El tabú que limita el llorar a las mujeres pesa sobre los hombres, obligándoles a reprimir una de las vías de desahogo más sublimes. Contrariamente a algunas visiones, llorar es una necesidad espiritual universal y no un signo de debilidad. Todos, sin excepción, derramamos lágrimas ante la alegría, la injusticia o la pena, pues es el modo más humano de liberar el espíritu hacia Dios. Las lágrimas abren puertas angostas, siendo un gesto de profunda ternura. Solo quien se permite llorar está a salvo del rencor y es capaz de alcanzar la serenidad.
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