El joven Marcus es un enamorado de todo lo relacionado con la vida, lo que queda de manifiesto en su propia evolución, donde pasó de trabajar como biólogo a ingresar en el seminario y ser ordenado sacerdote. Los seres vivos, todos creados por Dios, siguen siendo para él algo fascinante, pero es ahora el hombre, la obra maestra de Dios, el que centra del todo su atención y al que ayuda ahora a conocer a su Creador.
Pertenece al clero de la diócesis brasileña de Nova Friburgo, en Río de Janeiro, Marcus tiene en estos momentos una misión fundamental como formador en el seminario diocesano, concretamente en el curso propedéutico, una etapa clave para los jóvenes que están discerniendo y valorando su vocación a la vida sacerdotal.
En esta entrevista con la Fundación CARF, el joven sacerdote, ordenado en 2021, recuerda que procede de una familia católica que participaba activamente en las actividades pastorales de su parroquia. «Mis padres han sido maestros de fe para mi hermano y para mí. Ya de niño jugaba a celebrar Misa. Conviví con muchos sacerdotes que iban a casa de mis padres, pero nunca pensé en ser uno de ellos», asegura.
Sin embargo, todo cambió cuando tuvo la oportunidad de conocer el seminario de su diócesis, después de que un día los delegados de la pastoral vocacional visitaran su parroquia. Marcus reconoce que ese fue el primer momento en el que se planteó ser sacerdote, aunque había un gran obstáculo: «yo ya estaba trabajando; tenía mi trabajo y mi independencia financiera».
«Pero aunque tenía todo –agrega este sacerdote– nada de lo que tenía me era suficiente. Me faltaba algo importante, algo que hiciera que mi vida tuviera sentido y mereciera la pena ser vivida. La parábola del joven rico me interpelaba mucho», señala Marcus. Y así fue como finalmente en 2014 ese combate interior llegó a su fin e ingresó en el seminario para comenzar con su formación.
Apenas un año después llegaría otro momento que marcaría su vida. Su obispo le envió a España para que prosiguiera allí con su formación y con los estudios filosóficos y teológicos. Sobre esta experiencia asegura que «jamás olvidaré los años de formación y oración en Pamplona. Fueron mucho más que una preparación académica para el ejercicio del ministerio sacerdotal, fue una experiencia de la universalidad de la Iglesia».
Define este tiempo como unos “años inolvidables” marcados por su estancia en la Universidad de Navarra y en el seminario internacional Bidasoa, donde tuvo la gracia de tener «una oportunidad singular de obtener una excelente preparación humana, espiritual, intelectual y pastoral».
Si hay algo que Marcus ha sacado en claro de estos años es que su formación en Navarra ha sido «una buena preparación para lo que Dios me confía hoy».
En estos momentos, Marcus es el administrador de una parroquia y formador del seminario. «Cuando fui nombrado por el obispo, siendo todavía diácono, como formador del Propedéutico, la etapa de inicio en el seminario, lo único que quería era ofrecer a los que ahora se preparan para el sacerdocio ministerial lo mismo que yo recibí en Pamplona», confiesa.
Según nos relata, «en Bidasoa se aprende que el amor a Dios y a la Iglesia nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos. Hoy, entre la parroquia y el seminario, busco dar lo mejor de mí, gastarme por las almas que el Señor me confía».
El mundo necesita sacerdotes que se entreguen a Dios en un mundo en muchas ocasiones hostil a la fe cristiana. Por ello, el padre Muros está convencido de que «el sacerdote necesita un alma enamorada del Señor y disponible para, con fidelidad, servir a todas las personas. No son tiempos fáciles, pero todas las dificultades nos ayudan a confiar en Cristo y en su poder. Estamos en sus manos como instrumentos insuficientes, pero que el Señor desea para la realización de su obra».
Pero además de un alma enamorada considera indispensable «tener una profunda vida de oración. Quién no entiende que para ser un hombre de Dios se necesita mucha vida de oración, no es capaz de sacrificarse. Y es la intimidad con Cristo la que nos hace comprender que no somos solo celebrantes, sino también víctimas que todos los días se ofrecen por amor al Amado».
Por último, Marcus quiere tener un agradecimiento especial con los benefactores de la Fundación CARF. «Siempre me llamó la atención la generosidad para donar sin esperar que el beneficio fuera para su diócesis o país, sino para la Iglesia universal.
Gracias por proporcionarnos los medios para ayudar a nuestras diócesis y a la Iglesia. Gracias por su apertura de corazón. Que el Señor les conceda a ustedes y a sus familias muchas bendiciones», concluye.