Gonçalves es un joven angoleño que descubrió su vocación desde muy pequeño, a los ocho años. «Mi corazón ardía y soñaba con ser catequista», recuerda con emoción. Hoy, junto a un compañero, es uno de los primeros seminaristas de Angola que estudian en el Bidasoa starptautiskais seminārsPamplonā.
Angola es un país rico en recursos naturales como los diamantes y el petróleo. Sin embargo, sigue enfrentando grandes desafíos. La falta de sentido de pertenencia entre sus ciudadanos y la escasa responsabilidad de algunos gobernantes hacia el bien común contribuyen a que persista la pobreza.
Gonçalves Cacoma Cahinga es plenamente consciente de los desafíos que enfrenta su país. Aunque su vocación sacerdotal se centra en la evangelización y en la administración de los sacramentos, sabe que, a través de su ministerio, podrá contribuir al bienestar de muchos de sus compatriotas.
«A pesar de la pobreza, la escasez de escuelas, la falta de infraestructuras viales y las deficiencias en el sistema de salud, quien visite mi país descubrirá, ante todo, la alegría de su gente. La hospitalidad, la humildad, el deseo de aprender y la unidad entre diversas culturas son signos vivos del espíritu angoleño y caminos privilegiados para la evangelización. También destacaría la profunda fe del pueblo y su liturgia vibrante, que permite un encuentro auténtico con lo divino, sin olvidar los encantos de nuestra naturaleza y la riqueza de nuestra gastronomía», afirma con entusiasmo este joven angoleño (1999).
Pertenece a la diócesis de Luena, la más extensa de Angola, con una superficie de 223.000 km². Junto con un compañero, es el primer angoleño que estudia en el seminario internacional Bidasoa. Este año comenzará su tercer curso de Teología. «Siempre he definido mi vocación como una verdadera Providencia divina», afirma.
Gonçalves puede formarse en Bidasoa gracias al apoyo de la Fundación CARF, que cubre los costes de su preparación sacerdotal. Este compromiso con la formación es uno de los pilares fundamentales de la Fundación: ayudar a las vocaciones en países con menos recursos, para que ninguna se pierda por falta de medios económicos.
«Vengo de una familia humilde y campesina, compuesta por ocho miembros: cuatro hombres y tres mujeres. Soy el séptimo hijo y el único que aún está estudiando, ya que mis hermanos y hermanas ya han formado sus propias familias. Mis padres, aunque ya mayores, aún viven. Toda mi familia es cristiana, pero solo mi madre, un hermano y tres hermanas son católicos; los demás pertenecen a otras denominaciones cristianas. A pesar de las limitaciones económicas, crecimos en un ambiente lleno de valores humanos y religiosos que han marcado profundamente nuestra vida», relata Gonçalves.
Su vocación al sacerdocio nació cuando tenía ocho años. «Solía ir todos los domingos a la iglesia con mi madre, y me fascinaba ver al catequista explicar las lecturas. Sentía un ardor en el corazón y soñaba con ser catequista algún día».
Ese deseo se fortaleció en 2012, cuando llegaron a su municipio los sacerdotes religiosos de la Congregación de los Sacramentinos de Nuestra Señora, procedentes de Brasil. Fundaron la parroquia de san Antonio de Lisboa y, con su testimonio de vida, su dedicación a la Palabra de Dios, su servicio en los pueblos más alejados y su atención a los ancianos y a los niños de la calle, transformaron por completo su visión: «De querer ser catequista, pasé a sentir una llamada al sacerdocio», manifiesta.
Pero su vocación no ha estado exenta de dificultades y tribulaciones que marcaron profundamente su camino, al punto de estar a punto de naufragar.
En 2014 se trasladó a otro municipio para continuar sus estudios y, durante ese tiempo, se alejó de la Iglesia. En 2016 finalizó el segundo ciclo, regresó a su pueblo y no pudo seguir estudiando por falta de recursos económicos.
«Durante ese año, tenía otros planes: formar una familia y buscar trabajo. Sin embargo, el Señor tenía otros caminos para mí. Los sacerdotes hablaron conmigo y con mis padres, y me invitaron a participar en la formación vocacional con vistas a ingresar al seminario. Así, en 2018 ingresé al seminario Propedéutico san Juan María Vianney».
Tres años después, en 2020, los sacerdotes que financiaban sus estudios regresaron a su país, y ante la imposibilidad de continuar por falta de medios, decidió abandonar el seminario. Sin embargo, gracias a la intervención de su rector y a una señora generosa que se ofreció a costear su formación, pudo ingresar al seminario mayor de filosofía san José, donde estudió durante tres años.
Actualmente, Gonçalves se encuentra en el seminario internacional Bidasoa, en Pamplona. «Para mí fue una verdadera sorpresa, y también para mi familia. Es una oportunidad para crecer en mi vocación, en mi misión y madurar más en mi formación», afirma con gratitud.
Consciente de la necesidad pastoral en su país, añade: «En mi diócesis, aunque hay bastantes católicos, hay pocos sacerdotes y pocas parroquias. Por eso agradezco profundamente a todos los benefactores de la Fundación CARF la oportunidad que me brindan. Para mí, estar en Bidasoa supone una gran riqueza, porque me permite descubrir la grandeza de la Iglesia universal».
Finaliza su testimonio con un sincero agradecimiento a la Fundación CARF, cuya ayuda ha sido clave para que su vocación siga adelante.
Marta Santínžurnālists, kas specializējas reliģijas jautājumos.