Juan Sebastián Miranda (1997) es un seminarista argentino de la diócesis de San Roque. Explica con emoción que su vocación es un «regalo inmerecido», una historia que Dios escribió a través de personas sencillas que, sin saberlo, le fueron guiando hacia Él.
Estudia el tercer año del Bachillerato en Teología en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra y es su segundo año residiendo en el seminario internacional Bidasoa, donde continúa con este camino que el Señor le ha trazado.
Juan es el mayor de seis hermanos. Sabe lo que es compartir y ceder. Creció en una familia católica, aunque durante muchos años no fueron practicantes.
«De un tiempo a esta parte, por pura gracia de Dios, he visto cómo mi familia ha comenzado a asistir nuevamente a la Misa dominical», expresa con ilusión.
Juan estaba estudiando la carrera de Educación Física. «Entre el ritmo frenético de la carrera también sentía la inquietud por la llamada al sacerdocio».
Este seminarista recuerda el momento concreto que marcó un antes y un después en su vocación. «Era el último día de la novena a la Inmaculada Concepción, patrona de mi parroquia. Durante esos días, un predicador nos ofrecía una breve reflexión antes de la Santa Misa, y nos pedía llevar la Biblia.
Aquella tarde llegué desanimado, sin ninguna gana, y solo fui porque era animador del grupo de jóvenes. Me senté en el último banco, apartado, con la Biblia a un lado, escuchando de fondo la predicación sin prestarle demasiada atención», nos cuenta.
De pronto una voz interior le decía: “Abre Lc. 5,10”. Juan la ignoró pero volvió a repetirse: “Abre Lc. 5,10”. Otra vez la dejó pasar. A la tercera vez que escuchó esa voz que le insistía, no pudo dejar de abrir el Nuevo Testamento y leer el pasaje.
Lucas 5,10 es un versículo bíblico donde Jesús se dirige a Simón Pedro después de una pesca milagrosa y le dice: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Juan Sebastián relata que en ese tiempo vivía con dudas sobre si el Señor le llamaba para ser sacerdote. Pero ese día, con esas palabras, todo se aclaró. Ese versículo lo iluminó todo. Sintió que Dios le confirmaba lo que quería de él. «Desde entonces, mi vida ha sido un intento, imperfecto, pero sincero, de responder a esa llamada y cumplir Su voluntad».
En este camino hacia el sacerdocio tiene muy claro lo que el mundo actual necesita, y son presbíteros que se identifiquen profundamente con Cristo.
«La oración y la intimidad con Dios no pueden ser descuidadas. Solo un corazón enraizado en esa relación puede responder a las necesidades de la sociedad y guiarla por el camino de la esperanza», subraya Juan Sebastián.
Y así, este seminarista sigue caminando, con sus límites (como todos), pero con la certeza de que Dios está escribiendo su historia. «Cada día le pido que me ayude a ser fiel, para que en mi debilidad se manifieste su fuerza», añade.
Juan se está formando en España para regresar de nuevo a su diócesis en San Roque, una circunscripción muy extensa: cuenta con 24 parroquias, cada una con amplias zonas rurales y numerosas comunidades.
«Mi parroquia atiende a unos 25.000 habitantes, más diez comunidades rurales, y solo tiene un sacerdote». En total, la diócesis supera los 500.000 fieles, atendidos solo por 41 sacerdotes entre diocesanos, misioneros y religiosos.
Por esta razón, la formación del sacerdote es esencial, sobre todo para hacer frente además a otro desafío que está calando en su región: el crecimiento del protestantismo.
«Uno de nuestros grandes retos es llegar a lugares donde no pueden celebrar la Santa Misa diaria por la escasez de sacerdotes. Además, también es muy importante acompañar a los jóvenes que, en una sociedad marcada por el individualismo, buscan llenar su vacío existencial con las redes sociales y la necesidad constante de ser vistos, sin encontrar un sentido profundo a la vida», expresa con preocupación.
Para Juan Sebastián, el individualismo imperante en la sociedad es un problema que necesita un cambio de paradigma. Y en este cambio es vital que el cristiano demuestre al mundo que no está llamado a vivir aislado, sino a salir al encuentro del otro.
«En una sociedad que se aleja de Dios y acomoda la verdad a su conveniencia –a veces por ignorancia–, el testimonio cercano y comunitario es más necesario que nunca», expresa.
En estos años de estancia en España, le ha llamado la atención que, por lo general, la gente es bastante religiosa, especialmente las personas mayores. Ha observado ese aprecio por las tradiciones, como las procesiones de Semana Santa.
Juan se encuentra en Bidasoa, un seminario internacional situado en Pamplona. «Es un lugar donde se reúne una familia mundial, donde uno va conociendo otros hermanos que comparte la misma fe, la misma locura de querer servir al Señor desde la llamada al sacerdocio».
«Creo que sería hermoso que esa misma pasión por la Semana Santa se viviera también en la Eucaristía, en la Confesión y en los sacramentos. En mi país no tenemos esa misma expresión cultural, así que para mí ha sido algo nuevo y enriquecedor», concluye Juan Sebastián, con la esperanza de volver a Argentina con fuerza y entusiasmo.
Marta Santín, periodista especializada en religión.
La vocación es única de todos a la santidad. Sin embargo, se distinguen:
Matrimonio: vocación sagrada en la que un hombre y una mujer se comprometen a vivir juntos en un vínculo indisoluble, abierto a la vida y a la educación de los hijos, buscando su santificación mutua y la de su familia.
Sacerdocio: llamada a hombres para servir a la Iglesia como ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos). Los sacerdotes se dedican a la proclamación del Evangelio, la administración de los sacramentos y la pastoral de la comunidad.
Vida consagrada: una llamada a hombres y mujeres a consagrar su vida a Dios a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia, viviendo en comunidad. Esto incluye a monjas, monjes, frailes, hermanos y hermanas de diversas órdenes y congregaciones religiosas.
Vida célibe: La vocación de las personas que, sin unirse a una orden religiosa o casarse, se dedican a servir a Dios y a la Iglesia a través de su trabajo profesional, su servicio a los demás y su vida de oración, buscando la santidad en su estado de vida particular.
Según una catequesis del papa Francisco «el sacramento del Orden comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
El que recibe este sacramento ejerce la misión confiada por Jesús a sus Apóstoles y prolonga en el tiempo su presencia y su acción como único y verdadero Maestro y Pastor. ¿Qué significa esto concretamente en las vidas de aquellos que son ordenados? Quienes son ordenados son puestos a la cabeza de la comunidad como servidores, como lo hizo y lo enseñó Jesús.
El sacramento les ayuda también a amar apasionadamente a la Iglesia, dedicando todo su ser y su amor a la comunidad, que no han de considerarla de su propiedad, sino del Señor.
Por último, han de procurar reavivar el don recibido en el sacramento, concedido por la Oración y la imposición de manos. Cuando no se alimenta el ministerio ordenado con la oración, la escucha de la Palabra, la celebración cotidiana de la Eucaristía y la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia se termina perdiendo el sentido auténtico del propio servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con el Señor».
El tiempo de formación de un seminarista para convertirse en sacerdote es un proceso largo y riguroso que, en general, dura entre 6 y 8 años, dependiendo del seminario y de la diócesis. Este período no solo se centra en el estudio académico, sino en una formación integral que abarca varias dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral.
Lo mejor es que responda un sacerdote recién ordenado: «Pienso que lo mejor es que el sacerdote sea una persona normal. Me refiero al carácter y a la mentalidad. Además, la misión que tenemos nos pide ser personas con mirada sobrenatural, con una fuerte vida de relación con Dios. Y a la vez, muy humanas, cercanas, para relacionarse con todo tipo de personas que tienen necesidad de en un contacto más intenso con Dios. Me gustaría ser un sacerdote piadoso, alegre, optimista, generoso, disponible para todas las personas y todas las necesidades. Me parece que son aspectos que la gente valora especialmente del Papa Francisco».