Pablo Francisco guarda una gran devoción a san Francisco de Asís y bajo su protección y amparo vive. Nos cuenta su vocación.
«La historia de mi vocación tiene mucho que ver con mi nombre. Una vida que es un milagro y una vida bajo el amparo de san Francisco de Asís. Nací en Villa Elisa, un pueblo que se sitúa en el partido de la Plata, en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Si bien ahora ha crecido bastante, cuando era niño había muy pocas casas, era mucho más pequeño. Mis padres y toda mi familia, es una familia de fe. Soy el tercero de seis hermanos. Mi madre, Cristina, de quien nos viene a todos la fe, mi padre, Luis, tres hermanos varones y tres hermanas, todos muy entregados al apostolado.
Villa Elisa tuvo una fuerte presencia franciscana, de hecho, la parroquia actual es un antiguo convento franciscano, que tiene en frente el colegio san Francisco de Asís, todo a cargo ahora de nuestra congregación».
«Todas las personas de Villa Elisa eran muy devotas del santo de Asís. Cuando mi madre estaba embarazada de mí, tuvo una pancreatitis muy peligrosa y los médicos le aseguraron que perdería el bebé que esperaba. La comunidad rezó especialmente a san Francisco, y la operación se llevó a cabo un 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Gracias a Dios, la operación salió superando toda expectativa y el niño, que era yo, estaba completamente sano.
El mismo médico no pudo explicar este suceso y le dijo a mi madre que había sido un milagro. También contamos con las oraciones del primo de mi madre, sacerdote en Rosario, quien desde que comenzó la operación hasta el día de mi nacimiento, celebró la Santa Misa todos los días pidiendo por mí.
Siempre tuve la convicción de que la Madre de Dios me había preservado desde aquel momento para su Hijo, y, en lugar de morir, vivir para servir a Dios. Por eso, estoy convencido que este milagro fue el comienzo de mi vocación».
«Debo decir que toda la familia debe a mi madre el haber recibido la fe. Ella misma convirtió a mi papá, ya casados, y supo encaminar bien a todos sus hijos. Comencé a los tres años en el colegio san Francisco, y desde allí recuerdo que siempre quise ser sacerdote. Incluso, de lo cual ahora me río, recuerdo que jugaba a celebrar la Misa en mi habitación… usaba una mesa como altar, y una vieja mesita de luz como sagrario.
Gracias a Dios, siempre ha habido vocaciones en mi familia. En este momento, un tío mío, sacerdote hermano de mi madre, estaba haciendo un curso en esta misma universidad. A su vez también un primo de mi madre, del cual hablé antes, sacerdote en Rosario, Argentina.
Si bien en la adolescencia se borró un poco este deseo de llegar a ser sacerdote, ahora veo que siempre estuvo el Señor llamándome en el fondo, desde esos primeros deseos de mi niñez.
Pablo Francisco Gutiérrez aparece en esta foto con otro hermano de la congregación Miles Christi. Él relata que la historia de su vocación tiene mucho que ver con su nombre. «Mi vida comenzó por un milagro y siempre ha estado bajo el amparo de san Francisco de Asís».
«Conocer a Miles Christi fue muy fácil. Mi casa se encuentra a sólo una cuadra de la parroquia, y desde pequeño siempre frecuenté el grupo llamado Halcones de la Cruz del Sur, que pertenece a Miles Christi. Mi madre siempre nos decía “ustedes tienen que ir a un grupo católico… el que quieran. Pero acá no se quedan, tienen que formarse”. Ahora le agradecemos muchísimo, mis hermanos y yo, esta exigencia.
En Halcones pasé toda mi infancia y juventud. Comencé con ocho años, y terminé a los 17, junto con la escuela. Allí, los dirigentes y sacerdotes se esforzaban por inculcarnos la sana alegría cristiana, con una sólida vida de piedad y fuertes lazos de buenas amistades. Gracias a este grupo, me acerqué a la congregación, comencé a llevar una vida de piedad más seria, con dirección espiritual y ejercicios espirituales que hacíamos anualmente. Y fue allí donde recibí el llamado de Dios».
«En 2013, cuando tenía 15 años, realicé unos ejercicios espirituales, un retiro espiritual de silencio, inspirado en el método de san Ignacio. Allí vi con claridad que Dios me estaba llamando ya desde niño, pero ahora, con mucha mayor intensidad.
Recuerdo todas las preguntas de entonces… sobre todo ¿por qué a mí? ¿qué pasará con la gente con la que hago apostolado, mis amigos, etc.? Y Dios mismo se encargaba de responder por mí. En el fondo era temor de qué pasaría, y vi que era necesario un acto de fe y de confianza en Dios. Fue un saltar al vacío, darle a Dios un cheque en blanco, lleno de confianza en que, si yo me entregaba totalmente, Él no se dejaría ganar en generosidad, y se encargaría Él mismo de todo lo que me preocupaba. Y, claro, el sentido común se encargó del resto: si en verdad tanto quiero mi casa, mi familia, amigos, etc. es más seguro que se encargue Él».
«Aún me quedaba un año para poder entrar efectivamente en la vida religiosa, por lo que decidí aprovechar todo ese año para dedicarme al apostolado. Recuerdo que comencé a trabajar más en el apostolado en Miles Christi, sobre todo con mis amigos del grupo de Halcones.
Además, con un amigo perteneciente a Halcones, formamos un grupo con nuestros compañeros de curso, unas diez personas, con quienes íbamos cada jueves al hospital de niños de la Plata, a la sección de Oncología, para hacer apostolado con los niños con cáncer. Luego, cada viernes, hacíamos media hora de adoración al Santísimo, y luego compartíamos una merienda entre nosotros».
"Siempre tuve la convicción de que la Madre de Dios me había preservado desde aquel momento para su Hijo, y, en lugar de morir, vivir para servir a Dios"
«Al terminar la Secundaria, pude entrar en la vida religiosa en Miles Christi, un 22 de febrero de 2015. Allí hice Humanidades y Filosofía, en la casa de formación de Luján, a unos pocos kilómetros del santuario de la Virgen de Luján.
Luego realicé el noviciado allí mismo, y culminé con los votos y la toma de hábito, un 11 de febrero de 2021, Nuestra Señora de Lourdes, junto con los hermanos Agustín y Mariano de Miles Christi, que estudian conmigo en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, ellos también gracias a la ayuda de la Fundación CARF. Tuve la gracia de poder ser parte de la congregación y estar acompañado por excelentes sacerdotes que me han sostenido todo ese tiempo, entre ellos el P. Gustavo, y el P. Carlos».
«Después de los votos, fui enviado para hacer mis prácticas apostólicas en la provincia de san Luis, también en Argentina. Ese año y medio será para mí inolvidable. El Señor me colmó de gracias, pero sobre todo maduró muchísimo mi vocación. Allí pude practicar, el apostolado al que dedicaría mi vida para el Señor, y para lo cual estoy ahora cursando Teología.
San Luis es una provincia pobre, pero la gente es muy cercana, con una fe llamativamente fuerte a la vez que sencilla. Pude trabajar mucho con la agrupación Halcones, que se había fundado dos años antes allí, en la cual participan muchos jóvenes y niños.
También dedicarme a los jóvenes universitarios, dando charlas, organizando campamentos, etc. Un punto muy importante era la organización de misiones en la misma provincia: íbamos con los jóvenes a distintos lugares, a veces pueblos, otras capillas en las sierras, donde andábamos mucho tiempo por caminos de tierra en medio de las sierras para llegar a alguna casa desconocida, donde vivía gente para rezar con ellos y buscar acercarlos a Dios».
Además, con jóvenes y adolescentes de los grupos, pudimos formar un coro de canto polifónico, organizando incluso dos conciertos. Todo siempre, buscando llevar las almas a Dios. Pero una de las cosas que más agradezco a Dios, es que, luego de un año allí, mi antiguo formador, y también un verdadero hermano para mí, fue destinado a mi misma comunidad, por lo que compartimos allí unos meses de arduo trabajo apostólico.
«La partida para ir a Roma y seguir formándome fue dolorosa y, sin embargo, el Señor quiere completar su obra, y a mí me faltaba aún estudiar la Teología para poder ser ordenado. A todos nos dolió, pero, como dijo mi formador en una de las despedidas “si tanto bien pudo hacer como hermano… mucho más lo hará siendo sacerdote”. Recuerdo que me hicieron hasta trece despedidas.
En fin, por todo esto le doy gracias a Dios, y por darme esta gracia tan grande de poder estudiar la Teología en el centro de nuestra fe, Roma. Y deseo de corazón poder responder a esta gracia tan grande que me da el Señor con generosidad, dándome de lleno al estudio de la ciencia de Dios, aquí en esta universidad de la Santa Croce.
Por eso también quiero agradecerles especialmente a todos los que hacen posible que yo pueda terminar mi formación sacerdotal, especialmente a todos los hermanos y hermanas de la Fundación CARF-Centro Académico Romano Fundación, y asegurarles su presencia en mis oraciones, por prestar esta ayuda tan concreta para nuestra querida Iglesia en la formación de nuevos sacerdotes. Y gracias también a la protección de san Francisco de Asís».
Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma.