La vocación y el testimonio de Giovanni, que nació en Reggio Emilia (Italia) el 29 de julio de 1992, muestra cómo Dios actúa en lo concreto, sembrando señales, despertando preguntas y abriendo caminos.
Este joven está terminando el Bachillerato en Teología en Roma gracias a una ayuda de la Fundación CARF, que sostiene su formación y de sus hermanos de la Fraternidad san Carlos Borromeo, comunidad de sacerdotes misioneros nacida en el seno del movimiento Comunión y Liberación.
A pocos días de su ordenación diaconal, que fue el pasado 21 de junio, nos comparte su camino de vida.
«Me llamo Giovanni Ferrari, nací el 29 de julio de 1992 en Reggio Emilia, una pequeña ciudad entre Milán y Bolonia. Es una tierra de campesinos, gente sencilla y trabajadora, pero también acogedora y rica en valores.
Nací en una familia católica, donde la fe me fue transmitida por ósmosis, a través de los muchos amigos que siempre pasaban por nuestra casa. Además de una hermana mayor, recibimos el regalo de una hermana adoptiva proveniente de Nigeria, quien enriqueció y amplió los horizontes de nuestra familia.
De niño me encantaba jugar al fútbol, pero pronto tuve que aceptar que nunca llegaría a ser futbolista profesional. A cambio, me iba bien en la escuela, y durante los años de Bachillerato nació en mí el deseo de ser juez algún día. Me atraía la idea de entregar mi vida por un ideal de justicia, ideal que con frecuencia veía frustrado por la realidad. Las muchas situaciones de injusticia me tocaban profundamente, y la profesión de juez me parecía una manera concreta de responder a ello.
Durante el Bachillerato surgieron las primeras amistades importantes, primero en la parroquia y luego en una organización que recaudaba fondos para misiones en América Latina, donde en el tiempo libre hacíamos trabajos manuales.
Poco a poco comprendí que las amistades que valía la pena cultivar eran aquellas con las que compartía un ideal por el que valía la pena entregarse. En esos años, decidí dejar el fútbol para dedicarme más al voluntariado».
El ejemplo del padre Daniele Badiali, un sacerdote misionero italiano asesinado en Perú en 1997, tras ofrecerse como rehén en lugar de una misionera. El padre Badiali sirvió con sencillez y entrega entre los pobres de la diócesis de Huari. Es considerado un mártir por su testimonio de fe y amor radical.
«En la adolescencia conocí su historia. Cuanto más leía sus cartas, más deseaba vivir una vida intensa y totalmente entregada como la suya. Más que una vida truncada, me parecía una vida cumplida.
La vida siguió su curso y decidí inscribirme en Derecho para alcanzar mi sueño de ser juez. En los primeros años de universidad conocí la historia de otro sacerdote que me conmovió profundamente: el padre Anton Luli, un jesuita albanés que pasó gran parte de su vida en prisión y trabajos forzados bajo el régimen comunista.
Terminaba su testimonio diciendo que lo más valioso de su vida había sido su fidelidad a Cristo. Yo, que lo tenía todo, no lograba ser tan libre y feliz como ese hombre que lo había perdido todo por amor a una persona».
«Fue entonces cuando decidí pasar cuatro meses en Brasil, en una misión diocesana, para ver si esa posibilidad de entregarme así era para mí o no. Durante esos meses, en una peregrinación a un santuario mariano, sentí una fuerte intuición de dejarlo todo y entrar en los jesuitas, pero esa convicción duró solo tres días. Al regresar de Brasil, retomé la universidad como si nada hubiera pasado.
Poco después, conocí a unos nuevos sacerdotes que acababan de llegar a mi ciudad. Eran jóvenes, vivían juntos, eran amigos e inteligentes, y era un gusto estar con ellos. Pertenecían a la Fraternidad san Carlos, una comunidad de sacerdotes misioneros vinculada al carisma de Comunión y Liberación, el movimiento fundado por don Luigi Giussani.
Gracias a la invitación de un amigo a un aperitivo con estos sacerdotes, nació una amistad que poco a poco se volvió totalizante. Iba a su casa a cenar, estudiar, jugar, ver películas... mi vida, como la de muchos amigos, giraba en torno a esa casa de sacerdotes.
Sentía que el Señor, a través de ese encuentro, estaba respondiendo a todos los deseos de entregarme a Él que había experimentado años atrás. "¿Por qué me siento tan en casa con ellos?", era la pregunta que tenía dentro, pero aún no me atrevía a formularla».
«El momento decisivo llegó cuando un querido amigo mío murió a los 24 años, tras un año y medio de enfermedad. Se llamaba Cristian y vivió su enfermedad con santidad.
Uno de estos sacerdotes, poco antes de que muriera, dijo en una homilía que, a través de la vida de Cristian, Dios estaba preguntando a cada uno: "¿Quieres darme tu vida? ¿Quieres dármela para el mundo entero? Cada uno, en su corazón, debe preparar su respuesta". Yo ya sabía cuál era mi respuesta, pero aún necesitaba tiempo».
«Después de graduarme, trabajé un par de años en un estudio jurídico en Milán e hice la escuela de especialización para las profesiones legales, que me habilitaba para el concurso de magistratura.
Pero cuando ya estaba todo listo para presentarme, entendí que había llegado el momento de dar un paso importante: entrar en el seminario. Comprendí el deseo de renunciar al sueño de una carrera y de formar una familia, por la esperanza de una vida plena en la virtud de la castidad, el sacerdocio, la vida común y la misión.
Como escribió Von Balthasar, era demasiado fuerte la intuición de que “dejándolo todo, finalmente lo ganaría todo”».
«Así fue como decidí entrar en el seminario de la Fraternidad san Carlos Borromeo en 2018. El pasado 21 de junio fui ordenado diácono y pronto partiré en misión.
Hoy solo puedo decir que Dios me ha dado mucho más de lo que jamás hubiera imaginado, ante todo una plenitud de sentido para mi vida.
Deseo agradecer a la Fundación CARF y a todos los benefactores que colaboran con ella por la valiosa ayuda recibida durante estos años de estudio y por las oraciones.
Estos años en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz han sido muy formativos. He podido apreciar la universalidad de la Iglesia conociendo a jóvenes de todo el mundo, y recibir una excelente formación teológica.
Por todo esto, les estoy profundamente agradecido por la ayuda y por el hermoso servicio que prestan en favor de toda la Iglesia».
Gerardo Ferrara, Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio. Responsable de alumnado de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.