La vida de san Juan Pablo II, viaje al corazón del hombre

La vida y el legado de san Juan Pablo II, cuyo nombre de nacimiento era Karol Wojtyła, es un tema que resuena profundamente en la historia de la Iglesia Católica y en el mundo en general. Nacido en Wadowice, Polonia, el 18 de mayo de 1920, san Juan Pablo llegó a ser uno de los papas más influyentes del siglo XX.

Su papado, que se extendió desde 1978 hasta 2005, fue testigo de profundos cambios culturales, políticos y sociales. Desde su enfoque en los derechos humanos y el diálogo interreligioso hasta su papel en la caída del comunismo en Europa del Este, san Juan Pablo II dejó una huella imborrable. Este artículo explorará su vida, desde sus orígenes en Polonia hasta su impacto como líder espiritual y cultural en el mundo.

Orígenes en Wadowice

La infancia de san Juan Pablo

San Juan Pablo II nació en una familia de clase trabajadora. Su padre, un oficial del ejército polaco, y su madre, una educadora, inculcaron en él valores de fe, trabajo duro y dedicación. La muerte prematura de su madre cuando él tenía solo 9 años marcó el comienzo de una vida que se enfrentaría a numerosas adversidades. A pesar de las dificultades, San Juan Pablo sobresalió en la escuela y mostró interés en el teatro y la poesía.

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La infancia de San Juan Pablo estuvo profundamente influenciada por la comunidad católica de Wadowice. Allí, asistía a la iglesia local, donde desarrolló una relación personal con Dios que se fortalecería a lo largo de su vida. Esta base religiosa fue fundamental en su formación espiritual y moral, motivándolo a seguir un camino hacia el sacerdocio.

Influencias familiares y culturales

En su juventud, san Juan Pablo fue testigo del impacto de la Segunda Guerra Mundial en Polonia, que dejó una profunda marca en su visión del mundo. Su relación con su padre, que le enseñó sobre la importancia de la fe y la resistencia, fue vital en su desarrollo personal. Además, su interés por la literatura y el teatro lo llevó a explorar temas existenciales y filosóficos que más tarde influirían en sus enseñanzas como Papa.

La cultura polaca, rica en tradiciones y espiritualidad, también desempeñó un papel clave en la formación de su identidad. Las enseñanzas de la Iglesia Católica en este contexto cultural le proporcionaron un marco que lo guiaría en su vida sacerdotal y, más tarde, en su papado.

Primeros pasos en la fe

A medida que Karol Wojtyła avanzaba hacia la adolescencia, su compromiso con la fe católica se profundizó. Estudió en un seminario clandestino durante la ocupación nazi, lo que demuestra su determinación y coraje. Fue un tiempo en el que muchos católicos en Polonia enfrentaron persecuciones severas, y su decisión de convertirse en sacerdote reflejó una valentía notable.

La influencia de figuras religiosas y mentores durante esta etapa también ayudó a moldear su carácter. San Juan Pablo II no solo sería un líder religioso, sino un defensor de la dignidad humana y los derechos fundamentales, temas que resonarían a lo largo de su vida y su papado.

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Camino hacia el Sacerdocio

La vida universitaria y el teatro

Karol continuó su educación en la Universidad Jaguelónica de Cracovia, donde estudió filología y se involucró activamente en el teatro. Este período en la universidad no solo le proporcionó una sólida formación académica, sino que también le permitió explorar su pasión por las artes. A través del teatro, desarrolló habilidades de comunicación y empatía que más tarde utilizaría en su ministerio.

La combinación de su amor por la literatura y el teatro con su creciente devoción religiosa estableció una base única para su futuro. La experiencia universitaria también le permitió formar amistades significativas, muchas de las cuales permanecerían a lo largo de su vida y contribuirían a su perspectiva sobre los problemas sociales y políticos.

La Segunda Guerra Mundial y su impacto

La invasión alemana de Polonia en 1939 interrumpió abruptamente la vida de Karol Wojtyła. La brutalidad de la guerra y la ocupación nazi tuvieron un profundo impacto en él, llevándolo a reflexionar sobre la condición humana y la necesidad de la fe. Durante este tiempo, continuó su formación sacerdotal en secreto, y su pasión por la justicia social comenzó a crecer.

La guerra no solo lo llevó a cuestionar la naturaleza del sufrimiento, sino que también fortaleció su determinación de convertirse en un líder que abogaría por los oprimidos. Este periodo de adversidad fue crucial en su desarrollo, ya que moldeó su carácter y su futura misión como Papa.

Ordenación y primeros años como sacerdote

Wojtyła fue ordenado sacerdote en 1946 y rápidamente se ganó la reputación de ser un líder carismático y un pensador profundo. Su trabajo en la diócesis de Cracovia lo llevó a involucrarse en actividades sociales y culturales, buscando conectar la fe con la vida cotidiana de las personas. Durante estos años, se dedicó a ministrar a los jóvenes y a trabajar con la comunidad obrera, lo que prefiguró su enfoque pastoral en su papado.

A medida que avanzaba en su carrera, Wojtyła fue nombrado obispo auxiliar de Cracovia y luego arzobispo. Su habilidad para dialogar con personas de diferentes orígenes y su capacidad para abordar temas difíciles lo hicieron destacar. Su tiempo en Cracovia le proporcionó una plataforma para desarrollar su pensamiento teológico y su compromiso con los derechos humanos.

Ascenso en la Iglesia Católica

Experiencias en Cracovia

Como arzobispo de Cracovia, Wojtyła trabajó incansablemente para revitalizar la fe católica en Polonia. Organizó retiros espirituales y promovió la educación cristiana, estableciendo centros de formación para jóvenes. Su enfoque innovador y su conexión con la comunidad lo convirtieron en un líder respetado, no solo en Polonia, sino también en el ámbito internacional.

Wojtyła se destacó en su oposición al régimen comunista, defendiendo la libertad de conciencia y los derechos de los creyentes. Su compromiso con la justicia social le valió la admiración tanto de la comunidad católica como de aquellos que luchaban por la libertad en Polonia.

El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II, que tuvo lugar entre 1962 y 1965, fue un punto de inflexión para la Iglesia Católica. Wojtyła estuvo presente como obispo y participó activamente en la discusión sobre la modernización de la Iglesia. Abogó por una apertura hacia el mundo moderno, enfatizando la importancia del diálogo interreligioso y la necesidad de la Iglesia de involucrarse en cuestiones sociales contemporáneas.

Su participación en el Concilio fortaleció su posición dentro de la Iglesia y sentó las bases para sus futuras enseñanzas como Papa. La experiencia reforzó su creencia en la importancia de la paz y la reconciliación en un mundo dividido.

Cardenal de Cracovia

En 1964, Wojtyła fue nombrado cardenal, consolidando su influencia dentro del Vaticano. Su liderazgo en Cracovia y su participación activa en el Concilio lo posicionaron como un candidato a la papalidad. Durante estos años, continuó trabajando por la justicia y la dignidad humana, estableciendo un legado que lo acompañaría hasta su elección como Papa en 1978.

La relación de Wojtyła con los jóvenes, así como su habilidad para comunicarse con diferentes grupos, lo convirtieron en una figura respetada a nivel internacional. Su carisma y visión de una Iglesia comprometida con la paz y la justicia social resonaron en todo el mundo.

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Papado: un nuevo rumbo para la Iglesia

Elección como sucesor de san Pedro

La elección de Wojtyła como Papa el 16 de octubre de 1978 marcó un momento histórico. Fue el primer Papa no italiano en más de 400 años y su elección fue recibida con alegría en todo el mundo, especialmente en su Polonia natal. Adoptó el nombre de Juan Pablo II, rindiendo homenaje a su predecesor y señalando su intención de continuar su legado de apertura y diálogo.

Su papado comenzó en un contexto internacional complicado, con tensiones políticas y sociales en aumento. Juan Pablo II se propuso abordar estos problemas desde el principio, utilizando su plataforma para abogar por la paz y la justicia en todo el mundo.

Primeras enseñanzas y viajes apostólicos

Uno de los aspectos más destacados de su papado fue su dedicación a los viajes apostólicos. Juan Pablo II realizó más de 100 visitas internacionales, llevando su mensaje de esperanza y renovación a millones de personas. Durante estos viajes, se centró en la importancia de la dignidad humana y la libertad religiosa, abordando problemas sociales y políticos en cada país que visitaba.

Sus primeras encíclicas reflejaron su visión de una Iglesia en diálogo con el mundo moderno. En Redemptor Hominis, enfatizó la centralidad de Cristo en la vida del hombre, mientras que Dives in Misericordia subrayó la misericordia de Dios como una respuesta a las injusticias del mundo. Estas enseñanzas establecieron un tono para su papado y sentaron las bases para su compromiso continuo con los derechos humanos.

Enfrentamiento con el comunismo

Juan Pablo II se convirtió en una figura emblemática en la lucha contra el comunismo, especialmente en Europa del Este. Su visita a Polonia en 1979 fue un evento crucial que inspiró a millones a cuestionar el régimen comunista. Su llamado a la libertad y la dignidad humana resonó en la población, dando lugar a un movimiento de solidaridad que culminaría en la caída del comunismo en Polonia en 1989.

La influencia de Juan Pablo II en la política global fue significativa. Su relación cercana con líderes mundiales, así como su compromiso con el diálogo interreligioso, contribuyeron a la desescalada de tensiones entre las superpotencias y promovieron la paz en diversas regiones del mundo.

Un líder mundial

El diálogo interreligioso

Juan Pablo II fue un pionero en el diálogo interreligioso, enfatizando la importancia de la comprensión y la cooperación entre diferentes tradiciones. En 1986, organizó un histórico encuentro con líderes de diversas religiones en Asís, Italia, donde se unieron en oración por la paz mundial. Este evento simbolizó su compromiso con la paz y su deseo de construir puentes entre las diferentes comunidades religiosas.

Su enfoque en el diálogo ayudó a fomentar una mayor apertura entre las religiones y promovió un sentido de unidad en la diversidad. A medida que se acercaba a otras tradiciones, su mensaje de respeto y amor se expandió, sentando las bases para un futuro más pacífico.

Su defensa de los derechos humanos

La defensa de los derechos humanos fue un pilar del papado de Juan Pablo II. Su trabajo en este ámbito no solo se limitó a la lucha contra el comunismo, sino que también abarcó temas como el racismo, la pobreza y la injusticia social. Fue un defensor ferviente de la dignidad humana, abogando por los oprimidos y denunciando las violaciones a los derechos fundamentales.

En su famoso discurso de 1995 en el aniversario de la Organización de las Naciones Unidas, Juan Pablo II instó a la comunidad internacional a trabajar en conjunto por un mundo más justo y equitativo. Su enfoque en la dignidad humana y la justicia social lo convirtió en una voz poderosa en la arena internacional, influyendo en políticas y promoviendo cambios significativos.

El impacto en la juventud

Juan Pablo II fue un Papa particularmente querido por los jóvenes, a quienes dedicó un espacio especial en su ministerio. Estableció las Jornadas Mundiales de la Juventud, una iniciativa que reunió a millones de jóvenes de todo el mundo en celebraciones de fe y comunidad. Estos eventos no solo fortalecieron la fe de los jóvenes, sino que también les proporcionaron una plataforma para expresar sus preocupaciones y aspiraciones.

Su mensaje a los jóvenes enfatizaba la importancia de la esperanza, la autenticidad y el compromiso con los valores cristianos. A través de su interacción con ellos, Juan Pablo II dejó una huella imborrable en la vida de muchos jóvenes, inspirándolos a vivir con propósito y dedicación.

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Legado espiritual y cultural

Canonización y reconocimiento

San Juan Pablo II fue canonizado el 27 de abril de 2014, un reconocimiento a su vida de servicio y su impacto en la Iglesia y el mundo. Su canonización fue un evento significativo, atraía a millones de peregrinos a Roma para celebrar su legado. Este reconocimiento no solo solidificó su lugar en la historia de la Iglesia Católica, sino que también reafirmó su influencia continua.

La canonización fue un momento de reflexión sobre su vida y enseñanzas. Muchas personas recordaron su dedicación a la paz, la justicia y la dignidad humana, considerando su legado como un ejemplo a seguir para las futuras generaciones.

Influencia en la sociedad contemporánea

El legado de San Juan Pablo II va más allá de su tiempo como Papa. Su enfoque en la dignidad humana, los derechos sociales y el diálogo interreligioso continúa influyendo en el pensamiento contemporáneo. Organizaciones y movimientos que promueven la justicia social a menudo citan sus enseñanzas como inspiración y guía en su trabajo.

Además, su énfasis en la importancia de la familia y la vida ha dejado una marca duradera en la sociedad moderna, donde la defensa de los valores familiares y el respeto por la vida son temas de discusión continua. Su legado sigue presente en la cultura, la política y la espiritualidad en todo el mundo.

Memoria y celebraciones en su honor

La memoria de San Juan Pablo II se celebra en todo el mundo a través de diversas actividades y eventos en su honor. Desde misas conmemorativas hasta iniciativas de justicia social, su vida y enseñanzas continúan inspirando a millones. Las Jornadas Mundiales de la Juventud, que él estableció, siguen siendo un evento destacado en el calendario de la Iglesia, fomentando la fe y la comunidad entre los jóvenes.

Las ciudades y comunidades también han erigido monumentos y espacios dedicados a su memoria, recordando su compromiso con la paz y el diálogo. Su legado sigue vivo en la vida de aquellos que buscan seguir su ejemplo de amor, esperanza y servicio a los demás.

Conclusión

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La vida y legado de San Juan Pablo II es un testimonio de la capacidad de un individuo para influir en el mundo a través de la fe, la dedicación y el amor. Desde su infancia en Wadowice hasta su papado y más allá, su mensaje de dignidad humana y justicia continua resonando hoy. En un mundo que a menudo enfrenta conflictos y divisiones, su vida nos recuerda la importancia de trabajar por la paz, el respeto mutuo y la unidad.

La figura de San Juan Pablo II no solo es un símbolo de la fe católica, sino también un faro de esperanza para todos aquellos que buscan la justicia y la reconciliación en la sociedad. Su legado perdurará en la memoria colectiva, inspirando a futuras generaciones a seguir su camino de amor y servicio.


Preguntas frecuente

¿Cuándo fue elegido san Juan Pablo II como Papa?

San Juan Pablo II fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978.

¿Qué impacto tuvo san Juan Pablo II en la caída del comunismo?

San Juan Pablo II desempeñó un papel crucial al inspirar el movimiento de Solidaridad en Polonia, que fue fundamental en la caída del régimen comunista en 1989.

¿Por qué es conocido como un defensor de los derechos humanos?

Juan Pablo II abogó por la dignidad humana y los derechos fundamentales en todo el mundo, enfrentando injusticias sociales y políticas tanto en su país como a nivel global.

¿Cuál fue el enfoque de san Juan Pablo II en el diálogo interreligioso?

Juan Pablo II promovió el diálogo interreligioso como una forma de construir puentes entre diferentes tradiciones, enfatizando el respeto y la comprensión mutua.

¿Cómo sigue influyendo san Juan Pablo II en la actualidad?

Su legado continúa inspirando movimientos por la justicia, la paz y la dignidad humana, así como en celebraciones y eventos en su honor en todo el mundo.

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¿Qué inspiró san Juan Pablo II a su amigo el beato Álvaro del Portillo?

San Juan Pablo II inspiró al beato Álvaro del Portillo para llevar a cabo el Centro Académico Romano de la Santa Cruz , erigido el 9 de enero de 1985 por la entonces Congregación para la Educación Católica.

San Josemaría Escrivá , fundador del Opus Dei, había deseado un centro de estudios universitarios que, en colaboración con otras universidades de Roma, realizara una amplia y profunda labor de investigación y formación en las diversas ciencias eclesiásticas, al servicio de toda la Iglesia.

El reto fue asumido por su sucesor, el beato Álvaro del Portillo , quien llevó a cabo materialmente el proyecto, dirigiendo toda la fase de ejecución y asumiendo el papel de primer Gran Canciller.

¿Quién concede el título de pontificia a la PUSC?

Con el paso del tiempo y añadiéndose otras actividades académicas, el Centro se transformó en 
el Ateneo Romano de la Santa Cruz, con las Facultades de Teología, Filosofía, Derecho Canónico y el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Apollinare.

El 26 de junio de 1995, san Juan Pablo II confirió al Ateneo el título de Pontificio. Tres años después (1998), erigida también la cuarta Facultad, la de Comunicación Social Institucional nacida el 26 de febrero de 1996, llegó finalmente el título de Universidad Pontificia.

La figura histórica de Jesús de Nazaret

Para un conocimiento más profundo de la vida de Jesús de Nazaret, obviamente, hay que referirse a los Evangelios y a los libros que citamos en la bibliografía.

Cronología de la vida de Jesús

Hablaré aquí sobre algunos hechos biográficos fundamentales, a partir del nacimiento del Nazareno.

Puedes leer aquí la primer parte de este artículo de investigación histórica sobre la La figura histórica de Jesús.

Navidad: ¿tiene sentido lo que nos cuentan los evangelios?

Del Evangelio de Lucas (capítulo 2) sabemos que el nacimiento de Jesús coincidió con un censo anunciado en toda la tierra por César Augusto: «Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el Imperio romano». Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria
Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo.

¿Qué sabemos al respecto? De lo que leemos en las líneas VII, VIII y X de la transcripción de las Res gestae de Augusto, ubicada en el Ara Pacis, en Roma, nos enteramos de que César Octavio Augusto realizó un censo en tres ocasiones, en los años 28 a.C., 8 a.C. y 14 d. C., de toda la población romana.

En la antigüedad, la realización de un censo de ese tamaño obviamente tenía que tomar algún tiempo para que el procedimiento se completara realmente. Y aquí hay otra aclaración del evangelista Lucas que nos da una pista: Cirenio era el gobernador de Siria cuando se hizo este “primer” censo.

Bueno, Cirenio fue gobernador de Siria probablemente desde el año 6-7 d.C. Sobre esta cuestión hay opiniones discordantes de los historiadores: algunos hipotetizan, de hecho, que el propio Cirenio tuvo un mandato anterior (1) en los años 8-6 a.C.

Otros, en cambio, traducen el término “primer” (que en latín y griego, siendo neutral, también puede tener un valor adverbial), como “primero” o más bien “antes de que Cirenio fuera gobernador de Siria”. Ambas hipótesis son admisibles, por lo que es probable lo que se narra en los Evangelios sobre el censo que tuvo lugar en el momento del nacimiento de Jesús (2).

Agregamos, entonces, que la práctica de esos censos disponía que uno se dirigiera, para el registro, a la aldea de origen, y no al lugar donde vivía: es plausible, entonces , que José se fuera a Belén para ser registrado.

¿Tenemos otras pistas temporales? Sí, la muerte de Herodes el Grande, en el 4 a.C., ya que murió en ese momento y, por lo que se narra en los Evangelios, tuvieron que pasar más o menos dos años entre el nacimiento de Jesús y la muerte del rey, que coincidirían precisamente con el 6 a.C.

En cuanto al dies natalis, que es el día real del nacimiento de Jesús, durante mucho tiempo se asumió que este se fijaría el 25 de diciembre en un período posterior, para que coincidiera con el dies Solis Invicti, fiesta de origen pagano (probablemente asociada con el culto de Mitra), y por lo tanto reemplaza la conmemoración pagana por una cristiana.

Descubrimientos recientes, del inagotable Qumrán, han permitido establecer que, sin embargo, puede que no haya sucedido así y que tenemos motivos para celebrar la Navidad el 25 de diciembre.

Sabemos, pues, siempre por el evangelista Lucas (el más rico en detalles en la narración de cómo nació Jesús) que María quedó embarazada cuando su prima Isabel ya tenía seis meses de embarazo. Los cristianos occidentales siempre han celebrado la Anunciación de María el 25 de marzo, que es nueve meses antes de Navidad.

Los de Oriente, por su parte, también celebran el 23 de septiembre la Anunciación a Zacarías (padre de Juan Bautista y esposo de Isabel). Lucas entra aún más en detalle cuando nos cuenta que, cuando Zacarías se enteró de que su esposa, ya en una edad avanzada como él, quedaría embarazada, estaba sirviendo en el Templo, siendo de casta sacerdotal, según la clase de Abías.

Sin embargo, el propio Lucas, escribiendo en un momento en que el Templo todavía estaba en funcionamiento y las clases sacerdotales seguían sus perennes turnos, no ofrece, dándolo por sentado, el tiempo en que la clase de Abías iba a servir. Bueno, numerosos fragmentos del Libro de los Jubileos, encontrados en Qumrán, han permitido a estudiosos como la francesa Annie Jaubert y el israelí Shemarjahu Talmon, reconstruir con precisión que el turno de Abías tenía lugar dos veces al año:

Lo que corresponde a los últimos diez días de septiembre, en perfecta armonía con la fiesta oriental del 23 de septiembre y seis meses antes del 25 de marzo, lo que nos llevaría a suponer que el nacimiento de Jesús realmente tuvo lugar en la última década de diciembre: quizás no exactamente el 25, pero por ahí.

Qumran es una ciudad en la costa noroeste del Mar Muerto, a 19 km al sur de Jericó, ubicada en las estribaciones de las montañas del desierto de Judá que se extienden hacia la llanura del lago del cual está a solo 2 km de distancia. Lugar tórrido y desértico (la única fuente Ein Feshka, unos kilómetros más al sur). Un camino estrecho y empinado, actualmente asfaltado, conduce a una terraza rodeada de barrancos y completamente expuesta al sol tórrido e implacable; sobre él se encuentran las ruinas de Qumran. El lugar, aunque nunca mencionado directamente en la Biblia, es de gran interés bíblico debido a los importantes descubrimientos que se hicieron allí en los años 1947-58.

La vida: ¿tanto ruido y pocas nueces?

Continuamos con el excursus en la vida de Jesús de Nazaret.

Hemos visto que, hacia el año 6 a.C., tanto Isabel, esposa del sacerdote Zacarías de la clase de Abías, como su prima María, quien, según las escrituras cristianas, era virgen y prometida a un hombre de la casa de David llamado José, quedaron embarazadas.

José, debido al censo anunciado por el emperador Augusto (en el que los hombres debían regresar a las ciudades de origen de su familia para registrarse)se dirigió a la ciudad de David, Belén, y allí su esposa María dio a luz un hijo al que llamó Jesús.

Los Evangelios luego relatan que los Magos vinieron del Oriente después de ver una estrella para adorar al nuevo rey del mundo, predicho por las escrituras antiguas, y que Herodes, habiendo aprendido que la profecía acerca del Mesías, el nuevo rey de Israel, era para cumplirse, decidió matar a todos los niños varones de dos años o menos.

Episodio del que encontramos algunas huellas en Flavio Josefo pero del que nadie más cuenta; por otro lado, como señala Giuseppe Ricciotti, en un contexto como el de Belén y sus alrededores, escasamente poblado, y especialmente en una época en la que la vida de un niño era de poco valor, es difícil imaginar que alguien se moleste en notar la muerte violenta de algún pobre infante hijo de nadie importante.

Habiendo llegado a conocer de alguna manera las intenciones de Herodes (el evangelio de Mateo habla de un ángel que advierte a José en un sueño)la madre, el padre y el hijo recién nacido huyen a Egipto, donde permanecen unos años, hasta la muerte de Herodes (por tanto, después del 4 a. C.).

A excepción de la referencia de Lucas a Jesús, quien, a la edad de doce años, durante una peregrinación a Jerusalén, fue perdido por sus padres que más tarde lo encontraron después de tres días de búsqueda mientras discutía cuestiones doctrinales con los doctores del Templo, no se sabe nada más sobre la infancia y vida juvenil del Nazareno, hasta su entrada efectiva en la escena pública de Israel, que se puede ubicar alrededor del año 27-28 d.C.

Cuando debió tener unos treinta y tres años, poco después de Juan Bautista, quien debió iniciar su ministerio unos meses, o un año antes, más o menos. Podemos remontarnos al tiempo del inicio de la predicación de Jesús gracias a una indicación contenida en el Evangelio de Juan (el más exacto, desde un punto de vista cronológico, histórico y geográfico): Disputando con Jesús en el Templo, los notables judíos objetan: «En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?».

Si calculamos que Herodes el Grande comenzó la reconstrucción del Templo en el 20-19 a. C. y consideramos los cuarenta y seis años de la frase del Evangelio, nos encontramos justo en el año 27-28 AC.

El ministerio de Juan el Bautista

En cualquier caso, precedió poco al de Jesús y, según los evangelistas, Juan no representaba más que el precursor del hombre de Galilea, quien era el verdadero mesías de Israel.

Juan, que se cree que fue, al principio de su vida, un esenio, ciertamente se separó, como se demostró anteriormente, de la rígida doctrina de élite de la secta de Qumrán. Predicó un bautismo de penitencia, por inmersión en el Jordán (en una zona no muy lejos de Qumrán), precisamente para prepararse para el advenimiento del libertador, el rey mesías.

De sí mismo dijo: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor» (Evangelio de Juan 1, 23). Sin embargo, pronto fue asesinado por Herodes Antipas (3), tetrarca de la Galilea e hijo de Herodes el Grande.

La muerte de Juan no impidió que Jesús continuara su ministerio. El hombre de Nazaret predicó la paz, el amor a los enemigos y el advenimiento de una nueva era de justicia y paz, el Reino de Dios, que, sin embargo, no sería lo que esperaban los judíos contemporáneos de él (y cómo anticipado por las mismas profecías sobre el Mesías). Es decir, un reino terrenal en el que Israel sería liberado de sus opresores y dominaría a otras naciones, los gentiles, sino un reino para los pobres, los humildes y los mansos.

La predicación de Jesús

A la que volveremos un poco más en detalle en el siguiente párrafo, en un principio pareció tener mucho éxito, sobre todo porque, nos dicen los Evangelios.

Acompañada de un gran número de señales prodigiosas (multiplicación de panes y peces por miles de personas; curaciones de leprosos, cojos, ciegos y sordos; resurrección de muertos; transformación del agua en vino). Sin embargo, luego tropezó con dificultades considerables, cuando el mismo Jesús comenzó a sugerir que era mucho más que un hombre, o se proclamó hijo de Dios.

Además, se enfrentó duramente con la élite religiosa de la época (los fariseos y escribas, a los que llamó “víboras” y “buitres”) al proclamar que el hombre era más importante que el shabbat y el reposo del sábado (y, en la concepción farisea, el sábado era casi más importante que Dios) y que él mismo era incluso más importante que el Templo de Jerusalén.

Tampoco le agradaban los saduceos, con quienes no era menos duro y que, por su parte, junto con los herodianos, eran sus mayores adversarios, ya que Jesús era amado por las multitudes y ellos temían que el pueblo se levantara contra ellos mismos y contra los romanos.

Todo esto duró unos tres años

Tres son las pascuas judías mencionadas, sobre el relato de la vida de Jesús, por el evangelista Juan, como dijimos el más preciso al corregir las inexactitudes de los otros tres evangelistas y al señalar detalles descuidados, incluso desde el punto de vista cronológico.

Tras lo cual el Nazareno subió por última vez a Jerusalén para celebrar la Pascua. Aquí lo esperaban, además de una multitud que lo vitoreaba, fariseos, escribas, saduceos y herodianos, quienes conspiraron para matarlo, lo arrestaron aprovechando la traición de uno de sus discípulos (Judas Iscariote) y lo entregaron a los romanos. Después de un juicio sumario, el procurador o prefecto, Poncio Pilato, se lavó las manos y lo crucificó.

La muerte de Jesús en la Cruz

Todos los evangelistas coinciden en fijar la muerte de Jesús en la cruz un viernes (el parasceve) dentro de las fiestas de Pascua.

Giuseppe Ricciotti, enumerando una serie de posibilidades todas analizadas por los estudiosos, llega a la conclusión de que la fecha exacta de este evento, en el calendario judío, es el 14 del mes lunar de Nisan (viernes 7 de abril) del 30 d.C.

Entonces, si Jesús nació dos años antes de la muerte de Herodes y tenía unos treinta años (posiblemente treinta y dos o treinta y tres) al comienzo de su vida pública, debía tener unos 35 años cuando murió.

Los Evangelios nos dicen que Jesús sufrió la muerte más atroz, la reservada a los esclavos, asesinos, ladrones y los que no eran ciudadanos romanos: la crucifixión, y además después de sufrir una tortura igualmente terrible que, en la costumbre romana, precedía a la crucifixión: la flagelación (descrita por Horacio como horribile flagellum), infligida con el terrible instrumento llamado flagrum, un látigo provisto de bolas de metal y clavitos de hueso que rasgaban la piel y arrancaban jirones de carne.

La cruz utilizada podría ser de dos tipos: crux commissa, en forma de T, o crux immissa, en forma de daga. (4)

Por lo que leemos en los Evangelios, una vez condenado, Jesús fue obligado a llevar la cruz (más probablemente la viga transversal de la crux immissa, el patibulum) a una altura justo fuera de los muros de Jerusalén (Gólgota, exactamente donde hoy se encuentra la Basílica del Santo Sepulcro)En aquel lugar, según el procedimiento romano, fue despojado.

Otros detalles del castigo podemos conocerlos precisamente de la costumbre romana de crucificar a los condenados a muerte: estos eran atados o clavados con los brazos extendidos al patíbulo y levantados sobre el poste vertical ya fijado en el suelo. En cambio, los pies eran atados o clavados al poste vertical, sobre el cual sobresalía una especie de asiento de apoyo a la altura de las nalgas.

La muerte era lenta, muy lenta y acompañada de un sufrimiento insoportable: la víctima, levantada del suelo a no más de medio metro, estaba completamente desnuda y podía colgar durante horas, si no días, sacudida por calambres tetánicos y espasmos debido a la imposibilidad de respirar correctamente, ya que la sangre no podía fluir a las extremidades que estaban tensas hasta el punto de agotamiento, así como al corazón y los pulmones que no podían eclosionar correctamente.

Sabemos por los evangelistas, sin embargo, que la agonía de Jesús no duró más de unas pocas horas (desde la hora sexta hasta la hora novena), probablemente debido a la enorme pérdida de sangre (shock hipovolémico) debido a la flagelación y que, después de la muerte, fue colocado en una tumba nueva, excavada en la roca cerca del lugar de la crucifixión (a unos metros de distancia).

Y aquí termina la historia de la vida del “Jesús histórico” y comienza la del “Cristo de la fe”, dado que, como más tarde se lee en los Evangelios, después de tres días Jesús de Nazaret resucitó de entre los muertos, apareciendo primero a unas mujeres (algo inaudito, en ese momento en que el testimonio de una mujer no valía nada), a su madre, a los discípulos y luego, antes de ascender al cielo a la diestra de Dios, a más de quinientas personas, muchas de la cuales seguían con vida, especifica Pablo de Tarso, en el momento en que (alrededor del 50) el mismo Pablo estaba escribiendo sus cartas.

Quién dijo que era: el kerigma

La historia del “Jesús histórico” es la historia de un fracaso, al menos aparente: quizás, de hecho, el mayor fracaso de la historia.

A diferencia de otros personajes que han marcado el curso del tiempo y han quedado grabados en la memoria de la posteridad, Jesús no hizo prácticamente nada excepcional, desde un punto de vista puramente humano, o más bien macrohistórico: no dirigió ejércitos para conquistar nuevos territorios, no derrotó hordas de enemigos, no acumuló cantidades de botines y mujeres, esclavos y sirvientes, no escribió obras literarias, no pintó ni esculpió nada.

Considerando, entonces, la forma en que terminó su existencia terrena, en la burla, en el chasco, en la muerte violenta y en el entierro anónimo, como lo hizo, por tanto, para citar a un amigo que me hizo precisamente esta pregunta, ¿un “bandolero asesinado por los romanos” para convertirse en la piedra angular de la historia? Pues, parece que lo que se dijo sobre él, que era “la piedra desechada por los constructores, pero que ha venido a ser la piedra angular” (Hechos 4, 11), se ha hecho realidad. ¿No es eso una paradoja?

Si, por lo contrario, consideramos el curso de los acontecimientos en su vida desde un punto de vista “microhistórico”, es decir, en lo que respecta a la influencia que tuvo en las personas con las que se cruzó, en aquellos a quienes habría sanado, conmovido, afectado, cambiado, entonces nos sale más fácil creer en otra cosa que él mismo les habría dicho a sus seguidores: “haréis incluso cosas mayores”.

Fueron sus discípulos y apóstoles, pues, quienes iniciaron su obra misionera y difundieron su mensaje por todo el mundo. Cuando Jesús estaba vivo, su mensaje, el “evangelio” (la buena noticia), no había traspasado las fronteras de Palestina y, de hecho, por cómo terminó su existencia, también parecía destinado a morir.

Una fuerza nueva e imparable

Y a la vez pequeña y escondida, empezó a fermentar como levadura de ese rinconcito de Oriente, de una manera, repito, completamente inexplicable, dado que, como nos lo testimonia Pablo de Tarso, la dificultad en la propagación del evangelio no radica solo en la paradoja que contiene, es decir, en proclamar  (algo inaudito hasta ese momento) bienaventurados los pequeños, los humildes, los niños y los ignorantes, sino también en tener que identificar el evangelio mismo con una persona que había muerto en la más absoluta ignominia y que luego afirmó haber resucitado.

Pablo, de hecho, define este anuncio, la cruz, “para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura”, “porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría” (primera Carta a los Corintios 1, 21-22).

Como ya se mencionó, este no es el lugar para tratar este tema, ya que el objetivo de este trabajo es simplemente una mirada al “Jesús histórico” y no al “Cristo de la fe”.

Sin embargo, ya se puede afirmar que uno no es comprensible sin el otro, por lo que solo proporcionaré algunas pistas sobre lo que fue, de hecho, el punto focal del mensaje de Jesús de Nazaret, el corazón del evangelio (εὐαγγέλιον, euanguélion, literalmente buena noticia, o buen anuncio), es decir el kerigma.

La buena noticia

El término es de origen griego (κήρυγμα, del verbo κηρύσσω, kēryssō, que es gritar como un pregonero, difundir un anuncio). Y el anuncio es este: la vida, muerte, resurrección y retorno glorioso de Jesús de Nazaret, llamado Cristo, por obra del Espíritu Santo.

Según los cristianos, esta obra constituye una intervención directa de Dios en la historia: Dios que se encarna en un hombre, que se rebaja hasta el nivel de las criaturas para elevarlas a la dignidad de hijos suyos, para liberarlos de la esclavitud del pecado (una nueva Pascua) y de la muerte y para darles la vida eterna, en virtud del sacrificio de su Hijo unigénito.

Este proceso en que Dios se rebaja hasta el hombre ha sido definido κένωσις (kénōsis), también palabra griega que literalmente indica un “vaciamiento”: Dios se rebaja y se vacía, en la práctica despojándose de sus propias prerrogativas y de sus propios atributos divinos para darlos, compartirlos con el hombre, en un movimiento entre el cielo y la tierra. Que presupone, después del descenso, también un ascenso, de la tierra al cielo: la théosis (θέοσις), la elevación de la naturaleza humana que se vuelve divina porque, en la doctrina cristiana, el bautizado es el mismo Cristo (5). De hecho, la humillación de Dios conduce a la apoteosis del hombre.

El concepto de kerigma constituye, desde un punto de vista histórico, un dato fundamental para comprender cómo, desde el comienzo del cristianismo, este anuncio y esta identificación de Jesús de Nazaret con Dios estuvo presente en las palabras y escritos de sus discípulos y apóstoles, constituyendo, entre otras cosas, el motivo mismo de su sentencia de muerte por parte de los notables del judaísmo de la época.

Sus huellas se encuentran, de hecho, no sólo en todos los Evangelios, sino también y sobre todo en las cartas paulinas (cuya redacción es aún más antigua: la primera Carta a los Tesalonicenses fue escrita en el 52 d.C[2].): en ellas, Pablo de Tarso escribe Pablo él mismo cuenta haber aprendido previamente, es decir, que Jesús de Nazaret nació, murió y resucitó por los pecados del mundo, según las escrituras.

No hay duda, por tanto, de que la identificación del “Jesús histórico” con el “Cristo de la fe” no es en absoluto tardía, sino inmediata y derivada de las mismas palabras empleadas por Jesús de Nazaret para definirse y atribuir a su persona las profecías e imágenes mesiánicas de toda la historia del pueblo de Israel.

La pedagogía del Nazareno

Otro aspecto interesante es el método: él “educa (etimológicamente el término latino educĕre presupone conducir de un lugar a otro y, por extensión, sacar algo fuera)y lo hace como un excelente maestropues se indica a si mismo como ejemplo a seguir.

De hecho, desde el análisis de sus palabras, sus gestos, sus actos, Jesús parece casi no querer solo realizar una obra por sí mismo, sino desear que quienes deciden seguirlo lo hagan con él, aprendan a actuar como él, lo sigan en el ascenso hacia Dios, en un diálogo constante que se concreta en los símbolos utilizados, en los lugares, en los contenidos de las escrituras.

Casi parece querer decir, y de hecho lo dice: “¡Aprended de mí!”. La frase que acabamos de citar está contenida, entre otras cosas, en un pasaje del evangelio de Mateo en el que Jesús invita a sus seguidores a ser como él en mansedumbre y humildad (cap. 11, 29).

En mansedumbre, en humildad, en no reaccionar con violencia o falta de respeto, su figura sigue siendo coherente también desde un punto de vista literario, no sólo intelectual: firme, constante hasta la muerte, nunca en contradicción.

Jesús les enseña a sus seguidores no solo a no matar, sino a dar la vida por los demás; no solo a no robar, sino a desvestirse para los demás; no solo a amar a los amigos, sino también a los enemigos; no solo a ser buenas personas, sino a ser perfectos como Dios. Y al hacerlo, no indica un modelo abstracto, alguien que está lejos en el tiempo y en el espacio o una divinidad perdida en los cielos: se señala a sí mismo. Él dice: “¡Haced como yo!”.

Su peregrinar por la tierra de Israel

También parece ser una expresión de su misión que comienza, con el bautismo en el río Jordán por Juan el Bautista, en el punto más bajo de la Tierra (las orillas del Jordán alrededor de Jericó) y culmina en ese que se consideraba, en el imaginario colectivo del pueblo judío, el punto más alto: Jerusalén.

Jesús desciende, como el Jordán (cuyo nombre hebreo ירדן, Yardén, significa “el que desciende”) hacia el Mar Muerto, un lugar desierto, despojado y bajo, para conducir hacia arriba, donde habría sido “levantado de la tierra” y “atraído a todos hacia sí mismo” (Juan 12:32), pero en un sentido completamente diferente al que uno hubiera esperado de él.

Es una peregrinación que encuentra su significado en la idea misma de la peregrinación judía a la Ciudad Santa, que se realizaba en las principales fiestas cantando los “cánticos de las ascensiones” mientras se ascendía desde el llano de Esdrelón o, más frecuentemente, desde el camino de Jericó a los montes de Judea.

Por extensión, esta idea de peregrinación, de “ascensión”, se puede encontrar en el concepto moderno de עלייה (‘aliyah) emigración o peregrinaje a Israel de judíos (pero también cristianos) que van a Tierra santa para visitar el país o quedarse a vivir allí (y se definen a sí mismos עולים, ‘ōlīm  – de la misma raíz ‘al – es decir, “los que ascienden”).

De hecho, el nombre de la aerolínea israelí El Al (אל על), significa “hacia lo alto” (y con un doble significado: alto es el cielo, pero “alta” también es la Tierra de Israel y Jerusalén en particular).

Finalmente, el vuelco de la idea misma de “dominador del mundo”, que esperaban sus contemporáneos, tiene lugar en el llamado Sermón de la Montaña, el discurso programático de la misión de Jesús de Nazaret: son bienaventurados, y por tanto felices, no los ricos, sino los pobres de espíritu; no los fuertes, sino los débiles; no los poderosos, sino los humildes; no los que hacen la guerra, sino los buscan la paz.

Y luego, por último, pero no menos importante, el gran mensaje de consuelo a la humanidad: Dios es padre: no un padre colectivo, en el sentido de protector de tal o cual pueblo contra otros, sino un padre tierno, un “papá” (Jesús lo llama así en arameo: אבא, abba) para cada hombre, como lo explica muy bien el biblista Jean Carmignac (6) :

Para Jesús, Dios es esencialmente Padre, así como es Amor (1 Juan 4, 8).

Gloria a Dios Padre

Jesús es ante todo el “Hijo” de Dios de una manera que nadie podría haber imaginado antes de él, por lo que Dios es para él “el Padre” en el sentido más estricto del término. Esta paternidad del Padre y esta filiación del Hijo implican también la participación de la única naturaleza divina.

Este tema ocupa un lugar tan central en la predicación de Jesús que la encarnación del Hijo tiene como finalidad dar a los hombres “el poder de ser hijos de Dios” (Jn 1, 12) y que su mensaje podría definirse como un revelación del Padre (Juan 1, 18), para enseñar a los hombres que son hijos de Dios (1 Juan 3, 1).

Esta verdad asume, por boca de Jesús, tal importancia que se convierte en la base de su enseñanza: las buenas obras tienen como finalidad la gloria del Padre (Mateo 5, 16), cada uno perdona a los demás como el Padre lo perdona a él (Mateo 6, 14-15; Marcos 11: 25-26), la entrada al reino de los cielos está reservada para quienes hacen la voluntad del Padre (Mateo 7, 21), la plenitud de la vida moral consiste en ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (Lucas 6, 36) y perfecto como el Padre es perfecto (Mateo 5, 48).

De esta paternidad de Dios se deriva una consecuencia evidente: teniendo el mismo “Padre”, los hombres son en realidad hermanos que deben amarse y tratarse como tales. Hay un principio fundamental que inspira toda la moral y toda la espiritualidad del cristianismo y que el Evangelio ya se había encargado de anunciar explícitamente: “Todos vosotros sois hermanos [---] porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23, 8-9).

 Así termina nuestro camino en busca del “Jesús histórico”, con la conciencia de que, para creyentes y no creyentes, su figura seguirá siendo para siempre el mayor y más fascinante misterio de la historia.


Referencias durante el artículo

  1. Esta hipótesis Esta hipótesis estaría respaldada por la Lápida de Tivoli (en latín Lapis o Titulus Tiburtinus).
  2. Ir a la nota 9 sobre Dionisio el Pequeño.
  3. Leemos en Flavio Josefo (Ant. 18, 109-119): “Herodes había muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. [---] Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Poe estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fue”. Otro ejemplo de fuente no cristiana confirmando lo que se cuenta en los Evangelios.
  4. La que conocemos hoy, lo que es probable dado que, como sabemos por el Evangelio de Mateo, se colocó un titulum sobre la cabeza de Jesús, título que lleva la motivación de la condena a muerte.
  5. En la prefación del Libro V de la obra Adversus haereses (Contra las herejías), San Ireneo de Lyón habla de “Jesucristo que, a causa de su amor superabundante, se convirtió en lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que él es”.
  6. La vicinanza delle fonti scritte rinvenute su Gesù è un argomento che impressiona gli storici, dato che i più antichi papiri contenenti il Nuovo Testamento risalgono all’inizio III secolo, mentre, ad esempio, il più antico manoscritto completo dell’Iliade risale al X secolo.
  7. Jean Carmignac, Ascoltando il Padre Nostro. La preghiera del Signore come può averla pronunciata Gesù, Amazon Publishing, 2020, pag. 10. Traduzione dal francese e adattamento in italiano di Gerardo Ferrara.

Bibliografía de referencia:

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La Cuaresma comienza con el Miércoles de ceniza

Tenemos por delante un camino marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría de la Pascua.

Empezamos la Cuaresma con el Miércoles de ceniza y la Escritura nos dice: «Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» Joel 2,12-13.

Son palabras pronunciadas por el profeta cuando Judá se encontraba sumida en una crisis profunda. Su territorio estaba desolado. Había pasado una plaga de saltamontes, que había arrasado todo, se habían comido todo lo que crecía en el campo, hasta los brotes de las viñas. Habían perdido por completo todas las cosechas y los frutos del año.

Ante esas desgracias Joel invita al pueblo a reflexionar sobre su modo de vivir en los años anteriores. Cuando todo les iba bien, se habían olvidado de Dios, no rezaban, y se habían olvidado del prójimo. Contaban con que la tierra daba sus frutos por sí misma y les parecía que no le debían nada a nadie. Estaban cómodos haciendo lo que hacían y no se planteaban que fuera necesario vivir la vida de otra forma.

La crisis que estaban padeciendo, les sugiere Joel, debía hacerlos caer en la cuenta de por sí mismos, de espaldas a Dios, nada podían hacer. Si tenían paz y comida, no era por sus propios méritos. Todo eso es un don de Dios, que es necesario agradecer. De ahí la llamada urgente a que cambien: convertíos de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto, rasgad los corazones: ¡cambiad!

Al escuchar esas palabras tan fuertes del profeta, tal vez podemos pensar: Vale, vale, que cambien los habitantes de Judea, pero yo no tengo que cambiar: ¡estoy muy a gusto como estoy!

Hace mucho tiempo que no he visto ni un saltamontes, tengo cosas ricas que comer y beber todos los días, tengo varias pelis pendientes de ver, esta semana tengo varios partidos que voy a ganar,… y no tengo prisa porque todavía los finales están muy lejos y ya estudiaré en serio cuando lleguen.

No sé a vosotros, pero a mí siempre me da mucha pereza ponerme en serio a cambiar algo en la Cuaresma. La verdad, de suyo no es un tiempo especialmente simpático como, por ejemplo, la Navidad.

Cuaresma, tiempo de reflexión

Al escuchar el Salmo responsorial tal vez hemos pensado algo parecido: "Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados".

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La Cuaresma es un tiempo de cuarenta días, que comienza con el Miércoles de ceniza y termina el Jueves Santo, "todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de ceniza y el Viernes Santo." Código de Derecho Canónico, canon 1251.

E incluso al repetir "Misericordia, Señor, hemos pecado", tal vez se nos ocurría por dentro decir: Pero si yo no tengo pecados, … en todo caso «pecadillos». No le hago mal a nadie, no he robado ningún banco, no he matado a nadie, en todo caso, sólo «cosillas» de poca importancia. Y, además, no tengo nada contra Dios, no he querido ofenderlo. ¿Por qué voy a decir que he pecado ni a mendigar su misericordia?

Si vemos así las cosas, las palabras de San Pablo en la segunda lectura, nos pueden sonar a repetitivas, pero subiendo el tono, presionando: "Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios".

¿Tan importante soy y tanta importancia tiene lo que yo haga, que hoy todos vienen contra mí: el profeta Joel, David con su Salmo, y San Pablo presionando?

Pues la verdad es que sí, para el Señor soy importante. Ninguno de nosotros le resulta indiferente a Dios, no somos un número más de los millones de personas que hay en el mundo. Soy yo, eres tú. Alguien en quien está pensando, a quien echa un poco de menos, con quiere hablar.

¿No te ha dado alegría alguna vez, al salir cansado de clase, recibir un mensaje en el móvil de alguien que te cae bien y que te pregunta: ¿Tienes algún plan esta tarde? ¡Bien! ¡por fin! ¡alguien que piensa en mí! En general, una de las cosas que dan más gusto es comprobar que hay gente que nos quiere, que piensa en nosotros, y nos llama para que nos veamos y pasemos juntos un rato agradable.

Cuaresma, tiempo para mirar a Dios

Esta semana me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano, que son divinas. Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares que le canta el amado a su amada. Dicen así: "¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta que te quiero ver" Cant 7,1.

En realidad parece que más que cantar invitan a bailar: "¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver". En hebreo suena bien: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šub significa «volver, darse la vuelta», pero es el verbo que en la Biblia Hebrea también significa «convertirse».

Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está pasando hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: «conviértete, date la vuelta, que te quiero ver».

La invitación a la conversión no es la riña de alguien exigente que está enfadado con lo que hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta para encontrarnos cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos. Alguien que nos quiere se ha acordado de nosotros y nos envía un mensaje para que nos veamos y hablemos a fondo, abriendo el corazón.

Cuaresma, tiempo de conversión

Bien. Pero, en cualquier caso, «no tengo pecados» ¿de qué me voy a convertir?

Hay muchos modos de explicar lo que es el pecado, pero me parece que también la Sagrada Escritura nos ayuda a aclararnos con lo que es. En hebreo «pecado» se dice jattat. ¿Sabéis cuál es en la Biblia el antónimo, la palabra que expresa el concepto apuesto a jattat? En español tal vez diríamos que lo contrario de pecado es «buena acción», o algún teólogo diría que «gracia». En hebreo, el antónimo de jattat es šalom, paz. Esto quiere decir que para la Biblia ni «pecado» ni «paz» son exactamente lo mismo que para nosotros.

En el libro de Job se dice que aquel hombre al que Dios invita a reflexionar y cambia, experimentará šalom (la paz) en su tienda y cuando revisen su morada, no habrá jattat (no faltará nada) cfr. Jb 5,24.

Eran nómadas y para ellos la tienda era su casa. Una casa está en «pecado» cuando falta algo necesario o cuando lo que hay está desordenado. Está en «paz» cuando da gusto verla y estar allí: todo bien instalado, limpio y en su sitio.

Cuando nos miramos por dentro, en el examen de conciencia, tal vez nuestra alma y nuestro corazón están como nuestra habitación o como el piso en que vivimos: con la cama si hacer, la mesa sin quitar los restos de la cena, con unos periódicos tirados por encima del sofá, o el fregadero lleno de platos esperando que alguien los lave. ¡Qué a gusto se queda el alma y el corazón cuando limpiamos los cacharros, y ponemos orden!

Por eso en la confesión, cuando hacemos zafarrancho de limpieza en el jattat que llevamos por dentro, nos dan la absolución y nos dicen "vete en paz (šalom)", estás en orden.

Esta semana comenzamos la cuaresma, con el día de Miércoles de Ceniza, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… "vuélvete, date la vuelta que te quiero ver".

Él nos quiere y nos conoce bien. Sabe que a veces somos un poco descuidados, y quiere ayudarnos a hacer limpieza para que recuperemos la serenidad, la paz y la alegría.

¿Cómo recorrer bien estos días de Cuaresma?

Por eso es por lo que San Pablo nos insiste con tanta con fuerza: "en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios", y ¿para qué retrasarlo? ¿por qué dejarlo para otro día? San Pablo también nos conoce y nos mete prisa: "mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación".

Este miércoles de ceniza, seguro que podemos encontrar en cualquier iglesia un confesor, que en cinco minutos nos ayudará a ponernos en forma.

Y, una vez, con todo en orden, el Evangelio de la Santa Misa escuchamos que Jesús mismo nos da unas pistas interesantes para concretar unos propósitos que nos ayuden a redescubrir la alegría de amar a Dios y a los demás.

Tiempo de  la generosidad

Lo primero que nos sugiere es que nos demos cuenta de que hay mucha gente necesitada a nuestro alrededor, cerca y lejos de nosotros, y no podemos quedar indiferentes ante quienes sufren.

En la primera lectura recordábamos que, ante la crisis de los saltamontes en Judea, Joel decía que es necesario rasgarse el corazón, compartir el sufrimiento con los que padecen.

Hoy día estamos viviendo en una profunda crisis. Millones de personas están en paro. Muchos sufren, sufrimos con ellos, la falta de trabajo y todas las necesidades que esto trae consigo. No podemos desentendernos de sus problemas, como si no pasara nada, ni cerrar nuestro corazón. Deben notar que estamos con ellos.

Con los que cada día mueren por la pandemia de coronavirus o en el Mediterráneo huyendo del terror de la guerra, o buscando una vida digna para ellos y sus familias en la tragedia de la crisis migratoria. También en otros lugares del mundo la vida diaria es todavía más difícil que aquí, y necesitan ayuda urgente. "Cuando hagas limosna, dice Jesús, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará" Mt 6,3-4Generosidad: este es un primer buen propósito para la Cuaresma.

También hay otro tipo de "limosna", que no lo parece, porque es muy discreta, pero es muy necesaria. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos.

Ese modo eficaz de "limosna" es la corrección fraterna: ayudarnos unos a otros a descubrir lo que no va bien en nuestras vidas, o lo que puede ir mejor. Algo que tal vez no hacemos mucho hasta ahora, pero que es bien necesario y útil. ¿No seremos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien?

Aunque debamos superar la impresión de que nos estamos metiendo en la vida de los demás, no podemos olvidar que es un gran servicio ayudar a los demásTambién a nosotros nos vendrá bien el dejarnos ayudar. "Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone" cfr. Lc 22,61, como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

Tiempo de oración

Junto a la limosna, la oración. "Tú, nos dice Jesús, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará" Mt 6,6.

La oración no es la mera recitación mecánica de unas palabras que aprendimos de pequeños, es tiempo de diálogo amoroso con quien tanto nos quiere. Son conversaciones íntimas donde el Señor nos anima, nos conforta, nos perdona, nos ayuda a poner orden en nuestra vida, nos sugiere en qué podemos ayudar a los demás, nos llena de ánimos y alegría de vivir.

Miércoles de ceniza y Cuaresma, tiempo de ayuno

Y, en tercer lugar, junto a la limosna y la oración, el ayuno. No tristes, sino alegres, como Jesús nos sugiere también en el Evangelio: "Tú cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará" Mt 6,17-18.

Actualmente mucha gente ayuna, se priva de cosas apetecibles, y no por motivos sobrenaturales, sino por guardar la línea o mejorar su forma física. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los cristianos es, en primer lugar, una «terapia» para curar todo lo que nos dificulta ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios.

En una cultura en la que no nos falta de nada, pasar algún día un poco de hambre es muy bueno, y no sólo para la salud del cuerpo. También de la del alma. Nos ayuda a hacernos cargo de lo mal que lo pasan tantas personas que no tienen que comer.

Es verdad que ayunar es abstenerse de comer, pero la práctica de piedad recomendada en la Sagrada Escritura, comprende también otras formas de privaciones que ayudan a llevar una vida más sobria.

Por eso, también es bueno que ayunemos de otras cosas que no son necesarias pero que nos cuesta prescindir de ellas. Podríamos hacer un ayuno de Internet limitándonos a usar la red lo necesario para el trabajo, y prescindiendo de navegar sin rumbo. Nos vendría bien para tener la cabeza despejada, leer libros y pensar en cosas interesantes. También podríamos hacer ayuno de salir de copas en el fin de semana, le vendría bien a nuestro bolsillo, y estaríamos más frescos para hablar tranquilamente con los amigos. O podríamos ayunar de ver películas y series en días entre semana, le vendría muy bien a nuestro estudio.

¿Pasaría algo si ayunásemos todo un día de mp3 y formatos parecidos, y fuésemos por la calle sin auriculares, escuchando el viento y el canto de los pájaros?

Privarse del alimento material que nutre el cuerpo (el miércoles de ceniza o en cuaresma) del alcohol que alegra el corazón, del ruido que llena los oídos y las imágenes que se suceden rápidamente sobre la retina, facilita una disposición interior a mirar a los demás, a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno de cuaresma le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Dentro de dos días, los sacerdotes y diáconos impondrán la ceniza sobre nuestras cabezas mientras dicen: "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás". No son palabras para asustarnos haciéndonos pensar en la muerte, sino para ponernos en la realidad y ayudarnos a encontrar la felicidad. Solos no somos nada: polvo y ceniza. Pero Dios ha diseñado para cada una y cada uno una historia de amor para hacernos felices.

Como decía el poeta Francisco de Quevedo, refiriéndose a aquellos que han vivido cerca de Dios en su vida, que mantendrán su amor constante más allá de la muerte, "polvo serán, mas polvo enamorado".

Comenzamos el tiempo de cuaresma tiempo alegre y festivo de dar la vuelta para dirigirnos al Señor y verlo cara a cara. šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… "¡Vuélvete, vuélvete, nos dice una vez más, date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver." No son días tristes. Son días para dejar paso al Amor.

A la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos acogemos para que al contemplar la realidad de nuestra vida, aunque sean patentes nuestras limitaciones y defectos, veamos la realidad: "polvo seremos, mas polvo enamorado".


Don Francisco Varo Pineda, director de Investigación en la Universidad de Navarra. Profesor de Sagrada Escritura de la Facultad de Teología.

 

Mensaje de la Cuaresma 2025 del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55).

Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3) [1].

En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.

Antes que nada, caminar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel.

No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida.

Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.

En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales [2]. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos [3].

Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.

En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades.

Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos [4]. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.

En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo [5], sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado.

Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)» [6]. Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado [7], y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.

Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?

Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme [8]. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3) [9].

Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.

FRANCISCO.


[1] Cf. Carta enc. Dilexit nos (24 octubre 2024), 220.

[2] Cf. Homilía en la Santa Misa por la canonización de los beatos Juan Bautista Scalabrini y Artémides Zatti (9 octubre 2022).

[3] Cf. ibíd.

[4] Cf. ibíd.

[5] Cf. Bula Spes non confundit, 1.

[6] Carta enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), 26.

[7] Cf. Secuencia del Domingo de Pascua.

[8] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1820.

[9] Ibíd., 1821.

Miércoles de Ceniza: cuándo es, qué se celebra y su significado

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”

La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.

¿Cuándo es miércoles de ceniza?

La Cuaresma es un tiempo de cuarenta días, que comienza con el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo, antes de la Misa in coena Domini (la cena del Señor) con la que comienza el Triduo Pascual. Este es un tiempo de oración, penitencia y ayuno. Cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón.

Esta fiesta cristina tiene la singularidad de cambiar de fecha cada año, está condicionada por la Pascua y Resurrección del Señor que es la celebración que marca todo el calendario litúrgico. Puede acontecer entre el 4 de febrero y el 10 de marzo. Siempre se celebra en día Miércoles.

Significado del miércoles de ceniza

Recibir las cenizas tiene como objetivo recordarnos nuestro origen, “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Con un sentido simbólico de muerte, caducidad, humildad y penitencia, las cenizas nos ayudan a mirar en nuestro interior.

Esta mirada a la interioridad de uno, de reconocer los propios errores y querer rectificarlos, entra en la dinámica de las dos palabras claves de la cuaresma. Al reconocer nuestros pecados, nos arrepentimos y al querer cambiarlos, nos convertimos.

Es día de luz en la vida del cristiano que permite reconocer que somos débiles y que necesitamos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús para poder llegar a vivir junto a Él en el Reino de los Cielos.

¿Por qué nos imponen la ceniza?

En la Iglesia esta tradición perdura desde el siglo IX y existe para recordarnos que, al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por los demás hombres.

El Miércoles de Ceniza, el sacerdote traza la señal de la cruz con cenizas en nuestra frente para simbolizar penitencia y arrepentimiento, mientras repite las palabras de imposición de las cenizas que se inspiran en las Sagradas Escrituras:

  • “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” Génesis, 3, 19
  • "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio." Marcos 1,15

Estas palabras sirven para recordarnos que nuestro lugar definitivo es el Cielo. Su objetivo es sumergirnos más intensamente en el misterio pascual de Jesús, en su muerte y resurrección, mediante la participación en la Eucaristía y en la vida de caridad.

Las cenizas son los restos de lo que se ha consumido, de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor, del año anterior. Un signo que recuerda nuestra cercanía al pecado.

Uno también puede mirarse en el fuego que ha producido esas cenizas. Ese fuego es el amor divino y la Cuaresma, surge, como ese fuego que arde bajo las cenizas: este es el recordatorio de la presencia de Dios en nuestra vida, es la constatación de que Dios, por medio de Cristo, se hace pobre para el enriquecimiento de nuestra vida por medio de su pobreza.

Comienza un tiempo de preparación y de purificación del corazón. Un camino para alcanzar la meta de estar repletos del amor de Dios.

¿Qué se celebra el miércoles de ceniza?

El Miércoles de Ceniza, es una fiesta de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Es el inicio del camino de la Cuaresma, para acompañar a Jesús desde su desierto hasta el día de su triunfo que es el Domingo de Resurrección.

Que se celebra el miércoles de ceniza
El papa Francisco cuando era Cardenal de Buenos Aires, Argentina en Febrero de 2013. Celebrando la Santa Misa de Miércoles de Ceniza en la Catedral Metropolitana. (by Filippo Fiorini, Pangea News).

Debe ser un tiempo de reflexión de nuestra vida, de entender a donde vamos, de analizar cómo es nuestro comportamiento con nuestra familia y en general con todos los seres que nos rodean.

En estos momentos al reflexionar sobre nuestra vida, debemos convertirla de ahora en adelante en un seguimiento a Jesús, profundizando en su mensaje de amor y acercándonos en esta Cuaresma al Sacramento de la Reconciliación.

Está Reconciliación con Dios está integrada por el Arrepentimiento, la Confesión de nuestros pecados, la Penitencia y finalmente la Conversión:

  • El arrepentimiento debe ser sincero y es bueno que comienza con el Examen de Conciencia.
  • La confesión de nuestros pecados es expresando por el sacerdote en el sacramento de la confesión.
  • La penitencia que debemos cumplir empieza desde luego por la que nos imponga el sacerdote, pero debemos continuarla con la oración, que es la comunicación íntima con Dios y con el ayuno, que representa la renuncia.
  • Finalmente, la Conversión que representa el seguimiento a Jesús. Recordar la palabra de Jesús, escuchar, leer el Evangelio, meditarlo y Creer en él. Transmitiendo su mensaje con nuestras acciones y nuestras palabras.

En recuerdo del día en que murió Jesucristo en la Santa Cruz, "todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo." Código de Derecho Canónico, canon 1251

Ayuno y abstinencia los miércoles de ceniza

Para vivir este tiempo de la mejor manera posible, la Iglesia propone tres actividades clave, destinadas a fomentar un crecimiento espiritual y cierta mortificación interior: la oración, la abstinencia y el ayuno. Estas tres formas de penitencia demuestran una intención de reconciliarse con Dios, uno mismo y los demás.

El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y abstinencia:

  • El ayuno consiste hacer una sola comida fuerte al día.
  • La abstinencia es no comer carne, es obligada a partir de los 14 años y el ayuno de los 18 hasta los 59 años.

Este es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos cambiar de vida para agradarlo siempre.

Hacer sacrificios

Cuyo significado es "hacer sagradas las cosas", debemos hacerlos con alegría, ya que es por amor a Dios. Si no lo hacemos así, causaremos lástima y compasión y perderemos la felicidad eterna. Dios es el que ve nuestro sacrificio desde el cielo y es el que nos va a recompensar.

“Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo, ya recibieron su recompensa. Tú cuando ayunes, úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino Tu Padre, que está en lo secreto: y tu padre que ve en lo secreto, te recompensará. “ Mt 6,6

Por otra parte, está el ayuno, apunta a que consigamos el dominio frente a nuestros instintos para liberar nuestro corazón.

Como dijo Jesús: “No solo de pan vive el hombre sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Aprender a dejar de lado eso que queremos comer o tomar, para darle lugar a Dios en nuestra vida, es otra excelente manera de vivir la cuaresma." Catecismo de la Iglesia Católica 2043

La limosna

La Iglesia propone en esta época, otra práctica de generosidad y desapego, la limosna. Es la renuncia voluntaria a diferentes satisfacciones mundanas con la intención de agradar a Dios y con la caridad hacia el prójimo. Saber dejar de lado para poner al prójimo por encima de las cosas materiales, devuelve el orden natural nuestro interior.

Oración para el miércoles de ceniza

La oración con el corazón abierto es la mejor preparación para la Pascua. La oración sincera nuestro corazón ante la presencia del Padre. Nos permite reconocer la pequeñez de nuestro ser y entender la necesidad de Dios en nuestra propia existencia.

El constante diálogo con Dios, la meditación a conciencia de su palabra, es la relación personal que todo cristiano debe aspirar. Se va haciendo más fuerte, fruto de esa relación que se entabla en el hablar con Él.

La oración es la válvula que oxigena el alma. Es el encuentro con el amor incondicional que es Cristo.

Somos barro de pecado pero el polvo de la ceniza nos invita a convertirnos y creer en el Evangelio, poniendo todo en manos del Señor y no en nuestras manos pues sólo Él es el que nos libra de la muerte y la corrupción de nuestra vida.


Bibliografía:

Catholic.net
Opus Dei.org 
Catecismo de la Iglesia Católica
Vaticannews

Cuaresma 2025: significado, definición y oraciones

"La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto" Catecismo de la Iglesia Católica, 540

¿Qué es la Cuaresma?

El significado de Cuaresma viene del latín quadragesima, período litúrgico de cuarenta días reservado a la preparación de la Pascua de Resurrección. Cuarenta días en alusión a los 40 años que pasó el pueblo de Israel en el desierto con Moisés y los 40 días que pasó Jesús en el desierto antes de iniciar su vida pública.

Este es un tiempo de preparación y de conversión para participar en el momento culminante de nuestra liturgia, junto a toda la Iglesia Católica.

En el Catecismo, la Iglesia propone seguir el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, como preparación de las solemnidades pascuales. Es un tiempo particularmente apropiado para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, y la comunicación cristiana de bienes por medio de obras caritativas y misioneras.

Este esfuerzo de conversión es el movimiento del corazón contrito, atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.

No podemos considerar esta Cuaresma como una época más, repetición cíclica del tiempo litúrgico. Este momento es único; es una ayuda divina que hay que acoger. Jesús pasa a nuestro lado y espera de nosotros —hoy, ahora— una gran mudanza. Es Cristo que pasa, 59.

¿Cuándo empieza la Cuaresma?

La imposición de la ceniza en la frente de los fieles, el Miércoles de Ceniza, es el inicio de este camino. Constituye una invitación a la conversión y a la penitencia.  Es una invitación a recorrer el tiempo de Cuaresma como una inmersión más consciente y más intensa en el misterio pascual de Jesús, en su muerte y resurrección, mediante la participación en la Eucaristía y en la vida de caridad.

El tiempo de Cuaresma termina el Jueves Santo, antes de la Misa in coena Domini (la cena del Señor) con la que comienza el Triduo Pascual, Viernes Santo y Sábado de Gloria.

Durante estos días miramos nuestro interior y asimilamos el misterio del Señor siendo tentado en el desierto por Satanás y su subida a Jerusalén para su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión a los cielos.

Recordamos que hemos de convertirnos y creer en el Evangelio y que somos polvo, hombres pecadores, criaturas y no Dios.

¿Qué mejor manera de comenzar la Cuaresma? Renovamos la fe, la esperanza, la caridad. Esta es la fuente del espíritu de penitencia, del deseo de purificación. La Cuaresma no es sólo una ocasión para intensificar nuestras prácticas externas de mortificación: si pensásemos que es sólo eso, se nos escaparía su hondo sentido en la vida cristiana, porque esos actos externos son —repito— fruto de la fe, de la esperanza y del amor. Es Cristo que pasa, 57.

 
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¿Cómo vivir la Cuaresma?

La Cuaresma puede vivirse a través del sacramento de la Confesión, la oración y las actitudes positivas.

Los católicos nos preparamos para los eventos claves de la Semana Santa a través de los pilares de la oración, el ayuno y la limosna. Estos, nos guían en la reflexión diaria sobre nuestra propia vida mientras nos esforzamos por profundizar nuestra relación con Dios y con el prójimo, sin importar en qué parte del mundo viva el prójimo. La Cuaresma es un tiempo de crecimiento personal y espiritual, un tiempo para mirar hacia afuera y hacia adentro. Son jornadas de misericordia.

El arrepentimiento y la Confesión

Como tiempo de penitencia, la Cuaresma es un buen momento para confesarse. No es obligatorio, ni hay ningún mandato de la Iglesia que obligue a ello pero encaja muy bien con las palabras del Evangelio que repite el sacerdote el día Miércoles de Ceniza.

«Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás» «Conviértete y cree en el Evangelio»

En estas palabras santas hay un elemento común: la conversión. Y ésta es solo posible con el arrepentimiento y el cambio de vida. Por ello, la confesión en la Cuaresma es una manera práctica de pedir perdón a Dios por nuestros pecados y recomenzar. El modo ideal de comenzar este ejercicio de introspección, es por medio de un examen de conciencia.

La Penitencia

La penitencia, traducción latina de la palabra griega "metanoia" que en la Biblia significa la conversión del pecador. Designa todo un conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido, y el estado de cosas que resulta de ello para el pecador. Literalmente cambio de vida, se dice del acto del pecador que vuelve a Dios después de haber estado alejado de Él, o del incrédulo que alcanza la fe.

La Conversión

Convertirse es reconciliarse con Dios, apartarse del mal, para establecer la amistad con el Creador. Una vez en gracia, después de la confesión y lo que ello implica, hemos de proponernos cambiar desde dentro todo aquello que no agrada a Dios.

Para concretar el deseo de conversión, se puede hacer obras de conversión, como son, por ejemplo: Acudir a los sacramentos; superar las divisiones, perdonar y crecer en espíritu fraterno; practicando las Obras de Misericordia.

El ayuno y la abstinencia

La Iglesia invita a sus fieles a cumplir el precepto del ayuno y la abstinencia de carne, compendio del Catecismo 432

El ayuno consiste en hacer una sola comida al día, aunque se puede comer algo menos de lo acostumbrado por la mañana y la noche. Salvo caso de enfermedad. Invita a vivir el ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que tengan cumplido cincuenta y nueve años. Tanto el Miércoles de Ceniza como el Viernes Santo.

Se llama abstinencia a privarse de comer carne, los viernes de Cuaresma.  La abstinencia puede comenzar a partir de los catorce años.

Debe cuidarse el no vivir el ayuno o la abstinencia como unos mínimos, sino como una manera concreta con la que nuestra Santa Madre Iglesia nos ayuda a crecer en el verdadero espíritu de penitencia y alegría.

Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 

El Papa Francisco propone, que “en este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo”. (Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours)

En este camino de preparación para la noche de Pascua, en la que, recuerda Francisco, renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, “para renacer como hombres y mujeres nuevos”:

  1. Fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.
  2. Esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino
  3. Caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

El Papa también hace hincapié en las grandes dificultades que atravesamos como humanidad, especialmente en este tiempo de pandemia, “en el que todo parece frágil e incierto” y donde “hablar de esperanza podría parecer una provocación”. Pero ¿Dónde encontrar esa esperanza? Precisamente “en el recogimiento y el silencio de la oración”

Oraciones para la Cuaresma

La oración con el corazón abierto es la mejor preparación para la Pascua. Podemos leer el reflexionar sobre el Evangelio, podemos hacer oración realizando el Via Crusis. Podemos recurrir al Catecismo de la Iglesia Católica y seguir las celebraciones litúrgicas con el Misal Romano. Lo importante es que nos encontremos con el amor incondicional que es Cristo.

«Señor Jesús, con tu Cruz y Resurrección nos has hecho libres. Durante esta Cuaresma,

dirígenos por tu Espíritu Santo a vivir más fielmente en la libertad cristiana. Mediante la oración,

aumento en caridad y las disciplinas de este Tiempo sagrado, acércanos más a Ti.

Purifica las intenciones de mi corazón para que todas mis prácticas cuaresmales sean para

tu alabanza y gloria. Concede que por nuestras palabras y acciones,

podamos ser mensajeros fieles del mensaje del Evangelio a un mundo necesitado de la

esperanza de tu misericordia. Amén».


Bibliografía:

OpusDei.org
Catecismo de la Iglesia Católica
Catholic.net
Aciprensa

La escuela de María

En la escuela de María se aprende lo que todos necesitamos. Ella, como anticipo y madre de la Iglesia, y a la vez como primera discípula, es modelo y corazón del discernimiento cristiano y eclesial.

María custodia meditando

En el escándalo del pesebre (un comedero para animales), María aprende que Dios quiere ser cercano y familiar. Que viene en la pobreza y trae la alegría y el amor, no el miedo. Y que se quiere hacer comida para nosotros. Allí contempla la belleza de Dios acostado en un pesebre.

Mientras otros simplemente pasan y viven, y algunos se asombran, la Virgen María conservaba –guardaba, custodiaba– todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2, 19; cf. también el v. 51).

Entrelazar los acontecimientos

Su actitud es la expresión de una fe madura y fecunda. Desde el oscuro establo de Belén, ella da a luz la Luz de Dios en el mundo. Como en un anticipo de lo que vendrá después, María pasa, ya ahora, por la cruz, sin la cual no hay resurrección.

Y así, María –encuentra Francisco– nos ayuda a superar el choque entre lo ideal y lo real.

¿Cómo? Custodiando y meditando. Cabría decir, como hace luego el Papa, que esto sucede en el corazón y en la oración de María: porque ama y reza, María, antes, durante y después de su oración, es capaz de ver las cosas desde el punto de vista de Dios.

«En primer lugar, María custodia, es decir, no se dispersa. No rechaza lo que sucede. Guarda todo en su corazón, todo lo que ha visto y oído. Las cosas bonitas, como las que le había dicho el ángel y las que le habían contado los pastores. Pero también las cosas difíciles de aceptar: el peligro de quedar embarazada antes del matrimonio, ahora la estrechez desoladora del establo donde dio a luz. Esto es lo que hace María: no selecciona, sino que custodia. Acoge la realidad tal como viene, no trata de disfrazarla, de maquillar su vida, la conserva en su corazón».

Y luego está la segunda actitud. ¿Cómo custodia María? Lo hace meditando, entrelazando los acontecimientos:

«María compara diferentes experiencias, encontrando los hilos ocultos que las unen. En su corazón, en su oración realiza esa operación extraordinaria: une lo bello y lo feo; no los mantiene separados, sino que los une». Y por eso –deduce el Papa– María es la Madre de la catolicidad, porque une, no separa. Y así capta el sentido pleno, la perspectiva de Dios.

Escuela de María
«...Las madres saben cómo proteger, saben cómo mantener unidos los hilos de la vida...», dice el Papa Francisco.

La mirada de las madres

Pues bien, «esa mirada inclusiva, que supera las tensiones guardando y meditando en el corazón, es la mirada de las madres, que en las tensiones no separan, las custodian y así crece la vida. Es la mirada con la que tantas madres abrazan las situaciones de sus hijos. Es una mirada concreta, que no se desanima, que no se paraliza ante los problemas, sino que los sitúa en un horizonte más amplio».

«Las madres –continúa– saben superar obstáculos y conflictos, saben infundir paz. Así logran transformar la adversidad en oportunidades de renacimiento y oportunidades de crecimiento. Lo hacen porque saben custodiar. Las madres saben cómo proteger, saben cómo mantener unidos los hilos de la vida, todos».

Hoy necesitamos «personas que sean capaces de tejer hilos de comunión, que contrasten los demasiados hilos de púas de las divisiones. Y eso las madres saben hacerlo», dice Francisco.

El Papa insiste en la capacidad que tienen para esto las madres y las mujeres: «Las madres, las mujeres miran el mundo no para explotarlo, sino para que tenga vida: mirando con el corazón, logran mantener unidos los sueños y la concreción, evitando la deriva del pragmatismo aséptico y la abstracción».

Le gusta destacar que la Iglesia es madre y mujer. «Y la Iglesia es una madre, es una madre así, la Iglesia es una mujer, es una mujer así».

Y deduce como ha hecho en otras ocasiones, esta consecuencia, para la Iglesia:

«Por eso no podemos encontrar el lugar de la mujer en la Iglesia sin reflejarla en ese corazón de mujer-madre. Ese es el lugar de la mujer en la Iglesia, el gran lugar del que derivan otros más concretos, más secundarios. Pero la Iglesia es madre, la Iglesia es mujer».

Y termina con una exhortación para este nuevo año: «…que, mientras las madres dan vida y las mujeres protegen el mundo, trabajemos todos para promover a las madres y proteger a las mujeres».


Ramiro Pellitero Iglesias, profesor de Teología pastoral de la Facultad de Teología en la Universidad de Navarra.