«Veía a mi párroco feliz, y el Señor conquistó mi corazón»

Proviene de una familia de cinco hermanos, cuatro chicos y una chica. De madre católica y padre protestante, un matrimonio que se dedica al comercio de la alimentación, se siente muy orgulloso de sus padres, tanto por los valores que les han transmitido como por lo duro que han trabajado para darles una educación integral a todos ellos. «Han sido un gran apoyo para todos. Nos transmitieron muy buenos valores que han cuajado en todos nosotros», afirma. Su madre está muy contenta con su vocación al sacerdocio y su padre le respeta y apoya que quiera ser sacerdote. «Mis hermanos mayores no son muy de iglesia y mi mamá les motiva para que se acerquen a la fe. Dios tiene su tiempo para cada uno».

Servir a la sociedad como sacerdote

A Dani siempre le ha gustado estudiar y formarse para servir a la sociedad. Estudió Ciencias de la Educación y trabajó como maestro en un colegio cristiano-protestante. Desde la universidad, el Señor iba preparando su camino.

Durante los años universitarios fue creciendo su vocación para ser sacerdote. «Todo empezó cuando mi párroco me propuso entrar al seminario, algo que no había pensado, pero fue una luz y una puerta que se abrió en mi vida». Después de esta invitación, sucedieron diversos acontecimientos en su vida que suscitaron en él una determinación por hacer la voluntad de Dios.

En una Misa de sanación

Un día, estando en la basílica de su diócesis, en una misa de sanación por los enfermos a la que acudió el obispo, el prelado dijo sorprendentemente: «Hay un joven que está interesado en entrar al seminario para ser sacerdote y se encuentra ahora en pleno discernimiento». Fue entonces cuando Dani entendió que era Cristo el que le llamaba. «Era a mí quien me decía eso», afirma.

Desde ese momento, comenzó a reflexionar sobre su vocación y qué es un sacerdote. Aquello fue muy significativo en su vida. El amor que tenía a la Iglesia fue creciendo y el testimonio de su párroco, muy entregado a la gente, a la Iglesia y a una vida de servicio fue determinante.

Veía a mi párroco feliz

«Yo veía en mi párroco una vida muy feliz, entregado al Señor y a los demás como sacerdote. Esto fue conquistando mi corazón para entregarme completamente a la Iglesia y al sacerdocio». Otro suceso que ocurrió en su vida y que le marcó con fuerza: rezando delante del Santísimo en una iglesia, escuchó a una persona detrás de él orando. «Cuando salimos a la calle, se dirigió a mí pensando que yo era el sacerdote de la parroquia. Sus palabras me tocaron fuerte, era para mí como otra señal del Señor que me llamaba al sacerdocio. La vocación es un misterio, pero Dios te llama en acontecimientos cotidianos».

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Dani Alexander Guerrero con un grupo de jóvenes.
En el seminario a los 22 años

Después de estos acontecimientos, entró en el seminario a los 22 años en su diócesis de Nuestra Señora de la Altagracia. A los 25 años, su obispo le envío a estudiar a España para prepararse para ser sacerdote, y lleva un año residiendo en el Seminario Internacional Bidasoa y estudia Teología en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra.

Cuando comentó a sus amigos que dejaba todo para ser sacerdote, intentaron disuadirle: «Mis amigos trataron de convencerme para que no entrara al seminario, me dieron miles razones, que ya no tendría una mujer (había tenido una novia con 17 años), ni familia, ni hijos, que iba a dejar mi profesión para la que me había preparado. Pero mi llamada era más fuerte y ninguna de estas cosas me pararon. Ahora han entendido que estoy feliz con mi decisión y me apoyan».  

Para Dani, una de las características de un sacerdote del siglo XXI es que sea cercano a la gente y cercano a los jóvenes. «Debe implicarse en las acciones y hobbies de los jóvenes y aprovechar ese espacio para evangelizar. Y que ame mucho a su Iglesia. Que en sus predicaciones hable de la palabra de Dios y que dé testimonio de que es cristiano y un sacerdote santo. A través de nuestro testimonio podemos animar a las personas a encontrar a Dios. Por lo tanto, transmitir la fe con el testimonio y preocuparse por la gente creo que es lo más importante del sacerdote en el momento actual».

Cómo animar a los jóvenes

Este joven seminarista de la República Dominicana considera que los jóvenes hoy en día están «muy distraídos con las cosas del mundo, con las redes, la tecnología, la moda. Todo esto ha traído mucha confusión a los jóvenes de nuestra sociedad que siguen ideologías erróneas. Los jóvenes católicos tenemos que dar testimonio de nuestra fe, transmitir que se puede ser joven y cristiano. Que vean en nosotros una luz. La verdadera felicidad está en seguir a Cristo», señala.

La religión mayoritaria de la República Dominicana es la católica, aunque también hay muchos protestantes. Por eso, está convencido que, para evangelizar, lo principal es la formación doctrinal de los catequistas. «Mientras más preparados estemos, mejor podremos dar a conocer a Cristo a los demás. Muchos católicos se van a la iglesia protestante por la falta de formación. Un católico ignorante es un futuro protestante».

«Los católicos tenemos que dar testimonio de nuestra fe, transmitir que se puede ser joven y cristiano. Que vean en nosotros una luz. La verdadera felicidad está en seguir a Cristo».

Dani Alexander Guerrero

Por esta razón, agradece enormemente a las personas que hacen posible que tantos seminaristas de tantas partes del mundo tengan la oportunidad de estudiar para ser sacerdote en Bidasoa y en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra o en la Universidad de la Santa Cruz en Roma. «Gracias a los benefactores de la Fundación CARF nos estamos formando con mucho entusiasmo para regresar a nuestras diócesis con ilusión para poder evangelizar. Que Dios os lo pague».


Marta Santín, periodista especializada en información religiosa.

«Con cinco años, sentí que Dios me miraba»

Desde joven, David, de la diócesis de Escuintla (Guatemala), sintió una llamada especial del Señor, sin saber qué era realmente. Su vocación comenzó a fraguarse en su familia. Con un tío sacerdote en el que se fijaba mucho, su abuela le enseñó a rezar el rosario. Aprendió a tener mis ratos de conversación con Dios. «Ella siempre dijo que yo sería sacerdote. Los abuelos son un libro grande en donde se puede aprender muchas cosas y son la base fundamental de una familia: sin ellos, las costumbres y tradiciones desaparecerían». 

Con apenas cinco años, un día, sentado en la parroquia de su tío, se quedó observando el crucifijo del altar. «Sentí como el Señor me miraba; así que comencé a charlar con Él, y ¿sabes que fue lo mejor? que Él me respondía. Puede sonar como algo que me imaginé, pero para mí es algo real. Lo único que me decía era: “Me duele, me duele” y yo le preguntaba qué era lo que le dolía y Él solo me respondía: “Sígueme y lo veras”». 

El pequeño de cinco hermanos 

David es el más pequeño de cinco hermanos, una familia numerosa, algo que hoy en día se ve como una locura. «Mis padres siempre han trabajado mucho para darnos una formación. Vivíamos al día, pero gracias a Dios nunca nos faltó de nada. Mi padre es militar y mi madre siempre buscó la manera de traer dinero a casa, ya fuera vendiendo helados hasta tener un salón de belleza, con el cual nos pagó a todos los estudios. Mi madre siempre ha trabajado y aún lo hace. Es una mujer excepcional. Es mi modelo de vida». 

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«Mi madre se convirtió al catolicismo»

Antes de casarse su madre era mormona. Se convirtió al poco de conocer a su padre, practicando la fe de forma muy piadosa. Enseñó a David a amar a Dios sobre todas las cosas y a tener una gran devoción a la Virgen María. «En su sencillez y humildad, yo quise seguir al Señor». Además de la influencia en la vocación de su hijo, su madre le ayudó a comprender y aceptar cuando una de sus hermanas se hizo adventista.

La familia de David también ha pasado por momentos de Cruz que han sabido acoger con mucha fe. La segunda de los hermanos falleció con apenas tres meses de vida a causa de una enfermedad que en aquel momento no tenía curación. Cada año, cuando se llega su cumpleaños, la recuerdan con especial cariño y emoción. «Mi madre sigue entristeciéndose, pero cree firmemente que es nuestro ángel guardián y que nos cuida y nos reserva un lugar en el Cielo». 

El itinerario de su vocación 

David entró el propedéutico (curso de discernimiento del seminario) en Guatemala cuando tenía 17 años. Luego, por cuestiones personales, decidió dejar el seminario y comenzó a estudiar en la universidad la carrera de Ciencias Jurídicas y Sociales, acompañado espiritualmente por un sacerdote.  

«Cuando el Señor me volvió a llamar con más fuerza, lo dejé todo y comencé a estudiar Filosofía en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma. Después, regresé a Guatemala y estuve trabajando en el Tribunal Eclesiástico. Fue entonces cuando mi obispo decidió que debía continuar los estudios teológicos y llegué a España, a Pamplona, en 2021. El Señor es el que guía mi camino y Él decide cómo se realiza y cómo finalizará. Estoy en sus manos». 

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El sacerdote del siglo XXI 

Ante un mundo secularizado y con escasez de vocaciones, David cree que el sacerdote tiene que ser una persona bien preparada, que conozca y sepa de Teología. Que sea un hombre de fe, de esperanza y de caridad. Que sea un sacerdote al ciento por uno, es decir, que siempre esté para los demás, que no esté ausente. Un sacerdote que no margine ni haga distinción. Que sepa ser un pastor con mayúsculas y que, como dice el papa Francisco, al final del día huela a oveja. Que sea Cristo para la gente. 


Marta Santín, periodista especializada en información religiosa.

Javier Pastor, el sacerdote más joven de España

Entró en el seminario con 17 años y acaba de recibir la ordenación sacerdotal el pasado 6 de mayo de 2023 en la catedral de la Almudena junto con otros doce compañeros. Pertenece al presbiterio de la diócesis de Madrid. 

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«Dios me ha llamado joven por algo para ser sacerdote»

Su juventud y porte interpela, arrastra. Aunque Dios es el que cambia los corazones, la presencia, la juventud y nuestra forma de presentarnos es también muy importante en el siglo de la imagen:

«La juventud es un gran activo hoy en día, ciertamente. A la gente le entran las cosas por los ojos… Pero todo eso tiene un techo que se toca pronto, sobre todo cuando intentas ayudar a alguien a crecer en la fe. No dudo de que Dios me ha llamado joven por algo y se está sirviendo de ello. Pero más que la imagen de un cura joven, lo que descubro es la consecuencia de ser joven: no tener un corazón trasnochado por los afanes del mundo, sino fresco y con ganas de querer a todos sin excepción», transmite a la Fundación CARF.

Sus años en Bidasoa

Javier es uno de los miles de sacerdotes que la Fundación CARF coopera en su formación integral. Nada más terminar el bachillerato biosanitario, comenzó sus estudios al sacerdocio en el Seminario Internacional Bidasoa y allí permaneció tres años.

«La experiencia fue de auténtica familia. El inicio es muy peculiar porque coincides con casi cien personas de más de veinte países distintos. Pero recuerdo que los latinoamericanos me acogieron, a pesar de mis diecisiete añitos, con mucha normalidad. Poco a poco vas descubriendo el tesoro que es cada persona y su cultura», relata.

De su paso por Bidasoa agradece dos situaciones que le ayudaron en su vocación: «Tuve un formador santo, Juan Antonio Gil Tamayo, fallecido por cáncer de pulmón, que fue un ejemplo sacerdotal inolvidable. La relación con los formadores era muy estimulante. Y la Universidad de Navarra, con todas sus limitaciones, es un auténtico lujo. Tuve profesores de Filosofía muy preparados y la teología se estudiaba con mucho entusiasmo y frescura. Conseguían introducirnos en los grandes santos como Santo Tomás o los Padres de la Iglesia. Los profesores estaban siempre disponibles para reflexionar en común, recomendar lecturas, incluso hacer planes de ocio en los que las conversaciones sobre Dios eran auténtica teología», describe.

Javier considera que todos los alumnos que pasan por Bidasoa salen del seminario enamorados del sacerdocio, Jesús y la Virgen.

En el seminario de Madrid

Tras estos tres años, continuó su formación presbiteral en el seminario Conciliar de Madrid, al que pertenece. Cuatro años, incluido el de diácono, «también apasionantes. Han sido los últimos antes de mi ordenación, por lo que en la formación uno ya no se anda con chiquitas y es más intensa».

La amistad con los otros seminaristas, especialmente los de su curso, es una de las mejores cosas de estos años en el seminario madrileño. «Ahí se forjan amistades que durante este tiempo que llevo fuera del seminario me han dado la vida. ¡Qué importantes es rodearse de buena gente que te quiera!», expresa.  

Aunque echó de menos un poco más de actividad cultural durante estos años, agradece, sin embargo, cómo en el seminario han logrado la inserción en lo que será el futuro de su vida, con las prácticas en las parroquias los fines de semana.

Una diócesis con mucha fuerza espiritual y su ordenación

«Pero debo confesar que cualquier preparación se queda corta ante el reto al que nos enfrentamos al salir. Una cosa muy positiva es que tenemos la suerte de vivir en una diócesis con mucha fuerza espiritual y es impresionante percibirlo en los encuentros de jóvenes, carismas diversos, parroquias muy vivas, etc.».

Y tras estos siete años, llegó el gran día: su ordenación presbiteral (aunque el diaconado fue también muy bonito. Javier nos cuenta su experiencia:

«De la ordenación sacerdotal recuerdo muy vivamente la alegría de la gente que ha estado siempre acompañándonos. Nos ayuda a recordar lo importante que es recibir de Dios el regalo de la ordenación y, personalmente, si esa era la alegría de mis seres queridos, me ayudaba a imaginar cómo sería la alegría de Jesús al vernos aceptar una vocación tan importante».

Este fue el pensamiento que rumiaba en toda su ordenación: «Cuánta ilusión me hacía agradar a Jesús con todo esto. Y le pedía a Él y a su Madre que fuera fiel para siempre; jamás fallar a este compromiso de amor que no había hecho más que empezar».

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Un momento impactante

Un momento impactante y muy bonito fue la consagración de la ordenación. «Estábamos los ordenandos, los amigos de mi curso, rodeando el altar y concelebrando con el cardenal. Ver sus caras y pensar que habíamos nacido para esto, fue de lo más bonito que he vivido. Crecieron mucho más mis deseos de llevar a Jesús a todo el mundo, de traerle a la tierra para dar luz y paz».

Y después su primera Misa, que es también un momento muy emocionante. «De la primera misa recuerdo mi voz entrecortándose en las palabras de la consagración. Cuesta mucho explicar qué pasa por la cabeza del sacerdote en ese momento. Prácticamente se dicen las palabras de forma inconsciente, porque más que comprenderlas, las contemplas. Más que pronunciarlas, las escuchas. Ojalá ninguna rutina pueda apagar esta llama de amor viva».

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Un cura joven en el barrio de Vallecas

Y ¿cómo es la vida de un cura joven en el madrileño barrio de Vallecas? Javier está destinado en la unidad pastoral de la parroquia de El Buen Pastor y Nuestra Señora del Consuelo.

«El único recurso infalible para llegar a la gente es pedir a Dios con nombres y apellidos por la gente de mi parroquia y quererlos mucho, mejor incluso de lo que ellos esperan ser queridos. Aquí el reto no es que ellos sepan cómo querer a Jesús, sino que los sacerdotes sepamos cómo los quiere a ellos Jesús. Así no imponemos nuestros criterios y el pueblo de Dios se acerca verdaderamente a su Señor».

«Pero más allá de esto –continúa Javier– puedo decir algo de mi experiencia: el deporte me ha ayudado a ganar a la gente para Dios; compartir con los jóvenes diversiones, aficiones o incluso aprenderlas con ellos, hablar de la verdad del Evangelio sin engaños, pero con mucha paciencia y prudencia; promover la confesión y explicar bien los signos y momentos de la misa, para que no se aburran, sino que se llenen de afecto porque la conocen mejor… Con las personas más mayores debo reconocer que mi edad me hace casi todo el trabajo. Soy una mezcla entre su padre y su nieto. Basta una sonrisa, escuchar lo que cuenten y rezar juntos algún rosario».

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El sacerdote del siglo XXI

Y en una España tan secularizada y con escasez de vocaciones ¿cómo debe ser un sacerdote del siglo XXI, ¿cómo llegar a la gente, sobre todo a los jóvenes? Javier no cree que ser sacerdote hoy sea más difícil que en otras épocas.

«Yo temo mucho más el éxito que el fracaso. La gran virtud del Verbo de Dios es la humildad. Y los tiempos que corren son un buen caldo de cultivo para la humildad de los sacerdotes. Así cogeremos con más pureza los desafíos, las parroquias que reanimar y los corazones que sanar», expone.

Este joven sacerdote ha visto de primera mano el poder de las ideologías en los jóvenes del siglo XXI. «Es muy frustrante ver gente viviendo en la mentira y sufriendo porque no puede abrir los ojos. Pero también esto nos ayuda a poner la esperanza sólo en Dios y su Iglesia preciosamente confiada, no en una iglesia llena de obras de arte, edificios que no puede llenar y dignidades que ya nadie reconoce».

Agradecimientos a la Fundación CARF

Por último, agradece la labor de la Fundación CARF y sus benefactores: «El trabajo de la Fundación CARF es lo más parecido a la Eucaristía que conozco: pocos ven lo que realmente ocurre, el milagro es impresionante, pero cuesta el derramamiento de pequeñas gotas de sangre y sudor de un buen puñado de personas con un amor impresionante por Jesús y su Iglesia. Sólo la fe puede originar algo así».

Por esta razón, para él, colaborar con la formación de los sacerdotes es, sin embargo, la mejor inversión que uno puede realizar: se gana el cielo para sí mismo (como dice Jesús en Mt 10,42) e invierte en la mejor forma de hacer un mundo mejor ahogando el mal en abundancia de bien.

«Los sacerdotes debemos ser muy letrados, porque no sólo es que la mentira campe a sus anchas, sino que pocos creen ya en la verdad. Ya no basta con comunicar la verdad con homilías del montón, sino que es muy urgente una formación para comunicar la verdad de un modo atractivo, bonito y cercano«, concluye el sacerdote más joven de España.


Marta Santín, periodista especializada en información religiosa.

Mauricio, de Brasil: de soñar con la NBA a cumplir la voluntad de Dios

Nos cuenta su testimonio Mauricio, seminarista de Brasil de 25 años. «Mi nombre es Mauricio Silva de Andrade, nací el 30 de marzo del año 1997. Soy el único hijo de Luiz Claudio Ferreira de Andrade y Flavia Souza da Silva, ya que mi madre perdió un bebé aún en gestación.

Nos trasladamos en 2001 a Campo Grande, capital del estado de Mato Grosso do Sul,  pues mi padre es militar. En esa ciudad crecí y viví hasta que me trasladé a Roma».

Buenos ejemplos 

«En casa siempre tuve buenos ejemplos. Mis padres fueron muy trabajadores y muy queridos por todos, grandes modelos para mi vida. Sin embargo, aunque la mayoría de mi familia es cristiana –me bautizaron a la edad de un año en la Iglesia Católica–, durante mi infancia no solíamos ir a la iglesia, sólo ocasionalmente, por invitación de amigos de mis padres, quienes además eran protestantes. Pocas veces rezábamos todos juntos en casa».

Prefería el fútbol al catecismo 

«Cuando tenía unos 9 años comencé a dar clases de catecismo, pero confieso que, como las charlas eran el sábado por la tarde, prefería estar con los amigos jugando al fútbol. Faltaba muchos días y apenas realizaba las actividades propuestas para hacer en casa. Tampoco tenía interés en asistir a Misa, todo me parecía muy aburrido. Por lo tanto, finalmente abandoné la catequesis y no recibí la primera Comunión.

En aquella época tenía ideas muy críticas sobre la Iglesia, porque en mi mente la fe era algo mitológico y sin conexión con la vida real, mera superstición, y miraba con cierto desprecio a las personas religiosas. Qué lejos estaba de ser un seminarista de Brasil». 

La pérdida de mi padre, el mundo desde otra prespectiva

«Poco a poco, a medida que fui madurando, todavía era muy joven y con una visión muy limitada del mundo, me propuse tener un concepto menos peyorativo de la religión. Lo que favoreció definitivamente un cambio en mi vida fue la muerte de mi padre en un accidente de coche. Yo apenas tenía 12 años. Él era un hombre bueno, cariñoso, todo el mundo le quería… Así que yo me planteé dónde se había ido tras su fallecimiento, y si todo lo que había hecho en su vida habría tenido sentido.

Y fue así cuando comencé a ver el mundo desde otra perspectiva y la religión dejó de ser algo negativo. Me propuse leer libros de doctrina católica para encontrar las respuestas a mis preguntas».

 
 
Mauricio Silva de Andrade, seminarista de Brasil

En esta imagen Mauricio, seminarista de Brasil, aparece con el grupo de oración de sus compañeros de Universidad, donde su camino hacia Dios giró de forma providencial.

 
 

Un encuentro con un diácono permanente

«Un día, cuando volvía a casa y pasaba por delante de una capilla, hice autostop y me encontré con un diácono permanente que vivía por mi barrio. Sorprendentemente me preguntó si había recibido catequesis y le respondí que sí, de pequeño, pero que abandoné por desinterés.

Tras mi respuesta, me invitó muy amablemente a participar en clases de religión con jóvenes de mi edad que se preparaban para la Confirmación. Acepté la invitación. Esta vez tuve una actitud muy diferente, me comprometí y, finalmente, recibí la Eucaristía y la Confirmación».

Admiración por la doctrina Católica 

«Aquella formación despertó en mí una gran admiración por la doctrina Católica, tanto que después de recibir los sacramentos, nunca dejé de asistir a la misa dominical. Además, no dejé mis grupos de oración con jóvenes, rezaba el rosario e intenté asistir a retiros. Todo lo relacionado con la Iglesia me generaba un gran interés. Hice nuevos amigos que me ayudaron mucho y aún me ayudan a crecer en la fe».

El deporte y el baloncesto: el sueño de mi vida

«Cuando terminé el colegio (estaba en un centro militar) me fui a la universidad, todavía sin tener claro lo que realmente quería, porque mi único proyecto personal era jugar al baloncesto: soñaba con llegar a la NBA.

Me matriculé en Derecho en la Universidad Católica Don Bosco. Sabía que allí tendría la posibilidad de jugar al baloncesto porque a veces entrenaba con el equipo universitario. De pequeño formaba parte del equipo del Colegio Don Bosco, ambas instituciones de los Salesianos. Ni se me pasaba por la cabeza ser un seminarista. Con el paso de los años, este sueño se enfrentó a la realidad: me di cuenta de que era algo inviable, al igual que convertirme en atleta profesional».

Descubrir a Dios en la Universidad 

«Fue en la universidad donde mi camino con Dios dio otra vuelta, ahora más radical. A pesar de los desafíos del ambiente universitario, muchas veces influenciado por el escepticismo y el indiferentismo religioso, y, en el escenario general brasileño de mucha promiscuidad, la Universidad Católica me permitió crecer mucho en la fe.

Nos daban a los estudiantes la oportunidad de participar en la Santa Misa dos veces por semana, y también podíamos asistir a la adoración delante del Santísimo Sacramento en las capillas de la Universidad, donde se juntaba un grupo de oración de jóvenes una vez a la semana. El hambre por la Eucaristía creció en mí, así como el deseo de confesarme más a menudo».

Madurar en la fe 

«Sin embargo, como he explicado antes, yo era un joven que no tenía un proyecto de vida definido. Dejé la facultad de Derecho y cambié de rumbo. Inicié un nuevo ciclo en administración en la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul. En este centro también me uní a un grupo de oración semanal con estudiantes. Allí hice excelentes amistades, que me acercaron más a Dios. Creamos un grupo de estudio católico en la biblioteca de la universidad, que dio buenos frutos.

Mi camino se iba vislumbrando. Mauricio, de soñar con la NBA, a cumplir la voluntad de Dios como un seminarista de Brasil».

Mauricio Silva de Andrade, seminarista de Brasil, con el grupo de oración de jóvenes.

Mauricio con un grupo de oración de jóvenes.

 
 

«Cuando tenía 12 años murió mi padre y comencé a preguntarme dónde debería estar. Gracias a un encuentro providencial, retomé las catequesis y, en mi adolescencia, recibí la Eucaristía y la Confirmación. Ahora soy seminarista». 

 
 

Nuestra Señora del Carmen: el día más importante

«El 16 de junio de 2019, día de la Virgen del Carmen, asistí por primera vez a una Misa en latín con mi grupo de amigos de la universidad. Mi intención era recibir la imposición del escapulario y conocer un poco más esta liturgia, que para mí era algo nuevo y que me despertaba la curiosidad.

Al terminar la Misa conocí a un seminarista diocesano, ahora sacerdote, quien me invitó a visitar el seminario. Finalmente acepté, un poco por curiosidad, pero también por esa inquietud que tenía dentro de mí sobre las cosas de Dios».

Testimonio de amor al sacerdocio 

«Posteriormente, me apunté a reuniones vocacionales y a familiarizarme con el ambiente del seminario. En mi parroquia tuve contacto con seminaristas salesianos, algunos de los cuales son mis amigos hasta el día hoy, aunque algunos hayan dejado el seminario.

Un factor que me llamó la atención fue el testimonio de los sacerdotes formadores del seminario, su amor al sacerdocio, su piedad y el celo en la celebración de la Eucaristía. La mente se abrió y comprendí el sacerdocio de una manera nueva, hasta tal punto que comencé a cuestionarme seriamente si Dios me llamaba por este camino, si mi vocación era el sacerdocio, aunque estaba muy indeciso y temeroso ante una misión tan grande y exigente».

Seminarista, una decisión meditada 

«Después de muchos encuentros vocacionales, visitas frecuentes al seminario, un año de dirección espiritual y bastantes preguntas –un proceso que duró cerca de un año y medio– tomé la decisión de ingresar en el seminario. No tenía la certeza de querer ser sacerdote, pero sí un profundo deseo de hacer la voluntad de Dios en mi vida, confiando en estar donde el Señor me quería, lo que me dio mucha serenidad.

Mi decisión fue meditada: dejé la escuela de administración en el segundo año y las prácticas remuneradas que tenía. Y esto pocos meses después de haber sido aprobado en cinco concursos públicos de prácticas y siendo ya pasante en el Tribunal de Justicia del Estado de Mato Grosso do Sul con otro año y medio de contrato. Así que, dejaba todo por cumplir la voluntad de Dios».

De soñar con la NBA a la Universidad de la Santa Cruz 

«Ingresé en el seminario propedéutico de la Archidiócesis de Campo Grande en el 2018, y, con el permiso de mi obispo, también inicié los estudios de Filosofía ese mismo año. Fue una época muy intensa y desafiante, estaba estudiando Filosofía y seguía con las actividades y estudios del seminario. A finales de 2020, habiendo terminado mi curso de filosofía, mi obispo me propuso continuar mis estudios y el proceso de formación en la Ciudad Eterna, lo cual fue una gran sorpresa, pero también un gran honor y alegría de ofrecerme esta oportunidad.

Hablé con mi madre, con mi director espiritual y con los formadores y le dije que sí al obispo. En octubre de 2021 y con algunas dificultades debido a la pandemia, finalmente tuve la gracia de residir en el Colegio Eclesiástico Internacional Sedes Sapientiae y el privilegio de comenzar mis estudios teológicos en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, donde ahora estoy cursando el segundo año de Bachiller en Teología.

Mauricio, seminarista gracias a los benefactores

«Como han podido observar, mi vida, así como todas las vidas, está hecha de encuentros providenciales. Y providencial es la ayuda de mis benefactores de la Fundación CARF, no solamente en un sentido económico –pues estoy aquí gracias a ustedes–, sino también por su oración y cercanía espiritual, algo fundamental para cualquier seminarista y sacerdote del mundo. ¡Muito Obrigado!» Mauricio, seminarista de Brasil.

 
 

Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable del alumnado en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.

 

Un encuentro inesperado en el Camino de Santiago

«Hacía mucho tiempo que deseaba hacer el Camino de Santiago junto con Cristina mi mujer, cuando otro matrimonio, experto él en excursiones, nos comentaron que a finales de mayo querían hacer el llamado Camino Inglés, que va desde el Ferrol a Santiago. Son algo más de cien kilómetros, y tenían ya planificada la ruta, los alojamientos y las ayudas con el equipaje, con una empresa que mediante taxi te recoge las maletas en tu hotel y te las deposita en el siguiente.

Por mi edad, ya recién jubilado, resultaba una opción muy interesante, pues evitaba llevar mucho peso en la mochila, lo cual es un alivio cuando caminas tantos kilómetros. Además, si en algún momento te flaquean las fuerzas, o tienes algún impedimento que no te deja caminar, te pueden venir a buscar y llevarte al siguiente punto de encuentro.

Con estas premisas, no dudamos en lanzarnos a la aventura, y contratamos nuestros billetes de avión para A Coruña y de vuelta de Santiago a Barcelona, donde residimos.

Las jornadas del Camino de Santiago, se concretaron en cinco tramos. El primero, de unos 19 kilómetros, desde El Ferrol hasta Pontedeume; y el siguiente, otros 20 kilómetros, hasta Betanzos. En ambos pueblos pudimos participar en la Misa, que suele celebrarse por la tarde.

En la tercera etapa ya se empiezan a complicar las cosas pues de Betanzos a Mesón do Vento fue un trayecto de más de 25 kilómetros con un gran desnivel. Al llegar al destino, no teníamos ninguna Iglesia en la que poder asistir a Misa, con lo que concertamos un taxi que nos llevara otra vez hasta Betanzos para participar en la que se celebra a las siete y media, y que luego nos devolviera de nuevo al Mesón do Vento. Ya algo más descansados, pudimos cenar bien y reponer fuerzas pues, al día siguiente, también teníamos un largo trecho que andar.

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Ya ansiando el penúltimo recorrido, salimos al día siguiente hasta Sigüeiro, otros 25 kilómetros con sus buenos desniveles de subidas y bajadas, pero algo más llevadero que el tramo anterior y con unos paisajes de bosques de eucaliptos y campos a punto de la siega.

La verdad es que llegamos a Sigüeiro reventados pero contentos. Cristina acabó con una llaga en el pie y decidimos que el último tramo hasta Santiago, de apenas 16 kilómetros, la llevaran en taxi hasta un kilómetro antes y allí se uniría con nosotros que hacíamos a pie el último recorrido. Concretamos vernos en la Iglesia de san Cayetano, que queda a esa distancia del centro y que se cruza con el itinerario del Camino de Santiago Inglés.

Un poco antes de las doce del mediodía coincidimos en la parroquia de san Cayetano. Se estaba ya cerrando y el párroco no tenía tiempo para podernos estampar el sello de la parroquia en nuestra ya bien nutrida Compostela, pero saludamos al Señor y le dimos gracias por todo el buen Camino que habíamos tenido. La verdad es que no nos llovió ni un día y el calor, aunque apretaba, no impidió que fuéramos completando felizmente las etapas.

Justo en la puerta de la parroquia, estaban apoyados en el muro de piedra, dos jóvenes keniatas según nos dijeron, a los que les pedimos que nos hicieran una foto a todo el grupo. Hablaban castellano y su amable disposición hizo que entabláramos una rápida conversación.

– Hola, buenos días. ¿A qué os dedicáis?

– Estamos ayudando al párroco, pues somos seminaristas.

– Mira, ¡qué bien! Pues nosotros colaboramos con una fundación que ayuda a los estudios de los seminaristas, que se llama Fundación CARF.

– ¡¡Qué me dices!! Pues nosotros estamos estudiando en Bidasoa. Así que, muchas gracias por vuestra ayuda y colaboración.

La alegría y la sorpresa fue mayúscula, y a partir de ese momento se genera una empatía enorme. Serapion (Serapion Modest Shukuru) y Faustin (Faustin Menas Nyamweru), ambos de Tanzania, nos acompañaron en el último tramo.

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Luego Serapion nos comentó que ya está en cuarto curso y Faustin en primero. Nos indicaron la oficina del Peregrino que es donde te acaban de poner el último sello y certifican tu Camino, que además acredita la posibilidad de lucrar la indulgencia plenaria que implica ese peregrinaje, siempre que se cumplan el resto de condiciones que manda la Iglesia.

Emocionados de nuevo, nos despedimos de los dos, deseando que sean muy fieles y que hagan mucho bien cuando lleguen a su lugar de origen para ordenarse sacerdotes, tras su período de formación en el Seminario Bidasoa.

A nosotros nos queda el maravilloso recuerdo de este encuentro casual, y de haber recibido el agradecimiento de estos dos seminaristas que, con la ayuda de todos los benefactores de la Fundación CARF, pueden llegar a muchas almas allí donde desempeñen su labor ministerial.

Por la tarde, pudimos participar en la Misa en la catedral, dando gracias al apóstol y gozando del vaivén del botafumeiro que elevaba al cielo con el olor del incienso, todas nuestras intenciones y el agradecimiento por la vocación de Serapion y Faustin».


Fernando de Salas, Sant Cugat del Vallés.

«El sacerdote debe ser amigo de Cristo»

Antes del encuentro con el Señor y de descubrir su vocación sacerdotal, pensaba que la felicidad pasaba por tener un balón en los pies, como tantos jóvenes en su país. Sus padre, Vicente, no era muy religioso. Su madre algo más y le enseño lo básico de la fe desde pequeño, aunque la Iglesia no le atraía nada. Pero esa Misa lo cambió todo. Pudo escuchar a Dios hablando con él.

Entonces, empezó a tomarse en serio la vida cristiana. Empezó a ir a Misa más a menudo. Ingresó en un curso de Crisma, recibió el sacramento de la Confirmación y comenzó a ayudar en la parroquia como catequista y predicador en un grupo de oración.

“Jesucristo era lo que me hacía feliz”

Poco a poco descubrió que Jesucristo era quien daba plenitud a su vida y quien le hacía verdaderamente feliz. Hasta entonces nunca se había planteado su vocación sacerdotal, pero el trabajo pastoral en la parroquia le hizo percibir que el pueblo necesitaba pastores.

“Tuve una profunda conversación con mi párroco e inicié el camino vocacional. Después de dos años participando en encuentros vocacionales, discerní mi vocación sacerdotal y mi camino hacia la felicidad. Dar a conocer a Jesucristo y hacer que los hombres sean amigos de Dios, es la misión que espero realizar durante toda mi vida”.

El Seminario Internacional Bidasoa, una bendición

Después de realizar los estudios de filosofía en la Universidad Pontificia de Río de Janeiro, su obispo le envío a terminar de formarse al Seminario Internacional Bidasoa y en las Facultades de estudios eclesiásticos de la Universidad de Navarra. Allí ha tenido la posibilidad de experimentar la riqueza de la Iglesia Universal, conviviendo con seminaristas de distintos países. “Es como vivir un nuevo pentecostés”.

Para Franklyn, Bidasoa es una bendición para su formación sacerdotal. Recibe una formación muy buena que le permite crecer en la amistad con Cristo y madurar su vocación sacerdotal.

Fomentar la vocación sacerdotal entre los jóvenes

Como dice el Papa Francisco, nos ha tocado vivir un “cambio de época”. Muchos jóvenes están alejados de Dios y de la Iglesia. “Si queremos fomentar las vocaciones sacerdotales”, dice Franklyn, “es imprescindible que el pueblo rece para que el Señor de la mies envíe operarios. Los sacerdotes tienen que testimoniar la belleza de la vocación sacerdotal. Un sacerdote del siglo XXI debe ser ante todo un amigo de Cristo, que testimonia, con su vida, el amor por la Iglesia y por las almas”.

Secularización y evangelización

En Brasil, la secularización y la irrupción del protestantismo amenazan la vida de la Iglesia Católica. “Hoy más que nunca la Iglesia tiene la obligación de anunciar la buena nueva de Jesucristo, de promover el encuentro de los jóvenes con la Persona de Jesús, para que ellos descubran en Él el camino seguro para la felicidad”. Frente a secularización, Franklyn propone vivir la fe como testigos del Resucitado y frente al protestantismo, presentar la verdad de la fe.

“Las necesidades apostólicas más importantes de Río de Janeiro son: la conversión personal de cada cristiano y, a partir de ahí, promover una evangelización que presente toda la riqueza y verdad que Jesucristo confió a la Iglesia Católica”.

Marta Santín Periodista especializada en información religiosa.