Esta es la historia de Révocat y Théogène sacerdotes de Ruanda.
Terminando el año académico en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, es muy común ver a seminaristas, sacerdotes y estudiantes laicos muy nerviosos en los pasillos antes de un examen importante, ayudándose y animándose el uno con el otro, intentando reír y distraerse, a lo mejor contando historias de familia, de sus países, los planes de vacación y servicio pastoral en el verano.
Théogène Ndagijimana y Révocat Habiyaremye son dos de ellos, dos sacerdotes de Ruanda: se encuentran en Roma para estudiar, gracias a una beca que les ha sido ofrecida a ambos por CARF, Centro Académico Romano Fundación. Théogène está cursando la Licenciatura en Derecho Canónico y Révocat la Licenciatura en Teología.
Nos encontramos con ellos, que gracias a Dios están más relajados tras los exámenes, así que con gusto nos hablan de su vida, de su experiencia en Roma y nos cuentan algunas necesidades de su país, Ruanda, que sufrió uno de los genocidios más terribles del siglo XX.
Un gusto poder compartir nuestro testimonio con los lectores, los benefactores y amigos de CARF. Me presento: soy Théogène Ndagijimana, sacerdote diocesano de la Diócesis de Nyundo en Ruanda (África). Nací el 11 de julio de 1988 en Bwishyura–Karongi, (Ruanda), y crecí en la misma región.
Soy Révocat Habiyaremye, vengo de Ruanda y soy sacerdote de la Diócesis de Byumba. Nací el 9 de noviembre de 1989 en Nyange, en una familia cristiana, una familia muy grande: somos ocho hijos, 5 hermanos y 3 hermanas. Yo soy el más joven. Crecí junto con mis hermanos y nuestra mamá, porque mi papá murió temprano, cuando yo tenía 5 meses. Fue nuestra mamá quien nos cuidó y educó. Aún vive y tiene 74 años.
Ambos me contasteis que la familia ha sido un entorno fundamental para la fe y para descubrir vuestra vocación...
Théogène: ¡Por supuesto! De hecho, yo también, como Révocat, nací en una familia católica, y mi padre y mi madre también nacieron en familias católicas, se casaron religiosamente y tuvieron cuatro hijos, dos niños y dos niñas. Yo soy el mayor.
Lamentablemente nuestro papá entregó su alma muy temprano, y en ese momento, yo, el mayor de la familia, tan sólo tenía nueve años, mientras que nuestra mamá estaba embarazada del menor de mis hermanos. A pesar de las dificultades de educarnos solos, nuestra madre nos lo dio todo y ha sido, como también mi papá cuando estaba en vida, nuestra primera educadora en la fe.
Tener la oportunidad de nacer en una familia cristiana es mi punto de partida para conocer la fe católica porque fui bautizado en la fe de mis padres cuando era pequeño, el 19 de febrero de 1989. A medida que evolucionamos en un entorno de múltiples denominaciones cristianas, por la familia y los amigos, mi madre me enseñó lo esencial de nuestra fe mucho antes, como las oraciones y lo que caracteriza nuestra fe católica en comparación con otras confesiones.
Después de la familia de origen, también ha habido una gran contribución de la familia extensa, especialmente la de mi madre. Desafortunadamente, todos ellos fueron masacrados durante el genocidio. Recuerdo que, aun antes de cumplir los tres años, cuando iba a visitar a mis tíos, mi tío materno me despertaba muy temprano en la mañana, para ir juntos a la misa matutina entre semana. Todos estos detalles son las raíces de mi conocimiento de la fe católica.
Révocat: Yo también le estoy muy agradecido al Señor porque nos dio ese gran regalo de nacer de padres cristianos: mi papá nos dejó un hermoso legado de cantar en la iglesia porque tenía un coro parroquial que él dirigía. De niños todos crecimos en ese coro que aún existe en nuestra parroquia natal y desde pequeños somos un poco músicos.
Y luego nuestra madre nos ayudó mucho a crecer en la fe. Cuando murió mi papá se quedó sola, pero hizo todo lo posible para educarnos con los valores cristianos, ayudar en la parroquia, ya fuera cantando o sirviendo en misa o estando siempre presentes en los movimientos juveniles de las parroquias católicas. También ella hizo todo lo posible para que los varones estudiáramos en el seminario menor de nuestra diócesis: le fue difícil pagarlo, pero, gracias a Dios, logramos terminarlo. Además, ¡tres de nosotros somos sacerdotes! El resto de hermanos y hermanas están casados y tienen hijos.
Théogène Ndagijimana y Révocat Habiyaremye son dos sacerdotes de Ruanda, un país que ha sufrido mucho por su dolorosa historia de genocidio. "La sociedad ruandesa está muy herida, pero por la gracia de Dios la reconciliación poco a poco sí está avanzando", afirman.
Para ellos, una sociedad herida como la ruandesa necesita pastores bien formados, que tengan la capacidad de escuchar y la capacidad de acompañar a los hombres heridos: necesita verdaderos testigos del amor de Dios y del prójimo.
Los hombres y las mujeres de Ruanda tienen que saber que el reino de Dios está entre ellos. Y en mí, que soy fruto de tal sociedad, Dios ha sembrado el deseo de hacerlo presente en su pueblo a través de mi vida. Responder positivamente a su llamado me convirtió en alter Christus, para que pueda servirle fielmente.
¡Un camino esencial para descubrir la vocación!
Théogène: No tengo ninguna duda de que la educación cristiana que recibí en mi familia es la raíz principal de mi vocación sacerdotal. Sin embargo, toda vida no perdura sin ser nutrida, así que mi vida cristiana se nutrió de la participación en la Misa y de las oraciones familiares que teníamos en casa. Después de mi primera comunión, empecé a servir en la Misa como monaguillo. Esto me ayudó a observar a los sacerdotes de nuestra parroquia, que hicieron todo lo posible por llevar esperanza a la comunidad herida por el genocidio contra los tutsis de 1994.
Al ver a los sacerdotes que se entregaban de esta manera, mientras algunos se quedaban huérfanos y presenciar la muerte de sus seres queridos en la forma más atroz, me preguntaba cómo contribuiría yo también a esta obra de Dios para devolverle la vida a una sociedad tan herida como la nuestra.
Es decir que el genocidio, por ser algo tan terrible, ¿te impulsó aún más a querer ser sacerdote?
Théogène: Sí, de hecho, empecé a tener tales pensamientos en 1999. Estaba en el grado 5 de la escuela primaria y me estaba preparando para recibir la Confirmación al año siguiente. Aquí destaco que en este momento llevábamos cinco años sin iglesia para celebrar la Misa.
¿Cinco años sin Misa?
Théogène; Sí había Misa dominical, pero se celebraba en el campo o en un pequeño salón que estaba cerca de la parroquia. Y esto no porque no hubiera iglesia, sino porque, como en ella habían masacrado a muchas personas que se refugiaron allí, la habíamos cerrado pensando en convertirla en un memorial a las víctimas.
Después de cinco años cerrada, gracias a Dios, nuestra iglesia ha sido renovada y rehabilitada y, claro, poder volver a celebrar allí la Eucaristía nos dio una alegría increíble. Sin embargo, observar la reconstrucción de nuestra comunidad cristiana después de los momentos dolorosos me mostró más el amor de Dios. Este amor de Dios, también lo contemplé en nuestras situaciones familiares, sobre todo después de la muerte de mi padre.
Por ejemplo, fueron unos benefactores quienes ayudaron a nuestra madre a pagar nuestros estudios. Al ver las heridas de nuestra sociedad causadas por el genocidio y sus consecuencias, y las obras de caridad que se estaban realizando, mi corazón me impulsó a testimoniar el amor de Dios entre su pueblo, no podía quedarme sin hacer nada.
Después de la escuela primaria, tuve la oportunidad de ingresar en el seminario menor, donde tuve suficiente tiempo para meditar sobre mi vocación, orar y observar. Al finalizar mis estudios en el seminario menor, le escribí a nuestro obispo una carta de solicitud para ingresar en el seminario mayor. Después de un año, respondió positivamente.
Durante el transcurso del seminario mayor, pasé las vacaciones en muchas parroquias y allí también aprendí mucho sobre el ministerio que me esperaba. Como ves, muchas cosas han contribuido a alimentar y fortalecer mi vocación.
¿Y tú, Révocat, qué nos cuentas sobre tu vocación?
Révocat: Pues, a mí me pasó casi lo mismo: mi vocación nació muy lentamente en la iglesia, cantando, sirviendo en misa desde niño y, cuando tuve esta oportunidad de estudiar en el seminario menor, siempre me estaba preguntando hacia dónde orientaría mi vida: ¿qué podía hacer para servir al Señor? ¿Cómo podía santificarme más y ayudar a otros a santificarse? Al final, me decidí a hablar con mi padre espiritual, y él me ayudó a entender mi camino, porque le dije que me gustaría dedicar mi vida a escuchar a los demás, a acompañar o guiar a la gente necesitada. Entonces, con él pude profundizar más el llamado del Señor en mi vida, e incluso escucharlo más claramente en mi alma.
Es evidente que dos vocaciones sacerdotales como las vuestras son fundamentales en un país como Ruanda. Recordemos, pues, que ha habido un genocidio que está considerado como uno de los episodios más sangrientos de la historia de la Humanidad en el siglo XX.
Según estimaciones de Human Rights Watch, en solo 100 días, de abril y julio de 1994, entre medio y un millón de personas fueron masacradas sistemáticamente en Ruanda (con disparos, machetes, palos con púas, quemadas vivas, decapitadas).
Y, como recordabais, las víctimas fueron en su mayoría de etnia tutsi, correspondientes a cerca del 20% de la población, pero la violencia terminó involucrando también a hutus moderados pertenecientes a la mayoría del país. El odio interétnico entre hutu y tutsi, muy extendido a pesar de la fe cristiana común, fue la raíz del conflicto…
"Después del genocidio es imprescindible una ayuda al pueblo de Ruanda en el ámbito espiritual, porque es el poder divino que siempre nos salva. Al ver cómo después del genocidio hemos tenido tantos problemas psicológicos en la sociedad ruandesa, muchas personas necesitan tanto ser escuchadas, como acompañadas y guiadas".
Révocat y Théogène, sacerdotes de Ruanda.
Y ahora os encontráis estudiando en la Universidad de la Santa Cruz, gracias a una beca de CARF. Decidme ¿cuál es el objetivo de vuestros estudios?
Révocat: Después de finalizar mis estudios en el seminario de Ruanda, en un principio, mi obispo me envió a continuar en el seminario de la diócesis de Lucca, en Italia, pues hay un hermanamiento de ambas diócesis desde hace muchos años. Los sacerdotes de Lucca han estado llevando a cabo misiones en mi diócesis y ahora intentan llevarse a Italia seminaristas para formarles. Después de terminar el seminario en Lucca el año pasado, fui ordenado sacerdote en el verano de 2021 en mi país e inmediatamente regresé a por la licenciatura.
Révocat: Estoy estudiando Teología espiritual por un objetivo fundamental. Hablando con mi obispo me decidí a cursar este tipo de licenciatura, porque sabía que tendría la oportunidad de profundizar algunos temas sobre acompañamiento, dirección y escucha espiritual.
Ya sabes, después del genocidio es imprescindible una ayuda al pueblo de Ruanda en el ámbito espiritual, porque es el poder divino que siempre nos salva. Al ver cómo después del genocidio hemos tenido tantos problemas psicológicos en la sociedad ruandesa, pensé eso y vi que muchas personas necesitan tanto ser escuchadas, como acompañadas y guiadas.
Estoy seguro de que, después de terminar mis estudios, tendré la oportunidad de ayudar a mi país y a mi diócesis: devolverle la santidad y la salud a mi país, en un sentido humano y espiritual. Los cristianos, pues, debemos tener una vida sana y santa, porque el alma santa debe morar en un cuerpo sano.
Théogène: ¡Totalmente de acuerdo! Una sociedad herida como la nuestra necesita pastores bien formados, que tengan la capacidad de escuchar y la capacidad de acompañar a los hombres heridos: necesita verdaderos testigos del amor de Dios y del prójimo.
Los hombres y las mujeres de Ruanda tienen que saber que el reino de Dios está entre ellos. Y en mí, que soy fruto de tal sociedad, Dios ha sembrado el deseo de hacerlo presente en su pueblo a través de mi vida. Responder positivamente a su llamado me convirtió en alter Christus, para que pueda servirle fielmente.
¿Pero de verdad hay esperanza que pueda haber reconciliación y perdón tras una tragedia tan enorme?
Théogène: Pues, como recordabas, a Ruanda, pese a ser uno de los países más pequeños de África, se le conoce por su dolorosa historia de genocidio. La sociedad ruandesa está muy herida, pero, por la gracia de Dios, la reconciliación poco a poco sí está avanzando.
Yo puedo contarte, por ejemplo, que mi diócesis ha sido la más afectada en esta tragedia, ya que durante el genocidio perdió un número muy elevado de cristianos, así como 32 sacerdotes, y sigue teniendo muchos problemas no solamente por esta herida tan trágica que es la pérdida de vidas humanas, sino también por la inseguridad que de ella ha derivado, la emigración, los problemas económicos, etc. Todos estos hechos han causado muchas heridas, pero la Iglesia ha contribuido mucho a la reconciliación.
¿Y cómo?
Théogène: En primer lugar, la Conferencia Episcopal y las diócesis, pero también de las comunidades eclesiales de base, es decir parroquias, centros de escucha y acompañamiento, etc. La Iglesia católica está enseñándole al pueblo la importancia de pedir y perdonar.
Las comisiones diocesanas de “Justicia y Paz” han hecho una contribución indecible a la reconciliación. Sacerdotes, religiosos y laicos influyentes han sido fundamentales en este sentido. Y yo, como futuro canonista, quiero aportar mi contribución para que el proceso avance aún más.
Pues sí, te puedo decir que lo que las autoridades civiles pensaron, soñaron o imaginaron al principio, la Iglesia, nosotros, lo hemos hecho y seguimos haciéndolo: unir a los supervivientes del genocidio y a los genocidas, así como hacerlos sentarse juntos para hablar del futuro del país.
Bueno, es que imaginar tanto sufrimiento y ver que vosotros estáis aquí para ser como un bálsamo en estas heridas tan grandes, me hace pensar que de verdad vuestros benefactores de CARF están haciendo una obra increíble por Ruanda y sin, incluso, estar en Ruanda…
Théogène: Sin duda… Todos somos miembros del mismo Cuerpo y por eso quiero dar las gracias a los benefactores que nos ayudan tanto. También quiero pedirles que recen por mí, para que yo pueda ser fiel y servirle al Señor en esta difícil tarea que es la reconciliación de mi país.
Révocat: Pues yo también quiero terminar agradeciéndoles con todo mi corazón a nuestros benefactores que nunca dejan de pensar en nosotros, que nunca dejan de ayudar a nuestras diócesis y a nuestra Iglesia tan necesitada.
Y hay algo que tengo que contarles: no solamente yo, pues, sino también otro sacerdote de mi diócesis ha podido estudiar en Roma. Se trata del padre Léandre Nshimyiyaremye, quien, gracias a una beca de CARF, hace tres años pudo cursar la Licenciatura en Teología litúrgica y ahora ha vuelto para hacer su doctorado nuevamente en liturgia. Así que, de verdad, ¡muchas gracias, ofreceré misas por ustedes y qué Dios los bendiga siempre!
Révocat Habiyaremye, en la imagen en brazos de su madre, nació el 9 de noviembre de 1989 en Nyange, en una familia cristiana, una familia muy grande: son ocho hijos, cinco hermanos y tres hermanas. Su madre se tuvo que hacer cargo de ellos porque su padre murió cuando él tan solo tenía cinco meses.
"Fue nuestra mamá quien nos cuidó y educó. Aún vive y tiene 74 años. Cuando murió mi papá se quedó sola, pero hizo todo lo posible para educarnos en los valores cristianos, ayudar en la parroquia, ya fuera cantando o sirviendo en misa o estando siempre presentes en los movimientos juveniles de las parroquias católicas. También ella hizo todo lo posible para que los varones estudiáramos en el seminario menor de nuestra diócesis: le fue difícil pagarlo, pero gracias a Dios logramos terminarlo. Hoy dos de nosotros somos sacerdotes", afirma.
Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado de la Universidad de la Santa Cruz de Roma.