
Todos los sacerdotes de esta comunidad reciben el apoyo de la Fundación CARF para su formación en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. Esta formación está orientada al servicio a Dios y a la Iglesia. Fabio, en particular, está inscrito en el primer año del Bachillerato de Teología, después de haber completado los dos años del bienio filosófico.
Su historia comienza en un barrio de la periferia de Roma, en la parroquia san Raffaele. Fue allí donde recibió la formación para los sacramentos de la iniciación cristiana posteriores al Bautismo (Confesión, Comunión y Confirmación), y donde conoció a los Hijos de la Cruz, que prestaban servicio en la parroquia.
Durante esos años participó en muchas iniciativas para jóvenes, formando parte también del grupo de adolescentes después de la Confirmación. Recuerda con alegría el servicio como animador en el centro de verano y las experiencias de comunión fraterna en los campamentos, tanto de verano como de invierno.
«Sinceramente, experimentaba un tipo de amistad gratuita que, comparándola con el mundo del fútbol –que practicaba desde niño–, no tenía comparación. Aunque aún no me daba cuenta del todo, el Señor ya me estaba llamando a involucrarme cada vez más con los sacerdotes y los amigos de la parroquia».
«Con el inicio de la escuela Secundaria decidí alejarme, deseoso de probar todas las experiencias que el mundo ofrecía, influenciado por el ambiente conflictivo del barrio y por una elección equivocada de estudios».
Nunca tuvo problemas académicos, pero se encontró en una escuela lejos de casa, sin conocer a nadie. Vivió aquellos años desorientado, con pobres resultados académicos y un comportamiento irrespetuoso propio de los chicos de la "periferia", excluyendo totalmente a Dios de su vida.
Fabio se daba cuenta de lo difícil que era encontrar verdaderos amigos, verdaderos compañeros de vida. «Me daba cuenta, sin embargo, de que las amistades profundas que creía tener eran en realidad relaciones de conveniencia, de usar y tirar, y poco a poco me di cuenta de que estaba solo y sin dirección. Incluso el fútbol, que me daba tantas satisfacciones y gratificaciones, al final me dejaba vacío».
El punto de inflexión llegó cuando, al final del segundo año de Secundaria, se encontró con uno de los sacerdotes de su parroquia en un autobús. De una manera muy sencilla le invitó al centro de verano del oratorio, y aceptó como una manera de escapar del aburrimiento.
Aquel centro de verano le marcó profundamente: comprendió que las amistades verdaderas que buscaba y no encontraba en el mundo estaban allí, en el oratorio. Desde esa experiencia se acercó inmediatamente a la parroquia y a todo lo que ofrecía.
«Me di cuenta de que la razón de esas amistades tan profundas no era la afinidad o la simpatía, sino que todos éramos educados para poner a Dios en el centro, transformando, guiados por los sacerdotes, nuestra amistad en una verdadera Comunión. Aprendí que, poniendo a Dios en el centro de mi vida, no perdía nada; al contrario, ¡lo ganaba todo! Experimenté la alegría y la verdad del Evangelio».
En ese tiempo conoció también a los seminaristas de la comunidad, la Casa de María, que ayudaban en el centro de verano. Su testimonio de vida y su amistad fraterna, incluso con quienes veían por primera vez, como él, le marcó profundamente. Empezó a preguntarse sobre ellos, sobre su alegría y felicidad. Algo en Fabio se movía, pero aún no entendía claramente qué quería el Señor de él. Simplemente seguía y esperaba algún signo.

Otro momento decisivo fue su peregrinación a Medjugorje con el grupo de jóvenes de la parroquia. Antes de ir, tenía muchas dudas, incluso sobre la acción del Espíritu Santo en ese lugar; se puede decir que era bastante escéptico. Recuerda que, durante el viaje, tuvieron un momento de oración y pidió expresamente a la Virgen que le quitara las muchas dudas que tenía y le ayudara a responder a las preguntas que le inquietaban, especialmente sobre su vocación.
«Al llegar, el primer día, en la introducción al lugar, escuchamos por primera vez una invitación a considerar seriamente qué quería el Señor de nuestra vida. Fue un primer impacto para mí».
Podría contarnos muchos episodios de aquel peregrinaje, pero lo que más le marcó fue una fe renovada que la Virgen le regaló, especialmente rezando en el monte de las apariciones. Fue allí donde experimentó el amor materno de María como persona viva, y decidió poner su vida en sus manos.
«Después de esta experiencia, pedí poder acercarme seriamente al grupo de consagrados a la Inmaculada de nuestra comunidad, iniciando un camino de preparación con otros jóvenes, que culminó con mi consagración y la entrada al grupo de oración el 11 de agosto de 2023».
Mientras tanto, había iniciado la universidad, estudiando ingeniería civil. Aunque no había descartado la posibilidad del sacerdocio, no la había tomado seriamente en cuenta. Había en él una resistencia, un temor. Hasta que un día todo cambió. Era sábado, 22 de octubre de 2022, fiesta de san Juan Pablo II. Venía de un verano de dudas, sintiendo que había algo grande en juego, pero sin el coraje de preguntarle al Señor.
«Ese día, durante la adoración eucarística, sentí claramente la llamada al sacerdocio. Lo primero que hice fue llamar a don Stefano, el sacerdote que había sido clave en mi regreso a la parroquia. Le conté todo, que quería responder a esta llamada y convertirme también en un Hijo de la Cruz, como los sacerdotes de mi parroquia».

Desde ese octubre de 2022 comenzó el camino de formación sacerdotal, que continúa aún hoy, e incluye los estudios en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. «Estoy profundamente agradecido, no solo por los estudios, sino por las personas excepcionales que he conocido: profesores, estudiantes, personal administrativo y tantos otros. Nunca había experimentado una comunión tan profunda entre los estudiantes y la universidad como en la Santa Cruz».
Dar gracias por los testigos que Dios ha puesto en mi camino
«Quiere concluir dando gracias al Señor por los muchos testigos que ha puesto en su vida: su familia, que nunca se opuso a su decisión de entrar en el seminario; los Hijos de la Cruz, que han sido para él un verdadero ejemplo de sacerdocio, consagración y amor a la Virgen; y los hermanos con quienes comparte este camino formativo, que fueron un ejemplo cuando era adolescente y lo siguen siendo hoy. «Realmente, con ellos y en ellos, descubro la acción y el amor del Señor».
Para tarminar, quiere dar un especial agradecimiento a los donantes de la Fundación CARF, gracias a los cuales este camino formativo es posible. «Espero poder devolver tanta generosidad con mi vida, mi oración y mi servicio a la Iglesia».
Gerardo Ferrara. Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado Universidad de la Santa Cruz de Roma.