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Fundación CARF

23 noviembre, 20

Jesús o Mahoma: ¿quién tiene razón?

Segunda Parte. Un viaje en la historia del islam. ¿Quién tiene razón Jesús o Mahoma?

 
Analizar el asunto de los orígenes del Islam es necesario para comprender las consecuencias históricas del advenimiento de esta doctrina.

Aquí puedes leer la primera entrega de este análisis.

El Corán y la Šarī‛a

El término Corán se deriva de la raíz semítica qaraʼa, en el sentido de recitación o de lectura recitada, por lo tanto salmodia. Ya en la antigüedad, cristianos y judíos de Oriente próximo usaban la voz aramea equivalente, qeryan, para indicar la recitación solemne de textos sagrados. Sin embargo, el uso de la misma raíz es aún más antiguo: ʼAnī qōl qōreʼ ba-midbar (en hebreo: voz de alguien que grita en el desierto, como en el libro del profeta Isaías, que más tarde fue citado en griego en el Nuevo Testamento) tiene el significado gritar, llamar, proclamar, cantar.

El Corán es el texto sagrado de los musulmanes que Mahoma les dejó como legado. Para la mayoría de ellos es la palabra de Dios sin crear. Está dividido en ciento catorce capítulos, llamados sūra, con sus respectivos versos, llamados ayāt. Para cualquier exégeta no islámico, hay muchos pasajes en el texto que son idénticos o paralelos a los de otros documentos más antiguos, el Antiguo y Nuevo Testamento en primer lugar, así como prácticas, tradiciones y costumbres preislámicos como la creencia en duendes, ǧinn, los ritos de peregrinación, las leyendas de pueblos desaparecidos y la veneración de la Ka‛ba.

El problema de las fuentes coránicas es, por lo tanto, muy importante. Dichas fuentes no pueden sin duda alguna ser algo escrito, ya que Mahoma, considerado universalmente autor (por los académicos) o portador (por los creyentes musulmanes) de la revelación reportada en el Corán, era analfabeto y no podía, por supuesto, tener acceso personal a la lectura de libros sagrados cristianos y judíos.

Por consiguiente, es en forma oral que muchas nociones religiosas del cristianismo y el judaísmo llegaron a sus oídos, y esto en dos fases: los festivales populares que se celebraban periódicamente en La Meca, donde los prosélitos de sectas heréticas cristianas y judías a menudo se refugiaban para escapar de la persecuciones en el Imperio Bizantino (eso se puede deducir de muchas nociones cristianas heréticas y reminiscencias de los libros de haggadah y de libros apócrifos de los que abunda el Corán) y, como dijimos, los viajes comerciales que M. realizó más allá del desierto (también en este caso las nociones que tuvo que aprender son pocas, imprecisas e incompletas, como se desprende de las citas coránicas).

Hemos visto, pues, que Mahoma estuvo inmediatamente convencido de ser objeto de una revelación ya comunicada a otros pueblos antes que él, los judíos y los cristianos, y que provenía de la misma fuente, un libro celestial que llamó umm al-kitāb. Sin embargo, las comunicaciones en su caso ocurrían de manera intermitente, lo que causó que los adversarios se rieran de él. También hemos visto que Alá a menudo le proporcionó a este último respuestas increíblemente adecuadas a sus exigencias y dificultades y amonestaciones, como la siguiente:

"Los incrédulos dicen: ¿Por qué no le ha sido revelado el Corán de una sola vez? Pero [sabe ¡Oh, Mahoma! que] te lo hemos ido revelando paulatinamente para afianzar de este modo tu corazón. Y siempre que presenten un argumento [en contra del Mensaje] te revelaremos la Verdad, para que les refutes con un fundamento más claro y evidente[1]”.

El resultado de semejante intermitencia, y del hábito de Mahoma de cambiar a menudo su versión, es el carácter fragmentario del Corán, así como la falta de un orden lógico y cronológico: todo es para uso y consumo inmediato. Esto ya era obvio para los primeros comentaristas coránicos, poco después de la muerte del “profeta” del islam, particularmente con respecto a la cuestión de los versos abrogados por otros posteriores. Para tratar de resolver el asunto de la mejor manera, las sūra se clasificaron en mecanas y medinesas, según el período en que se revelaron.

Caligrafía del Corán Antiguo ¿Jesús y Mahoma, quien tiene la razón?

La caligrafía y ornamentación antigua del Corán India probablemente antes de 1669 DC.

El primer período, el mecano

Se divide en tres fases: una primera, correspondiente a los primeros cuatro años de la vida pública de Mahoma, caracterizada por sūra breves, apasionadas y solemnes, con versos cortos y enseñanzas llenas de fuerza destinadas a preparar las mentes de los oyentes para el día del juicio (yawm al-dīn); una segunda, que cubre los siguientes dos años, en la cual el entusiasmo, al comienzo de las persecuciones, se enfría y se van contando historias sobre la vida de los profetas anteriores, en una forma muy similar a la haggadah (literatura rabínica de tipo narrativo y homiliario); una tercera, desde el séptimo hasta el décimo año de la vida pública en La Meca, también llena de leyendas proféticas, así como de descripciones de los castigos divinos.

En el segundo período, en cambio, el de Medina

Encontramos el gran cambio sufrido por Mahoma después de la hégira. Las sūra están dirigidas a judíos y cristianos y el tono amistoso y elogioso reservado para ellos en la primera fase se va perdiendo gradualmente, culminando, en los últimos años de la vida de Mahoma, profeta del islam, en un verdadero ataque. Es de esta edad, por ejemplo, la sūra 9, en la cual, en el versículo 29, se exige: la humillación de:

"Combatid quienes no creen en Allah ni en el Día del Juicio, no respetan lo que Allah y Su Mensajero han vedado y no siguen la verdadera religión [el Islam] de entre la Gente del Libro [judíos y cristianos], a menos que éstos acepten pagar un impuesto [por el cual se les permita vivir bajo la protección del estado islámico conservando su religión] con sumisión”.

Esto se traducirá en leyes que impondrán diversas restricciones a quienes profesan la religión judía o cristiana, como vestirse de una manera especial, no poder llevar armas y montar a caballo, etc.

Aunque el Pentateuco, los Salmos y el Evangelio son admitidos explícitamente como revelados por el Corán, existen diferencias considerables entre el islam y el judaísmo, y aún más entre el islam y el cristianismo. Estas divergencias, como dijimos, reflejan los contactos entre Mahoma y las sectas heréticas cristianas, cuya existencia en esa época era algo bastante común tanto en el Imperio Bizantino como, sobre todo, justo fuera de sus fronteras.

Entre las divergencias más evidentes, están aquellas relacionadas con la figura de Cristo, por las cuales los libros apócrifos cristianos ejercen una particular influencia sobre el Corán. En el libro sagrado del Islam, por ejemplo: Jesús es el hijo de María y nació de un nacimiento virginal, y sin embargo, esta María es la hermana de Moisés; los milagros realizados por Jesús desde la infancia se narran con gran detalle, y se le atribuyen los nombres de Mesías, Espíritu de Alá y Palabra, colocándolo en un nivel de superioridad con respecto a los otros profetas, pero se especifica que Cristo no es más que un siervo de Alá, un hombre como los demás; se establece, entre otras cosas, que su muerte en la cruz nunca habría ocurrido: en lugar de Jesús, solo un simulacro habría sido crucificado[2].

La idea del paraíso

Otra diferencia considerable, que para el islam es algo absolutamente terrenal (otra razón por la que hablamos del islam como de una religión natural), hecha para impresionar a los habitantes simples y rudos del desierto: verdes jardines, arroyos encantadores, vino que no embriaga, vírgenes siempre intactas. No hay nada allí que exprese el concepto de la visión beatífica y de la participación de los creyentes en la vida misma de Dios: Alá es inaccesible para la visión humana (6/103).

Finalmente, entre otras diferencias, está la de la predeterminación de las acciones humanas por parte de Alá (en esto el islam es muy parecido al al calvinismo). Hay pasajes del Corán más o menos a favor o completamente opuestos al libre albedrío, pero son los últimos los que han sido aceptados, con hábiles correcciones, por la ortodoxia sunita, y eso para darle al islam su marca predeterminista (el maktub, el destino de cada hombre, está rígidamente escrito y predeterminado por Dios).

La compilación efectiva del Corán es posterior a la muerte de Mahoma, momento en el cual se comenzó a recopilar todos los fragmentos de la revelación que él mismo le había confiado a sus seguidores. Las sūra se ordenaron por longitud (de la más larga a la más corta, aunque con varias excepciones, debido también a la imposibilidad de un orden lógico o cronológico). A esta misma época remonta el principio de las feroces luchas y de las divisiones internas, entre varios partidos y corrientes, luchas todas sofocadas en la sangre, con cada parte fabricándose versos y citas coránicas à la carte que respaldaban las respectivas reivindicaciones.

Šarī‛a

Es una palabra árabe que significa “camino trillado”, como halakhah en hebreo, e indica la ley escrita Desde un punto de vista semántico, ambos términos, árabe y hebreo, pueden asimilarse a nuestro “derecho” (camino “directo”, camino a seguir). La Šarī‛a, ley o derecho islámico (según la visión sunita “ortodoxa”), se basa en cuatro fuentes principales:

  1. El Corán;
  2. La sunna (a través el ḥadīṯ);
  3. El qiyās;
  4. El iǧmā‛.

La sunna

Como ya hemos hablado del Corán, analicemos directamente las otras tres fuentes, comenzando por la sunna (hábito, tradición, línea de conducta de los antepasados), que es una palabra que indica, ya antes de Muhammad, las costumbres tradicionales que regulaban la vida de los árabes. En el contexto islámico, el mismo término define el conjunto de dichos, hechos y actitudes de Mahoma según el testimonio de sus contemporáneos. Y es aquí que entra en juego el ḥadiṯ, es decir, la narración o relación de la sunna de Mahoma hecha de acuerdo con un esquema determinado, basado en isnād (apoyo y enumeración en orden ascendente de las personas que informaron sobre la anécdota hasta llegar al testigo directo del episodio) y matn (el texto, cuerpo de la narración). Esta fuente era extremadamente necesaria cuando, a la muerte de M., el islam era solo un borrador de lo que más tarde se haría. También era necesario, después de la conquista de tan vastos territorios y la consiguiente confrontación con nuevas culturas, de encontrar soluciones a problemas y dificultades con las cuales el “mensajero de Dios” nunca se había enfrentado directamente.

Y fue precisamente a Mahoma a quien se recurrió para que él mismo pudiera especificar, aunque ya había fallecido, una serie de puntos que solo se intuyen en el Corán o que nunca se abordaron, en relación con varias disciplinas. Así, se creó un conjunto de tradiciones verdaderas, presuntas o falsas en un momento en que cada una de las facciones que luchaban dentro del islam afirmaba tener a Mahoma de su lado y le atribuía esta o aquella afirmación, construyendo aparatos enteros de testimonios totalmente desconfiados.

El método que se adoptó para detener este flujo desbordante fue extremadamente arbitrario. De hecho, no se utilizó el análisis textual y ni la evidencia interna de los textos  (lo mismo se puede decir con respecto a la exégesis coránica que es casi inexistente), que es el criterio por excelencia, en el cristianismo, para determinar y verificar la autenticidad de un texto. Por lo contrario, se confió exclusivamente en la reputación de los garantes: si, por lo tanto, la cadena de testigos era satisfactoria, cualquier cosa podía ser aceptada como verdadera. Hay que señalar, con relación a ello, las tradiciones definidas como más antiguas y cercanas a Mahoma son las menos confiables y que más han sido construidas artificialmente (algo que también es posible averiguar por la excesiva afectación del idioma).  

El qiyās

La tercera fuente del derecho islámico, o Šarī‛a, es el qiyās, o deducción por analogía, a través del cual, a partir del examen de cuestiones determinadas y resueltas, se encontraba la solución para otras no previstas. El criterio utilizado, en este caso, es el ra’y, es decir punto de vista, visión intelectual, juicio u opinión personal. La fuente en cuestión se hizo necesaria desde los albores del islam, ya que, como hemos visto, la incoherencia del Corán y de los ḥadīṯ había producido una considerable confusión y conducido a la entrada en vigor, para las dos primeras fuentes, de la tradición del abrogante y del abrogado.

Iǧmā‛

Sin embargo, si por si a caso el qiyās no hubiese sido suficiente para resolver todas las cuestiones no resueltas, se insertó una cuarta fuente, el vox populi o iǧmā‛ (consenso popular) para proporcionar una base sólida para todo el aparato legal y doctrinal. Esta fuente parecía más que justificada tanto para las citas coránicas como para algunos hadīṯ, en uno de los cuales Mahoma alegó que su comunidad nunca se equivocaría. El iǧmā‛ puede consistir en un consenso doctrinal alcanzado por los doctores de la ley; en un consenso de ejecución, cuando se trata de costumbres establecidas en la práctica común; en un consentimiento tácito, incluso si no es unánime, por los jurisconsultos, en el caso de actos públicos que no impliquen la condena de nadie.

El trabajo constructivo para deducir el derecho de las cuatro fuentes indicadas (Corán, sunna, qiyās e iǧmā‛) se llama iǧtihād (da ǧ-h-d, la misma raíz que el término ǧihād), o “esfuerzo intelectual”. El esfuerzo en cuestión, una verdadera elaboración del derecho positivo islámico, basado sin embargo en una palabra “revelada”, duró hasta alrededor del siglo X, cuando se formaron las escuelas jurídicas (maḍhab), después de lo cual “las puertas iǧtihād” se consideran oficialmente cerradas. Desde entonces, tan solo se puede aceptar lo que ya se ha resuelto, sin introducir más innovaciones (bid‛a).

Los más rígidos en este sentido son los wahabitas (fundados por Muḥammad ibn ‛Abd-el-Waḥḥab: la doctrina wahabita es la oficial del reino de los Sa‛ūd, monarcas absolutos de Arabia Saudita) y los salafistas (fundadores y principales exponentes: Ǧamal al-Dīn al-Afġāni e Muḥammad ‛Abduh, siglo XIX; los Hermanos musulmanes son parte de esta corriente). Según la visión de ambos movimientos, dentro de la doctrina islámica se introdujeron innovaciones excesivas; por lo tanto, es necesario volver a los orígenes, a la edad de oro, la de los padres (salaf), en particular la de la vida de Mahoma en Medina y de sus primeros sucesores, o califas.

Antes de continuar, podemos decir algunas palabras respecto al concepto de ǧihād. La ley musulmana considera el mundo dividido en dos categorías: dār al-islām (casa del islam) y dār al-ḥarb (casa de la guerra): contra esta última, los musulmanes se encuentran en un estado de guerra constante, hasta que el mundo entero no esté sujeto al islam. El ǧihād es tan importante, en la ley islámica, que casi se considera un sexto pilar del islam. En este sentido, hay dos obligaciones para luchar: una colectiva (farḍ al-kifāya), cuando haya un número suficiente de tropas; una individual (farḍ al-‛ayn), en caso de peligro y defensa de la comunidad musulmana.

Existen dos tipos de ǧihād, uno pequeño y otro grande. El primero es el deber de luchar para propagar el islam; el segundo es el esfuerzo individual diario y constante en el camino de Dios, en la práctica, un camino de conversión. Es a través del ǧihād que muchas tierras cristianas han caído, la mayoría de las veces por capitulación, en manos islámicas y, en este caso, sus habitantes, considerados “gente del pacto” o ahl al-ḏimma, o simplemente ḏimmī, se han convertido en súbditos protegidos por el estado, ciudadanos de segunda clase sujetos al pago de un impuesto de capitulación, llamado ǧizya, y de un tributo sobre las tierras de propiedad, ḫarāǧ.

Anexo

  1. Sūra 25/32-33.
  2. “…no le mataron ni le crucificaron, sino que se les hizo confundir con otro a quien mataron en su lugar (4/157). Es este aspecto la doctrina islámica es idéntica a la docetista, de origen gnóstico (ya en el siglo II de la era cristiana, del verbo griego dokéin, aparecer), cuyo principal exponente fue el teólogo gnóstico Basílides. Según esta doctrina, la convivencia en Cristo de dos naturalezas, una humana (portadora del mal) y una divina (portadora del bien), era inconcebible. Por lo tanto, o Cristo había sido reemplazado por alguien más en el momento de la crucifixión o todo el episodio había sido una ilusión. Simón Mago (citado en los Hechos de los Apóstoles) ya se había expresado en este sentido, y a él y a sus seguidores gnósticos ya parece responderles Juan, en 1Jn 4: 1-2: “ Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios”; y también Jn 1:14: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado en la Universidad de la Santa Cruz de Roma.

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