— Qué alegría poder tener esta charla con vosotros, ¡Pablo y Luís!, para nuestros lectores de lengua española… además me encantan vuestros videos y creo que son de mucha utilidad para la evangelización y la formación cristiana de los jóvenes. Sabéis, siempre he tenido mucha curiosidad por saber quién estaba detrás de estos chicos tan extrovertidos de vuestro programa Catholic Stuff…
Pablo, (P): ¡Pues aquí estamos! Yo soy el Hermano Pablo Fernández, Siervo del Hogar de la Madre. Tengo 26 años y soy el mediano de tres hermanos. Mi madre es alemana y mi padre español; aunque nos hemos movido bastante, he pasado la mayor parte de mi infancia y adolescencia en Zaragoza. Debo reconocer que mi familia ha sido el primer vehículo que me ha trasmitido la fe. En el seno familiar aprendí a rezar y a relacionarme de manera natural con el Señor y la Virgen.
Mi padre siempre ha intentado procurarnos el mejor ambiente donde poder crecer espiritualmente. Para ello, continuamente nos ha dado todas las facilidades para que pudiésemos acudir a un sinfín de actividades católicas con otros jóvenes. Y, aunque he podido participar en actividades de varias realidades en la Iglesia, hay dos que han marcado de manera especial mi itinerario personal de fe: el Opus Dei, que conocí en el 2002; y el Hogar de la Madre, que entró en mi vida en el 2010. Gracias a estas dos realidades toda mi infancia y adolescencia ha estado llena de muchísimos momentos buenos, en un ambiente sano, rodeado de personas estupendas.
Luis, (L): Y yo soy el Hermano Luis Escandell, tengo 28 años y soy el tercero de cinco. En mi caso, soy español por las dos partes. Nací y me crie en Madrid hasta los 19 años, edad en la que respondí a la llamada del Señor y entré a formar parte de nuestra comunidad. Varias personas de mi familia pertenecen o mantienen una relación habitual con el Opus Dei, y es así también como me formaron en la fe durante la infancia. Recuerdo con mucho cariño tantísimas actividades que hicimos con el club Llambria, los círculos de formación, excursiones, campamentos de verano... De la mano del libro Camino aprendí a rezar, y fue también dentro del Opus Dei donde sentí por primera vez la voz de Dios que me invitaba a seguirle más de cerca (pero de eso hablaremos más adelante).
— Con esas raíces en el Opus Dei, ambos habéis encontrado una vocación particular al interior de la realidad de los Siervos del Hogar de la Madre, pequeña, pero ya con un gran camino de santidad: ¿cuál es su característica?
P: Nuestra comunidad nació durante el pontificado de san Juan Pablo II, y gran parte de nuestro carisma responde precisamente a los intereses de este gran santo. Nuestras misiones en la Iglesia son: la defensa de la Eucaristía; la defensa del honor de Nuestra Madre, especialmente en el privilegio de su virginidad; y la conquista de los jóvenes para Jesucristo.
Dada nuestra condición de sacerdotes o aspirantes al sacerdocio, procuramos hacer realidad esa frase de Juan Pablo II: “La Santa Misa es de modo absoluto el centro de mi vida y de toda mi jornada”. En la actualización sacramental del sacrificio de Cristo, tratamos de ofrecernos cada día con Él, Sacerdote y Víctima, al Padre, por la salvación de los hombres.
L: Así es… Y de la misma manera que san Juan Pablo II, el Hogar de la Madre también se siente propiedad entera de la Virgen María, totus tuus, escogidos por Ella. Además, como nacimos en la tumba de san Pedro, queremos seguir fieles a Pedro. Sólo en él tenemos la garantía de la verdad. Su Magisterio no es para nosotros algo que nos coarta nuestra libertad, sino un faro luminoso que brilla en medio de la confusión que nos envuelve, un camino seguro que nos conduce a la Verdad.
— ¡Estupendo! ¿Y cómo sentisteis la vocación de ser parte de esta realidad y para ser sacerdotes?
P: En mi caso, no hubo un momento específico donde descubriera con claridad mi vocación. Fue más bien algo gradual, una historia entrelazada con muchas pequeñas gracias. Mi padre siempre nos transmitió la importancia de seguir la propia vocación, de seguir la voluntad de Dios. Crecí con la conciencia clara de que Dios nos ha creado para algo y que sólo podremos ser felices y llegar a la plenitud, a la santidad, si seguimos el plan de Dios. En esa búsqueda, el sacerdocio apareció como una opción ya desde mi primera comunión. Tengo la gracia de haber tenido cerca buenos sacerdotes, enamorados del Señor y de su vocación. Ese buen ejemplo hizo que, desde pequeño, me sintiera de alguna manera atraído por el sacerdocio. Quiero aprovechar también estas líneas para agradecer al Colegio de Fomento Montearagón y al centro juvenil de la Obra Jumara de Zaragoza, por toda la ayuda que han supuesto para mi formación humana y espiritual en este itinerario de fe.
Pero, si bien es verdad que la idea del sacerdocio siempre ha estado presente en mi vida, no lo ha estado siempre de la misma manera. Ha habido sus altibajos en el proceso: no ha sido un proceso ascendente continuo, sino que ha habido momentos donde estaba en un primer plano y otros donde estaba en el duodécimo plano. Sin embargo, ahí estaba dando vueltas de alguna manera. Pero desde que tomé la decisión, en una peregrinación a Fátima, hasta que terminé segundo de Bachillerato, fue como una carrera de obstáculos. El demonio no quería ponérmelo fácil y me puso mil excusas para que no hiciera lo que el Señor me pedía.
«Es en el silencio donde Dios toca los corazones y los transforma. Todas las actividades que realizamos (convivencias, campamentos, peregrinaciones, retiros, uso de los medios de comunicación, etc.) están enfocados en este encuentro».
— …Como lo de Airbus…
P: ¡Claro! Una de las distracciones más grandes, pues, fue una oferta de estudio y trabajo que me hizo la compañía aeroespacial Airbus. La verdad es que, cuando empezó lo de Airbus, no tenía ninguna esperanza de que siguiera adelante. Eché la solicitud un poco sin pensar y, acortando la historia, al final fui incluido entre los estudiantes seleccionados por la empresa. A los seleccionados no sólo les iban a pagar los estudios de ingeniería en Alemania, sino que les iban a dar un sueldo mensual durante los años de la carrera. Después, un puesto fijo asegurado con un sueldo alto. Y ahí estoy, con 17 años y sin haber dado un palo al agua, con todo el futuro asegurado. ¿Qué hacer? Quiero remarcar que las opciones en ese momento no eran Airbus o sacerdocio. Era Airbus o dedicarle tiempo al discernimiento. ¿Y si, al final del año, veía que Dios no me pedía ser sacerdote? ¿Y si me llamaba a ser ingeniero? Lo llevé a la oración y vi que era una tentación. Así que di el salto en la fe y el Señor me sostuvo.
Finalmente, pude ir a vivir con los Siervos tras el verano de segundo de Bachillerato y ahí recibí los últimos toques para abrirme del todo a la voluntad de Dios. Todas esas pequeñas gracias que había recibido sobre la vocación durante tantos se hicieron patentes de una forma muy clara. Las piezas del puzle encajaron perfectamente y el dibujo quedó claro. El 1 de noviembre de 2014 entré como Siervo del Hogar del Madre y comenzó la aventura.
— ¿Y tú?, Luís.
L: Mi primer recuerdo de la llamada de Dios al sacerdocio se remonta a los 14 años. Por entonces, yo estudiaba en el colegio de Fomento El Prado de Madrid, y gracias a una vida espiritual muy intensa, estaba muy abierto a lo que Dios quisiera de mí. Cierto día en que nos hicieron ver un pequeño vídeo sobre el sacerdocio, al escuchar las palabras del Señor a Pedro: “Desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10), se despertó en mí tal deseo de entregarme por entero a Dios que salí de la sala de proyección dando saltos de alegría: “¡¡Voy a ser sacerdote!!”
Sin embargo, aquel primer entusiasmo se apagó muy pronto, al comenzar el Bachillerato en otro colegio. Por un lado, la autoexigencia en los estudios me había provocado un desequilibrio nervioso que se manifestaba repetidamente en largas noches de insomnio; y, por otro, las malas amistades me pusieron en contacto con el oscuro mundo del heavy metal, dentro del cual descubrí un nuevo ideal de felicidad totalmente opuesto al que de pequeño me enseñaron y que, por momentos, parecía colmar todos mis anhelos.
El cristianismo que profesé de pequeño era, según pensaba yo, una gran mentira que, bajo la promesa de una futura bienaventuranza eterna, escondía la amargura de las constantes renuncias exigidas por Dios. Lo más curioso es que nunca, al menos de manera explícita, negué la existencia de Dios, pero mi idea de Él era la de un viejo gruñón que, de alguna manera, disfrutaba frustrando las ilusiones de los pobres mortales. Por tanto, la única manera de ser feliz era, en la medida de lo posible, llevarle la contraria a Dios en todo. Todo lo vivido hasta entonces era una fantasía, una vida desperdiciada.
Gracias a Dios, incluso en los peores momentos todavía conservé algo de sentido común, y ese proyecto de ruptura con mi antigua vida como cristiano se presentó más arduo de lo que me figuraba en un principio. Cuanto más me sumergía en el pecado, más me embargaba un terrible sentimiento de insatisfacción que, poco a poco, degeneró hasta darme asco a mí mismo. Aquella pregunta que antes podía responder con toda sencillez ahora me hacía experimentar vértigo: ¿quién soy?, un cacho de carne que camina de miseria en miseria hacia la nada absoluta, porque después de la muerte no hay nada. Esta idea me horrorizaba. Algo dentro de mí, esa parte de mi niñez que todavía sobrevivía, se negaba a aceptarla: “¡Tiene que haber algo más!” De vez en cuando, me volvía hacia el Señor gritando con todo mi ser: “Dios, si estás ahí, ¡¡¡sácame de esta situación!!!” La respuesta se presentó, de forma totalmente providencial, en las Navidades de 2013-14.
— …Y me contabas que vienes de una familia de filósofos…
L: ¡Así es! Mi padre, José Escandell, es filósofo. De hecho, en mi familia existe una gran tradición filosófica: también mi abuelo, Antonio Millán-Puelles, era filósofo, lo mismo que mi tío, Tomás Melendo, y tantos otros. Por esos días, pues, los Siervos del Hogar de la Madre invitaron a mi padre a impartirles una serie de clases privadas de Filosofía, y quiso llevarse consigo a algunos de sus hijos, entre los cuales me contaba yo. Si bien mi disposición era contraria a Dios, no tenía nada en contra de quienes viven la fe, así que me uní sin resistencia alguna. La alegría que vi en los Siervos hizo tambalearse todo aquel amasijo absurdo de teorías que configuraban mi vida, como un cañonazo dirigido contra una choza de paja. Aquellos hombres, aunque habían renunciado a todo cuanto el mundo considera deseable, irradiaban una paz que no era de este mundo, mientras que yo no podía verme a mí mismo sino con vergüenza. “¿Y si me habré equivocado?”, pensé.
Una vez de vuelta en casa, me zambullí en la lectura de un libro que me habían dado los Siervos en el que relataban algunos de sus testimonios de conversión. Aquel fue el golpe definitivo. Recuerdo preguntarme un día, cansado ya de darle vueltas al asunto: “Si admito que esta es la verdad, ¿estaría dispuesto a darlo todo, aun la propia vida, con tal de ser fiel?” Inmediatamente, comprendí que antes yo no buscaba la verdad, sino una huida de la realidad, de mí mismo y de Dios, y que nunca había sido tan feliz como cuando estaba en paz con el Señor. Ahora bien, ¿podría responder a aquella llamada que sentí con 14 años como si nada hubiera ocurrido? Ciertamente, Dios no es como los hombres, capaz de guardar rencor, sino que mantiene su plan de amor para con nosotros incluso a pesar de haberle negado: “El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: tú eres sacerdote eterno” (Sal 110, 4).
Ya solo me quedaba saber dónde me quería Dios. Ese mismo verano participé con los Siervos y otros jóvenes en una peregrinación a Irlanda con la intención de abrirme a Dios. En el santuario mariano de Knock, el Señor me descubrió finalmente cuál era mi lugar: el Hogar de la Madre. Mi entrada como Siervo tuvo lugar el 1 de diciembre, Solemnidad de Todos los Santos, junto al Hno. Pablo.
«El Sacerdote —quien sea— es siempre otro Cristo (Camino, 66); o, como dice el Cura de Ars, es el amor del Corazón de Jesús en la tierra. Son las personas escogidas por el Señor para celebrar los sacramentos y perpetuar así su presencia entre nosotros hasta el fin del mundo».
— ¿A cuáles necesidades de la Iglesia respondéis los Siervos del Hogar de la Madre? De hecho, sabemos que hay muchos jóvenes que os siguen.
L: Como ya hemos indicado, la conquista de los jóvenes para Jesucristo es nuestra tercera misión dentro de la Iglesia. En su carta a los jóvenes, san Juan Pablo II afirma que la juventud es la época de las grandes preguntas, como la del joven rico: ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido? Sólo el Señor puede ofrecer una respuesta plenamente satisfactoria, capaz de abarcar y comprometer toda la existencia.
El amor es exigente, lo pide todo, no se contenta con medias tintas. En los jóvenes, esta sed de amor se manifiesta de modo particularmente intenso. Pídele algo a un joven, y no te dará nada; pídele mucho, y te dará un poco; pídeselo todo, y te dará más de lo que te puedes imaginar. Los jóvenes quieren grandes ideales por los que valga la pena dar la vida. Quizá sin saber expresarlo con palabras, intuyen que su destino trasciende la simple temporalidad, que no basta con estar cómodos aquí abajo: hemos sido creados para la grandeza, para el cielo.
Ahora bien, estamos expuestos a un constante bombardeo de estímulos y placeres inmediatos que los jóvenes, con una voluntad tan débil, difícilmente consiguen controlar. Es necesario ayudarles a superar la mediocridad y la cobardía poniéndolos delante del Señor, llevándolos al encuentro personal con Dios por medio de la oración. Sólo cuando escuchen la voz del Señor que les llama a la comunión consigo encontrarán el valor necesario para salir de sí mismos y ponerse en camino. En esto consiste la conquista: en ponerles en la presencia de Dios.
Es en el silencio donde Dios toca los corazones y los transforma. Todas las actividades que realizamos (convivencias, campamentos, peregrinaciones, retiros, uso de los medios de comunicación, etc.) están enfocados en este encuentro.
En el Hogar de la Madre somos muy conscientes de que nuestra misión no consiste en conquistar a los jóvenes para nosotros mismos, para juntar gente que nos siga como un grupo de fans o algo por el estilo, sino para el Señor. En la medida en que el Siervo del Hogar de la Madre se llena de Dios, su existencia se convierte en una luz para todos los hombres, de modo particular para los jóvenes.
— Catholic Stuff es un programa estupendo, junto a todas las iniciativas de formación y de evangelización: ¿a quiénes os dirigís particularmente?
P: Catholic Stuff no persigue otro fin que el de acercar las almas a Dios. Jesús nos ha dicho: “Id al mundo entero y predicad el evangelio” (Mc 16,15). Como dice Benedicto XVI, Internet es un sexto continente para evangelizar; y, en palabras de san Pablo VI, los medios de comunicación son el nuevo púlpito desde el que la Iglesia debe dirigirse al mundo. Queremos usar las redes actuales para llevar las almas a Dios, que es el único que puede llenar nuestras vidas y colmar nuestros anhelos más profundos.
La serie Catholic Stuff está dirigida a todos aquellos jóvenes que, si bien se consideran creyentes, no practican mucho su fe y se quedan solamente en los aspectos más básicos de ella. Pero también a todos aquellos que, aun practicando su fe, quieren entrar más a fondo. Pensamos que el programa puede ser útil también para los catequistas que necesitan algún medio innovador y divertido para llevar a cabo su trabajo apostólico.
Empezamos el proyecto sin saber exactamente en qué nos embarcábamos, con la sola convicción de que Dios lo quería. Uno va a buscar en YouTube vídeos con contenido católico y se le cae el alma a los pies cuando ve la calidad del formato: ¿dónde encontrar un vídeo que proclame la verdad del Evangelio con el lenguaje de la juventud? Con esto en mente nos lanzamos a aprender, poco a poco, a usar los programas necesarios para una evangelización al estilo del cine.
La clave, ciertamente, está en que decimos la verdad sin edulcorantes. Las personas en el fondo buscan la verdad, y son capaces de reconocerla, aunque luego pueden no aceptarla. Hablamos de la Verdad que es Cristo. Él es la clave de nuestro éxito. Además, tratamos de abordar los temas con humor y de manera juvenil, con expresiones coloquiales y bromas para no dar la típica impresión de que la fe es “aburrida”. ¡Dios no es aburrido!
— Luís, una pregunta para ti en particular:¿por qué tú y varios padres y hermanos de los Siervos elegisteis la Pontificia Universidad de la Santa Cruz?
L: Desde hace varios años, los Siervos del Hogar de la Madre hemos realizado nuestros estudios en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz por la calidad de la formación que ofrecen y el ambiente en el que se realiza. El mundo actual exige de los aspirantes al sacerdocio un gran rigor intelectual capaz de integrar razón y fe de tal modo que podamos, como dice san Pedro, “dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15). Deseamos comprender para vivir nuestra fe siempre con mayor profundidad, y ser al mismo tiempo testigos valientes de Cristo en una sociedad sedienta de la Verdad.
Otra peculiaridad de la formación recibida en esta universidad es la armonía existente entre vida intelectual y profesional, por un lado, y la formación espiritual por otra. Los profesores no son solamente eruditos, sino que se percibe en ellos que han asimilado existencialmente aquello de lo que nos hablan, y por ello resulta convincente y alentador, comunicándonos la certeza de que nuestra fe no está desligada de las realidades temporales, sino que ilumina cada aspecto de nuestra vida y la mueve a su plena realización.
Por último, es muy enriquecedora la presencia de alumnos de distintas nacionalidades. Nos abre así a la universalidad de la Iglesia Católica, ampliando nuestras miras más allá de los límites de la región de donde somos originarios para compartir la fe con otras culturas y modos de vivir el encuentro con el Señor.
«Nuestras misiones en la Iglesia son: la defensa de la Eucaristía; la defensa del honor de Nuestra Madre, especialmente en el privilegio de su virginidad; y la conquista de los jóvenes para Jesucristo».
— Sé que, a pesar de ser una realidad muy joven, ya habéis tenido, en los Siervos, muchos testigos de santidad…
P: Sí, en particular la hermana Clare Crockett, cuya vida está relatada en esta película.
Era una chica que tenía un gran talento artístico, una preciosa voz, un aspecto físico atractivo y una personalidad arrolladora. Con solo 15 años la habían contratado ya como presentadora de programas juveniles de televisión en el Canal 4 –uno de los más importantes del Reino Unido– y, a los 17, se había interesado por ella el canal estadounidense Nickelodeon. Sin embargo, experimentó un vacío tan grande que comprendió que su vida no tenía sentido si no se la entregaba a Jesucristo. Ni los ruegos de su familia ni las promesas de su manager consiguieron detenerla. El 11 de agosto de 2001 entregó su vida a Dios como Sierva del Hogar de la Madre y se fue convirtiendo en un instrumento cada vez más dócil en las manos del Señor.
Había una imagen que la hermana Clare usaba mucho y que le ayudaba a poner cada día su vida en las manos de Dios. Era la imagen del cheque en blanco. Cada día le ofrecía al Señor un cheque en blanco, para que Él le pudiera pedir todo lo que quisiera. El 16 de abril de 2016, un terremoto en Ecuador, donde ella servía desde hacía años, puso fin a su vida y la de otras cinco jóvenes aspirantes.
Para sorpresa nuestra, la noticia de la muerte de la hermana Clare empezó enseguida a circular por los diversos medios de comunicación social de todo el mundo. Empezamos a recibir muchos mensajes de cercanía y de apoyo, pero, sobre todo, muchos testimonios de personas que, al conocer su historia, se habían sentido movidas a volver a frecuentar los sacramentos o a vivir más intensamente su fe. Actualmente, su documental en YouTube tiene más de 3.500.000 visualizaciones en español y 2.000.000 en inglés.
L: También quiero mencionar al P. Henry Kowalczyk de Estados Unidos.
Él también se consagró al servicio de Dios y de las almas, de manera particular por los enfermos. Él mismo era epiléptico, y en los últimos años sufría frecuentes crisis que le menguaban cada vez más la salud y la movilidad apostólica, pero lo supo llevar todo tan unido al Señor que nos dejaba a todos impresionados.
Al comenzar la pandemia de coronavirus en España, el convento de Carmelitas Descalzas de Amposta (Tarragona) pidió un capellán, y el P. Henry se ofreció para ir. La mañana del 15 de abril del 2020 le sobrevino un nuevo ataque epiléptico mientras se aseaba y se golpeó la cabeza contra la bañera, lo cual le ocasionó la muerte inmediata. Según las mismas Madres Carmelitas, en sus últimos días “estaba feliz y en las homilías hablaba del Cielo”.
Ellos dos no sólo son un ejemplo para nosotros, los Siervos, sino que su testimonio de vida está recorriendo todo el mundo haciendo un bien inmenso a personas de todas las edades y condiciones. Os recomendamos que busquéis en internet más información sobre ellos.
— ¡Qué fuerte! Personalmente, yo vi los videos y películas de ambos en YouTube y me emocioné muchísimo. Y se las aconsejo a nuestros lectores también.
Y nosotros también… Y algo más que queremos decirles a los benefactores de la Fundación CARF, y a todos los lectores y benefactores en España y en el mundo es que, en Mt 10,42 podemos leer: “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa”. Si el Señor recompensa hasta un vaso de agua fresca que se dé en su nombre, ¡cuánto más recompensará el ayudar a la formación de un sacerdote!
“El Sacerdote —quien sea— es siempre otro Cristo” (Camino, 66); o, como dice el Cura de Ars, es el amor del Corazón de Jesús en la tierra. Son las personas escogidas por el Señor para celebrar los sacramentos y perpetuar así su presencia entre nosotros hasta el fin del mundo. Es una elección difusiva o expansiva, podríamos decir. Escoge al sacerdote para llegar a toda la comunidad y alimentarla con la Eucaristía, perdonar los pecados a través de la confesión, dar nueva vida con el bautismo, estar presente en los momentos importantes de nuestra vida, acompañarnos, alentarnos…
Ayudar a la formación de un sacerdote es contribuir al bien de todo el pueblo de Dios. Hoy más que nunca hace falta sacerdotes bien formados en todos los niveles, y el posibilitarlo en buenos centros de estudio es una ayuda enorme. Solo puedo agradecer y seguir animando a los benefactores a seguir adelante con su colaboración, tan importante para nosotros.
Gerardo Ferrara,
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.