Enrique Shaw: el empresario argentino que transformó la empresa con el Evangelio
Enrique Shaw es uno de esos nombres que rompen esquemas: un empresario profundamente humano, un laico comprometido con la Iglesia y un padre de familia que entendió que la santidad también se juega en la oficina, en la fábrica y en la gestión del día a día. Su vida no solo dejó huella en Argentina, sino que hoy inspira a miles de personas que buscan vivir la fe en medio del mundo.
Declarado Venerable por la Iglesia en 2021, su causa de beatificación avanza impulsada por el testimonio de quienes lo conocieron: un hombre que trabajó, dirigió y sirvió como quien quiere parecerse a Cristo. Su figura interpela a redescubrir el papel de los laicos en la misión de la Iglesia, misión que la Fundación CARF acompaña apoyando la formación de seminaristas y sacerdotes diocesanos, quienes guiarán humana y espiritualmente a tantas personas como él.
¿Quién fue Enrique Shaw? Una vida de fe, trabajo y servicio
El venerable Enrique Ernest Shaw nació en 1921. Su madre falleció cuando él era muy pequeño, y su padre decidió confiar su formación espiritual a un sacerdote de los Sacramentinos. Esa educación temprana marcó el inicio de una vida orientada a Dios.
Más tarde ingresó en la Marina y se casó con Cecilia Bunge, con quien formó una familia numerosa: nueve hijos. Tras dejar el servicio militar, se incorporó al mundo empresarial, donde desarrolló una visión innovadora del liderazgo cristiano. Fue uno de los fundadores de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) en Argentina, y promovió espacios donde la ética, la justicia social y la caridad se vivieran de forma concreta.
Un empresario que llevó el Evangelio a la empresa
Shaw creía que la fe debía impregnar todas las decisiones, también las económicas. No concebía la empresa como un simple lugar de producción, sino como una comunidad humana donde cada persona tenía dignidad y derechos. Algunos rasgos que marcaron su estilo empresarial:
Promovió mejoras laborales reales para sus empleados.
Estimulaba la participación y el diálogo interno.
Defendía que el empresario debía anteponer el bien común a los intereses personales.
Impulsaba políticas de apoyo a las familias y a la formación profesional.
Su manera de dirigir anticipaba lo que décadas después la Iglesia desarrollaría como Doctrina Social aplicada al mundo laboral: un liderazgo que busca prosperidad sin sacrificar humanidad.
Una vida familiar y espiritual coherente
El venerable Enrique Shaw y su esposa, Cecilia, en un día de playa con sus hijos. La vida familiar marcó profundamente su camino de fe.
En su hogar, el venerable Shaw vivió la fe con naturalidad y alegría. Su cercanía, su capacidad de escucha y su búsqueda constante de santidad en lo ordinario marcaron a su esposa, a sus hijos y a cientos de personas que se cruzaron con él.
Durante su enfermedad –un cáncer que lo acompañó en sus últimos años– continuó trabajando, animando a otros y ofreciendo su sufrimiento por la gente que amaba. Muchos testimonios destacan su serenidad y su manera de afrontar el dolor con esperanza y gratitud.
La causa de beatificación de Enrique Shaw
En 2021, el papa Francisco aprobó el decreto que reconoce las virtudes heroicas de Enrique Shaw, otorgándole el título de Venerable. Es un paso decisivo dentro del proceso de beatificación.
La causa sigue avanzando gracias al testimonio de quienes fueron testigos de su vida y a los frutos espirituales que su ejemplo sigue generando. Para la Iglesia, el venerable Shaw representa un modelo de laicado: un cristiano que santifica el trabajo, acompaña a los demás y construye una sociedad más justa.
Lo que hoy inspira Enrique Shaw a los laicos del mundo
Su figura responde a una pregunta que muchos creyentes se hacen hoy: ¿Cómo vivir la fe en un entorno profesional exigente?
Shaw demuestra que es posible:
liderar sin abusar,
crecer sin pisar,
dirigir sin perder humanidad y
trabajar buscando siempre el bien común.
En un mundo donde la competitividad parece imponerse sobre la persona, su testimonio devuelve la esencia del Evangelio al centro de la acción profesional.
La Fundación CARF: formar a quienes acompañarán e inspirarán a los laicos
La vida de Enrique Shaw muestra lo decisiva que es una buena formación cristiana, especialmente recibida desde la infancia y acompañada por sacerdotes preparados.
Hoy, esa misma misión continúa con fuerza en Fundación CARF, que ayuda a seminaristas y sacerdotes diocesanos de todo el mundo a recibir una formación integral profunda: académica, humana y espiritual. Ellos serán quienes acompañen a laicos como Shaw, y quienes iluminarán empresas, familias, parroquias y comunidades enteras.
Tu apoyo hace posible que esta cadena de formación no se rompa.
Ayuda a formar a quienes guiarán a la Iglesia del futuro.
Hoy toca hacer un panegírico de la sencillez. Una virtud rara, que queremos apreciar en los demás, pero quizá no estamos convencidos de que también es muy buena para nosotros. Algunos, por la experiencia de vida acumulada, alimentan una cierta desconfianza ante lo natural, lo sencillo; y ante el temor de ser engañados, al encontrarse con una persona sencilla, se esfuerzan solamente en tratar de averiguar qué esconde.
La grandeza espiritual de la sencillez
Es posible que un buen número de personas consideren la sencillez como algo inútil para la lucha por la vida con la que nos enfrentamos cada mañana. Yo debo confesar que me conmuevo cada vez que me encuentro con una persona sencilla «natural o espontánea, de carácter no complicado, exenta de reserva o artificio», como la define el Diccionario; y de frente a esos otros seres humanos, también sencillos que –y sigue el Diccionario– «en el trato con otras, no toman actitud de personas de superior categoría, inteligencia, saber, etc., aunque los tenga».
El hombre sencillo goza de la bondad de los demás, se alegra con la alegría de los que le rodean, y goza del sexto sentido de descubrir la belleza y la bondad a su alrededor. Yo lo veo como si estuviera siempre al lado de Dios, agradeciéndole la creación.
La alegría de quien descubre a Dios en lo simple
Un atardecer a orillas del mar, una puesta del sol contemplada desde lo alto de un monte, una conversación serena con un amigo..., el hombre sencillo los degusta en todos sus detalles. Su sencillez abre el horizonte de su espíritu a la grandeza de Dios, del mundo, de toda la creación; la grandeza de la amistad, la grandeza de la compañía de una persona querida y de la maravilla del amor que se encierra en un corazón agradecido; la grandeza de un espíritu que se alegra con la alegría de quienes le rodean...
Contemplar un paisaje al atardecer, evocando la sencillez y la conexión espiritual con la Creación.
En este redescubrir, la inteligencia del sencillo encuentra un lugar para cada cosa en el orden del universo. Con la sencillez se goza conquistando la luna; y no es menor su gozo sonriendo con un recién nacido, ayudando a atravesar la calle a una anciana algo desvalida, consolando a un nieto que sufre el primer fracaso profesional de su vida, alegrándose con un vecino ante el premio de la lotería...
No sé si estaremos todavía demasiado influidos por los miserables sueños de grandeza de Nietzsche, con su superhombre a cuestas; un superhombre raquítico de inteligencia y con los pies de barro, fruto de una imaginación evasiva.
O quizá es el innato sentido de la tragedia, lo que nos impide descubrir el valor y el sabor de las cosas corrientes, y lleva al hombre a sueños inalcanzables, sueño estériles e inútiles, tan distintos de las verdaderas y grandes ambiciones humanas, y nos lleva a pasar por la vida sin gozar de la sencillez de tantas maravillas.
La Escritura lo expresa de forma gráfica al mostrarnos al profeta Elías aprendiendo a la descubrir a Dios, no en la tormenta, ni en el granizo, ni en los grandes vientos, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego; sino en “un suave soplo de viento”, Lo más ordinario y común, donde nadie se lo podía esperar. Cristo agradece, y premia, a quien da un vaso de agua a un sediento.
El hombre sencillo saborea, tiene paladar para catar el gusto de las cosas, se goza en agradecer –dar las gracias es también privilegio de inteligentes–, y en recibir ese pequeño premio de la vida que es la sencillez de la sonrisa.
Juan Ramón Jiménez lo expresa en prosa poética: «¡Qué sonreír el de la chiquilla!... Con su llorosa alegría me ofreció dos escogidas naranjas. Las tomé agradecido, y le di una al borriquillo débil, como dulce consuelo, otra a Platero, como premio áureo».
No es añoranza de otros tiempos pasados, mejores, infantiles. La sencillez es puerta hacia la comprensión de un futuro que comienza en cada instante. Ese futuro al que el sencillo va con los brazos abiertos. A veces pienso que el sencillo esconde un tesoro: la eternidad del Amor de Dios.
La fiesta de la Inmaculada Concepción nos invita cada 8 de diciembre a contemplar a María en la plenitud de la gracia. Es una solemnidad que hunde sus raíces en la tradición de la Iglesia y que, a la vez, mira hacia adelante: hacia la redención que Cristo trae al mundo y hacia la misión que cada creyente está llamado a vivir.
En este misterio, la Iglesia reconoce que Dios preparó a María de Nazaret desde el primer instante de su existencia para ser la Madre del Salvador. Una verdad que ilumina la Anunciación, nos introduce en la espera del Tiempo de Adviento y renueva la vida espiritual de los cristianos. También es un día de especial relevancia para instituciones como la Fundación CARF, que busca difundir una formación sólida en la fe y promover vocaciones al servicio de la Iglesia universal.
Un dogma que revela la lógica del amor de Dios
La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854 no fue una novedad improvisada. Fue el reconocimiento solemne de algo que la piedad cristiana, la liturgia y los Padres de la Iglesia habían afirmado durante siglos: que María fue preservada del pecado original desde su concepción, por los méritos anticipados de Jesucristo.
Esta verdad expresa una lógica profunda del amor divino: Dios actúa antes, prepara, cuida, adelanta la gracia. El misterio de la Inmaculada Concepción muestra que la historia de la salvación no es improvisada, sino que responde a un plan donde la libertad humana y la iniciativa de Dios se encuentran.
La solemnidad del 8 de diciembre nos ayuda a comprender mejor la misión única de María. Al estar llena de gracia desde el inicio, su libertad estuvo plenamente orientada hacia Dios. Esto no significa ausencia de lucha o automatismo, sino la plenitud de una vida abierta por entero a la voluntad divina. Ella se convierte así en modelo de lo que Dios sueña para cada persona: una existencia marcada por la gracia y la disponibilidad.
"La Anunciación" (c. 1426) de Fra Angelico. San Gabriel es representado como el sublime mensajero de la Encarnación del Verbo.
La Anunciación: el momento donde la Inmaculada revela su misión
Al contemplar la Inmaculada Concepción, la mirada se dirige de forma natural hacia la Anunciación. Allí, el ángel Gabriel saluda a María con palabras que confirman el misterio: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Su plenitud de gracia no es un adorno espiritual, sino la condición para la misión que Dios le confía.
La respuesta de María –un sí “sin rodeos”, total– es posible porque su corazón no está dividido. Su libertad íntegra es fruto de esa preparación divina que celebramos el 8 de diciembre. De este modo, la Inmaculada Concepción ilumina todo el plan de Dios: en María comienza la nueva creación que Cristo consumará.
Esta perspectiva es especialmente valiosa en el Tiempo de Adviento. Mientras la Iglesia espera la venida del Señor, mira a María como anticipo y modelo. En ella ya brilla la redención futura; en ella ya se ve lo que Dios puede hacer cuando encuentra un corazón abierto
Un mensaje para la vida cristiana de hoy
Celebrar la Inmaculada Concepción no es solo recordar un dogma. Es asumir un mensaje para la vida diaria. María nos muestra que la gracia no es abstracta: transforma, sostiene, orienta. Su vida es una invitación a confiar en la acción de Dios incluso cuando no comprendemos todos los detalles del camino.
En un tiempo marcado por la prisa, la superficialidad y la búsqueda de seguridades inmediatas, la figura de la Inmaculada invita a volver al centro: a la docilidad, la escucha y la apertura a la gracia. El creyente descubre que la verdadera libertad nace cuando Dios ocupa el primer lugar.
Inspiración para la misión de la Iglesia
La Inmaculada Concepción también inspira la misión evangelizadora de la Iglesia. María, llena de gracia, es fuente de esperanza y modelo de entrega. Por eso instituciones al servicio de la formación y de las vocaciones sacerdotales —como la Fundación CARF— encuentran en esta fiesta una referencia luminosa. La Iglesia necesita hombres y mujeres que, como María, vivan en actitud de disponibilidad, guiados por la gracia y al servicio de la misión.
La belleza de este misterio anima a seguir construyendo una Iglesia más santa, más cercana y más capaz de llevar la luz de Cristo al mundo.
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«En Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora»
Josemaría Escrivá de Balaguer estuvo en Loreto por primera vez los días 3 y 4 de enero de 1948. Pero el motivo por el que el fundador del Opus Dei se consideraba especialmente en deuda con la Virgen de Loreto responde a una gravísima necesidad que surgió años después y que estaba ligada a la estructura jurídica de la Obra, por lo que acudió a pedir la protección de la Virgen María.
Relato de las visitas del fundador del Opus Dei a Loreto
«En la tarde del 3 de enero llegaron a Loreto san Josemaría, don Álvaro del Portillo, Salvador Moret Bondía e Ignacio Sallent Casas. Hicieron la oración en el recinto de la Casa de Nazaret, dentro del Santuario. Al salir del templo, el Padre preguntó a don Álvaro:
—¿Qué has dicho a la Virgen?
—«¿Quiere que se lo diga? Y, ante un gesto del Padre, contestó: —«Pues he repetido lo de siempre, pero como si fuera la primera vez. Le he dicho: te pido lo que te pida el Padre.
—Me parece muy bien lo que has dicho –le comentó más tarde san Josemaría–. Repítelo muchas veces».
La fiesta de Nuestra Señora de Loreto se celebra el 10 de diciembre. Foto: Vatican News.
Los años 50 fueron de mucho sufrimiento para san Josemaría, por incomprensiones y conflictos. En medio de estas dificultades, decidió ir a Loreto para ponerse al amparo del manto y caricias de la Virgen.
Consagración al Corazón Dulcísimo de María: 15 de agosto de 1951
«El día 14 de agosto de 1951 decide salir por carretera hacia Loreto –narra la escritora Ana Sastre– para estar allí el día 15, y consagrar el Opus Dei a la Santísima Virgen. El calor es sofocante y la sed se dejará sentir durante todo el trayecto. No había autopista. La carretera corre entre valles, se empina para escalar los Apeninos y desciende, en la última parte, hasta llegar al Adriático.
Según una tradición multisecular, desde 1294 la Santa Casa de Nazaret está en la colina de Loreto, bajo el crucero de la basílica edificada con posterioridad. Es rectangular, con muros de unos cuatro metros y medio de altura. Una pared es de factura moderna, pero las otras, desprovistas de cimientos, ennegrecidas por el humo de los cirios, son según la tradición las de la Casa de Nazareth.
Su estructura y la formación geológica de los materiales no tienen parecido alguno con los caracteres de la antigua arquitectura de la zona: es perfectamente análoga a las construcciones que se realizaban en Palestina hace veinte siglos: sillares de piedra arenosa, que utilizaban la cal como elemento de unión.
El santuario se apoya sobre una loma cubierta de laureles, de ahí el nombre. Aparcan en la plaza Central y el Padre sale rápidamente del coche. Durante quince o veinte minutos, le pierden entre la gente que llena la basílica. Al fin sale, después de saludar a la Virgen, sonriente y animoso. Son las siete y media y hay que volver a Ancona para pasar la noche».
«A la mañana siguiente, antes de que el sol se deje caer con aplomo, vuelven a la carretera. A pesar de lo temprana que es la hora, el santuario está repleto. El Padre se reviste en la sacristía y avanza hacia el altar de la Casa de Nazaret para celebrar la Misa. El pequeño recinto está atestado y el calor es sofocante».
«Bajo las lámparas votivas, quiere oficiar la Liturgia con toda devoción. Pero no ha contado con el fervor de la muchedumbre en este día de fiesta: "Mientras besaba yo el altar cuando lo prescriben las rúbricas de la Misa, tres o cuatro campesinas lo besaban a la vez. Estuve distraído, pero me emocionaba.
Atraía también mi atención el pensamiento de que en aquella Santa Casa –que la tradición asegura que es el lugar donde vivieron Jesús, María y José–, encima de la mesa del altar, han puesto estas palabras: Hic Verbum caro factum est. Aquí, en una casa construida por la mano de los hombres, en un pedazo de la tierra en que vivimos, habitó Dios" (Es Cristo que pasa, 12).
«Durante la Misa, sin fórmula alguna pero con palabras llenas de fe, el Padre hace la consagración del Opus Dei a la Señora. Y, después, hablando en voz baja a los que están a su lado, vuelve a repetirla en nombre de todo el Opus Dei:
El fundador del Opus Dei con Mons. Alvaro del Portillo delante de la Santa Casa.
Una invocación a la Virgen
"Te consagramos nuestro ser y nuestra vida; todo lo nuestro: lo que amamos y somos. Para ti nuestros cuerpos, nuestros corazones y nuestras almas; tuyos somos. Y para que esta consagración sea verdaderamente eficaz y duradera, renovamos hoy a tus pies, Señora, la entrega que hicimos a Dios en el Opus Dei. Infunde en nosotros amor grande a la Iglesia y al Papa, y haznos vivir plenamente sumisos a todas sus enseñanzas" (RHF 20755, p. 450).
El Padre ha salido de Roma visiblemente cansado. Pero, al volver, parece renovado. Como si todo obstáculo acabara de pulverizarse en el camino de Dios. Hace unas semanas que ha propuesto a sus hijos e hijas una invocación dirigida a la Madre de Jesús para que la repitan continuamente Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum!, Corazón dulcísimo de María, ¡prepáranos un camino seguro!»
«Las rutas del Opus Dei siempre estarán precedidas por la sonrisa y el amor de la Virgen. Una vez más, el Fundador se ha movido en las coordenadas de la fe. Pone los medios humanos, pero confía en la intervención decisiva de lo alto. "Dios es el de siempre. –Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura. Ecce non est abbreviata manus Domini –¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido! (Camino, 586)”.
Fue a la Santa Casa otras seis veces: el 7 de noviembre de 1953, el 12 de mayo de 1955, el 8 de mayo de 1960, el 22 abril de 1969, el 8 de mayo de1969 y la última el 22 de abril de 1971. El 9 de diciembre de 1973, víspera de la fiesta de la Virgen de Loreto, dijo "Todas las imágenes, todos los nombres, todas las advocaciones que el pueblo cristiano da a Santa María, a mí me parecen maravillosas. Pero en Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora"».
La Leyenda de la Santa Casa de Loreto
La historia de esta advocación mariana se mueve entorno a la casa donde nació la Virgen María y vivió con Jesús y san José en Nazaret, Palestina.
El milagro: según la tradición, cuando los Cruzados perdieron el control de Tierra Santa en 1291, la casa corría peligro de ser destruida. Para salvarla, una comitiva de ángeles la levantó por los aires y la transportó cruzando el Mediterráneo.
Basílica de la Santa Casa.
La historia del viaje cuenta que la casa voló primero a Croacia (Trsat), luego cruzó el mar Adriático hacia Italia (Ancona) y finalmente se posó, el 10 de diciembre de 1294, en un bosque de laureles (lauretum en latín, de donde viene el nombre Loreto).
Desde el punto de vista de las distintas investigaciones modernas algunos sugieren que la familia noble bizantina Angeli (apellido que significa ángeles) financió y organizó el traslado de las piedras de la Santa Casa en un barco para salvarlas, lo que dio origen a la hermosa leyenda del vuelo angelical.
¿Por qué Loreto es una Virgen Negra?
Cuando visitas el santuario de Loreto o contemplas las imágenes de muchas advocaciones marianas, Torreciudad, Montserrat..., notas que tanto la Virgen como el Niño son de piel oscura. La causa más habitual de ese tono marrón muy oscuro es que la madera tomaba ese color con el paso de los años, sobre todo, debido al humo de las velas y de las lámparas de aceite dentro de la pequeña Santa Casa.
En el caso de Loreto, la restauración, tras un incendio en 1921, se talló una nueva imagen utilizando cedro del Líbano (una madera oscura) y se decidió mantener el color negro tradicional que la había hecho tan reconocible para los peregrinos durante siglos.
Loreto, patrona de la Aviación
Debido al traslado milagroso de la Santa Casa, desde Palestina hasta Italia, el Papa Benedicto XV la proclamó patrona principal de la aviación universal en 1920. Además, en España es la patrona del Ejército del Aire, del Sepla y del Espacio. Cada 10 de diciembre es un día grande en todas las bases aéreas españolas.
La Virgen de Loreto protege a los pilotos y militares, pero también a los viajeros aéreos y a todo el personal de vuelo.
En España, la devoción está muy ligada a este himno emocionante que se canta en los actos castrenses y religiosos:
«Salve, Madre, Salve, Reina del Cielo, de la hermosura una estrella, de la pureza el fulgor; fuente del más puro amor, nuestra esperanza está en ella, Salve, Madre, Salve, Reina del Cielo.
Si nuestras alas se quiebran, al final de nuestro vuelo, antes de llegar al suelo, tus brazos con amor se abran, Salve, Madre, Salve, Reina del Cielo».
Celebraciones en España
Además de las tradicionales celebraciones militares, también hay fiestas religiosas y civiles muy populares: el mismo 10 de diciembre, que es la la festividad litúrgica oficial. Se celebra en muchas parroquias dedicadas a Nuestra Señora de Lore (como la de Barajas en Madrid o en colinas cercanas a aeropuertos).
Como fiestas populares destacadas en Jávea y Santa Pola, localidades alicantinas, las fiestas en honor a la Mare de Déu de Loreto son muy importantes. Curiosamente, en Jávea se celebran a finales de agosto y a principios de septiembre, con los tradicionales Bous a la Mar.
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San Francisco Javier, vida y misión del gigante de las misiones
San Francisco Javier es una de las figuras más destacadas de la Historia de la Evangelización cristiana, y cada año su fiesta recuerda a la Iglesia católica que la misión requiere una preparación previa, el envío y una visión verdaderamente universal.
Su vida, marcada por una entrega total, se conecta de forma natural con el trabajo que realizan instituciones dedicadas a la formación sacerdotal, como la Fundación CARF. Esta relación permite leer su vida no como un episodio histórico aislado, sino como una referencia viva para el servicio que la Iglesia presta en todo el mundo.
El Castillo de Javier, en Navarra, es el lugar de su nacimiento y uno de los más llamativos de su historia.
La vida de san Francisco Javier
Francisco de Jasso Azpilicueta nació en 1506 en el castillo de Javier, Navarra, en el seno de una familia noble. Desde joven destacó por sus capacidades intelectuales y deportivas, lo que le abrió las puertas de la Universidad de París, donde llegó a ser profesor. Allí vivió un periodo decisivo para su vocación: el encuentro con Íñigo de Loyola, su compañero de habitación y amigo: san Ignacio.
En un principio, Francisco no tenía intención alguna de orientar su vida hacia la vida religiosa o misionera. Su objetivo era progresar en el ámbito académico. Sin embargo, Ignacio supo interpelarlo con una frase que se convirtió en punto de inflexión: «¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?» Con el tiempo, ese mensaje transformó sus prioridades.
Este cambio interior lo llevó a unirse al núcleo fundacional de la Compañía de Jesús en 1534. Aquella decisión marcó el inicio de una vida orientada por completo al servicio de la Iglesia católica en todo el mundo.
En 1541, a petición del rey de Portugal, la Compañía de Jesús recibió el encargo de enviar a misioneros a los territorios asiáticos del reino. Aunque Ignacio había pensado inicialmente en otros compañeros, las circunstancias hicieron que fuera Francisco Javier quien tomara el rumbo a Oriente. Aceptó sin dudarlo.
Mapa de los siete viajes de san Francisco Javier entre 1541 y 1552, con rutas diferenciadas por colores que indican sus desplazamientos por África, India y el sudeste asiático.
Su llegada a Goa en 1542 inauguró una etapa misionera sin precedentes. San Francisco Javier recorrió India, Malaca, las islas Molucas y Japón, siempre con un estilo claro: cercanía con la gente, aprendizaje de lenguas, búsqueda de adaptación cultural y una actitud de escucha permanente. Su sueño era llegar a China, pero murió en 1552 en la isla de Shangchuan, a las puertas del continente.
Su método, basado en la presencia directa y la comprensión del contexto local, sentó las bases de lo que hoy la Iglesia reconoce como una evangelización respetuosa y profundamente humana.
Javier entendió que su vocación de misionero no era una idea abstracta, sino una tarea concreta que exige humildad, estudio y constancia. Su capacidad para moverse entre culturas diferentes, aprender idiomas y comprender sociedades y quererlas hizo que su fuego interior (ese amor por Jesucristo) le llevase a bautizar a más de treinta mil personas. Se cuenta que a veces se tenía que sostener un brazo con el otro porque le fallaban las fuerzas de tanto impartir el sacramento.
Su apostolado también llegaba a Europa por medio de cartas encendidas y entusiastas que provocaron que muchos otros jóvenes se animasen a convertirse en misioneros los siglos siguientes.
La misión de formar en la Iglesia
Uno de los elementos más relevantes de su labor fue la formación de catequistas, la creación de comunidades cristianas y la preparación de líderes locales que garantizaran la continuidad de la evangelización de la Iglesia católica. San Francisco Javier sabía que no bastaba con llegar a nuevos territorios: era imprescindible formar personas capaces de sostener la fe en cada comunidad.
Ese énfasis convierte su vida en referencia directa para quienes trabajan hoy en la formación integral de sacerdotes. La Fundación CARF desarrolla un trabajo que conecta también con la visión misionera de san Francisco Javier: formar seminaristas y sacerdotes diocesanos con una preparación intelectual, humana y espiritual suficiente para evangelizar en cualquier parte del mundo.
La Fundación apoya cada año a seminaristas y sacerdotes provenientes de más de 130 países, muchos de ellos de lugares donde la Iglesia está en crecimiento, donde existe escasez de recursos o donde los desafíos pastorales son grandes. Esa diversidad refleja la universalidad que san Francisco Javier encarnó durante su vida de gigante de las misiones.
San Francisco Javier es conocido como el hombre que transformó las misiones en una aventura global. Su impaciencia por salvar almas le llevó a no parar nunca, y siempre buscó ir más allá. Por todo ello la Iglesia católica lo nombró Patrono Universal de las Misiones (junto a la monja Santa Teresita del Niño Jesús, aunque por motivos deferentes a ella).
Los jóvenes que estudian con el apoyo de la Fundación CARF se forman para su diócesis de origen y para servir a la Iglesia universal. Aprenden a dialogar con culturas distintas, a comprender realidades sociales complejas y a sostener comunidades donde, muchas veces, el sacerdote es el único referente educativo o social.
Así como san Francisco Javier supo que la misión necesitaba personas preparadas, la Fundación CARF contribuye a que parroquias, diócesis y territorios de misión puedan contar con sacerdotes sólidamente formados. Todos estos alumnos regresan después a sus países, donde la figura del sacerdote es esencial para la educación, el acompañamiento espiritual, la estabilidad comunitaria y la transmisión de la fe.
Desde un punto de vista humano, poco explicable, lo que más impacta de la vida de San Francisco Javier fue la magnitud física de su trabajo. En el siglo XVI, sin los medios de transporte modernos, llegó a recorrer unos cien milkilómetros (equivalente a dar la vuelta al mundo más de dos veces). Con motivo recibe el calificativo de gigante de las misiones.
Si algo caracterizó la vida de san Francisco Javier fue su visión global y su capacidad para abrir caminos. La misión de la Fundación CARF replica su aventura geográfica desde la esencia: generar condiciones para que la fe llegue donde más se necesita, de forma ordenada, profunda y con visión de futuro.
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La comunión de los santos: una consoladora verdad de fe
El 2 de noviembre, la Liturgia de la Iglesia nos propone la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. Nos recuerda que los cristianos podemos y debemos ayudar a las almas benditas del Purgatorio, que allí esperan su purificación completa con ansia de llegar a la casa del Cielo; nuestra cooperación permite a esas almas llegar cuanto antes.
También, Dios, en su misericordia, nos concede la posibilidad de ser intercesores unos de otros, no solo lo posibilita gracias al Bautismo, sino que nos recuerda que necesitamos de los demás, y somos responsables de los demás. Necesitamos de la donación de los demás y hemos de ser donantes, somos oveja y pastor al mismo tiempo. Cada uno depende de los demás, y los demás dependen de nosotros para llegar al Cielo.
Todos los bautizados estamos unidos a Cristo, y en Cristo, unos con otros. Y por eso, nos podemos ayudar mutuamente sin que la muerte lo impida. Vamos a desgranar esta verdad de nuestra fe, para que confiemos más en la comunión de los santos: «queridos amigos, ¡qué hermosa y consoladora es la comunión de los santos! Es una realidad que infunde una dimensión distinta a toda nuestra vida.
¡Nunca estamos solos! Formamos parte de una compañía espiritual en la que reina una profunda solidaridad: el bien de cada uno redunda en beneficio de todos y, viceversa, la felicidad común se irradia sobre cada persona. Es un misterio que, en cierta medida, ya podemos experimentar en este mundo, en la familia, en la amistad, especialmente en la comunidad espiritual de la Iglesia» (Benedicto XVI, Angelus. 1 de noviembre de 2009).
Un recurso con tradición: los santos del Cielo
En uno de los muros de la casa de san Pedro en Cafarnaúm se descubrió un grafito en el que los primeros cristianos invocan la intercesión del apóstol para obtener el favor de Dios. Este descubrimiento arqueológico de 1968 de un grupo italiano desmonta la pretensión protestante de que la mediación de los santos es una invención medieval de una iglesia supersticiosa.
Desde la segunda mitad del siglo I, la casa de Pedro gozaba de una clara distinción con respecto a las demás. Cuando los cristianos dejaron de ser perseguidos en el imperio romano, a finales del siglo IV, levantaron en ese lugar un hogar de peregrinos y, más tarde, una iglesia bizantina, cuyos restos se pueden ver hoy.
En los inicios de la Iglesia, surge la veneración y el recurso a los apóstoles y los mártires. Luego, se han sumado otros muchos, entre ellos aquellos «cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y cuyos divinos carismas los hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles», (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium n. 50). Los santos del Cielo son un tesoro de la Iglesia, una gran ayuda en nuestro caminar al Cielo, que nos llena de esperanza.
Pero no solo nos protegen…
Enseñaba san Agustín, «no vayamos a pensar que estamos regalando algo a los mártires cuando celebramos sus días solemnes. Se gozan con nosotros no tanto cuando los honramos como cuando los imitamos».
Como señalaba el papa Francisco, «los santos nos dan un mensaje. Nos dicen: fiaos del Señor, porque el Señor no defrauda. No decepciona nunca, es un buen amigo siempre a nuestro lado. Con su testimonio, los santos nos alientan a no tener miedo de ir a contracorriente, o de ser incomprendidos y escarnecidos cuando hablamos de Él y del Evangelio; nos demuestran con su vida que quien permanece fiel a Dios y a su Palabra experimenta ya en esta tierra el consuelo de su amor y luego el céntuplo en la eternidad» (Francisco, homilía en la fiesta de Todos los Santos, 1 de noviembre de 2013).
Por eso, es una costumbre cristiana leer y meditar biografías de santos y sus escritos. Con sus vidas y sus enseñanzas, nos señalan el camino bueno y recto para encontrar y amar a Jesús, que es el denominador común de todos ellos, nos sirven de guías y naos hablan en la intimidad del corazón. Cultivar la devoción a los santos, los que cada uno quiera, traerá a nuestra vida contar con grandes amigos en el Cielo, que rogarán ante Dios y nos acompañarán en el camino.
Ser mecenas del Cielo
El término mecenas tiene su origen en Cayo Mecenas, un consejero del emperador romano Augusto, que con sus riquezas impulsaba las artes, protegiendo y patrocinando a poetas, escritores y artistas de su tiempo. En nuestro caso, Dios desea y permite que seamos solidarios entre hermanos, si vivimos unidos a Jesucristo. Es la realidad de la comunión de los santos.
Esa solidaridad se extiende a todos los bautizados. Gracias al Bautismo formamos parte de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, del que Él es la cabeza (rf. Colosenses 1, 18). Esa comunión además de significar “unión con”, también supone “comunicación de bienes” entre las almas en que el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, tiene su morada.
«De la misma manera que en un cuerpo natural la actividad de cada miembro repercute en beneficio de todo el conjunto, así también ocurre con el cuerpo espiritual que es la Iglesia: como todos los fieles forman un solo cuerpo, el bien producido por uno se comunica a los demás» (santo Tomás de Aquino, Sobre el Credo, 1. c. 99).
Dado que el Bautismo nos hace participes de la vida eterna, de la vida con Dios, la muerte no interrumpe esa unión con los que han muerto, no rompe la familia de los creyentes. «Dios es no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Mateo 22, 32). Por eso, este mes centramos nuestro favor por los difuntos, por las almas del Purgatorio.
«En este mes de noviembre, estamos invitados a rezar por los difuntos. Guiados por la fe en la comunión de los santos, traten de confiar a Dios, especialmente en la Eucaristía, a sus familiares, amigos y conocidos fallecidos, sintiéndolos cercanos en la grande compañía espiritual de la Iglesia» (papa Francisco, Audiencia del 6 de noviembre de 2019).
Imagen creada con IA de la comunión de los santos en el cielo.
La Iglesia nos anima a que intensifiquemos nuestra ayuda a los que han muerto, que los apadrinemos con el tesoro de gracias que Jesús donó a su Iglesia y con nuestras buenas obras, que ellas sean las destinatarias principales de nuestro mecenazgo, para que sean admitidas en el Cielo.
Por bondad de Dios, los cristianos peregrinos en la tierra podemos colaborar con Él. Por la comunión de los santos, con nuestros sufragios, aceleramos el proceso de purificación de esas almas, adelantamos su entrada en la Gloria ¡Cuánto podemos ayudarles!
Una oración con vuelta
Esta solidaridad es muy grata a Dios porque, en su misericordia, desea que las almas tan amadas del Purgatorio lleguen al Cielo cuanto antes. Por eso, rezar por los difuntos es una de las obras de misericordia espirituales, que hemos de practicar siempre, pero especialmente en noviembre. En una revelación particular, Jesús decía:
«Quiero que se rece por estas benditas almas del Purgatorio, ya que mi divino Corazón arde de amor por ellas. ¡Deseo ardientemente su liberación, para poder unirlas a mí por fin totalmente! (…) No te olvides de mis palabras: "estaba en la cárcel y me habéis visitado". Aplícalas a estas benditas almas: es a Mí a quien visitas en ellas, con tus oraciones y tus obras en su favor y por sus intenciones».
«Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos» (Catecismo de la Iglesia católica n. 1032).
¿Lo hacemos así? Cuando asistimos a un funeral, ¿rezamos intensamente por el difunto? Cuando asistimos a la santa Misa, ¿nos acordamos de rezar por los difuntos, al menos en el momento en que la liturgia lo tiene previsto, en el memento de difuntos, que no falta en ninguna de las plegarias eucarísticas?
Cuando pasamos cerca de un cementerio, ¿levantamos el corazón a Dios rogando por las almas allí enterradas? Por piedad con ellos, ¿visitamos a nuestros difuntos, para rezar por ellos, adecentar sus tumbas y traerles flores como signo de esperanza?
La ilusión de “vaciar” el Purgatorio, de que Dios conceda una amnistía general, ¿nos mueve para ganar indulgencias por los difuntos, a ofrecer cualquier obra buena a modo de sufragio, a rezar el Rosario suplicando a la Virgen, puerta del Cielo, que socorra a sus hijos? También podemos dedicar los lunes a orar por las almas del Purgatorio, según la costumbre de la Iglesia…
«Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor»(Catecismo de la Iglesia católica n. 958). Las oraciones por los difuntos son oraciones “de ida y vuelta”. Las almas del purgatorio están más cerca de Dios que nosotros, y lo estarán siempre; están unidas a nosotros por la comunión de los santos y nos quieren. No sufren sin más; aunque no pueden merecer para ellas, sí pueden hacerlo por nosotros. Así dan gloria a Dios, procurando que el amor de Dios llene los corazones de los hombres y se salven.
Nos animarán a aplicarnos, a querer mejor a Dios y a los demás, a aborrecer el pecado –también el venial– que tanto dolor causa, a amar la cruz de cada día, a purificarnos a través de los medios que nos ha dejado Cristo: la oración, los sacramentos, la caridad…
Nos dicen: "merece la pena no pasar por estas penas que pasamos, también para vuestros años en la tierra". De ahí surge la devoción a las almas del Purgatorio. De manera que, cuando fallece alguien cercano, tan conveniente es pedir por él como pedirle a él. Encomendémonos a las almas del Purgatorio, pidámosles cosas.
Los santos han sido grandes devotos de esta ayuda mutua. San Alfonso María de Ligorio afirma que podemos creer que a las almas del Purgatorio «el Señor les da a conocer nuestras plegarias, y si es así, puesto que están tan llenas de caridad, por seguro podemos tener que interceden por nosotros» (san Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la oración, capítulo I, III).
Santa Teresita del Niño Jesús, acudía con frecuencia a la ayuda de ellas y, tras recibirla, se sentía en deuda: «Dios mío, te suplico que pagues tú la deuda que tengo contraída con las almas del purgatorio» (santa Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones, 6-VIII-1897).
También san Josemaría Escrivá confesaba su complicidad con ellas: “Al principio sentía muy fuerte la compañía de las almas del purgatorio. Las sentía como si me tiraran de la sotana, para que rezara por ellas y para que me encomendara a su intercesión. Desde entonces, por los servicios enormes que me prestaban, me ha gustado decir, predicar y meter en las almas esta realidad: mis buenas amigas las ánimas del purgatorio».
Ganas si ganas los demás
«Ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo» (Romanos 14, 7). «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él» (1 Corintios 12, 26). Todo lo que cada uno hace o sufre en y para Cristo, beneficia a todos. Podemos rezar y obrar por los demás, conocidos o desconocidos, próximos o lejanos, e interceder ante Dios por sus sufrimientos, miedos, dolencias, enfermedades, conversión, salvación…
El amor que nos lleva a procurar un servicio, un consuelo, una atención material es el mismo amor que, con sentido sobrenatural, nos lleva a rezar y ofrecer pequeños sacrificios por personas, quizá lejanas físicamente, pero cercanísimas en el corazón de Cristo. Se trata de una ayuda real, y de un amor y de un cariño efectivo.
En los negocios está de moda vender que los mejores son los “win-win”. Ganas si los demás ganan también. En la comunión de los santos, sin duda es así. Es un aliciente para nuestra vida cristiana. Dios nos permite acompañar a los demás a través de la comunión de los santos. Además, si pensamos en los demás se nos hace menos difícil vencernos en eso que nos cuesta y debemos hacer. Tal vez no lo haríamos por nosotros, pero pensar en los demás, en las necesidades de la Iglesia y del mundo, nos da el empujón definitivo. No podemos fallarles.
Es lo que sugería san Josemaría: «¿has visto con qué facilidad se engaña a los chiquitines? —No quieren tomar la medicina amarga, pero... ¡anda! –les dicen–, esta cucharadita, por papá; esta otra por tu abuelita... Y así, hasta que han ingerido toda la dosis. Lo mismo tú» (san Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino n. 899) con lo que nos cuesta.
Así fomentamos la conciencia de que nunca estamos solos y nunca hacemos las cosas solo uno. Siempre hay alguien que reza y se sacrifica por nosotros. Y con esa ayuda, podemos. Todo lo que une a Cristo, todo lo que viene de Él, es compartido por todos, nos ayuda a todos.
Imagen creada con IA de la comunión de los santos en el cielo y algunos muy conocidos.
Una particular comunión de los santos: la familia
San Josemaría lo recordaba a los matrimonios que le visitaban. «En mis conversaciones con tantos matrimonios, les insisto en que mientras vivan ellos y vivan también sus hijos, deben ayudarles a ser santos, sabiendo que en la tierra no seremos santos ninguno. No haremos más que luchar, luchar y luchar. –Y añado: vosotros, madres y padres cristianos, sois un gran motor espiritual, que manda a los vuestros fortaleza de Dios para esa lucha, para vencer, para que sean santos. ¡No les defraudéis!» (san Josemaría Escrivá de Balaguer, Forja n. 692).
En hebreo el vocablo empleado para designar matrimonio es kidusshin, palabra que sirve para designar “santidad”. Los judíos consideraban el matrimonio algo sagrado, y por eso empleaban el término santificación, un regalo del Espíritu de Dios. Dios también muestra su misericordia a través de la familia: no nos deja a la intemperie, sino que su proyecto de amor es que el hombre nazca y viva en una familia, en la que cada miembro, gracias al amor de los esposos entre sí y con cada hijo, sea capaz de vivir en, de y por amor.
Marido y mujer son cooperadores de Dios: vuestra familia tiene que ser introducida en la familia de Dios por vuestra vida santa de entrega total. Vivís una especial comunión de los santos con vuestro conyugue y vuestros hijos. Tal es el interés de Dios que bendice el matrimonio con uno de los siete sacramentos. Y también es el interés del demonio que la familia naufrague, como lo vemos en estos tiempos.
Para hacerlo realidad en el día a día, puede servir la costumbre de ofrecer lo bueno de cada día de la semana por uno de los miembros de la familia. Si ayuda, en la distribución de los días, puedes dedicar el sábado a tu mujer, ya que la Iglesia se acuerda especialmente de la Virgen; el miércoles, a ti mismo, ya que la Iglesia se acuerda de san José; el lunes, de los difuntos de la familia, por esa razón; el domingo, por toda la familia en el término más amplio, porque es el día de la Trinidad y lo normal es que lo paséis en familia; …aplica el resto. Se puede repetir o juntar dependiendo del tamaño de familia.
Vale la pena
Cuando por la misericordia de Dios, un día lleguemos al Cielo podremos contemplar el bien tan grande que hicimos a muchos cristianos y a la Iglesia entera desde nuestra mesa de trabajo, la cocina, el gimnasio, la sala de estar... nos admiraremos del potencial de la comunión de los santos, y recibiremos muchos agradecimientos y agradeceremos tantas ayudas. Por eso, no dejemos que se pierda una sola hora de trabajo, una contrariedad, una preocupación o una enfermedad. Todo lo podemos convertir en gracia y vivificar así, unidos a Cristo, todo su Cuerpo místico. Y, en este mes, de forma más intensa por las almas del purgatorio que tanto necesitan nuestra ayuda.