El Espíritu Santo que es una de las tres personas de la Santísima Trinidad. Procede del Padre y del Hijo. Cristo lo ha derramado en nuestro corazón, para hacernos hijos de Dios y para que nuestra vida sea guiada, animada y alimentada por él.
Esto es precisamente lo que entendemos al decir que el cristiano es un hombre espiritual: una persona que piensa y actúa siguiendo al Espíritu Santo que es su inspiración.
Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que las personas de la Santisima Trinidad son distintas pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. Catecismo de la Iglesia Católica 687-689
Lo narra san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, en los capítulos 1 y 2. Antes de la Ascensión, Jesús había mandado a los discípulos “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, -les dijo- pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Cuando haya venido sobre vosotros, seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra”.
Unos días después, sigue narrando san Lucas, "cuando estaban todos juntos, de repente, vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y se llenaron todos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas”.
En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad y a partir de ese momento el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él.
Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta después de su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Lo sugiere también a Nicodemo, a la Samaritana y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos.
A sus discípulos les habla de él abiertamente apropósito de la oración: lo recoge san Lucas en el versículo 11 de su Evangelio: "Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”.
Y cuando les explica el testimonio que tendrán que dar dice: "Cuando seáis arrestados, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni cómo habéis de hablar. Llegado ese momento, se os comunicará lo que tengáis que decir. Pues no series vosotros los que hablareis, sino el Espíritu del Padre el que hablará por vosotros”. Catecismo de la Iglesia Católica 689-690
El Paráclito que es Dios mismo que se entrega a nosotros para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Actúa en nosotros dándonos consolación interior, que podemos experimentar como aumento de fe, esperanza, caridad, paz o alegría que nos atrae hacia Él.
"Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo", dice san Pablo en la Epístola a los Corintios. Y en la Epístola a los Gálatas: "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!".
Él preparó a María con su gracia. María, "llena de gracia" la Madre de Aquel en quien "reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente".
En María la Divina Gracias realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.
En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios". Catecismo de la Iglesia Católica 721-726
El conocimiento de fe no es posible sino en la Divina Gracia. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por la Divina Gracia. Él, con la Trinidad Beatísima viene a inhabitar en el alma por el sacramento del Bautismo. El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que supone conocer al único Dios verdadero, y a su enviado, Jesucristo. Catecismo de la Iglesia Católica 737-742
No se puede vivir una vida cristiana sin la Divina Gracia, pues es nuestro compañero y protagonista de nuestras vidas, aseguró el Papa Francisco durante la homilía en la capilla de la Casa de Santa Marta.
“No se puede caminar en una vida cristiana sin el Espíritu Santo”, ha señalado el Papa Francisco, y ha añadido que pidamos al Señor la gracia de entender dicho mensaje, porque “Él es nuestro compañero en el camino”.
El Santo Padre explica que sin el Espíritu Santo que es la fuerza no podemos hacer nada: el Espíritu “nos hace resucitar de nuestros límites, de nuestros muertos, porque tenemos tantas, tantas necrosis en nuestra vida, en nuestra alma”. Por tanto es necesario que los cristianos le hagamos un sitio en nuestra existencia.
Además, el Papa subrayó que una vida cristiana que no reserva espacio para el Espíritu Santo ni se deja guiar por Él “es una vida pagana, disfrazada de cristiana. Él es el protagonista de la vida cristiana, el Espíritu que está con nosotros, nos acompaña, nos transforma, nos vence”.
Francisco ha hecho un llamo en Santa Marta para que todos los católicos seamos conscientes “de que no podemos ser cristianos sin caminar con el Espíritu Santo, sin actuar con Él, sin dejar que Él sea el protagonista de nuestras vidas”.
El Papa Francisco explica la fe en el Espíritu Santo.
Audiencia general: Catequesis del papa Francisco en el Año de la Fe.
El agua del Bautismo significa la acción del la Divina Gracias en el alma.
El fuego porque en forma de lenguas "como de fuego" se posó el Espíritu sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de El.
La Paloma porque cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre Él.
El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento.
Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito" que se traduce habitualmente por "Consolador". También lo llama "Espíritu de Verdad".
San Pablo se refiere a Él como el Espíritu de la promesa, el Espíritu de adopción, el Espíritu de Cristo, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios, y en San Pedro, el Espíritu de gloria.
Por otra parte, la iglesia considera Espíritu y Santo como atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Paráclito, sin equívoco posible con los demás. El misterio de la cruz de Cristo y con ello el sentido cristiano del sufrimiento, se iluminan al considerar que es el Espíritu Santo el que nos une en el Cuerpo místico (la Iglesia)
En 1971 San Josemaría compuso la invocación a la Divina Gracia, que después se ha renovado cada año en todos los centros del Opus Dei en la solemnidad de Pentecostés.
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles,
y enciende en ellos el fuego de tu amor.Envía tu Espíritu Creador
y renueva la faz de la tierra.Oh Dios,
que has iluminado los corazones de tus hijos
con la luz del Espíritu Santo;
haznos dóciles a sus inspiraciones
para gustar siempre el bien
y gozar de su consuelo.Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Los dones del Espíritu Santo infundidos en el alma del cristiano llevan a la perfección las virtudes y hacen a los fieles dóciles para seguir con prontitud y amor, en su actuar diario, las inspiraciones divinas. Catecismo de la Iglesia Católica 1830-1831. Sus dones vienen dados con el Sacramento del Bautismo y se refuerzan en la Confirmación, pero debemos desarrollarlos durante toda nuestra vida cristiana.
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, los sus dones son siete: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Estos sostienen la vida moral del cristiano y lo hacen dócil y sensible a la voluntad de Dios.
San Pablo dice que la existencia del cristiano es animada por la Divina Gracia y rica de sus frutos, que son: «Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí» (Ga 5,22-23).
El don precioso del Espíritu Santo es la vida misma de Dios, en cuanto verdaderos hijos suyos por su adopción.
"Frecuenta el trato del Espíritu Santo...No olvides que eres templo de Dios. El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones."
Camino, 57, san Josemaría.
En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios.
Nos conduce a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con nuestros hermanos.
Este don del Espíritu Santo está relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Divino habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y ha realizado.
Comprender las enseñanzas de Jesús, comprender el Evangelio, comprender la Palabra de Dios.
La sabiduría como la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios: ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios.
Son muchos los hombres y mujeres que honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo y su fe. Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo quien les conduce.
En el Génesis se pone de relieve que Dios se complace de su Creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: Y vio Dios que era bueno.
Si Dios ve que la Creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud. He aquí el don de ciencia que nos hace ver esta belleza; alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza.
Este don indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y tormentosos.
Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría.
Es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.
Es el guía que nos conduce por la senda del bien en la vida cotidiana es el Espíritu Santo. Dependemos de su obra para vivir según la Palabra, para comprenderla, para orientar nuestro caminar en la senda de la santidad, para actuar con justicia. Él nos llena de amor, de paciencia, de paz, de alegría, de bondad, de mansedumbre, de benignidad, nos da la fe.
Bibliografía