Hoy te contamos la vocación como sacerdote en Sudáfrica del seminarista Sthabiso Zibani, que lucha por renovar la fe en su diócesis pese a las heridas del pasado.
Él es el cuarto de cinco hermanos e hijo de dos profesores de Economía de un instituto. Sus padres formaron una familia donde la fe católica prendió primero por la vía materna, y fue abrazada más tarde por su padre, años después del matrimonio.
La vocación como futuro sacerdote del seminarista Sthabiso creció en un hogar con las raíces bien sustentadas por el Evangelio y por la cultura zulú, donde la vida giraba en torno a tres pilares: el hogar, la escuela y la iglesia.
«Nuestro padre se convirtió tarde, pero su testimonio dejó una huella profunda en mí. Nos criamos en una familia católica y zulú típica: amor y respeto a Dios, a los demás y a los desconocidos, a quienes considerábamos nuestros vecinos».
Sus padres animaron tanto a él como a sus hermanos a explorar sus talentos, y pronto se convirtió en un niño inquieto y curioso: probó el fútbol, el críquet, los clubes de debate, el coro… Y, como cualquier joven de su edad, también vivió un amor secreto. «Una novia que mis padres nunca conocieron», confiesa con una sonrisa tímida. Pero en su interior, desde muy joven, ardía una pregunta que no podía acallar: la llamada para ser sacerdote.
«Sabía que no me casaría con la chica que amaba profundamente. Así que liberé a mi novia y respondí a la llamada. Me encomendé a Cristo para que me diera la fuerza de amar de forma radical, más allá de intereses románticos y ambiciones profesionales», relata.
Su decisión no fue sencilla: para responder a su vocación, dejó sus estudios de Ingeniería, sus comodidades y todo lo conocido, para abrazar un camino que nadie en su familia había recorrido antes.
Al hablar de su vocación sacerdotal, Sthabiso baja un poco la voz. Reconoce que su discernimiento ha sido inspirado por muchas personas, pero fundamentalmente por su familia, y en especial por su padre: «En mi familia aprendí y observé el amor paternal que recibimos. Muchos se sorprenderían al saber que mi propio padre es una inspiración para la vida sacerdotal. Aunque no es sacerdote, veo en él la virtud sacerdotal del autosacrificio, incluso ahora, en los albores de la vejez».
Después de su padre, fueron sus párrocos quienes le ayudaron a descubrir la voluntad de Dios en su vida. Pero, por encima de todos, Cristo: «el Buen Pastor ve la oveja coja que soy y viene a por mí. Me recoge y me lleva sobre sus hombros. Es por Él que deseo ser sacerdote: para que más ovejas cojas encuentren refugio en esos mismos hombros».
La diócesis de Eshowe aceptó su solicitud y le ha acompañado desde entonces. Pasó un año en la casa de formación san Ambrosio para aspirantes, en la archidiócesis de Durban, y otro año en el seminario de orientación de san Francisco Javier.
Tras este período de formación en Sudáfrica, Sthabiso fue admitido en el Bidasoa rahvusvaheline seminar (Pamplona), donde hoy continúa su aventura hacia el sacerdocio, caminando con un paso sereno y constante.
El contraste cultural ha sido enorme, y el idioma español aún le cuesta: «durante las clases y las homilías, a veces me pierdo. Pero le debo a Dios haber llegado hasta aquí», dice, sin un atisbo de queja.
La diócesis de Eshowe alberga aproximadamente al 2,8 % de la población de la región. Fundada en 1921, experimentó un crecimiento constante de fieles católicos hasta la década de 1980, cuando las cifras comenzaron a disminuir.
«Hay muchos factores que contribuyen a esto. El más importante, supongo, que es la inestabilidad política de aquella época, cuyo hedor aún perdura en la sociedad actual».
Con la serenidad con la que observa su país desde la distancia, Sthabiso no esconde el dolor que le provoca la situación actual de la Iglesia en Sudáfrica. Hoy, el cristianismo atraviesa una profunda crisis de identidad: el colonialismo dejó heridas abiertas, y la Iglesia católica es percibida por algunos como parte de ese pasado.
«La mayoría de la gente siente que el colonialismo les robó su identidad y, por ello, culpan a la Iglesia católica y a otras confesiones cristianas. Esto ha dado lugar a una fuerte presencia de políticas identitarias y culturales que excluyen intencionadamente a Dios y a la Iglesia», relata con pena, aunque sin perder la esperanza.
A ello se suma la influencia del misticismo occidental, mezclada con religiones ancestrales africanas, y una profunda crisis económica provocada, en parte, por la corrupción política. Todo ello empuja a muchos a trabajar incluso los domingos, dejando atrás la vida comunitaria.
«Una buena lección que podríamos aprender de Europa es el respeto por los lugares religiosos históricos… Nuestras iglesias antiguas se están deteriorando. ¡Ay!, si la gente ya no va a la iglesia, los templos caerán en el olvido… poco a poco», lamenta.
Sin embargo, hay una chispa de esperanza que arde con fuerza: la juventud. «La parte más viva de la Iglesia en Sudáfrica es, sin duda, la juventud», afirma con convicción.
Lejos de dejarse arrastrar por las ideologías del mundo, muchos jóvenes buscan razones profundas para creer, para vivir y para esperar.
«Es precisamente a causa de la crisis de identidad que los jóvenes investigan a fondo. Y aunque muchos apenas llegan a fin de mes, aún tienen esperanza en que Dios les dará una solución».
La mayoría de los fieles católicos en su país, especialmente los jóvenes, viven con modestia, tanto en su forma de presentarse ante el mundo como en las liturgias. Para este joven seminarista sudafricano, el futuro de la Iglesia pasa por lo auténtico: la sencillez, la verdad y la fidelidad.
Hoy, en un idioma que aún está aprendiendo y en una cultura muy distinta a la suya, Sthabiso da pasos silenciosos pero firmes hacia su ordenación. Lleva apenas un año en España y pronto comenzará su segundo año del Bachillerato en Teología.
Su anhelo es regresar algún día, como sacerdote, al corazón herido de su tierra natal. Por eso, cada clase, cada oración, cada esfuerzo tiene un destinatario claro: los hombres y las mujeres de su amada Eshowe, sedientos de una fe auténtica. «Doy gracias a Dios por mi vocación y deseo con todo mi corazón responder con todo el amor a esta llamada».
Porque, al final, el corazón del pastor se mide por las ovejas heridas que espera encontrar y abrazar con el amor mismo de Cristo.
Marta Santín, religioonile spetsialiseerunud ajakirjanik.