Gustavo procedía de una familia no especialmente religiosa, pero el contacto con la Iglesia y su curiosa llegada a un grupo de acólitos durante la adolescencia abrieron en este joven peruano una brecha por la que entró Dios y que le llevó al seminario al cumplir los 17 años.
Con tan sólo 32 años es ahora párroco en Lima y profesor en la universidad, donde lleva el mensaje de Cristo a los jóvenes.
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