— Un gusto saludarte, querido padre Marwan, especialmente en estos días en los que de nuevo estamos viendo en la tele y leyendo en los periódicos sobre los conflictos que sacuden Jerusalén y Tierra Santa. Hablar con alguien que está comprometido con la comunicación institucional y los cristianos en Tierra Santa, nos ayuda a comprender cuán grande es la complejidad de esa parte del mundo. Y tú eres un ejemplo de esta complejidad.
¡Pues sí! Nací en Jerusalén en 1974 en una familia ecuménica. Mi padre era de la Iglesia Ortodoxa y mi madre es de la Iglesia Latina. Como ya anticipaste, fui bautizado por los melquitas, porque un tío de mi madre era sacerdote melquita. Cuando nací, les pidió a mis padres poder bautizarme él mismo, y lo hizo conforme a su rito. Después de esto, mis padres quisieron que fuera a una de las mejores escuelas que tenemos en Jerusalén. Así que me matricularon en la escuela de los anglicanos. Y al final, con padre ortodoxo, madre latina, bautizado por los melquitas y educado por los anglicanos, finalmente entré en el convento de los franciscanos de Tierra Santa.
— Pues algo muy fascinante pero no muy fácil de comprender para quien no viva en Oriente y no conozca esa complejidad…
¡Claro! Y fíjate que mi primer contacto con la fe fue, de hecho, en la Iglesia Anglicana. En la escuela acudíamos a la iglesia para rezar, obviamente según el rito anglicano. Al mismo tiempo, mis padres me enviaban al oratorio de la iglesia parroquial, que era una parroquia latina. Iba una vez a la semana y las veces que podía. En ese tiempo conocí a unos amigos jóvenes, no de la escuela sino del barrio, que formaban parte de la Juventud Franciscana de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Me uní a ellos porque me gustaba cómo se reunían para rezar meditando la palabra de Dios. Poco a poco fui conociendo más a los frailes franciscanos y empecé a sentir el llamado de Dios a formar parte de esta fraternidad franciscana.
Al final de mi último año de bachillerato ya había decidido entrar en el convento para hacer una prueba de vida franciscana con los frailes de la Custodia de Tierra Santa. Mis padres se opusieron de una manera muy fuerte. Sin embargo, después de tanta insistencia por mi parte, me permitieron ingresar en el convento.
— Ciudadano israelí, de etnia árabe-palestina, de fe cristiana y, además, criado entre varias confesiones y ritos. Un auténtico jerosolimitano. ¿Cómo vives esta identidad tan compleja?
Ciertamente, como palestino nativo de Jerusalén, que de hecho está en Israel, un país de tantas etnias, con un trasfondo eclesial realmente diverso, no ha sido y ni sigue siendo nada fácil… Pues, fíjate que en Jerusalén todo el mundo querría tener un pequeño lugar.
Y no ha sido fácil, en primer lugar, porque en Tierra Santa una persona tiene que adaptarse a tantas mentalidades y tantas formas de existir. Y no hablo sólo de árabes ciudadanos israelíes, sino también de las muchas y distintas mentalidades de tantos peregrinos que visitan Tierra Santa todo el tiempo, y a menudo de tantos extranjeros que viven allí. Por un lado, su presencia puede suponer un reto; por otro, es también una riqueza. Un reto porque hay que tener a la vez un espíritu ecuménico y una apertura interreligiosa. La riqueza reside en saber captar y valorar los mejores mensajes de todas estas culturas.
— ¿Cuántos cristianos hay en Tierra Santa, de qué confesión y cuáles son sus necesidades particulares?
Los cristianos de Tierra Santa somos de muchas iglesias diferentes. Está la Iglesia Católica, la Anglicana, la Protestante, así como las Iglesias Ortodoxas. Sin embargo, los cristianos vivimos juntos con gran armonía de fe, debido a que creemos en el mismo Dios y salvador Jesucristo. Nuestra necesidad absoluta es afirmar nuestra existencia y presencia, como un cuerpo unido, porque somos menos del 2 % de la población de Tierra Santa (solamente el Estado de Israel tiene casi 9 millones y medio de habitantes). Así que somos realmente una minoría.
Es normal que exista esta necesidad de autoafirmación y de decir que estamos realmente presentes. De hecho, estamos presentes desde el punto de vista científico y educativo, administrativo en el mundo del trabajo y de la empresa y también desde el punto de vista de la fe.
— Y este aspecto de la fe y del diálogo es muy importante, ya que sabemos que los cristianos desempeñan un papel especial en las conversaciones de paz, gracias a poseer las mejores escuelas del país. Estadísticamente, son los que más éxito tienen en sus estudios, sobre todo en ámbitos como la medicina. Y son un verdadero factor de unión nacional, aunque estén apretados entre las dos grandes confesiones mayoritarias: el judaísmo y el islam.
Efectivamente. Somos uno de los componentes que conforman la sociedad que vive en Tierra Santa, entre cristianos, musulmanes, judíos, drusos y otros. Lo que sucede a nivel sociopolítico en toda la sociedad, nos sucede también a nosotros. Y lo que puedan experimentar los demás, también lo experimentamos nosotros. Pero estar en minoría implica que somos firmes. Estamos presentes, de hecho, en muchos ámbitos, como bien has dicho. También somos influyentes gracias al apoyo de la Iglesia.
— En estos momentos estudias Comunicación institucional en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. Cuando finalices tus estudios, ¿cuáles serán tus objetivos apostólicos? Nos gustaría que nos contarás también algo de tu trayectoria antes de llegar a Roma.
He estado muy involucrado en el apostolado y la formación pedagógica. Fui director de una escuela durante 15 años y también fui párroco tanto en la ciudad de Belén como en la parroquia de la ciudad de Nazaret. Además, trabajé en diversos ámbitos educativos y pastorales, como en la “Casa del Fanciullo”, un centro para niños con trastornos particulares, tanto físicos como sociales. Ahora mi rumbo está cambiando, en un sentido del método de mi trabajo. Sin embargo, el objetivo sigue y siempre seguirá siendo servir a la palabra de Dios, promover y proclamar su mensaje de salvación. Evangelización es la palabra clave de mi estudio.
Por esta razón, en estos momentos me estoy formando con vistas a regresar y trabajar en el Christian Media Centre de Jerusalén, donde podré evangelizar a través de los medios de comunicación de mi país. Me gustaría transmitir la voz de los cristianos en Tierra Santa a nivel nacional e internacional, porque nuestra voz deja claro que somos las piedras vivas de la Tierra de Jesús, y nuestra vida es una misión, una vocación para perseverar en la fe. Representar la verdadera identidad de los cristianos de Tierra Santa es un deber, y si realmente quiero hacerlo, tengo que saber cómo hacerlo, por eso elegí estudiar Comunicación social e institucional en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.
— Y en este sentido, también es importante la contribución de nuestros benefactores, que te ayudan a ti y a otros estudiantes de todo el mundo a formarse adecuadamente para poder servir a cada uno en su realidad particular…
¡Claro! En árabe se dice que la palabra 'sí' es una palabra bendecida por el Señor, porque muestra adhesión a su plan, y la adhesión a su vez muestra fe. Vosotros, queridos benefactores de la Fundación CARF, habéis dado un testimonio de fe adhiriéndoos a la petición de ayuda realizada por nuestra Universidad Pontificia de la Santa Cruz, que está formando a personas que podrán, gracias a esta preparación, trabajar mejor en el campo del Señor, por lo que vuestro 'sí' es verdaderamente bendecido por el Señor. Os traerá a todos sus bendiciones, porque de una manera indirecta habéis participado en la difusión de la palabra de Dios en el mensaje de salvación. Sois nuestros socios en la evangelización. Por ello, os doy las gracias y rezo por vosotros, y el Señor sabrá recompensaros por vuestra generosidad.
— Muchas gracias, querido padre Marwan… Y como se dice en Tierra Santa… ¡Shalóm, Salám!
Gerardo Ferrara
Licenciado en Historia y en Ciencias Políticas, especializado en Oriente Medio.
Responsable de alumnado en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma.