Jeus Jardin encontró su vocación en eukaristin, dejando su carrera de enfermero para seguir el llamado de Dios al sacerdocio.
Proveniente de una familia no practicante, este sacerdote filipino que, tras resistirse durante un tiempo a la llamada de Dios, nos ofrece su testimonio de cómo acabó rindiéndose a la voz que le pedía consagrarse sólo a Él.
Dios escribe derecho en renglones torcidos y realiza auténticas obras de arte. Es el caso del padre Jeus Jardin, sacerdote filipino de la archidiócesis de Davao, quien conoció el amor de Dios en su niñez y adolescencia, a pesar de provenir de una familia no practicante, gracias al importante papel de su abuela.
Cuando ya había dado el gran paso para ser sacerdote, y aún con la oposición de sus padres, poco tiempo después acabaría dejando el seminario. Realizó la carrera de Enfermería y llegó a trabajar como docente universitario. Pero aquellas letras que Dios había marcado en su corazón no terminaban de borrarse, hasta que, finalmente, tuvo que rendirse a la evidencia sobre el camino que debía seguir.
Tenía una buena vida e, incluso, ya había conseguido el permiso para ejercer como enfermero en Estados Unidos, pero sabía que estaba llamado a una misión superior. Así, con humildad y ocho años después, pidió reingresar en el seminario para ser finalmente ordenado sacerdote en 2017. Y vio que todo estaba bien hecho.
«Dios siempre tiene su manera de dar a conocer su voluntad a través de los deseos de cada corazón, y lo mismo pasó conmigo, pues sentía que el Señor seguía llamándome al sacerdocio», nos explica en esta entrevista.
El padre Jeus confiesa que su corazón le decía que, si quería ser feliz, tenía que volver al origen, en este caso, al seminario. En realidad, su vida iba bien, pero ni el dinero ni el miedo a perder todo lo que había conseguido profesionalmente pudieron con la llamada de Dios. «Vi que la felicidad no venía de ahí, y mi corazón lo sentía», añade.
Al reingresar en el seminario, su obispo decidió enviarlo a estudiar al Internationellt seminarium i Bidasoa y a la Universidad de Navarra, gracias a una beca de la Fundación CARF, lo que le ayudó enormemente a afianzar y confirmar su vocación sacerdotal.
«Estuve en Pamplona siete años, cinco como seminarista en Bidasoa y dos como sacerdote. Pamplona es mi segundo hogar. Como seminarista, conté con formadores que son realmente hombres de Dios, quienes me enseñaron no sólo con sus palabras, sino también con sus propias vidas, cómo es un sacerdote», señala con convencimiento Jeus Jardin.
Sus años en Pamplona no sólo le dieron una sólida formación intelectual, sino que, citando específicamente Bidasoa, la Universidad de Navarra y, en su segunda etapa en España, la residencia Cristo Rey de la calle Padre Barace de Pamplona, asegura que fue en estos lugares «donde me enseñaron a ser sacerdote, amigo y persona, y por eso puedo decir que me han enseñado mucho».
Ahora es el propio Jeus Jardin quien transmite este mismo espíritu en el seminario de su archidiócesis, donde muestra a los jóvenes los grandes retos a los que se enfrentan los sacerdotes hoy. En su opinión, estos son los mejores consejos para afrontarlos: «Intentar conocer las limitaciones de cada uno y no sobrepasarlas, valorar los tiempos de oración y de dirección espiritual, y aprender a descansar con Nuestra Madre y el Señor». Además, destaca la importancia de la Misa: «El sacerdote encuentra su razón de ser en la Eukaristin; es la razón de su sacerdocio».
Ante la crisis de vocaciones que parece asolar a la Iglesia en este momento, el padre Jeus se muestra esperanzado y asegura que «el Señor siempre está llamando, aunque para escuchar su voz se necesita una capacidad de escucha y de no temer al silencio, porque el Señor llama, pero su voz es sutil».
A los jóvenes que ya han escuchado esta llamada, los invita a no tener miedo a responder. «En mi experiencia, veo cómo yo tuve mucho miedo a dejar las cosas que tenía: que ganaría menos dinero, que no podría tener una casa o un coche. Pero el Señor es buen pagador. No estamos llamados únicamente a tener bienes materiales. Estamos llamados a una vida trascendente, a una vida en comunión con Dios. Ahí es donde está nuestra felicidad», agrega.
Como momento más memorable como sacerdote, recuerda uno en el que pudo experimentar de manera muy clara la providencia, donde tuvo que llevar a la práctica todo lo que previamente había aprendido. «En el seminario donde estoy ahora como ecónomo, nos enfrentamos a un brote de COVID con 75 personas contagiadas entre seminaristas y sacerdotes. Mi test dio negativo, pero, por el cargo que tenía, decidí estar con todos aquellos que estaban enfermos. Pudimos convivir y sobrevivir, y realmente experimentar la providencia de Dios. Los días de cuarentena con los seminaristas y sacerdotes se han convertido para mí en días inolvidables», recuerda.
Por último, este sacerdote filipino quiere expresar su agradecimiento a los benefactores de la Fundación CARF que tanto bien le han hecho, primero como seminarista y luego como sacerdote: «Muchísimas gracias a todos; su apoyo hace posible que seminaristas y sacerdotes como yo reciban la formación necesaria para la tarea de ser pastor. Que Dios se lo pague».