A sus 36 años el Padre Javier Quicaña es párroco en Orurillo, una pequeña localidad donde la temperatura media anual está situada en los 7º centígrados. Además es el delegado vocacional de la prelatura y forma parte del equipo responsable de la pastoral juvenil.
Este joven religioso estudió en el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa entre 2015 y 2019, año en el que fue ordenado diácono en Pamplona antes de volver al Perú, donde meses después ya era sacerdote.
Son muchos los retos que tiene por delante don Javier en su prelatura, pero también es mucho el bien que hace la Iglesia en una tierra pobre pero religiosa. En esta entrevista con CARF habla de su etapa de formación en España y de la importante labor pastoral y social que ejerce como sacerdote en los Andes peruanos.
La Prelatura de Ayaviri está dentro del departamento de Puno en el Sur del Perú. Es una zona de sierra con mucho frío, heladas, lluvias con vientos intensos, nevada y granizo. La gente es sencilla y la mayoría es de escasos recursos económicos. Son personas reservadas pero muy acogedoras.
Aquí se vive una realidad social desigual, moralmente estamos yendo a pique, pues hay un bombardeo de ideologías extranjeras sobre todo entre la juventud. Esta es una sociedad golpeada por la delincuencia, la corrupción, el feminicidio, el sexo por puro placer, el maltrato de los niños y jóvenes, etc.
Gracias a Dios la gente tiene fe, sobre todo por la religiosidad popular. La realidad de la Iglesia en esta zona es difícil sobre todo por la dificultad de entrar en la cultura y la lejanía de las parroquias. Es una prelatura Joven y aún tenemos mucho por hacer. Faltan vocaciones propias del lugar y más compromiso por parte de todos los sacerdotes.
En esta zona hay muchas sectas protestantes que aprovechan el sentimentalismo de la gente para llevárselos. Además, hay falsos sacerdotes que confunden a la gente jugando con la buena fe de las personas.
Mi vocación surgió en el grupo juvenil de mi parroquia y por la amistad con algunos seminaristas que venían a mi parroquia. El momento más intenso se produjo cuando di el paso de entrar al seminario: la nueva forma de vida, la Misa y, sobre todo, la exposición del Santísimo Sacramento.
En una palabra, inolvidable. Mi experiencia fue muy buena porque me sentía en casa a pesar de la distancia de mi país. Destacaría todo: los estudios, la vida del colegio Bidasoa, las amistades… Además, la vida y muerte de don Juan Antonio Gil Tamayo marcó mucho mi vida.
España posee una cultura riquísima, con sus templos y sus museos… Además, su gente es acogedora y amable. La comida es también muy buena, sobre todo la paella valenciana (risas).
En estos tiempos necesitamos estar más preparados que nunca. Agradezco toda la formación que he recibido, sobre todo la doctrinal, pues los casos de moral de la persona me ayudan mucho para poder confesar. También la liturgia es muy importante, al igual que todas las materias, pero, sobre todo en mi caso, me ha venido muy bien la parte relacionada con la moral.
Ahora soy párroco en la parroquia Santa Cruz de Orurillo, Melgar, Puno. Además, soy responsable de la pastoral vocacional de la Prelatura de Ayaviri y parte del equipo de la pastoral juvenil.
Como parroquia tenemos el proyecto de comedor parroquial que tengo que dirigir y buscar apoyo económico. En el ámbito más personal en este momento estoy muy ocupado con las labores de la parroquia sobre todo apuntando a la pastoral sacramental.
Para un futuro mis sueños pasan por poder estudiar una licenciatura y un doctorado para poder ser profesor en el seminario o en la universidad.
El mejor momento se dio en mi primera parroquia a pesar de la pandemia. Mi obispo me ayudó y pudimos trabajar sin parar de manera virtual.
Es un gran reto porque la sociedad está, como dice usted, muy secularizada. Veo que una ventaja de ser sacerdote joven es que puedes interactuar con los más jóvenes y así poco a poco se extiende a sus padres y amigos.