

Instituido para anunciar la palabra de Dios y para restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios y la oración, este sacerdocio de la Antigua Alianza, era incapaz de realizar la salvación. Por lo cual, tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía alcanzar una santificación definitiva, ya que sólo podría ser lograda por el sacrificio de Cristo.
Aún así, la liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de los levitas, y en la institución de los setenta «ancianos», prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza.
«Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, "único [...] mediador entre Dios y los hombres"».
El sacrificio redentor de Cristo es único. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: «se hace presente por el sacramento del sacerdocio ministerial» (cfr. Catecismo, 1539-1544).


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El sacerdocio llama a la reflexión de todos los cristianos sobre la necesidad de aportar todos los medios para que ninguna vocación se pierda.