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Es una gran ayuda para nosotros contar con personas que apuestan por tu vocación y que te ayudan a superar las dificultades

Nombre: Alder Harol Álvarez Maltez.
Edad: 26 años.
Situación: Seminarista.
Origen: Granada, Nicaragua.
Estudia: Teología en la Universidad de Navarra, en Pamplona.

«En mi familia somos cuatro personas: papá, mamá, mi hermana menor y yo. Mis padres son personas con profundos valores cristianos y siempre nos han inculcado el amor a Cristo, a la Virgen y a la Iglesia. Gracias a Dios y al arduo trabajo de mis padres, hemos podido vivir con lo necesario. Nos hemos mantenido muy cercanos al resto de la familia (abuelos, tíos y primos).

Gracias a una beca pude estudiar en la Universidad Católica Redemptoris Mater (UNICA), la licenciatura en Relaciones Internacionales y Comercio Internacional y me gradué en 2019. Un periódico local me entrevistó por mis buenos resultados académicos.

Creo que la vocación al ministerio sacerdotal siempre ha sido como una pequeña semilla que poco a poco fue creciendo. Siendo niño asistía todos los domingos a misa y los jueves acompañaba a mi abuela paterna —que era ministra extraordinaria de la Comunión — a la Hora Santa con el Santísimo.

Después empecé a ser monaguillo, y lo dejé al cumplir los 17 años. A los 12 años hice mi retiro de evangelización (según el método del Sistema Integral de Nueva Evangelización del CELAM) y a los 13 años me integré en pastoral juvenil, donde pude madurar la vocación.

Me comprometí mucho con la misión de la pastoral juvenil en mi parroquia, diócesis y en mi país sin dejar un lado mis estudios. En esta pastoral pude discernir bien y llegué a comprender que Dios me llamaba a algo más.

El punto de inflexión, en el que considero que Dios me confirmó el llamado, fue en 2019 durante el XI Foro Internacional de la Juventud—organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida­—.

Los participantes en este encuentro tuvimos la oportunidad de escuchar al Santo Padre, y en sus palabras el Papa nos pedía ser valientes, y sin temor entregarnos al servicio del Señor. Esas palabras fueron el impulso último que me motivaron a dar el paso definitivo para entrar al seminario.

Como ese año me graduaba en la universidad, decidí que renunciaría a mi trabajo (desde hacía más de un año trabajaba en una compañía de seguros), y dejaría mis responsabilidades con la pastoral juvenil en la Conferencia Episcopal.

Hablé con mi obispo, que en ese entonces era el presidente del departamento de juventud de la CEN, y le presenté mi renuncia; le expliqué que renunciaba porque sentía el llamado a entrar en el seminario y lo aceptó de buen grado. Al año siguiente entré al seminario y mi obispo decidió enviarme a estudiar a Pamplona.

En Bidasoa se vive una experiencia maravillosa. Poder compartir con seminaristas de distintos países ha hecho que me llene de experiencias enriquecedoras para mi formación espiritual, intelectual y cultural.

La formación que se nos ofrece en el seminario es fenomenal; gracias a esta formación he podido comprender la gran importancia que tiene la dirección espiritual en la vida de un seminarista y de un sacerdote.

Es una gran ayuda para nosotros contar con personas que apuestan por tu vocación y que te ayudan a superar las dificultades que se puedan presentar en el camino. La dirección espiritual, la confesión y la misa bien vivida hacen de Bidasoa un sitio donde el encuentro con Jesucristo sea lo más importante.

Por supuesto que a todo esto se suma los otros medios de formación como las tertulias, los momentos de deporte, etc. En Bidasoa se cuida mucho la libertad de los seminaristas y esto ayuda a que la vocación se consolide.

En Nicaragua se necesitan sacerdotes que se comprometan firmemente con la misión evangelizadora de la Iglesia. Pastores que, con valentía y amor, defiendan a las ovejas de los lobos; pastores que proclamen el mensaje de Salvación de Cristo y que, apegados a la verdad, defiendan lo que es justo frente a las injusticias.

Siguiendo el ejemplo que nos han dado los obispos, toda la Iglesia nicaragüense debe ponerse al servicio de las necesidades del pueblo, sabiendo sufrir con las personas y acompañándoles en los momentos importantes y difíciles.

La pobreza, la desigualdad y la falta de libertades individuales y colectivas son algunos de los grandes desafíos sociales del país.

Quiero agradecer a los benefactores el gran apoyo que nos dan. Tengan la plena seguridad que están siempre en nuestras oraciones, y que todo lo que hacen será bien aprovechado en favor de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Bidasoa es como un pequeño tesoro donde podemos ser formados en la buena y sana doctrina de la Iglesia (con esto solo estoy repitiendo las palabras que me dijo mi obispo antes que partiera hacia acá. Durante estos dos años he podido confirmar estas palabras de mi obispo). ¡Gracias por su compromiso con esta causa!».

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