Actualmente, este sacerdote guatemalteco es párroco de El Señor de Esquipulas, así como vicario episcopal de la Vicaría Sur Oriente Nuestra Señora de Guadalupe en la Archidiócesis de Santiago de Guatemala. Entre 2005 y 2007 su obispo le envió a Roma a estudiar Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz gracias a las ayudas que financia la Fundación CARF, lo que le ayudó a comprender mejor su fe y también a transmitirla mejor a los miles de fieles en estos años. Durante su estancia en Roma vivió en el Colegio Sacerdotal Tiberino, años en los que pudo empaparse y nutrirse de la universalidad de la Iglesia.
En su niñez, don Luis Enrique Ortiz recibió la semilla de la fe en el hogar, en una familia llena del amor a Dios. Aprendió desde temprana edad que cada bendición era un regalo de Dios. Incluso en las pruebas familiares, la renuencia nunca fue una opción. Siempre se decía: «Dios es bueno».
Entre sus recuerdos más vivos se encuentra su Primera Comunión, el sacramento que cambió su vida. Desde el momento en que supo de su inscripción en la catequesis preparatoria, el anhelo por recibir a Jesús Sacramentado se convirtió en su faro. El día llegó y sintió algo inigualable. Entonces recordó la frase de su familia: «Dios es bueno».
La llamada al sacerdocio no resonó como un trueno repentino, sino como un suave murmullo que se intensificaba con los años. La influencia de la familia fue el primer eco, donde el amor de Dios se vivía cotidianamente. En la universidad, la semilla germinó aún más durante voluntariados en regiones marginales de Guatemala. A donde fuera, la gente le decía: «usted sería un gran sacerdote», una afirmación que desconcertaba al joven Luis Enrique.
Él se quedaba atónito cada vez que lo escuchaba, porque era una idea muy íntima que no le había comentado a nadie. Sin embargo, pronto comprendió que era Dios, utilizando las voces de los que estaban a su alrededor, quien lo llamaba a servir en su mies. La vida sacramental y sentir todo el amor de Dios, lo llevaron a dar el paso definitivo. Sin arrepentimientos, afirma que Dios ha sido bueno, sorprendiéndolo incluso cuando él mismo sentía no merecerlo.
Entre 2005 y 2007, su obispo le encomendó ir a Roma para completar su formación como sacerdote estudiando Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. Este capítulo de su vida en la ciudad eterna se convirtió en un regalo de Dios para su ministerio. Residía en el Colegio Sacerdotal Tiberino, absorbía la universalidad de la Iglesia y exploraba las profundidades de su fe.
La Universidad de la Santa Cruz no solo le brindó conocimientos históricos, sino que abrió sus ojos a la obra divina a lo largo de la historia humana. La historia de la Iglesia se convirtió en un testimonio palpable de la mano de Dios. Descubrió cómo los escritos de muchos santos y pontífices, a los que se les ha otorgado el título de Doctores de la Iglesia, siguen teniendo peso hoy en día. Cómo esa sabiduría, que emana de Dios por medio del Espíritu Santo, es latente y muy fresca.
«Mi paso por Roma ha sido de gran ayuda para mí como sacerdote, porque he recibido herramientas para poder enseñar a los laicos que nuestra fe no es ninguna fantasía, sino que tiene cimientos fuertes que hacen que el creyente se involucre en el estudio de Dios. Y tanto en el ámbito espiritual como personal hace que tenga sentido nuestro servicio, porque en la historia se nos muestra que Dios nunca ha dejado solo a su pueblo, sino que siempre se hace presente y aún más en nuestra vida al ser otro Alter Christus».Luis Enrique Ortiz, sacerdote de Guatemala.
Los casi 25 años de vida sacerdotal de don Luis Enrique Ortiz le han llevado por senderos innumerables. Entre las experiencias más profundas que ha vivido como sacerdote, destaca las visitas a los enfermos como momentos donde la misericordia de Dios se materializa. Estos encuentros no solo son actos de servicio, sino oportunidades para tocar la divinidad en la fragilidad humana.
Ante los retos y peligros que enfrentan los sacerdotes en la sociedad actual, el padre Ortiz enfatiza la necesidad de preparación tanto académica como espiritual. En un mundo en constante cambio, donde la fe enfrenta desafíos, el sacerdote debe ser un faro que ilumina el mensaje fundamental: el Amor de Dios.
La historia del Padre Luis Enrique Ortiz es un relato vivo de fe, vocación y servicio. Su recorrido pastoral en la archidiócesis de Santiago de Guatemala no solo es un testimonio personal, sino una fuente de inspiración para aquellos que buscan luz en la oscuridad. Su vida, tejida con hilos divinos y humanos, continúa escribiendo un legado de amor, servicio y dedicación en el caminar de la Iglesia.