta se debe cubrir con un velo de seda blanca. También es utilizada para hacer procesiones fuera de la Iglesia en fechas especiales como la Fiesta del Corpus Christi.
Todos estos recipientes deben ser de oro, plata o de otro material, pero dorado en el interior, liso y pulido, y pueden ir coronados por una cruz.
Las vinajeras son dos jarritas pequeñas donde se coloca el agua y el vino necesario para celebrar la Santa Misa. El sacerdote mezcla el vino con un poco de agua y, para ello, tiene una cucharilla de complemento. Suelen ser de vidrio para que el sacerdote pueda identificar el agua del vino, y, además, porque se limpian más fácilmente. No obstante, también se pueden encontrar vinajeras de bronce, plata o estaño.
Es un caldero donde se coloca el agua bendita y se utiliza para las aspersiones litúrgicas. Toda el agua que recoge el acetre, se dispersa con el hisopo.
Utensilio con que se esparce el agua bendita, consistente en un mango que lleva en su extremo un manojo de cerdas o una bola metálica hueca y agujereada para sostener el agua. Se usa junto con el acetre.
El incensario es un pequeño braserillo metálico suspendido en el aire y sujetado por unas cadenas que se utiliza para quemar el incienso. El incienso se utiliza para manifestar la adoración y simboliza la oración que sube hasta Dios.
Es un utensilio que tiene forma de copa invertida y de tamaño pequeño con un badajo en su interior, que se usa para convocar a la plegaria durante la consagración. Con la campanilla se llama la atención y, además, se expresa un sentimiento de alegría. Las hay de una sola campana o de varias campanillas.
Es un soporte donde se coloca la vela que se utiliza en la liturgia como símbolo de Cristo, que es la Luz que guía a todos.
«Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios.
—Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco.
—Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: opus enim bonum operata est in me —una buena obra ha hecho conmigo».
San Josemaría
Camino, punto 527.
Bibliografía
- Augustin Joseph Schulte. "Vasijas de Altar", The Catholic Encyclopedia.
- Sacrosanctum Concilium n. 122-123; CIC cc. 939, 941, 1220 §2.
- Instrucción general del Misal Romano (2002).
- Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004) 117-120.