Se ordenó sacerdote en 2011 y, antes de llegar a España, fue vicario parroquial, párroco, jefe de la comisión diocesana de la pastoral de niños, capellán de la Legión de María... En julio de 2022, a petición de su obispo, llegó a Pamplona para profundizar sus estudios en Teología moral en la Universidad de Navarra.
El 17 de febrero de 2023 su vida cambió para siempre. Ingresó por un dolor agudo en la clínica san Miguel de Pamplona. Los facultativos detectaron un problema hepático grave y le derivaron a la Clínica Universidad de Navarra (CUN). Según los médicos, su hígado se había vuelto no funcional debido al virus de la hepatitis B.
El domingo 26 de febrero fue uno de los días en que su sufrimiento fue terrible. Un amigo suyo, el padre Fred, bautizó ese día como «el domingo negro del padre Renel». «Hubo días en que me quedaba inconsciente, no tenía control sobre mis palabras y acciones. Sufrí mucho, pero pude superar mi sufrimiento. Sentí que Dios estaba realmente conmigo».
El 27 de febrero, los médicos llegaron a la conclusión de que no había otra alternativa que trasplantarle un nuevo hígado. Si no, con total probabilidad, moriría. Gracias a Dios, encontraron un nuevo hígado y ese mismo día, a las 10 de la noche, le operaron. Para nuestro sacerdote haitiano, fue uno de los varios ejemplos del cuidado providencial que Dios tiene con él.
Al trasplante le siguieron varias complicaciones: un hematoma subcapsular, neumonía, leve rechazo del hígado y diabetes por tratamiento esteroide, entre otras. «Durante los 36 días que pasé en los hospitales sufrí mucho. Pero también, aprendí mucho». Estar en España en el momento de la enfermedad le salvó, le dio la oportunidad de una operación casi imposible en otros países. Actualmente, sigue con tratamientos médicos, pero se encuentra mejor.
Está convencido de que Dios espera algo de él como sacerdote. De hecho, no es la primera vez que se encuentra al borde la muerte: siendo bebé una insuficiencia que casi le cuesta la vida; y en 2010 sufrió el gran terremoto de Haití que mató a casi 300.000 personas. Como en las anteriores ocasiones, está convencido que esta vez Dios le salvó para una misión. «Creo que quiere que sea un testigo de esperanza». Reconoce que ha madurado espiritualmente. La visita diaria de sus compañeros, la oración de tantos y el personal sanitario que le trató con inmenso cariño, le ayudaron a ser fuerte.
Por tan inmenso don, agradece a Dios y a todas las personas que le salvaron la vida: al personal sanitario, a la Fundación CARF –que asumió los costes de la operación en colaboración con la CUN–, a los formadores y estudiantes de la Facultad de Ciencias Eclesiásticas de la UNAV, a sus hermanos-amigos de Los Tilos, a sus hermanos haitianos que estudian en la universidad, a tantas personas y grupos de Whatsapp que oraron por su curación, a los que le visitaron, a su familia biológica y espiritual: «¡Gracias!»
Ser testigo de esperanza es el motor de su vida y una de las características de un sacerdote santo. Para todos los que le rodean y para sus padres que este año celebran sus 52 años de matrimonio, y para sus ocho hermanos, todos nacidos en Grosse-Roche, un barrio de la comuna de Vallières (noreste de Haití). Una familia católica, muy religiosa y muy unida. Una familia del campo. A la edad de 15 años tomó conciencia y pensó en convertirse en sacerdote. Fue en un momento de oración durante una actividad organizada por el coro de su parroquia de origen.
No tiene muchas posibilidades de regresar a su país, una nación hermosa, muy atractiva por su clima, su cultura, su historia, pero donde hay mucho sufrimiento. Los desastres se suceden: inundaciones, ciclones, terremotos mortales…
«El pueblo haitiano es muy valiente, pero, sobre todo, resignado. Podría mantenerse erguido si los desastres naturales fueran su único problema. Pero el mayor mal del pueblo haitiano en los últimos tiempos es la maldad, la crueldad de los políticos, los oligarcas corruptos que sumen al país en un caos total. Se las arreglan para garantizar que haya una inestabilidad política crónica, y crean bandas armadas que matan, saquean y desestabilizan. El país se ha convertido en un infierno donde la única opción para un haitiano hoy es abandonar el país», dice con tristeza este sacerdote.
«Oh, Dios, ¿cómo puedo agradecerte? Por la vida que me das una segunda vez, Padre. Cuando miro donde estaba, me salvaste. No tengo palabras para agradecerte. Oh Dios, dame fuerza, para contar lo que haces por mí. Muéstrame la mejor manera, Papá, para demostrarte que no soy un desagradecido. Cuando recuerdo cómo perdí la esperanza, cuando me dicen que mi hígado ya no podrá funcionar, hablas, dices que defenderás mi causa. No tengo palabras para agradecerte. Cuando recuerdo aquel 27 de febrero, cuando voy camino a la cirugía, estaba triste. Tú me consuelas, dame tu fuerza. No tengo palabras para agradecerte. Cuando recuerdo cómo eliges a las personas para que me ayuden, me gustaría convertirme en el servidor de todos. Toma mi vida, hazme testigo de la esperanza. No tengo palabras para agradecerte».
Marta Santín. Periodista especializada en información religiosa.