«Diseñar nuevos mapas de Esperanza», carta apostólica del papa León XIV

En esta carta apostólica, el papa León XIV nos habla de la educación como «un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la promesa que vemos en el futuro de la humanidad». Como nos recordó en su Exhortación Apostólica Dilexi te, la educación «ha sido siempre una de las expresiones más altas de la caridad cristiana». El mundo necesita esta forma de esperanza.

En este contexto, el Santo Padre pide a las comunidades educativas: «desarmen las palabras, levanten la mirada, custodien el corazón».

1.1. Diseñar nuevos mapas de esperanza. El 28 de octubre de 2025 se cumple el 60º aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum educationis sobre la extrema importancia y actualidad de la educación en la vida del ser humano. Con ese texto, el Concilio Vaticano II recordó a la Iglesia que la educación no es una actividad accesoria, sino que constituye el tejido mismo de la evangelización: es la forma concreta con la que el Evangelio se convierte en gesto educativo, relación, cultura. Hoy, ante los rápidos cambios y las incertidumbres que desorientan, ese legado muestra una sorprendente solidez.

Allí donde las comunidades educativas se dejan guiar por la palabra de Cristo, no se retiran, sino que se relanzan; no levantan muros, sino que construyen puentes. Reaccionan con creatividad, abriendo nuevas posibilidades para la transmisión del conocimiento y del sentido en la escuela, en la universidad, en la formación profesional y civil, en la pastoral escolar y juvenil, y en la investigación, porque el Evangelio no envejece, sino que «hace nuevas todas las cosas» (Ap. 21,5). Cada generación lo escucha como una novedad que regenera. Cada generación es responsable del Evangelio y del descubrimiento de su poder seminal y multiplicador.

1.2. Vivimos en un entorno educativo complejo, fragmentado y digitalizado. Precisamente por eso es sabio detenerse y recuperar la mirada sobre la «cosmología de la paideia cristiana»: una visión que, a lo largo de los siglos, supo renovarse e inspirar positivamente todas las poliédricas facetas de la educación. Desde sus orígenes, el Evangelio ha generado «constelaciones educativas»: experiencias humildes y fuertes a la vez, capaces de leer los tiempos, de custodiar la unidad entre la fe y la razón, entre el pensamiento y la vida, entre el conocimiento y la justicia. Han sido, en la tormenta, un ancla de salvación; y en la bonanza, una vela desplegada. Un faro en la noche para guiar la navegación.

1.3. La Declaración Gravissimum educationis no ha perdido fuerza. Desde su recepción ha nacido un firmamento de obras y carismas que aún hoy orienta el camino: escuelas y universidades, movimientos e institutos, asociaciones laicales, congregaciones religiosas y redes nacionales e internacionales. Juntos, estos cuerpos vivos han consolidado un patrimonio espiritual y pedagógico capaz de atravesar el siglo XXI y responder a los retos más apremiantes. Este patrimonio no está inmovilizado: es una brújula que sigue indicando la dirección y hablando de la belleza del viaje. Las expectativas actuales no son menores que las muchas a las que se enfrentó la Iglesia hace sesenta años.

Más bien se han ampliado y se han vuelto más complejas. Ante los muchos millones de niños en el mundo que aún no tienen acceso a la educación primaria, ¿cómo no actuar? Ante las dramáticas situaciones de emergencia educativa provocadas por las guerras, las migraciones, las desigualdades y las diversas formas de pobreza, ¿cómo no sentir la urgencia de renovar nuestro compromiso? La educación –como recordé en mi Exhortación Apostólica Dilexi te– «ha sido siempre una de las expresiones más altas de la caridad cristiana» [1]. El mundo necesita esta forma de esperanza.

2. Una historia dinámica

2.1. La historia de la educación católica es la historia del Espíritu en acción. La Iglesia, «madre y maestra» [2], no por supremacía, sino por servicio: genera en la fe y acompaña en el crecimiento de la libertad, asumiendo la misión del Divino Maestro para que todos «tengan vida y la tengan en abundancia» ( Jn 10,10). Los estilos educativos que se han sucedido muestran una visión del ser humano como imagen de Dios, llamado a la verdad y al bien, y un pluralismo de métodos al servicio de esta llamada. Los carismas educativos no son fórmulas rígidas: son respuestas originales a las necesidades de cada época.

2.2. En los primeros siglos, los Padres del desierto enseñaban la sabiduría con parábolas y apotegmas; redescubrieron el camino de lo esencial, de la disciplina de la lengua y de la custodia del corazón; transmitieron una pedagogía de la mirada que reconoce a Dios en todas partes. San Agustín, al injertar la sabiduría bíblica en la tradición grecorromana, comprendió que el maestro auténtico suscita el deseo de la verdad, educa la libertad para leer los signos y escuchar la voz interior. El monacato ha llevado adelante esta tradición en los lugares más inaccesibles, donde durante décadas se han estudiado, comentado y enseñado las obras clásicas, de tal manera que, sin este trabajo silencioso al servicio de la cultura, muchas obras maestras no habrían llegado hasta nuestros días.

«Desde el corazón de la Iglesia» surgieron las primeras universidades, que desde sus orígenes se revelaron como «un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber para el bien de la humanidad» [3]. En sus aulas, el pensamiento especulativo encontró en la mediación de las órdenes mendicantes la posibilidad de estructurarse sólidamente y llegar hasta las fronteras de las ciencias. No pocas congregaciones religiosas dieron sus primeros pasos en estos campos del saber, enriqueciendo la educación de manera pedagógicamente innovadora y socialmente visionaria.

2.3. La educación se ha expresado de muchas maneras. En la Ratio Studiorum, la riqueza de la tradición escolar se fusiona con la espiritualidad ignaciana, adaptando un programa de estudios tan articulado como interdisciplinario y abierto a la experimentación. En la Roma del siglo XVII, san José Calasanz abrió escuelas gratuitas para los pobres, intuyendo que la alfabetización y el cálculo son dignidad antes que competencia. En Francia, san Juan Bautista de La Salle, «consciente de la injusticia que suponía la exclusión de los hijos de los obreros y campesinos del sistema educativo» [4], fundó los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

A principios del siglo XIX, también en Francia, san Marcelino Champagnat se dedicó «con todo su corazón, en una época en la que el acceso a la educación seguía siendo un privilegio de unos pocos, a la misión de educar y evangelizar a los niños y jóvenes» [5]. Del mismo modo, san Juan Bosco, con su «método preventivo», transformó la disciplina en razonabilidad y proximidad. Mujeres valientes, como Vicenta María López y Vicuña, Francesca Cabrini, Giuseppina Bakhita, María Montessori, Katharine Drexel o Elizabeth Ann Seton, abrieron caminos para las niñas, los migrantes, los últimos. Reitero lo que afirmé con claridad en Dilexi te: «La educación de los pobres, para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber» [6]. Esta genealogía de concreción atestigua que, en la Iglesia, la pedagogía nunca es teoría desencarnada, sino carne, pasión e historia.

3. Una tradición viva

3.1. La educación cristiana es una obra coral: nadie educa solo. La comunidad educativa es un «nosotros» en el que el docente, el estudiante, la familia, el personal administrativo y de servicio, los pastores y la sociedad civil convergen para generar vida [7]. Este «nosotros» impide que el agua se estanque en el pantano del «siempre se ha hecho así» y la obliga a fluir, a nutrir, a regar. El fundamento sigue siendo el mismo: la persona, imagen de Dios (Génesis 1,26), capaz de verdad y relación. Por eso, la cuestión de la relación entre fe y razón no es un capítulo opcional: «la verdad religiosa no es solo una parte, sino una condición del conocimiento general» [8]. 

Estas palabras de san John Henry Newman –a quien, en el contexto de este Jubileo del Mundo Educativo, tengo la gran alegría de declarar copatrocinador de la misión educativa de la Iglesia junto con santo Tomás de Aquino– son una invitación a renovar el compromiso con un conocimiento tan intelectualmente responsable y riguroso como profundamente humano. Y también hay que tener cuidado de no caer en el iluminismo de una fides que se contrapone exclusivamente a la ratio.

Es necesario salir de los bajíos recuperando una visión empática y abierta para comprender cada vez mejor cómo se entiende el ser humano hoy en día, a fin de desarrollar y profundizar su enseñanza. Por eso no hay que separar el deseo y el corazón del conocimiento: significaría romper a la persona. La universidad y la escuela católica son lugares donde las preguntas no se silencian y la duda no se prohíbe, sino que se acompaña. Allí, el corazón dialoga con el corazón, y el método es el de la escucha que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza. Cor ad cor loquitur fue el lema cardenalicio de san John Henry Newman, tomado de una carta de san Francisco de Sales: «La sinceridad del corazón, y no la abundancia de palabras, toca el corazón de los seres humanos».

3.2. Educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la promesa que vemos en el futuro de la humanidad [9]. La especificidad, la profundidad y la amplitud de la acción educativa es esa obra, tan misteriosa como real, de «hacer florecer el ser [...] es cuidar el alma», como se lee en la Apología de Sócrates de Platón (30a-b). Es un «oficio de promesas»: se promete tiempo, confianza, competencia; se promete justicia y misericordia, se promete el valor de la verdad y el bálsamo del consuelo.

Educar es una tarea de amor que se transmite de generación en generación, remendando el tejido desgarrado de las relaciones y devolviendo a las palabras el peso de la promesa: «Todo ser humano es capaz de la verdad, sin embargo, el camino es mucho más soportable cuando se avanza con la ayuda de los demás» [10]. La verdad se busca en comunidad.

Ilustración de Mapas de esperanza: un mapa antiguo con caminos que convergen hacia un horizonte luminoso, símbolo de guía y renovación espiritual.
Representación de Mapas de esperanza: un mapa cuyos caminos avanzan hacia un amanecer que simboliza orientación, fe y futuro.

4. La brújula de Gravissimum educationis

4.1. La declaración conciliar Gravissimum educationis reafirma el derecho de todos a la educación y señala a la familia como la primera escuela de humanidad. La comunidad eclesial está llamada a apoyar entornos que integren la fe y la cultura, respeten la dignidad de todos y dialoguen con la sociedad. El documento advierte contra cualquier reducción de la educación a una formación funcional o a un instrumento económico: una persona no es un «perfil de competencias», no se reduce a un algoritmo predecible, sino que es un rostro, una historia, una vocación.

4.2. La formación cristiana abarca a toda la persona: espiritual, intelectual, afectiva, social, corporal. No opone lo manual y lo teórico, la ciencia y el humanismo, la técnica y la conciencia; pide, en cambio, que la profesionalidad esté impregnada de ética, y que la ética no sea una palabra abstracta, sino una práctica cotidiana. La educación no mide su valor solo en función de la eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común. Esta visión antropológica integral debe seguir siendo el eje central de la pedagogía católica. Ella, siguiendo el pensamiento de san John Henry Newman, se opone a un enfoque puramente mercantilista que a menudo obliga hoy en día a medir la educación en términos de funcionalidad y utilidad práctica [11].

4.3. Estos principios no son recuerdos del pasado. Son estrellas fijas. Dicen que la verdad se busca juntos; que la libertad no es capricho, sino respuesta; que la autoridad no es dominio, sino servicio. En el contexto educativo, no se debe «alzarse la bandera de la posesión de la verdad, ni en el análisis de los problemas, ni en su resolución» [12]. En cambio, «es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada sobre por qué ha sucedido algo o cómo superarlo. El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos retos, nuevos sueños, nuevas preguntas» [13]. La educación católica tiene la tarea de reconstruir la confianza en un mundo marcado por los conflictos y los miedos, recordando que somos hijos y no huérfanos: de esta conciencia nace la fraternidad.

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5. La centralidad de la persona

5.2. La escuela católica es un ambiente en el que se entrelazan la fe, la cultura y la vida. No es simplemente una institución, sino un ambiente vivo en el que la visión cristiana impregna cada disciplina y cada interacción. Los educadores están llamados a una responsabilidad que va más allá del contrato de trabajo: su testimonio vale tanto como su lección. Por eso, la formación de los maestros –científica, pedagógica, cultural y espiritual– es decisiva. Al compartir la misión educativa común, también es necesario un camino de formación común, «inicial y permanente, capaz de captar los retos educativos del momento presente y de proporcionar los instrumentos más eficaces para afrontarlos [...].

5.1. Poner a la persona en el centro significa educar en la mirada larga de Abraham (Génesis 15,5): hacerles descubrir el sentido de la vida, la dignidad inalienable, la responsabilidad hacia los demás. La educación no es solo transmisión de contenidos, sino aprendizaje de virtudes. Se forman ciudadanos capaces de servir y creyentes capaces de dar testimonio, hombres y mujeres más libres, que ya no están solos. Y la formación no se improvisa. Recuerdo con agrado los años que pasé en la querida Diócesis de Chiclayo, visitando la Universidad Católica San Toribio de Mogrovejo, las oportunidades que tuve de dirigirme a la comunidad académica, diciendo: «No se nace profesionales; cada trayectoria universitaria se construye paso a paso, libro a libro, año tras año, sacrificio tras sacrificio» [14].

Esto implica en los educadores una disponibilidad para el aprendizaje y el desarrollo de los conocimientos, para la renovación y actualización de las metodologías, pero también para la formación espiritual, religiosa y el compartir» [15]. Y no bastan las actualizaciones técnicas: es necesario custodiar un corazón que escucha, una mirada que anima, una inteligencia que discierne.

5.3. La familia sigue siendo el primer lugar educativo. Las escuelas católicas colaboran con los padres, no los sustituyen, porque «el deber de la educación, sobre todo religiosa, les corresponde a ustedes antes que a nadie» [16]. La alianza educativa requiere intencionalidad, escucha y corresponsabilidad. Se construye con procesos, instrumentos y verificaciones compartidas. Es un esfuerzo y una bendición: cuando funciona, suscita confianza; cuando falta, todo se vuelve más frágil.

6. Identidad y subsidiariedad

6.1. Ya la Gravissimum educationis reconocía la gran importancia del principio de subsidiariedad y el hecho de que las circunstancias varían según los diferentes contextos eclesiales locales. Sin embargo, el Concilio Vaticano II articuló el derecho a la educación y sus principios fundamentales como universalmente válidos. Destacó las responsabilidades que recaen tanto en los propios padres como en el Estado.

Consideró un «derecho sagrado» la oferta de una formación que permitiera a los estudiantes «evaluar los valores morales con recta conciencia» [17] y pidió a las autoridades civiles que respetaran ese derecho. Además, advirtió contra la subordinación de la educación al mercado laboral y a la lógica, a menudo férrea e inhumana, de las finanzas.

6.2. La educación cristiana se presenta como una coreografía. Dirigiéndose a los universitarios en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, mi difunto predecesor, el papa Francisco, dijo: «sean protagonistas de una nueva coreografía que ponga en el centro a la persona humana; sean coreógrafos de la danza de la vida» [18].

Formar a la persona «en su totalidad» significa evitar compartimentos estancos. La fe, cuando es verdadera, no es una «materia» añadida, sino el aliento que oxigena todas las demás materias. Así, la educación católica se convierte en levadura en la comunidad humana: genera reciprocidad, supera los reduccionismos, abre a la responsabilidad social. La tarea hoy es atreverse con un humanismo integral que habite las preguntas de nuestro tiempo sin perder la fuente.

7. La contemplación de la Creación

7.1. La antropología cristiana es la base de un estilo educativo que promueve el respeto, el acompañamiento personalizado, el discernimiento y el desarrollo de todas las dimensiones humanas. Entre ellas, no es secundaria una inspiración espiritual, que se realiza y se fortalece también a través de la contemplación de la Creación.

Este aspecto no es nuevo en la tradición filosófica y teológica cristiana, donde el estudio de la naturaleza tenía también como propósito demostrar las huellas de Dios (vestigia Dei) en nuestro mundo. En las Collationes in Hexaemeron, san Buenaventura de Bagnoregio escribe que «el mundo entero es una sombra, un sendero, una huella». Es el libro escrito desde fuera (Ez 2,9), porque en cada criatura hay un reflejo del modelo divino, pero mezclado con la oscuridad. El mundo es, por tanto, un camino similar a la opacidad mezclada con la luz; en ese sentido, es un camino.

Así como un rayo de luz que penetra por una ventana se colorea según los diferentes colores de las diferentes partes del vidrio, el rayo divino se refleja de manera diferente en cada criatura y adquiere propiedades diferentes» [19]. Esto también se aplica a la plasticidad de la enseñanza calibrada en función de los diferentes caracteres que, en cualquier caso, convergen en la belleza de la Creación y en su salvaguarda. Y requiere proyectos educativos «interdisciplinarios y transdisciplinarios ejercidos como sabiduría y creatividad» [20].

7.2. Olvidar nuestra humanidad común ha generado fracturas y violencia; y cuando la tierra sufre, los pobres sufren más. La educación católica no puede callar: debe unir la justicia social y la justicia ambiental, promover la sobriedad y los estilos de vida sostenibles, formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino lo justo. Cada pequeño gesto –evitar el desperdicio, elegir con responsabilidad, defender el bien común– es alfabetización cultural y moral.

7.3. La responsabilidad ecológica no se agota en datos técnicos. Estos son necesarios, pero no suficientes. Se necesita una educación que involucre la mente, el corazón y las manos; nuevos hábitos, estilos comunitarios, prácticas virtuosas. La paz no es ausencia de conflicto: es fuerza mansa que rechaza la violencia. Una educación para la paz «desarmada y desarmante» [21] enseña a deponer las armas de la palabra agresiva y de la mirada que juzga, para aprender el lenguaje de la misericordia y de la justicia reconciliada.

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8. Una constelación educativa

8.1. Hablo de «constelación» porque el mundo educativo católico es una red viva y plural: escuelas parroquiales y colegios, universidades e institutos superiores, centros de formación profesional, movimientos, plataformas digitales, iniciativas de aprendizaje-servicio y pastorales escolares, universitarias y culturales. Cada «estrella» tiene su propio brillo, pero todas juntas trazan una ruta. Donde en el pasado hubo rivalidad, hoy pedimos a las instituciones que converjan: la unidad es nuestra fuerza más profética.

8.2. Las diferencias metodológicas y estructurales no son lastres, sino recursos. La pluralidad de carismas, si se coordina bien, compone un cuadro coherente y fecundo. En un mundo interconectado, el juego se desarrolla en dos tableros: el local y el global. Se necesitan intercambios de profesores y estudiantes, proyectos comunes entre continentes, reconocimiento mutuo de buenas prácticas, cooperación misionera y académica. El futuro nos obliga a aprender a colaborar más, a crecer juntos.

8.3. Las constelaciones reflejan sus propias luces en un universo infinito. Como en un caleidoscopio, sus colores se entrelazan creando nuevas variaciones cromáticas. Lo mismo ocurre en el ámbito de las instituciones educativas católicas, que están abiertas al encuentro y a la escucha de la sociedad civil, de las autoridades políticas y administrativas, así como de los representantes de los sectores productivos y de las categorías laborales.

Se les invita a colaborar aún más activamente con ellas con el fin de compartir y mejorar los itinerarios educativos, para que la teoría se sustente en la experiencia y la práctica. La historia enseña, además, que nuestras instituciones acogen a estudiantes y familias no creyentes o de otras religiones, pero deseosos de una educación verdaderamente humana. Por esta razón, como ya ocurre en la realidad, se deben seguir promoviendo comunidades educativas participativas, en las que laicos, religiosos, familias y estudiantes compartan la responsabilidad de la misión educativa junto con las instituciones públicas y privadas.

9. Navegando por nuevos espacios

9.1. Hace sesenta años, la Gravissimum educationis abrió una etapa de confianza: animó a actualizar métodos y lenguajes. Hoy en día, esta confianza se mide con el entorno digital. Las tecnologías deben servir a la persona, no sustituirla; deben enriquecer el proceso de aprendizaje, no empobrecer las relaciones y las comunidades. Una universidad y una escuela católica sin visión corren el riesgo de caer en un “eficientismo” sin alma, en la estandarización del conocimiento, que se convierte entonces en empobrecimiento espiritual.

9.2. Para habitar estos espacios se necesita creatividad pastoral: reforzar la formación de los docentes también en el ámbito digital; valorizar la didáctica activa; promover el aprendizaje-servicio y la ciudadanía responsable; evitar toda tecnofobia. Nuestra actitud hacia la tecnología nunca puede ser hostil, porque «el progreso tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación» [22].

Pero exige discernimiento en el diseño didáctico, la evaluación, las plataformas, la protección de datos y el acceso equitativo. En cualquier caso, ningún algoritmo podrá sustituir lo que hace humana a la educación: la poesía, la ironía, el amor, el arte, la imaginación, la alegría del descubrimiento e incluso la educación en el error como oportunidad de crecimiento.

9.3. El punto clave no es la tecnología, sino el uso que hacemos de ella. La inteligencia artificial y los entornos digitales deben orientarse a la protección de la dignidad, la justicia y el trabajo; deben regirse por criterios de ética pública y participación; deben ir acompañados de una reflexión teológica y filosófica a la altura.

Las universidades católicas tienen una tarea decisiva: ofrecer «diaconía de la cultura», menos cátedras y más mesas donde sentarse juntos, sin jerarquías innecesarias, para tocar las heridas de la historia y buscar, en el Espíritu, sabidurías que nacen de la vida de los pueblos.

10. La estrella polar del pacto educativo

10.1. Entre las estrellas que orientan el camino se encuentra el Pacto Educativo Global. Con gratitud recojo esta herencia profética que nos ha confiado el papa Francisco. Es una invitación a formar una alianza y una red para educar en la fraternidad universal.

Sus siete caminos siguen siendo nuestra base: poner a la persona en el centro; escuchar a los niños y jóvenes; promover la dignidad y la plena participación de las mujeres; reconocer a la familia como primera educadora; abrirse a la acogida y la inclusión; renovar la economía y la política al servicio del ser humano; cuidar la casa común. Estas «estrellas» han inspirado a escuelas, universidades y comunidades educativas en todo el mundo, generando procesos concretos de humanización.

10.2. Sesenta años después de la Gravissimum educationis y cinco años después del Pacto, la historia nos interpela con nueva urgencia. Los rápidos y profundos cambios exponen a los niños, adolescentes y jóvenes a fragilidades inéditas. No basta con conservar: es necesario relanzar.

Pido a todas las realidades educativas que inauguren una etapa que hable al corazón de las nuevas generaciones, recomponiendo el conocimiento y el sentido, la competencia y la responsabilidad, la fe y la vida. El Pacto forma parte de una Constelación Educativa Global más amplia: carismas e instituciones, aunque diferentes, forman un diseño unitario y luminoso que orienta los pasos en la oscuridad del tiempo presente.

10.3. A las siete vías añado tres prioridades. La primera se refiere a la vida interior: los jóvenes piden profundidad; necesitan espacios de silencio, discernimiento, diálogo con la conciencia y con Dios. La segunda se refiere a lo digital humano: formemos en el uso sabio de las tecnologías y la IA, colocando a la persona antes que el algoritmo y armonizando las inteligencias técnica, emocional, social, espiritual y ecológica. La tercera se refiere a la paz desarmada y desarmante: educamos en lenguajes no violentos, en la reconciliación, en puentes y no en muros; «Bienaventurados los pacificadores» (Mt 5,9) se convierte en método y contenido del aprendizaje.

10.4. Somos conscientes de que la red educativa católica posee una capilaridad única. Se trata de una constelación que llega a todos los continentes, con una presencia particular en las zonas con bajos ingresos: una promesa concreta de movilidad educativa y de justicia social [23]. Esta constelación exige calidad y valentía: calidad en la planificación pedagógica, en la formación de los docentes, en la gobernanza; valentía para garantizar el acceso a los más pobres, para apoyar a las familias frágiles, para promover becas y políticas inclusivas.

La gratuidad evangélica no es retórica: es un estilo de relación, un método y un objetivo. Allí donde el acceso a la educación sigue siendo un privilegio, la Iglesia debe abrir puertas e inventar caminos, porque «perder a los pobres» equivale a perder la escuela misma. Esto también se aplica a la universidad: la mirada inclusiva y el cuidado del corazón salvan de la estandarización; el espíritu de servicio reaviva la imaginación y reaviva el amor.

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11. Nuevos mapas de esperanza

11.1. En el sexagésimo aniversario de la Gravissimum educationis, la Iglesia celebra una fecunda historia educativa, pero también se enfrenta a la necesidad imperiosa de actualizar sus propuestas a la luz de los signos de los tiempos. Las constelaciones educativas católicas son una imagen inspiradora de cómo la tradición y el futuro pueden entrelazarse sin contradicciones: una tradición viva que se extiende hacia nuevas formas de presencia y servicio. Las constelaciones no se reducen a concatenaciones neutras y aplanadas de las diferentes experiencias.

En lugar de cadenas, nos atrevemos a pensar en las constelaciones, en su entrelazamiento lleno de maravilla y despertares. En ellas reside esa capacidad de navegar entre los desafíos con esperanza, pero también con una revisión valiente, sin perder la fidelidad al Evangelio. Somos conscientes de las dificultades: la hiperdigitalización puede fragmentar la atención; la crisis de las relaciones puede herir la psique; la inseguridad social y las desigualdades pueden apagar el deseo.

Sin embargo, precisamente aquí, la educación católica puede ser un faro: no un refugio nostálgico, sino un laboratorio de discernimiento, innovación pedagógica y testimonio profético. Diseñar nuevos mapas de esperanza: esta es la urgencia del mandato.

11.2. Les pido a las comunidades educativas: desarmen las palabras, levanten la mirada, custodien el corazón. Desarmen las palabras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha. Levanten la mirada. Como Dios le dijo a Abraham: «mira al cielo y cuenta las estrellas» ( Génesis 15,5): sepan preguntarse adónde van y por qué. Custodien el corazón: la relación está antes que la opinión, la persona antes que el programa.

No desperdicien el tiempo y las oportunidades: «citando una expresión agustiniana: nuestro presente es una intuición, un tiempo que vivimos y del que debemos aprovechar antes de que se nos escape de las manos» [24]. En conclusión, queridos hermanos y hermanas, hago mía la exhortación del apóstol Pablo: «Deben brillar como estrellas en el mundo, manteniendo en alto la palabra de la vida» (Fil 2,15-16).

Esto es fundamental para avanzar juntos hacia un futuro lleno de Mapas de esperanza.

En conclusión, queridos hermanos y hermanas, hago mía la exhortación del apóstol Pablo: «Deben brillar como estrellas en el mundo, manteniendo en alto la palabra de la vida» (Fil 2,15-16).

11.3. Encomiendo este camino a la Virgen María, Sedes Sapientiae, y a todos los santos educadores. Pido a los pastores, a los consagrados, a los laicos, a los responsables de las instituciones, a los maestros y a los estudiantes: sean servidores del mundo educativo, coreógrafos de la esperanza, investigadores incansables de la sabiduría, artífices creíbles de expresiones de belleza.

Menos etiquetas, más historias; menos contraposiciones estériles, más sinfonía en el Espíritu. Entonces nuestra constelación no solo brillará, sino que orientará: hacia la verdad que libera (cf. Jn 8, 32), hacia la fraternidad que consolida la justicia (cf. Mt 23, 8), hacia la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5).

Basílica de San Pedro, 27 de octubre de 2025. Víspera del 60.º aniversario.

LEÓN PP. XIV


[1] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de 2025), n. 68.
[2] Cf. JUAN XXIII, Carta encíclica Mater et Magistra (15 de mayo de 1961).
[3] JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae (15 de agosto de 1990), n. 1.
[4] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de 2025), n. 69.
[5] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de 2025), n. 70.
[6] LEÓN XIV, Exhortación Apostólica Dilexi te (4 de octubre de 2025), n. 72.
[7] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Instrucción «La identidad de la escuela católica para una cultura del diálogo» (25 de enero de 2022), n. 32.
[8] JOHN HENRY NEWMAN, La idea de la Universidad (2005), p. 76.
[9] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Instrumentum laboris Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva (7 de abril de 2014), Introducción.
[10] S.E. Mons. ROBERT F. PREVOST, O.S.A., Homilía en la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (2018).
[11] Véase JOHN HENRY NEWMAN, Escritos sobre la Universidad (2001).
[12] LEÓN XIV, Audiencia a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice (17 de mayo de 2025).
[13] Ibidem.
[14] S.E. Mons. ROBERT F. PREVOST, O.S.A., Homilía en la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (2018).
[15] CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Carta circular Educar juntos en la escuela católica (8 de septiembre de 2007), n. 20.
[16] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, Gaudium et spes (29 de junio de 1966), n. 48.
[17] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis (28 de octubre de 1965), n. 1.
[18] PAPA FRANCISCO, Discurso a los jóvenes universitarios con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (3 de agosto de 2023).
[19] SAN BONAVENTURA DE BAGNOREGIO, Collationes in Hexaemeron, XII, en Opera Omnia (ed. Peltier), Vivès, París, t. IX (1867), pp. 87-88.
[20] PAPA FRANCISCO, Constitución Apostólica Veritatis gaudium (8 de diciembre de 2017), n. 4c.
[21] LEÓN XIV, Saludo desde la Logia central de la Basílica de San Pedro tras la elección (8 de mayo de 2025).
[22] DICASTÉRIO PARA LA DOCTRINA DE LA FE Y DICASTÉRIO PARA LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN, Nota Antiqua et nova (28 de enero de 2025), n. 117.
[23] Cf. Anuario Estadístico de la Iglesia (actualizado al 31 de diciembre de 2022).
[24] S.E. Mons. ROBERT F. PREVOST, O.S.A., Mensaje a la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo con motivo del XVIII aniversario de su fundación (2016).


Enrique Shaw: el empresario argentino que transformó la empresa con el Evangelio

Enrique Shaw es uno de esos nombres que rompen esquemas: un empresario profundamente humano, un laico comprometido con la Iglesia y un padre de familia que entendió que la santidad también se juega en la oficina, en la fábrica y en la gestión del día a día. Su vida no solo dejó huella en Argentina, sino que hoy inspira a miles de personas que buscan vivir la fe en medio del mundo.

Declarado Venerable por la Iglesia en 2021, su causa de beatificación avanza impulsada por el testimonio de quienes lo conocieron: un hombre que trabajó, dirigió y sirvió como quien quiere parecerse a Cristo. Su figura interpela a redescubrir el papel de los laicos en la misión de la Iglesia, misión que la Fundación CARF acompaña apoyando la formación de seminaristas y sacerdotes diocesanos, quienes guiarán humana y espiritualmente a tantas personas como él.

¿Quién fue Enrique Shaw? Una vida de fe, trabajo y servicio

El venerable Enrique Ernest Shaw nació en 1921. Su madre falleció cuando él era muy pequeño, y su padre decidió confiar su formación espiritual a un sacerdote de los Sacramentinos. Esa educación temprana marcó el inicio de una vida orientada a Dios.

Más tarde ingresó en la Marina y se casó con Cecilia Bunge, con quien formó una familia numerosa: nueve hijos. Tras dejar el servicio militar, se incorporó al mundo empresarial, donde desarrolló una visión innovadora del liderazgo cristiano. Fue uno de los fundadores de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) en Argentina, y promovió espacios donde la ética, la justicia social y la caridad se vivieran de forma concreta.

Un empresario que llevó el Evangelio a la empresa

Shaw creía que la fe debía impregnar todas las decisiones, también las económicas. No concebía la empresa como un simple lugar de producción, sino como una comunidad humana donde cada persona tenía dignidad y derechos.
Algunos rasgos que marcaron su estilo empresarial:

Su manera de dirigir anticipaba lo que décadas después la Iglesia desarrollaría como Doctrina Social aplicada al mundo laboral: un liderazgo que busca prosperidad sin sacrificar humanidad.

Una vida familiar y espiritual coherente

Fotografía en blanco y negro de Enrique Shaw y su familia sentados en la playa, sonriendo y mirando a cámara.
El venerable Enrique Shaw y su esposa, Cecilia, en un día de playa con sus hijos. La vida familiar marcó profundamente su camino de fe.

En su hogar, el venerable Shaw vivió la fe con naturalidad y alegría. Su cercanía, su capacidad de escucha y su búsqueda constante de santidad en lo ordinario marcaron a su esposa, a sus hijos y a cientos de personas que se cruzaron con él.

Durante su enfermedad –un cáncer que lo acompañó en sus últimos años– continuó trabajando, animando a otros y ofreciendo su sufrimiento por la gente que amaba. Muchos testimonios destacan su serenidad y su manera de afrontar el dolor con esperanza y gratitud.

La causa de beatificación de Enrique Shaw

En 2021, el papa Francisco aprobó el decreto que reconoce las virtudes heroicas de Enrique Shaw, otorgándole el título de Venerable. Es un paso decisivo dentro del proceso de beatificación.

La causa sigue avanzando gracias al testimonio de quienes fueron testigos de su vida y a los frutos espirituales que su ejemplo sigue generando. Para la Iglesia, el venerable Shaw representa un modelo de laicado: un cristiano que santifica el trabajo, acompaña a los demás y construye una sociedad más justa.

Lo que hoy inspira Enrique Shaw a los laicos del mundo

Su figura responde a una pregunta que muchos creyentes se hacen hoy: ¿Cómo vivir la fe en un entorno profesional exigente?

Shaw demuestra que es posible:

En un mundo donde la competitividad parece imponerse sobre la persona, su testimonio devuelve la esencia del Evangelio al centro de la acción profesional.

La Fundación CARF: formar a quienes acompañarán e inspirarán a los laicos

La vida de Enrique Shaw muestra lo decisiva que es una buena formación cristiana, especialmente recibida desde la infancia y acompañada por sacerdotes preparados.

Hoy, esa misma misión continúa con fuerza en Fundación CARF, que ayuda a seminaristas y sacerdotes diocesanos de todo el mundo a recibir una formación integral profunda: académica, humana y espiritual. Ellos serán quienes acompañen a laicos como Shaw, y quienes iluminarán empresas, familias, parroquias y comunidades enteras.

Tu apoyo hace posible que esta cadena de formación no se rompa.


Ayuda a formar a quienes guiarán a la Iglesia del futuro.

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Elogio de la sencillez

Hoy toca hacer un panegírico de la sencillez. Una virtud rara, que queremos apreciar en los demás, pero quizá no estamos convencidos de que también es muy buena para nosotros. Algunos, por la experiencia de vida acumulada, alimentan una cierta desconfianza ante lo natural, lo sencillo; y ante el temor de ser engañados, al encontrarse con una persona sencilla, se esfuerzan solamente en tratar de averiguar qué esconde.

La grandeza espiritual de la sencillez

Es posible que un buen número de personas consideren la sencillez como algo inútil para la lucha por la vida con la que nos enfrentamos cada mañana. Yo debo confesar que me conmuevo cada vez que me encuentro con una persona sencilla «natural o espontánea, de carácter no complicado, exenta de reserva o artificio», como la define el Diccionario; y de frente a esos otros seres humanos, también sencillos que –y sigue el Diccionario– «en el trato con otras, no toman actitud de personas de superior categoría, inteligencia, saber, etc., aunque los tenga».

El hombre sencillo goza de la bondad de los demás, se alegra con la alegría de los que le rodean, y goza del sexto sentido de descubrir la belleza y la bondad a su alrededor. Yo lo veo como si estuviera siempre al lado de Dios, agradeciéndole la creación.

La alegría de quien descubre a Dios en lo simple

Un atardecer a orillas del mar, una puesta del sol contemplada desde lo alto de un monte, una conversación serena con un amigo..., el hombre sencillo los degusta en todos sus detalles. Su sencillez abre el horizonte de su espíritu a la grandeza de Dios, del mundo, de toda la creación; la grandeza de la amistad, la grandeza de la compañía de una persona querida y de la maravilla del amor que se encierra en un corazón agradecido; la grandeza de un espíritu que se alegra con la alegría de quienes le rodean...

Persona contemplando un paisaje natural desde lo alto de un monte, simbolizando la sencillez y la búsqueda interior.
Contemplar un paisaje al atardecer, evocando la sencillez y la conexión espiritual con la Creación.

En este redescubrir, la inteligencia del sencillo encuentra un lugar para cada cosa en el orden del universo. Con la sencillez se goza conquistando la luna; y no es menor su gozo sonriendo con un recién nacido, ayudando a atravesar la calle a una anciana algo desvalida, consolando a un nieto que sufre el primer fracaso profesional de su vida, alegrándose con un vecino ante el premio de la lotería...

No sé si estaremos todavía demasiado influidos por los miserables sueños de grandeza de Nietzsche, con su superhombre a cuestas; un superhombre raquítico de inteligencia y con los pies de barro, fruto de una imaginación evasiva.

O quizá es el innato sentido de la tragedia, lo que nos impide descubrir el valor y el sabor de las cosas corrientes, y lleva al hombre a sueños inalcanzables, sueño estériles e inútiles, tan distintos de las verdaderas y grandes ambiciones humanas, y nos lleva a pasar por la vida sin gozar de la sencillez de tantas maravillas.

La Escritura lo expresa de forma gráfica al mostrarnos al profeta Elías aprendiendo a la descubrir a Dios, no en la tormenta, ni en el granizo, ni en los grandes vientos, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego; sino en “un suave soplo de viento”, Lo más ordinario y común, donde nadie se lo podía esperar. Cristo agradece, y premia, a quien da un vaso de agua a un sediento.

El hombre sencillo saborea, tiene paladar para catar el gusto de las cosas, se goza en agradecer –dar las gracias es también privilegio de inteligentes–, y en recibir ese pequeño premio de la vida que es la sencillez de la sonrisa.

Juan Ramón Jiménez lo expresa en prosa poética: «¡Qué sonreír el de la chiquilla!... Con su llorosa alegría me ofreció dos escogidas naranjas. Las tomé agradecido, y le di una al borriquillo débil, como dulce consuelo, otra a Platero, como premio áureo».

No es añoranza de otros tiempos pasados, mejores, infantiles. La sencillez es puerta hacia la comprensión de un futuro que comienza en cada instante. Ese futuro al que el sencillo va con los brazos abiertos. A veces pienso que el sencillo esconde un tesoro: la eternidad del Amor de Dios.


Ernesto Juliá (ernesto.julia@gmail.com) | Publicado anteriormente en Religión Confidencial.


Inmaculada Concepción: luz para el mundo

La fiesta de la Inmaculada Concepción nos invita cada 8 de diciembre a contemplar a María en la plenitud de la gracia. Es una solemnidad que hunde sus raíces en la tradición de la Iglesia y que, a la vez, mira hacia adelante: hacia la redención que Cristo trae al mundo y hacia la misión que cada creyente está llamado a vivir.

En este misterio, la Iglesia reconoce que Dios preparó a María de Nazaret desde el primer instante de su existencia para ser la Madre del Salvador. Una verdad que ilumina la Anunciación, nos introduce en la espera del Tiempo de Adviento y renueva la vida espiritual de los cristianos. También es un día de especial relevancia para instituciones como la Fundación CARF, que busca difundir una formación sólida en la fe y promover vocaciones al servicio de la Iglesia universal.

Cuadro de Murillo de la Inmaculada Concepción

Un dogma que revela la lógica del amor de Dios

La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854 no fue una novedad improvisada. Fue el reconocimiento solemne de algo que la piedad cristiana, la liturgia y los Padres de la Iglesia habían afirmado durante siglos: que María fue preservada del pecado original desde su concepción, por los méritos anticipados de Jesucristo.

Esta verdad expresa una lógica profunda del amor divino: Dios actúa antes, prepara, cuida, adelanta la gracia. El misterio de la Inmaculada Concepción muestra que la historia de la salvación no es improvisada, sino que responde a un plan donde la libertad humana y la iniciativa de Dios se encuentran.

La solemnidad del 8 de diciembre nos ayuda a comprender mejor la misión única de María. Al estar llena de gracia desde el inicio, su libertad estuvo plenamente orientada hacia Dios. Esto no significa ausencia de lucha o automatismo, sino la plenitud de una vida abierta por entero a la voluntad divina. Ella se convierte así en modelo de lo que Dios sueña para cada persona: una existencia marcada por la gracia y la disponibilidad.

El Arcángel san Gabriel, arrodillado con humildad ante la Virgen María en un pórtico, le anuncia que será la Madre de Dios.
"La Anunciación" (c. 1426) de Fra Angelico. San Gabriel es representado como el sublime mensajero de la Encarnación del Verbo.

La Anunciación: el momento donde la Inmaculada revela su misión

Al contemplar la Inmaculada Concepción, la mirada se dirige de forma natural hacia la Anunciación. Allí, el ángel Gabriel saluda a María con palabras que confirman el misterio: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Su plenitud de gracia no es un adorno espiritual, sino la condición para la misión que Dios le confía.

La respuesta de María –un sí “sin rodeos”, total– es posible porque su corazón no está dividido. Su libertad íntegra es fruto de esa preparación divina que celebramos el 8 de diciembre. De este modo, la Inmaculada Concepción ilumina todo el plan de Dios: en María comienza la nueva creación que Cristo consumará.

Esta perspectiva es especialmente valiosa en el Tiempo de Adviento. Mientras la Iglesia espera la venida del Señor, mira a María como anticipo y modelo. En ella ya brilla la redención futura; en ella ya se ve lo que Dios puede hacer cuando encuentra un corazón abierto

Un mensaje para la vida cristiana de hoy

Celebrar la Inmaculada Concepción no es solo recordar un dogma. Es asumir un mensaje para la vida diaria. María nos muestra que la gracia no es abstracta: transforma, sostiene, orienta. Su vida es una invitación a confiar en la acción de Dios incluso cuando no comprendemos todos los detalles del camino.

En un tiempo marcado por la prisa, la superficialidad y la búsqueda de seguridades inmediatas, la figura de la Inmaculada invita a volver al centro: a la docilidad, la escucha y la apertura a la gracia. El creyente descubre que la verdadera libertad nace cuando Dios ocupa el primer lugar.

Inspiración para la misión de la Iglesia

La Inmaculada Concepción también inspira la misión evangelizadora de la Iglesia. María, llena de gracia, es fuente de esperanza y modelo de entrega. Por eso instituciones al servicio de la formación y de las vocaciones sacerdotales —como la Fundación CARF— encuentran en esta fiesta una referencia luminosa. La Iglesia necesita hombres y mujeres que, como María, vivan en actitud de disponibilidad, guiados por la gracia y al servicio de la misión.

La belleza de este misterio anima a seguir construyendo una Iglesia más santa, más cercana y más capaz de llevar la luz de Cristo al mundo.


«En Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora»

Josemaría Escrivá de Balaguer estuvo en Loreto por primera vez los días 3 y 4 de enero de 1948. Pero el motivo por el que el fundador del Opus Dei se consideraba especialmente en deuda con la Virgen de Loreto responde a una gravísima necesidad que surgió años después y que estaba ligada a la estructura jurídica de la Obra, por lo que acudió a pedir la protección de la Virgen María.

Relato de las visitas del fundador del Opus Dei a Loreto

«En la tarde del 3 de enero llegaron a Loreto san Josemaría, don Álvaro del Portillo, Salvador Moret Bondía e Ignacio Sallent Casas. Hicieron la oración en el recinto de la Casa de Nazaret, dentro del Santuario. Al salir del templo, el Padre preguntó a don Álvaro:

—¿Qué has dicho a la Virgen?

—«¿Quiere que se lo diga? Y, ante un gesto del Padre, contestó: —«Pues he repetido lo de siempre, pero como si fuera la primera vez. Le he dicho: te pido lo que te pida el Padre.

Me parece muy bien lo que has dicho –le comentó más tarde san Josemaría–. Repítelo muchas veces».

La fiesta de Nuestra Señora de Loreto se celebra el 10 de diciembre. Foto: Vatican News.

Los años 50 fueron de mucho sufrimiento para san Josemaría, por incomprensiones y conflictos. En medio de estas dificultades, decidió ir a Loreto para ponerse al amparo del manto y caricias de la Virgen.

Consagración al Corazón Dulcísimo de María: 15 de agosto de 1951

«El día 14 de agosto de 1951 decide salir por carretera hacia Loreto –narra la escritora Ana Sastre– para estar allí el día 15, y consagrar el Opus Dei a la Santísima Virgen. El calor es sofocante y la sed se dejará sentir durante todo el trayecto. No había autopista. La carretera corre entre valles, se empina para escalar los Apeninos y desciende, en la última parte, hasta llegar al Adriático.

Según una tradición multisecular, desde 1294 la Santa Casa de Nazaret está en la colina de Loreto, bajo el crucero de la basílica edificada con posterioridad. Es rectangular, con muros de unos cuatro metros y medio de altura. Una pared es de factura moderna, pero las otras, desprovistas de cimientos, ennegrecidas por el humo de los cirios, son según la tradición las de la Casa de Nazareth. 

Su estructura y la formación geológica de los materiales no tienen parecido alguno con los caracteres de la antigua arquitectura de la zona: es perfectamente análoga a las construcciones que se realizaban en Palestina hace veinte siglos: sillares de piedra arenosa, que utilizaban la cal como elemento de unión.

El santuario se apoya sobre una loma cubierta de laureles, de ahí el nombre. Aparcan en la plaza Central y el Padre sale rápidamente del coche. Durante quince o veinte minutos, le pierden entre la gente que llena la basílica. Al fin sale, después de saludar a la Virgen, sonriente y animoso. Son las siete y media y hay que volver a Ancona para pasar la noche».

«A la mañana siguiente, antes de que el sol se deje caer con aplomo, vuelven a la carretera. A pesar de lo temprana que es la hora, el santuario está repleto. El Padre se reviste en la sacristía y avanza hacia el altar de la Casa de Nazaret para celebrar la Misa. El pequeño recinto está atestado y el calor es sofocante».

La Santa Misa y la consagración del Opus Dei

«Bajo las lámparas votivas, quiere oficiar la Liturgia con toda devoción. Pero no ha contado con el fervor de la muchedumbre en este día de fiesta: "Mientras besaba yo el altar cuando lo prescriben las rúbricas de la Misa, tres o cuatro campesinas lo besaban a la vez. Estuve distraído, pero me emocionaba.

Atraía también mi atención el pensamiento de que en aquella Santa Casa –que la tradición asegura que es el lugar donde vivieron Jesús, María y José–, encima de la mesa del altar, han puesto estas palabras: Hic Verbum caro factum est. Aquí, en una casa construida por la mano de los hombres, en un pedazo de la tierra en que vivimos, habitó Dios" (Es Cristo que pasa, 12).

«Durante la Misa, sin fórmula alguna pero con palabras llenas de fe, el Padre hace la consagración del Opus Dei a la Señora. Y, después, hablando en voz baja a los que están a su lado, vuelve a repetirla en nombre de todo el Opus Dei: 

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El fundador del Opus Dei con Mons. Alvaro del Portillo delante de la Santa Casa.

Una invocación a la Virgen

"Te consagramos nuestro ser y nuestra vida; todo lo nuestro: lo que amamos y somos. Para ti nuestros cuerpos, nuestros corazones y nuestras almas; tuyos somos. Y para que esta consagración sea verdaderamente eficaz y duradera, renovamos hoy a tus pies, Señora, la entrega que hicimos a Dios en el Opus Dei. Infunde en nosotros amor grande a la Iglesia y al Papa, y haznos vivir plenamente sumisos a todas sus enseñanzas" (RHF 20755, p. 450).

El Padre ha salido de Roma visiblemente cansado. Pero, al volver, parece renovado. Como si todo obstáculo acabara de pulverizarse en el camino de Dios. Hace unas semanas que ha propuesto a sus hijos e hijas una invocación dirigida a la Madre de Jesús para que la repitan continuamente Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum!, Corazón dulcísimo de María, ¡prepáranos un camino seguro!»

«Las rutas del Opus Dei siempre estarán precedidas por la sonrisa y el amor de la Virgen. Una vez más, el Fundador se ha movido en las coordenadas de la fe. Pone los medios humanos, pero confía en la intervención decisiva de lo alto. "Dios es el de siempre. –Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa EscrituraEcce non est abbreviata manus Domini –¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido! (Camino, 586)”.

Fue a la Santa Casa otras seis veces: el 7 de noviembre de 1953, el 12 de mayo de 1955, el 8 de mayo de 1960, el 22 abril de 1969, el 8 de mayo de1969 y la última el 22 de abril de 1971. El 9 de diciembre de 1973, víspera de la fiesta de la Virgen de Loreto, dijo "Todas las imágenes, todos los nombres, todas las advocaciones que el pueblo cristiano da a Santa María, a mí me parecen maravillosas. Pero en Loreto soy especialmente deudor de Nuestra Señora"».

La Leyenda de la Santa Casa de Loreto

La historia de esta advocación mariana se mueve entorno a la casa donde nació la Virgen María y vivió con Jesús y san José en Nazaret, Palestina.

El milagro: según la tradición, cuando los Cruzados perdieron el control de Tierra Santa en 1291, la casa corría peligro de ser destruida. Para salvarla, una comitiva de ángeles la levantó por los aires y la transportó cruzando el Mediterráneo.

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Basílica de la Santa Casa.

La historia del viaje cuenta que la casa voló primero a Croacia (Trsat), luego cruzó el mar Adriático hacia Italia (Ancona) y finalmente se posó, el 10 de diciembre de 1294, en un bosque de laureles (lauretum en latín, de donde viene el nombre Loreto).

Desde el punto de vista de las distintas investigaciones modernas algunos sugieren que la familia noble bizantina Angeli (apellido que significa ángeles) financió y organizó el traslado de las piedras de la Santa Casa en un barco para salvarlas, lo que dio origen a la hermosa leyenda del vuelo angelical.

¿Por qué Loreto es una Virgen Negra?

Cuando visitas el santuario de Loreto o contemplas las imágenes de muchas advocaciones marianas, Torreciudad, Montserrat..., notas que tanto la Virgen como el Niño son de piel oscura. La causa más habitual de ese tono marrón muy oscuro es que la madera tomaba ese color con el paso de los años, sobre todo, debido al humo de las velas y de las lámparas de aceite dentro de la pequeña Santa Casa.

En el caso de Loreto, la restauración, tras un incendio en 1921, se talló una nueva imagen utilizando cedro del Líbano (una madera oscura) y se decidió mantener el color negro tradicional que la había hecho tan reconocible para los peregrinos durante siglos.

Loreto, patrona de la Aviación

Debido al traslado milagroso de la Santa Casa, desde Palestina hasta Italia, el Papa Benedicto XV la proclamó patrona principal de la aviación universal en 1920. Además, en España es la patrona del Ejército del Aire, del Sepla y del Espacio. Cada 10 de diciembre es un día grande en todas las bases aéreas españolas.

La Virgen de Loreto protege a los pilotos y militares, pero también a los viajeros aéreos y a todo el personal de vuelo.

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4. Himno: la Salve Aviadora

En España, la devoción está muy ligada a este himno emocionante que se canta en los actos castrenses y religiosos:

«Salve, Madre, Salve, Reina del Cielo, de la hermosura una estrella, de la pureza el fulgor; fuente del más puro amor, nuestra esperanza está en ella, Salve, Madre, Salve, Reina del Cielo.

Si nuestras alas se quiebran, al final de nuestro vuelo, antes de llegar al suelo, tus brazos con amor se abran, Salve, Madre, Salve, Reina del Cielo».

Celebraciones en España

Además de las tradicionales celebraciones militares, también hay fiestas religiosas y civiles muy populares: el mismo 10 de diciembre, que es la la festividad litúrgica oficial. Se celebra en muchas parroquias dedicadas a Nuestra Señora de Lore (como la de Barajas en Madrid o en colinas cercanas a aeropuertos).

Como fiestas populares destacadas en Jávea y Santa Pola, localidades alicantinas, las fiestas en honor a la Mare de Déu de Loreto son muy importantes. Curiosamente, en Jávea se celebran a finales de agosto y a principios de septiembre, con los tradicionales Bous a la Mar.



San Francisco Javier, vida y misión del gigante de las misiones

San Francisco Javier es una de las figuras más destacadas de la Historia de la Evangelización cristiana, y cada año su fiesta recuerda a la Iglesia católica que la misión requiere una preparación previa, el envío y una visión verdaderamente universal.

Su vida, marcada por una entrega total, se conecta de forma natural con el trabajo que realizan instituciones dedicadas a la formación sacerdotal, como la Fundación CARF. Esta relación permite leer su vida no como un episodio histórico aislado, sino como una referencia viva para el servicio que la Iglesia presta en todo el mundo.

Castillo de Javier en Navarra, fortaleza medieval situada en el lugar de nacimiento de san Francisco Javier.
El Castillo de Javier, en Navarra, es el lugar de su nacimiento y uno de los más llamativos de su historia.

La vida de san Francisco Javier

Francisco de Jasso Azpilicueta nació en 1506 en el castillo de Javier, Navarra, en el seno de una familia noble. Desde joven destacó por sus capacidades intelectuales y deportivas, lo que le abrió las puertas de la Universidad de París, donde llegó a ser profesor. Allí vivió un periodo decisivo para su vocación: el encuentro con Íñigo de Loyola, su compañero de habitación y amigo: san Ignacio.

En un principio, Francisco no tenía intención alguna de orientar su vida hacia la vida religiosa o misionera. Su objetivo era progresar en el ámbito académico. Sin embargo, Ignacio supo interpelarlo con una frase que se convirtió en punto de inflexión: «¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?» Con el tiempo, ese mensaje transformó sus prioridades.

Este cambio interior lo llevó a unirse al núcleo fundacional de la Compañía de Jesús en 1534. Aquella decisión marcó el inicio de una vida orientada por completo al servicio de la Iglesia católica en todo el mundo.

En 1541, a petición del rey de Portugal, la Compañía de Jesús recibió el encargo de enviar a misioneros a los territorios asiáticos del reino. Aunque Ignacio había pensado inicialmente en otros compañeros, las circunstancias hicieron que fuera Francisco Javier quien tomara el rumbo a Oriente. Aceptó sin dudarlo.

Mapa de los siete viajes de san Francisco Javier entre 1541 y 1552, con rutas diferenciadas por colores que indican sus desplazamientos por África, India y el sudeste asiático.

Su llegada a Goa en 1542 inauguró una etapa misionera sin precedentes. San Francisco Javier recorrió India, Malaca, las islas Molucas y Japón, siempre con un estilo claro: cercanía con la gente, aprendizaje de lenguas, búsqueda de adaptación cultural y una actitud de escucha permanente. Su sueño era llegar a China, pero murió en 1552 en la isla de Shangchuan, a las puertas del continente.

Su método, basado en la presencia directa y la comprensión del contexto local, sentó las bases de lo que hoy la Iglesia reconoce como una evangelización respetuosa y profundamente humana.

Javier entendió que su vocación de misionero no era una idea abstracta, sino una tarea concreta que exige humildad, estudio y constancia. Su capacidad para moverse entre culturas diferentes, aprender idiomas y comprender sociedades y quererlas hizo que su fuego interior (ese amor por Jesucristo) le llevase a bautizar a más de treinta mil personas. Se cuenta que a veces se tenía que sostener un brazo con el otro porque le fallaban las fuerzas de tanto impartir el sacramento.

Su apostolado también llegaba a Europa por medio de cartas encendidas y entusiastas que provocaron que muchos otros jóvenes se animasen a convertirse en misioneros los siglos siguientes.

La misión de formar en la Iglesia

Uno de los elementos más relevantes de su labor fue la formación de catequistas, la creación de comunidades cristianas y la preparación de líderes locales que garantizaran la continuidad de la evangelización de la Iglesia católica. San Francisco Javier sabía que no bastaba con llegar a nuevos territorios: era imprescindible formar personas capaces de sostener la fe en cada comunidad.

Ese énfasis convierte su vida en referencia directa para quienes trabajan hoy en la formación integral de sacerdotes. La Fundación CARF desarrolla un trabajo que conecta también con la visión misionera de san Francisco Javier: formar seminaristas y sacerdotes diocesanos con una preparación intelectual, humana y espiritual suficiente para evangelizar en cualquier parte del mundo.

La Fundación apoya cada año a seminaristas y sacerdotes provenientes de más de 130 países, muchos de ellos de lugares donde la Iglesia está en crecimiento, donde existe escasez de recursos o donde los desafíos pastorales son grandes. Esa diversidad refleja la universalidad que san Francisco Javier encarnó durante su vida de gigante de las misiones.

San Francisco Javier es conocido como el hombre que transformó las misiones en una aventura global. Su impaciencia por salvar almas le llevó a no parar nunca, y siempre buscó ir más allá. Por todo ello la Iglesia católica lo nombró Patrono Universal de las Misiones (junto a la monja Santa Teresita del Niño Jesús, aunque por motivos deferentes a ella).

Los jóvenes que estudian con el apoyo de la Fundación CARF se forman para su diócesis de origen y para servir a la Iglesia universal. Aprenden a dialogar con culturas distintas, a comprender realidades sociales complejas y a sostener comunidades donde, muchas veces, el sacerdote es el único referente educativo o social.

Así como san Francisco Javier supo que la misión necesitaba personas preparadas, la Fundación CARF contribuye a que parroquias, diócesis y territorios de misión puedan contar con sacerdotes sólidamente formados. Todos estos alumnos regresan después a sus países, donde la figura del sacerdote es esencial para la educación, el acompañamiento espiritual, la estabilidad comunitaria y la transmisión de la fe.

Desde un punto de vista humano, poco explicable, lo que más impacta de la vida de San Francisco Javier fue la magnitud física de su trabajo. En el siglo XVI, sin los medios de transporte modernos, llegó a recorrer unos cien mil kilómetros (equivalente a dar la vuelta al mundo más de dos veces). Con motivo recibe el calificativo de gigante de las misiones.

Si algo caracterizó la vida de san Francisco Javier fue su visión global y su capacidad para abrir caminos. La misión de la Fundación CARF replica su aventura geográfica desde la esencia: generar condiciones para que la fe llegue donde más se necesita, de forma ordenada, profunda y con visión de futuro.