Leonardo nació en El Tigre (Venezuela), pero creció en Pariaguán, «un pueblo al que Dios ha regalado atardeceres hermosos que se pueden apreciar en el gran horizonte plano cuando el sol se oculta», comenta Leo.
En ese pueblo guarda sus mejores recuerdos con su familia y amigos, una villa a la que siempre regresaba por vacaciones durante su etapa en el seminario en Venezuela para estar con los suyos y ayudar en la parroquia.
Allí vivió su infancia, acompañado por su madre y su abuela, las dos mujeres que sembraron en él la semilla de la fe. «Mi familia es un regalo de Dios para mí», confiesa con ternura. Es el menor de cuatro hermanos, y aunque su padre estuvo ausente, la calidez de su hogar, las catequesis dominicales y el ejemplo de sus mayores le dieron un sentido profundo de comunidad.
Ahora, sus sobrinos son la alegría de todos ellos. «Para mí la familia es parte esencial de mi vida en todos los aspectos». Leo se entristece al recodar que algunos de los suyos no han tenido más remedio que salir de Venezuela debido a la situación política.
Fue en su adolescencia, mientras ayudaba como monaguillo, cantaba en Misa o participaba en la Legión de María, cuando comenzó a preguntarse por su futuro. A los 17 años, decidió decirle sí al Señor, impulsado por el testimonio cercano de su párroco. «El Señor me llamó en lo más común: siendo un joven que quería hacer algo con su vida», expresa. Y así, Leonardo decidió tomar esta hermosa aventura que cada día le cautiva más.
Ahora reside en el Międzynarodowe seminarium Bidasoa, y estudia las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra. Fue enviado por su obispo, Mons. José Manuel Romero Barrios, para servir a la joven diócesis de El Tigre, que acaba de cumplir siete años.
«Como dice mi obispo, estamos sembrando lo que otros cosecharán. Hay mucha necesidad de sacerdotes y es fundamental que estemos bien formados, no por nosotros, sino por la gente, que tiene derecho a buenos pastores».
En Venezuela, donde la escasez y las tensiones sociales han marcado generaciones, Leonardo no ve desánimo, sino misión. «Es una gran oportunidad para consolar a un pueblo humilde que sufre. Evangelizar hoy es estar cerca, escuchar, presentar a Dios las heridas de todos. Y confiar».
Leonardo recuerda que las dificultades siempre han estado presentes en la vida de la Iglesia, tanto en Venezuela como en otros países. «Es en estas dificultades donde podemos encontrar oportunidades para llevar al Señor Jesús a todas esas personas que sufren y que están sedientos de Él», afirma.
Para ello, hace falta mucho diálogo, respeto, y sobre todo capacidad de escuchar y acompañar a las personas que viven angustiadas, con dificultades, pero también con alegrías y anhelos a Dios. «Esta es la manera de provocar un cambio en mi país, sosteniendo la fe de todo ese pueblo y confiando en la misericordia de Dios», dice esperanzado.
Para impulsar este cambio, hacen falta presbíteros bien formados. Cuando le preguntamos a Leonardo cómo debe ser un sacerdote en el siglo XXI, no duda: «Debe ser alguien que escucha, que consuela, que no juzga. Un instrumento de Dios para el perdón. Un hombre de oración, capaz de ver a la persona cara a cara, no solo desde una pantalla o a través de las redes sociales. Un testigo pobre, libre, humilde y que confía en los planes de Dios».
Este joven seminarista lo tiene claro y este es su empeño: formarse como un sacerdote atento, respetuoso, informado de los acontecimientos del mundo, pero también capaz de profundizar en el propio contexto particular en el que se encuentre.
«Que las personas que vean un sacerdote vean a alguien en quien confiar y en quien encontrar un apoyo. Un sacerdote de nuestro tiempo debe ser obediente y estar dispuesto a sufrir cualquier calamidad por anunciar la Palabra de Dios, por llevar a Jesús a todos», remarca.
En un mundo cada vez más secularizado, él no pierde la esperanza ni el optimismo, fundamentalmente porque comprueba cada día que muchos jóvenes sienten la llamada de Dios.
"Para atraer a los jóvenes a la fe hace falta comprensión y cercanía, pero sobre todo oración, porque todas las estrategias de evangelización serían estériles si no confiamos y lo ponemos en manos de Dios. Cristo sigue cautivando, pero hay que saber presentarlo de forma que les hable", manifiesta con entusiasmo.
El joven Leonardo entiende a la perfección a la juventud actual, porque él mismo forma parte de la llamada generación zeta. Por eso, recuerda que para evangelizar a los jóvenes es necesario entender cómo piensan hoy en día.
«Eso es una realidad muy compleja. Sin embargo, un sacerdote puede acercarse y escuchar las inquietudes de los jóvenes, hacerles ver que hay cosas mucho más profundas y que en Dios está nuestra felicidad».
Leonardo también nos cuenta los lazos entre España y Venezuela y nos deja un mensaje para la reflexión: «Europa llevó la fe a América, pero Europa está perdiendo la fe y América la está conservando y sosteniendo».
Para él, Venezuela y España pueden complementarse en todos los sentidos: «España nos ha recibido y nosotros no podemos sino ofrecerles lo mejor de nosotros mismos. Los valores humanos y cristianos de los venezolanos son un vaso de agua fresca para toda España y Europa, y la historia y tradición de Europa ayuda a ampliar el horizonte de todos los que aquí vienen».
Por eso, está muy contento de estar en España y residir en el seminario internacional Bidasoa donde ha encontrado un hogar: «Es impresionante ver a seminaristas de tantos países con el mismo anhelo. Aquí he hecho amigos, he rezado, he estudiado. Es un ambiente propicio para crecer. Se palpa la Iglesia universal».
Leonardo sabe que su camino es exigente, pero no duda. Porque hay una certeza que le sostiene: Dios no deja de llamar. Y él, con serenidad y alegría, ya ha respondido.
Marta Santín, dziennikarz specjalizujący się w tematyce religijnej.