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9 noviembre, 20

Artículos de Expertos

Jesús o Mahoma: ¿quién tiene razón?

Primera Parte. Un viaje en la historia del islam.

¿Quién era realmente Mahoma, en árabe Muḥammad (el alabado)? ¿Y fue la historia de la “revelación”, que se extendió por todo el mundo a partir de él con el nombre de Islam, realmente la historia de un malentendido, de una fake news? Vamos a tratar, de forma absolutamente no exhaustiva, de contestar a estas preguntas, sobre todo porque analizar el asunto de los orígenes del Islam es necesario para comprender las consecuencias históricas del advenimiento de esta doctrina, supuestamente nueva, en el mundo.

Introducción

Empecemos con el preguntarnos si realmente se trató de un malentendido. Para ello, vamos a elaborar tres postulados sobre la credibilidad de Muhammad y de su mensaje:

  • Si Mahoma sí recibió una revelación, y si esta revelación es auténtica, entonces el Islam es la verdadera religión, Jesús no es Dios, no ha sido crucificado y no ha resucitado;
  • Si no la recibió o dijo no haberla recibido, entonces sus discípulos lo malinterpretaron, por lo que nos enfrentamos al malentendido más colosal de la historia;
  • Si no la recibió en absoluto, pero dijo que sí la había recibido, mintió de mala fe y no fue un malentendido, sino un fraude.

Para nosotros los cristianos, el primer postulado es inaceptable. Si fuera cierto, de hecho, faltaría el fundamento de nuestra fe (una fe que, como hemos visto, se basa en miles de testimonios y documentos históricos).

Por otro lado, la segunda declaración también parece difícil de aceptar, al menos desde un punto de vista académico: la hipótesis de que Mahoma ha sido mal entendido es bastante extraña, principalmente porque está comprobada su intención de hacerse creer un profeta, y no un profeta cualquiera, sino el último, el sello de los profetas. Por lo tanto, la tercera hipótesis es la más plausible, tanto que Dante, en la Divina Comedia, coloca a Mahoma, precisamente por su mala fe, en los círculos inferiores del Infierno: “Or vedi com’io mi dilacco! Vedi come storpiato è Maometto!” [1] (Infierno XXVIII, 30). Otros, sobre todo San Juan Damasceno, identifican su mensaje como una herejía cristiana destinada a extinguirse en pocos años.

En todo caso, es difícil, si no imposible, proporcionar una respuesta precisa e inequívoca a las complejas preguntas que nos hemos hecho. La opinión más extendida entre los islamólogos contemporáneos, pues, es que Mahoma estaba realmente convencido, al menos en la primera fase de su predicación, en La Meca, en la cual desempeña el papel de un reformador religioso acalorado y nada más, de haber recibido una verdadera revelación divina. Aún más convencido aparece posteriormente, en la siguiente fase de su vida pública, llamada medinesa (para contraponerla a la primera, conocida como mecana), de que era justo y necesario dar a los hombres una religión simple, en comparación con los monoteísmos que hasta aquel entonces existían y que él mismo había conocido más o menos; una religión escamondada de todos los elementos que no parecían realmente útiles, especialmente para él. Todo sucedió en distintas fases, en una especie de esquizofrenia que causó muchas dudas respecto a la llamada revelación y al portador de la misma, incluso entre los partidarios más convencidos del autoproclamado profeta.

arabia pre islam 1

Mapa Arabia pre-Islam

El contexto: la Arabia preislámica de la ǧāhilīya

La película “El mensaje”, de 1975, describe en detalle lo que era la Meca al comienzo de la predicación de Mahoma: una ciudad pagana, inmersa en la ǧāhilīya (en árabe y en el Islam, se atribuye este nombre, que traducido significa “ignorancia”, al periodo anterior al advenimiento del Islam mismo). En ese momento, en el siglo VI de la era cristiana, Arabia era una zona fronteriza, completamente aislada del llamado mundo civilizado. Quedaba apartada de las rutas comerciales tradicionales y de las rutas de caravanas (que pasaban por los “puertos del desierto” como Palmira, Damasco o Alepo para adentrarse en Mesopotamia y luego, pasando el Golfo Pérsico, llegar hacia India y China). Sin embargo, en los períodos en el que las mismas rutas comerciales no estaban transitables debido a las guerras y la inestabilidad política, Arabia se volvía en un cruce de gran importancia. En tales casos, había dos rutas seguidas por las caravanas: una pasaba por La Meca, la otra por Yaṯrib (Medina).

La cuna del Islam está ubicada justo en esta área, llamada Ḥiǧāz, donde se encuentran La Meca (la tierra natal de Mahoma, nacido en 570 o 580) y Medina (una ciudad donde el mismo Mahoma se refugió después de las disputas surgidas de su predicación en La Meca: período llamado hiǧra, en castellano hégira), principales centros habitados alrededor de los cuales orbitaban tribus nómadas beduinas, siempre en lucha la una con la otra. El pastoreo, la caza, los asaltos a caravanas y las incursiones contra tribus rivales eran el principal medio de subsistencia y la dureza de la vida forjaba el carácter de los beduinos, quienes tenían un ideal de virtus, un código de honor: murūwa. En ello se unen los conceptos de hospitalidad e inviolabilidad del huésped, fidelidad a la palabra dada, implacabilidad en el ta‛r, es decir la venganza por el derramamiento de sangre y la vergüenza sufrida.

La religiosidad de los nómadas y sedentarios de la Arabia preislámica era puramente fetichista: se veneraban las piedras sagradas, con vagas nociones sobre la supervivencia del alma después de la muerte (completamente absurdo y burlado era el concepto de la resurrección de la carne, luego predicado por Mahoma). Algunos lugares se consideraban santos, en particular el santuario de la Ka‛ba, en La Meca, donde, durante ciertos meses proclamados sagrados, la gente hacía peregrinaciones y celebraba festivales y ferias (en particular certámenes poéticos). En La Meca, se adoraba a dioses como Ḥubal, Al-Lāt, Al-‛Uzzāt e Al- Manāṯ, así como la Piedra Negra, engastada en una pared de la Kaaba, una especie de panteón árabe en el que también se encontraba la efigie de Cristo (la única no destruida por Muhammad en el momento de su regreso triunfante de la hégira en 630).

Antes del advenimiento del Islam, Arabia (que había visto florecer una gran civilización al sur de la península, la de las mineos y de los sabeos antes y de los himyaritas después, estaba formalmente bajo el dominio de los persas, quienes habían expulsado a los cristianos abisinios (un pueblo que había acudido en masa desde Etiopía para defender a sus correligionarios perseguidos por los reyes sabeos, de religión judía, después de la masacre de cristianos que fueron arrojados a miles en un horno de fuego por el rey Ḍū Nūwās, en Naǧrān, en 523). En el norte, en el limes del Imperio bizantino, se habían creado reinos vasallos de Constantinopla, gobernados por las dinastías gasánida (nómadas sedentarizados de religión cristiana monofisita) y laḥmida (nestorianos): estos estados impedían que los asaltantes beduinos cruzaran las fronteras del Imperio, protegiendo las regiones más remotas de ello, así como el comercio de caravanas. Por lo tanto, la presencia de elementos cristianos y judíos en la península árabe en la época de Mahoma es muy cierta. Estos elementos, sin embargo, eran heterodoxos y heréticos, lo que sugiere que el mismo “profeta” del Islam fue engañado acerca de muchas de las doctrinas cristianas y judías.

Mahoma

No hay información histórica precisa sobre la primera fase de la vida de Mahoma (una situación curiosamente análoga a la de Jesús). Sobre él mismo, por otro lado, hay muchas leyendas que hoy en día forman parte de la tradición islámica, a pesar de que estas anécdotas  no hayan sido investigadas mediante un análisis histórico y textual detallado (lo que sí sucedió, por lo contrario, para los evangelios apócrifos). Por esta razón nos encontramos con dos historiografías diferentes sobre el autoproclamado profeta del Islam: una, precisamente, musulmana; la otra, la que vamos a considerar nosotros, es la historiografía occidental moderna, que se basa en fuentes más confiables, así como en el propio Corán, que puede considerarse, de una forma u otra, una especie de autobiografía de Muḥammad .

La fecha más segura que tenemos es la de 622 (I de la era islámica), año de la hiǧra, la hégira, emigración de Muhammad y sus seguidores a Yaṯrib (más tarde renombrada Medina).

En cuanto al año de nacimiento del propio Mahoma, la tradición relata, aunque sin apoyarse en suficientes elementos concretos, el 570, mientras que varios historiadores están de acuerdo en dar a luz al nuestro hacia 580, siempre en La Meca.

Mahoma formaba parte de la tribu Banū Qurayiš (también llamada coraichitas), nació cuando su padre ya había fallecido y perdió a su madre en una edad temprana. Luego fue recibido primero por su abuelo y, después de la muerte de éste, por su tío paterno Abū Ṭālib.

A la edad de unos veinte años, M. se puso al servicio de una viuda adinerada que ya tenía una edad avanzada por la época: Ḫadīǧa, una especie de empresaria que comerciaba perfumes con Siria. Con ella (quien más tarde se hizo famosa como la primera musulmana porque de hecho fue la primera persona en creer que era el enviado de Dios) Mahoma se casó unos años más tarde. Esta unión fue, al parecer, larga, feliz y monógama, tanto que ‛Āʼiša, la que, después de la muerte de Ḫadīǧa, luego se convertirá en la esposa favorita de Mahoma, se dice fuera más celosa de la difunta que de todas las otras esposas en la vida del “profeta” del Islam.

Con Ḫadīǧa, Mahoma no tuvo hijos, mientras que del matrimonio con Āʼiša nacieron cuatro hijas: Zaynab, Ruqayya, Fāṭima y Umm Kulṯūm. El único hijo de Muhammad, Ibraḥīm, quien murió a una edad muy temprana, tuvo como madre una concubina copta cristiana.

En nombre de Ḫadīǧa, Muḥammad tuvo que viajar con caravanas para vender los productos más allá de la frontera bizantinas, es decir en Siria. Durante estos viajes, presumiblemente entró en contacto con miembros de varias sectas heréticas cristianas (docetistas, monofisitas, nestorianos), siendo adoctrinado por ellos, sin tener, como analfabeto, la posibilidad de acceder directamente a los textos sagrados cristianos. Sin embargo, reiteramos que elementos de la fe judaica y de la cristiana – o simplemente ideas monoteístas, ḥanīf, ya existían en La Meca y sus alrededores.

Todo cambió, en la vida de Mahoma, cuando él ya tenía alrededor de cuarenta años y abandonó el paganismo para adoptar – y comenzar a predicar – ideas monoteístas. Muḥammad estaba convencido, al menos en los primeros años de su misión “profética”, de estar profesando la misma doctrina de judíos y cristianos y que, por lo tanto, incluso estos, además de los paganos, deberían reconocerlo como rasūl Allāh, mensajero, enviado de Dios. Fue solamente en un segundo momento, cuando ya se encontraba en Medina, que él mismo remarcó las notables diferencias entre su predicación y la doctrina oficial cristiana y judía. De hecho, el Corán contiene deformaciones de las narraciones bíblicas (tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento), así como resultan evidentes en ello tanto las ideas docetistas de Mahoma en cristología como su confusión con respecto a la doctrina de la Trinidad (en su opinión formada por Dios, Jesús y María).

Según Ibn Iṣḥāq, el primer biógrafo de Muḥammad, al encontrarse dormido en una cueva en el Monte Ḥīra, en las afueras de La Meca, el ángel Gabriel se le apareció con un paño de brocado en las manos y diciéndole que leyera (“iqrāʼ”); sin embargo, Mahoma era analfabeto, por lo que fue el arcángel quien recitó los primeros cinco versos del sūra 96 ​​(llamada “del coágulo”), que, según él, se le quedaron literalmente impresos en el corazón.

Esta noche se llama laylat al-qadr, noche del poder. Al principio, Muḥammad no pensaba ser el iniciador de una nueva religión, sino el receptor de una revelación transmitida también a otros enviados de Alá que lo habían precedido. Él creía, de hecho, que lo que lo inspiró fueron pasajes de un libro celestial, umm al-kitāb (madre del libro), ya revelado también a judíos y cristianos (llamados por él mismo ahl al-kitāb, es decir gente del libro).

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Al menos a principios del período mecano, todo sugiere que M. se sentía verdaderamente llamado a elevar espiritualmente a sus conciudadanos, y precisamente su convicción personal, combinada con el carisma que no le faltaba, empujó a otros – a Ḫadīǧa, en primer lugar, luego a su primo ‛Alī y después a su futuro suegro, Abū Bakr – para tener fe en él. El período mecano se caracteriza por el ardor, por el celo que es típico de un neófito, por una especie de ingenuidad y sinceridad en el autodenominado enviado de Dios. No por nada fueron muchos los que lo llamaron maǧnūn (loco, poseído por los ǧinn), especialmente por lo absurdo de lo que predicó: la presencia de un solo Dios, el juicio final, la resurrección de la carne; los rudimentos, en la práctica, de una fe monoteísta muy cercana al cristianismo y al judaísmo. Los “cinco pilares” [2] (arkān al-islām), o sea los cinco elementos fundamentales de la fe islámica, se introdujeron solo más tarde, en el período medinés, especialmente después de los contactos y de las disputas con las tribus judías locales.

Volviendo a hablar del primer período en La Meca, no es difícil imaginar la reacción de los notables de la ciudad ante la predicación de Mahoma, pues ninguno de ellos quería subvertir el status quo religioso de la ciudad, poniendo en peligro su prosperidad económica y sus antiguas tradiciones, solo por la palabra de Mahoma, quien, aunque se le instó, nunca hizo ningún milagro ni dio ninguna señal tangible de las revelaciones que, según él, había recibido.

Así comenzó una persecución del “profeta” y de sus seguidores, hasta el punto que Mahoma debió enviar al menos a ochenta de ellos a Abisinia, a refugiarse bajo la protección de un rey cristiano.

El erudito islámico Félix M. Pareja, como también autores islámicos más antiguos, por ejemplo Ṭabarī e al-Wāqidī, sitúa en este período el famoso episodio de los “versos satánicos”, al que parece referirse el Corán en sūra 22/52. [3]

Sucedió, de hecho, que Muhammad, para tratar de llegar a un acuerdo con los conciudadanos de la Meca, habría sido tentado por Satanás mientras recitaba la sūra 53/19 y habría proclamado:

“¿Cómo es que adoráis a al-Lāt, al-‛Uzzāt e al-Manāṯ Lât, a ‘Uzza y a Manât? Ellas son las Ġarānīq exaltadas, de las cuales esperamos su intercesión”

Como hemos visto, estas tres diosas eran una parte fundamental del panteón mecano y protagonistas de varios ritos que atraían cientos de peregrinos a la Ka‛ba cada año: su título era el de “tres grullas sublimes” (Ġarānīq) y admitir su existencia, además del poder de intercesión con Allah, si por un lado significaba reconciliarse con la élite de La Meca y permitir el regreso de sus seguidores exiliados, por el otro implicaba desacreditarse a sí mismo y al rígido monoteísmo que había profesado hasta entonces. Evidentemente, el juego no valía la pena, tanto que a la mañana siguiente el “Mensajero de Dios” se retractó y declaró que Satanás le había susurrado esos versos en el oído izquierdo, en lugar de Gabriel en el derecho; debían considerarse, por lo tanto, de origen satánico. En su lugar, se dictaron los siguientes:

“¿Cómo es que adoráis a al-Lāt, al-‛Uzzāt e al-Manāṯ? [Estos tres ídolos] Son sólo nombres que vosotros y vuestros padres habéis inventado, y Allah no os dio autoridad alguna para ello”.

El episodio recién citado le trajo aún más descrédito a Mahoma, quien, con la muerte de su esposa y de su tío-protector Abū Ṭālib, permaneció sin dos apoyos válidos. Dada la situación, se vio obligado (y las sūra de este período revelan la desolación y el abandono en el que se encontró, con la sūra de los ǧinn sūra contando cuántos duendes se hicieron musulmanes en esos mismos momentos) para buscar protección en otra parte, algo que logró encontrando a oyentes válidos entre los ciudadanos de Yaṯrib, una ciudad al norte de La Meca, poblada entonces por tres tribus judías (los Banū Naḍīr, los Banū Qurayẓa y los Banū Qaynuqā‛ y por dos tribus beduinas). Entre los judíos y los beduinos no había buena relación y Mahoma, en virtud de su fama, fue llamado a ser árbitro imparcial entre los contendientes, por lo que en el año 622, el primero de la era islámica, comenzó la hiǧra, hégira del “profeta” y de sus seguidores, alrededor de ciento cincuenta. El término hiǧra no significa solo “emigración”, sino extrañamiento, una especie de renuncia a la ciudadanía y a la pertenencia a La Meca y a la tribu, con la consiguiente privación de toda protección.

Yaṯrib más tarde se llamará Medina (Madīnat al-nabī, la ciudad del profeta). Recién llegado aquí, para granjearse a los judíos, que constituían los ricos y notables de la ciudad, M. introdujo innovaciones en el primitivo ritual islámico, en particular orientando la qibla, la dirección de la oración, hacia Jerusalén. Sin embargo, cuando los propios judíos se dieron cuenta de la confusión de Mahoma en cuestiones bíblicas, se burlaron de él, enemistándose con él para siempre. En aquel  mismo momento empezó, pues, a producirse la división entre lo que evolucionaría como el islam, por un lado, y el judaísmo y el cristianismo, por el otro. Mahoma no podía admitir que estaba confundido o que no conocía los episodios bíblicos que había citado repetidamente a sus seguidores. Lo que hizo, pues, fue usar su ascendencia sobre sus discípulos y acusar a judíos y a cristianos de falsificar deliberadamente la revelación que recibieron; el mismo ascendente y la misma autoridad son suficientes para que los musulmanes de hoy continúen creyendo en tales acusaciones.

Una vez más, sin embargo, la intención de Muḥammad no era fundar una nueva religión, sino intentar restaurar la que, según él, era la pura y auténtica, primitiva fe, basada en Abrahán, quien para él no era cristiano ni judío, sino un simple monoteísta, en árabe ḥanīf. Con ese vocablo lo conocían los árabes paganos, quienes se consideraban sus descendientes a través de Ismael. Y así fue que, en el Corán, Ismael se convirtió en el hijo amado de Abrahán, en lugar de Isaac; es a Ismael a quien se le ordena a Abraham sacrificar en Jerusalén, donde se encuentra hoy la Cúpula de la Roca; es Ismael quien, junto con su padre, construye el santuario de la Ka‛ba en La Meca, donde, además, su madre Agar se había refugiado después de ser expulsada del desierto por Sarah.

Siempre para vengarse de los judíos, incluso la dirección de la qibla cambió, y se orientó hacia La Meca. El Islam se convirtió en la religión nacional de los árabes, con un libro revelado en árabe: la reconquista de la ciudad santa se convirtió así en un propósito fundamental.

En Medina, en la figura y en la persona de Mahoma se juntan la autoridad religiosa y la política es allí donde nacen los conceptos de umma (la comunidad de los creyentes musulmanes), de estado islámico y de ǧihād, guerra santa: la comunidad de Medina, con las diversas religiones. Que allí se profesaban (musulmana, judía, pagana), vivió en paz bajo el gobierno del árbitro, y ya autoridad política y religiosa, que venía de La Meca. Los musulmanes prosperaron particularmente, garantizándose ingresos considerables a través de razias a las caravanas que pasaban por allí. Los éxitos y fracasos (los éxitos se llamaban obra divina, los fracasos faltas de fe, indisciplina y cobardía) se alternaron en las campañas contra los mecanos. En unos pocos años, sin embargo, M. decidió deshacerse de las tribus judías que se habían vuelto hostiles mientras tanto: los primeros fueron los banū Naḍīr, seguidos por los banū Qaynuqā‛, a los cuales fueron confiscados los bienes pero fue perdonada la vida; un destino más atroz, por otro lado, les tocó a los banū Qurayẓa, cuyos mujeres y niños fueron esclavizados, y cuyos hombres, una vez confiscados sus bienes, fueron degollados en la plaza (hubo alrededor de setecientos muertos: solamente uno de ellos se salvó pues se convirtió al islam).

En el sexto año de la Hégira M. declaró haber recibido una visión en la que se le dieron las llaves de La Meca. Luego comenzó una larga campaña de reconquista, violando una tregua (algo que era terriblemente deshonroso para esa época) y tomando, uno tras otro, los ricos oasis judíos al norte de Medina. El éxito económico y militar fue un imán para los beduinos, quienes comenzaron a convertirse en masa (obviamente no por razones religiosas). Todo culminó con la entrada triunfal en la ciudad de origen en 630, sin encontrar resistencia. Los ídolos presentes en la Ka‛ba (excepto la efigie de Cristo) fueron destruidos.

Los siguientes dos años vieron la consolidación de la fuerza y ​​del poder de M. y de sus seguidores, hasta que, en 632, el “profeta” murió, en medio de la fiebre y el delirio, sin indicar sucesores.

Lo que surge de un análisis de la vida de Muḥammad es sobre todo su gran ambigüedad, junto a su personalidad que a menudo los académicos definen esquizofrénica, por lo contradictorias que son sus actitudes y discursos, así como las mismas revelaciones reportadas en el Corán. Es por esta razón que los eruditos y teólogos musulmanes recurrirán a la práctica del nasḫ wa mansūḫ (abrogante y abrogado, un procedimiento según el cual, si un pasaje en el Corán contradice otro, el segundo anula el primero). [4]

Puede servir como ejemplo de ello el episodio en el que M. va a la casa de su hijo adoptivo Zayd (este mismo episodio está citado en la conclusión del presente artículo) y muchos otros: circunstancias extravagantes y sospechosas en las que Alá literalmente corre en ayuda de Mahoma y le revela versos donde se amonestan a los incrédulos y a los dudosos que se atreven a acusarlo de haber entrado en contradicción; o también palabras que animan al mismo Mahoma a no querer seguir las leyes y las costumbres de los hombres y a aceptar los favores que Dios le otorgaba solamente a él:

“A veces se han querido ver en M. dos personalidades casi contradictorias; la del piadoso agitador de La Meca y la del prepotente político de Medina. [---] En sus diversos aspectos nos parece generoso y cruel, tímido y audaz, guerrero y político. Su forma de actuar era extremadamente realista: no tenía ningún problema en abrogar una revelación reemplazándola por otra, en faltar a su palabra, en servirse de sicarios, en dejar caer la responsabilidad de ciertas acciones en otras personas, en componérselas entre hostilidades y rivalidades. La suya era una política de compromisos y contradicciones siempre dirigida a alcanzar su objetivo. [---] Monógamo hasta que vivió su primera esposa, se convirtió en un gran amigo de las mujeres ya que las circunstancias lo permitieron y mostró una predilección por las viudas". [5]

Anexo

  1. “¡Mira cómo me desgarro! ¡Mira qué tan maltrecho está Mahoma!”. Dante coloca a Mahoma entre los sembradores de la discordia de la IX Bolgia del VIII Círculo del Infierno, cuya pena consiste en ser hecho a pedazos por un demonio armado con una espada. Mahoma aparece en Canto XXVIII, vv. 22-63, cortado desde la barbilla hasta el ano, con las entrañas y los órganos internos que cuelgan entre las piernas; él mismo se presenta a Dante y muestra sus heridas al abrir su pecho, explicándole que él y sus compañeros han sembrado el escándalo y el cisma en el mundo, por lo que ahora son fessi, o sea cortados por un demonio que los mutila con un un demonio que los mutila con una espada (con las heridas que sanan para despues volver a ser abiertas).
  2. Los cinco pilares del islam son: šahāda, la profesión de fe; ṣalāt, oración cinco veces por día; zakāt, limosna o décima; ṣawm, ayuno en el mes sagrado de ramaḍān; ḥaǧǧ, peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida en el mes de ḏu-l-ḥiǧǧa).
  3. “Y no hemos enviado antes de ti [¡Oh, Muhammad!] Mensajero ni Profeta alguno sin que Satanás les susurrara a sus pueblos para que no comprendieran correctamente cuando les transmitían los preceptos divinos. Pero Allah desbarata los planes de Satanás y aclara Sus preceptos, porque Allah es Omnisciente, Sabio”.
  4. Es así, por ejemplo, que observamos versículos mecanos, por lo tanto más antiguos, hablar de los cristianos como de los mejores entre los hombres, mientras que otros versículos del período medinés animan a los musulmanes a luchar contra combatir a los cristianos hasta que éstos no paguen, humillados, los tributos de la ǧizya y del ḫarāǧ, es decir los impuestos particulares que los cristianos y los judíos deben pagar al Tesoro del estado musulmán para beneficiarse de su protección como ciudadanos de segunda clase.
  5. Pareja, F.M., Islamologia, Roma, Orbis Catholicus, 1951, pag. 70. Traducción mía.

Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable del alumnado
Universidad de la Santa Cruz de Roma

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