Vieron la piedra corrida y cuando entraron no hallaron el cuerpo del Señor. Su primera reacción fue el miedo, no levantar la vista del suelo.
Algo así, observa el Papa, nos pasa a nosotros: “Con mucha frecuencia, miramos la vida y la realidad sin levantar los ojos del suelo; sólo enfocamos el hoy que pasa, sentimos desilusión por el futuro y nos encerramos en nuestras necesidades, nos acomodamos en la cárcel de la apatía, mientras seguimos lamentándonos y pensando que las cosas no cambiarán nunca”. Y así sepultamos la alegría de vivir.
Teniendo en cuenta que el Señor “no está aquí”. Quizá le buscamos “en nuestras palabras, en nuestras fórmulas y en nuestras costumbres, pero nos olvidamos de buscarlo en los rincones más oscuros de la vida, donde hay alguien que llora, quien lucha, sufre y espera”. Hemos de levantar la mirada y abrirnos a la esperanza.
Escuchemos: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No debemos buscar a Dios, interpreta Francisco, entre las cosas muertas: en nuestra falta de valentía para dejarnos perdonar por Dios, para cambiar y terminar con las obras del mal, para decidirnos por Jesús y por su amor; en el reducir la fe a un amuleto.
“Haciendo de Dios un hermoso recuerdo de tiempos pasados, en lugar de descubrirlo como el Dios vivo que hoy quiere transformarnos a nosotros y al mundo”; en “un cristianismo que busca al Señor entre los vestigios del pasado y lo encierra en el sepulcro de la costumbre”.
Ellas anuncian la alegría de la Resurrección: “La luz de la Resurrección no quiere retener a las mujeres en el éxtasis de un gozo personal, no tolera actitudes sedentarias, sino que genera discípulos misioneros que “regresan del sepulcro” y llevan a todos el Evangelio del Resucitado.
Después de haber visto y escuchado, las mujeres corrieron a anunciar la alegría de la Resurrección a los discípulos, aunque sabían que les tomarían por locas. Pero ellas no se preocuparon de su reputación ni de defender su imagen; no midieron sus sentimientos ni calcularon sus palabras. Sólo tenían el fuego en el corazón para llevar la noticia, el anuncio: “¡El Señor ha resucitado!”.
Mensaje Pascual del Papa Francisco
También nosotros, señala el sucesor de Pedro, estamos invitados a correr por los caminos del mundo, sin miedos ni oportunismos, para compartir la alegría de haber encontrado al Señor, más allá de ciertas formalidades donde a menudo lo hemos encerrado, más allá de la comodidad y el bienestar.
Este es el mensaje pascual del Papa, “al término de una cuaresma que parece no querer acabar”, entre el fin de la pandemia y la guerra (dirá al día siguiente en la bendición urbi et orbi).
“Llevémoslo a la vida ordinaria: con gestos de paz en este tiempo marcado por los horrores de la guerra; con obras de reconciliación en las relaciones rotas y de compasión hacia los necesitados; con acciones de justicia en medio de las desigualdades y de verdad en medio de las mentiras. Y, sobre todo, con obras de amor y de fraternidad”.
Jesús nos trae la paz llevando “nuestras llagas”. Nuestras porque se las hemos causado nosotros y porque Él las lleva por nosotros.
“Las llagas en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él ha combatido y vencido por nosotros, con las armas del amor, para que nosotros podamos tener paz, estar en paz, vivir en paz” (Bendición urbi et orbi, Domingo de resurrección, 17-IV-2022).
Con la victoria de Cristo y con su paz, dirá Francisco el lunes de Pascua, podremos “salir de las tumbas de nuestros miedos” (el miedo a la muerte, a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar, a no poder más…). (Regina Caeli, 18-IV-2022).
También nosotros, como los discípulos en la mañana de Pascua, cada día tenemos motivos suficientes para creer: “Yo —te dice Jesús— he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora he resucitado para decírtelo: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No temas! No tengáis miedo” (Ib.).
Don Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral de la Facultad de Teología en la Universidad de Navarra.
Publicado en “Iglesia y nueva evangelización”