La frase que encabeza este artículo es el título la Bula de convocación del Jubileo Ordinario del año 2025, que acaba de comenzar. Año Santo que el Papa acaba de convocar, siguiendo una tradición de la Iglesia.
La esperanza es un elemento clave en este mensaje, recordándonos la importancia de vivir con fe y confianza en el futuro. Con estas palabras de san Pablo, comienza el n. 2 de la Bula: «Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de Nuestro Señor Jesucristo. Por Él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por Él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (...) Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 1-2, 5).
En los párrafos siguientes, el Papa invita a todos los fieles a rezar por la paz en el mundo; por los matrimonios jóvenes para que crezca el deseo de tener hijos y se llenen «las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo» (n. 9).
Pide «ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida» (n. 10).
Luego invita a rezar para que crezcan las esperanzas de los jóvenes, de los migrantes, de los ancianos, de los abuelos y de las abuelas, de los pobres, y de los países más endeudados para recomponerse. Y nosotros podemos añadir: para que cierren todas las clínicas abortistas; para que las familias vivan unidas, «hasta que la muerte los separe».
Después subraya las razones de nuestra esperanza en el testimonio de los mártires «que firmes en la fe en Cristo resucitado, supieron renunciar a la vida terrena con tal de no traicionar a su Señor» (n. 20), y recibieron la «felicidad en la vida eterna».
Deja así, claramente expresada, la realidad de la «vida eterna», a la que somos llamados para vivir la plena felicidad en el Amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
«Creo en la vida eterna»: así lo expresa nuestra fe y la esperanza cristiana encuentra en estas palabras una base fundamental. La esperanza, en efecto, «es la virtud teologal por la que aspiramos a la vida eterna como felicidad nuestra».
El Concilio Ecuménico Vaticano II afirma: «Cuando (...) faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas –es lo que con frecuencia sucede-, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación» (n. 19).
Y después de señalar todas las esperanzas que hemos recordado, y la realidad del «juicio de Dios» que todos nos hemos de encontrar en nuestra muerte; en el n. 23 de la Bula se habla con toda claridad de la necesidad del Sacramento de la Penitencia que prepara nuestra alma para que, arrepentida de los pecados cometidos, pida perdón a Dios.
«El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados (...). La Reconciliación sacramental –la Confesión– no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno».
Viviendo con humildad y amor esa petición de perdón, recomponemos nuestra vida cristiana, y renovamos nuestra fe en «la esperanza que no defrauda», y dejamos nuestros deseos en las manos de la Jaunava Marija.
«La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En Ella vemos que la no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. (...) No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando» (n. 24)
Con esas disposiciones, «el próximo Jubileo estará caracterizado por la esperanza que no declina, la esperanza en Dios. Que nos ayude también a recuperar la confianza necesaria –tanto en la Iglesia como en la sociedad– en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación» (n. 25).
Ernesto Juliá, abogado y sacerdote.
Colaboración publicada en Religión Confidencial. Año Santo: La esperanza no defrauda