Dios no se deja ganar en bondad y amor. Fue en la adolescencia, tras asistir a la JMJ de Roma 2000 y conocer poco después el Opus Dei, cuando se fue perfilando la vocación al sacerdocio de este joven polaco que hoy es un sacerdote muy feliz que vive en Poznan.
¿Rezar por las vocaciones al sacerdocio vale para algo? Que se lo pregunten a Stanislaw Urmanski que, cuando era tan sólo un niño, un sacerdote le dijo que rezaría para que algún día fuera ordenado. Dos décadas después, aquel pequeño se convertiría en sacerdote.
«Me acuerdo de mi abuelo pidiéndome que le ayudara en una gestión con un buen sacerdote amigo suyo. Yo tenía unos 10 años y tenía que llevarle unos libros. Cuando me despedía, él me preguntó si podía rezar por mi vocación sacerdotal. No le di entonces mucha importancia, pero hoy parece claro que aquel sacerdote rezó por mí, y que al final se hizo realidad», comenta a la Fundación CARF don Stanislaw Urmanski.
Este sacerdote polaco nacido en 1984 incide también en un aspecto fundamental que, a la postre, marcaría su futura vocación de sacerdote: la transmisión de la fe que nace en el seno de su familia. «Mis padres fueron mis primeros evangelizadores, aunque siempre fue de un modo muy natural, sin forzar nada», recuerda. Sus padres –añade– iban a Misa todos los días y sus vidas reflejaban después aquello de lo que se alimentaban a diario: la Eucaristía.
Por otro lado, don Stanislaw indica también otro elemento familiar que le ayudó en todo este proceso. «La casa de mis padres ha estado siempre muy abierta; recibíamos muchas visitas, ya fuera de amigos, conocidos o monitores del grupo de jóvenes de la parroquia. Gracias a esto entendí muy fácilmente que la fe se vive las 24 horas, y que fe significa también misión. No es quedarse con los brazos cruzados», matiza.
Su llamada para ser sacerdote se produjo en este ambiente cristiano en el que la fe se vivía como algo natural y gracias al cual incluso tiene otro hermano también sacerdote. «Fue un proceso gradual, y todavía sigue, porque en toda vocación cristiana hay que ir diciendo sí al Señor cada día, muchas veces al día. Eso es lo bonito y lo que hace que la vida sea una aventura», afirma convencido don Stanislaw.
Sin embargo, en medio de este proceso gradual sí hubo algunos hitos que marcaron su vida. Destaca especialmente lo que vivió en la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000 en Roma, el gran Jubileo: «Yo tenía 16 años. Todo lo que vi me impactó mucho, y me di cuenta de que el Señor me pedía algo especial».
Y Dios se le manifestó de una manera muy concreta. El padre Urmanski asegura que, tras volver de la JMJ, comenzó a rezar pidiendo que el Señor le mostrara su camino. Justamente, poco tiempo después, «un compañero de clase empezó a frecuentar el centro de la Obra en Varsovia. La semana siguiente aparecí yo en aquel lugar y me gustó mucho. Ahí empezó a concretarse todo».
Su vocación de sacerdote está estrechamente vinculada a la Obra, institución que conoció en un momento providencial de su adolescencia. Hoy es sacerdote de la Prelatura y capellán de Solek, el centro en la ciudad polaca de Poznan, lugar desde el que además atiende espiritualmente varios colegios.
Don Stanislaw Urmanski guarda un recuerdo único de la formación que recibió tanto en Roma como en Pamplona, en su proceso para convertirse en sacerdote. «Me marcó profundamente», admite. Su etapa romana le permitió conocer al entonces prelado de la Obra, don Javier Echevarría, del que asegura que se sintió «muy hijo suyo, como también de san Josemaría».
Por su parte, de su etapa en Pamplona destaca la gran experiencia que vivió allí «desde el punto de vista académico». Y cita un elemento muy concreto: «La quinta planta de la biblioteca, la de Teología, es una maravilla». Los recursos bibliográficos son riquísimos. Sin ella asegura que no podría haber acabado su tesis doctoral en Teología Dogmática.
De sus años de estudio en Navarra y en Roma, don Stanislaw recibió algo más que una excelente formación académica y espiritual. Asegura que descubrió la universalidad de la Iglesia. «Lo palpas, lo ves en las caras, en las historias de tus compañeros, que además son más que eso, son hermanos. Después vuelves a tu país, pero ya has experimentado que la Iglesia está en todas partes, y te sabes apoyado por la comunión de los santos con todos aquellos que has conocido y muchísimos más».
Son muchos los momentos importantes que ha vivido como sacerdote desde que don Stanislaw fue ordenado en 2015, pero asegura que destacaría como importante lo cotidiano, lo de cada día. Como sacerdote de la Obra trabaja normalmente con grupos pequeños, algo que según explica «no es nada espectacular a simple vista, pero que sí lo es a ojos de Dios».
Y cuenta un ejemplo reciente de una experiencia que ha vivido con un grupo de estudiantes de Bachillerato: «Tenía encuentros con ellos durante todo el curso sobre historia del arte. El broche de oro fue una excursión a Viena. Visitamos el Kunst Historische Museum y cada chico preparó una breve exposición de un cuadro. También hubo un componente espiritual. Da mucha esperanza ver a los jóvenes entusiasmados por la belleza, rezando, ayudándose entre amigos».
Por último, ante los retos y desafíos a los que se enfrentan los sacerdotes hoy, don Stanislaw Urmanski insiste en que cada uno debe saber que es sólo un colaborador, un instrumento de Dios. Y tiene especialmente claro un hecho: «Dios es tan bueno, tan grande, que no hay reto que no tenga solución. Lo importante es fiarse de Él, dejarse guiar».
Por último, este sacerdote polaco quiere dejar un mensaje para los benefactores de la Fundación CARF. «Hacéis algo muy bueno que traerá mucho fruto. Es algo que parece oculto a simple vista, pero en el Cielo se sabrá», concluye.