Francia celebra el Año Molière con motivo del cuarto centenario del nacimiento del gran comediógrafo, el 15 de enero de 1622.
Es un nombre básico en el teatro universal, un actor y autor al que la muerte sorprendió en plena representación de El enfermo imaginario. Molière está asociado para siempre a la vivacidad y la alegría de una compañía de comedias, errante por naturaleza hasta que un poderoso se digna patrocinarla o tomarla a su servicio, tal y como le sucedió a nuestro autor con Luis XIV.
Pero el paso del tiempo ha podido hacer de Molière más un estereotipo que un ser real, y a veces se le ha presentado como alguien opuesto a los poderes establecidos, en particular a la Iglesia, que supuestamente prohibía enterrar a los cómicos en terreno sagrado.
Ningún documento confirma esta afirmación y en el caso de Molière tampoco fue cierta. Pese a todo, el recurso fácil es considerar al autor de Tartufo como un anticlerical y un libertino. En realidad, Molière se limitó a criticar en esta obra la hipocresía de las falsas devociones.
Sin embargo, pretender distinguir las verdaderas de las falsas devociones siempre conlleva riesgos: muchos incrédulos no suelen estar interesados en hacer semejante distinción, pues les obliga a matizar sus juicios, y algunos creyentes son demasiado suspicaces y piensan obstinadamente que su manera de entender la fe es la única aceptable. En realidad, ninguna de las dos posturas tiene el sentido del humor encarnado por la vida y la obra de Molière.
Molière (1622 - 1673) Comediógrafo nacido en Francia
Los marqueses, los médicos, los maridos burlados, las «preciosas» pedantes… habían sido protagonistas de las sátiras de Moliére, pero aceptaron de mejor grado estas críticas que los hipócritas religiosos que lucharon para prohibir Tartufo.
No querían admitir, según asegura el autor, que las comedias tienen por propósito corregir los vicios de la sociedad, y que amar o no la escena es cuestión de gustos. Molière escribe en su prólogo a Tartufo que había padres de la Iglesia a los que les gustaba el teatro, y a otros no.
Presentar a un personaje casi siempre arrodillado en el templo, entre suspiros y miradas al cielo y al suelo no significaba atacar a la religión. Resaltar la escrupulosidad de alguien que se sentía molesto por haber matado una pulga distrayéndose en la oración no era criticar a los que rezaban.
Tampoco era signo de ateísmo denunciar la actitud de quienes habían mejorado su fortuna al tiempo que ejercían la adulación y llenaban sus labios de expresiones sobre la humildad, la gracia y las bondades del cielo.
Además, Molière en Tartufo arremete contra la falsa humildad, pues conviene desconfiar de quien se considera a sí mismo como alguien que no vale nada y que por dentro es todo pecado e iniquidad. Pero al final de la comedia, Tartufo, el hipócrita, será desenmascarado porque Orgón, su protector, le escucha decir lo que realmente piensa.
A Tartufo solo le preocupa en realidad el escándalo externo: «Es el escándalo de este mundo lo que hace la ofensa, y no es cuestión de pecar, sino de pecar en silencio». Es un ejemplo de cómo la apariencia de virtud puede llevar a los mayores vicios.
No es exagerado afirmar que la falsa virtud suele estar relacionada con una progresiva pérdida del sentido del pecado. La falsa virtud es hija de la tibieza.
Donde no hay una sólida virtud cristiana, el eje de la vida espiritual no es el amor a Cristo, ni el amor de Cristo, sino el individuo que se busca a sí mismo al querer ganar su salvación con un repertorio de devociones.
Con la colaboración de:
Antonio R. Rubio Plo
Licenciado en Historia y en Derecho
Escritor y analista internacional
@blogculturayfe / @arubioplo