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El Cura de Ars, patrono de los sacerdotes

04/08/2025

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San Juan María Vianney, el Cura de Ars, es un ejemplo universal de la entrega sacerdotal. Su vida sigue inspirando a seminaristas y sacerdotes de todo el mundo. Descubre su historia y su papel como patrono del clero.

San Juan María Vianney (1786-1859), conocido en todo el mundo como el Cura de Ars, es una de las figuras más impresionantes y luminosas del sacerdocio católico. Su vida fue una entrega total a Dios y a los fieles, una vocación vivida con humildad, sacrificio y amor ardiente por las almas.

Fue proclamado patrono de los párrocos y de todos los sacerdotes del mundo, no por sus dotes intelectuales ni por grandes hazañas humanas, sino por la profundidad de su santidad, su fervor pastoral y su fidelidad heroica a su ministerio.

En la Fundación CARF, que promueve la formación de futuros sacerdotes diocesanos en todo el mundo, su figura es fuente de inspiración continua. ¿Qué hace de este sencillo cura de pueblo un ejemplo universal? Te lo contamos a continuación.

Nacido en tiempos de persecución

Juan María Vianney nació el 8 de mayo de 1786 en Dardilly, un pequeño pueblo al sur de Francia, en una familia campesina profundamente cristiana. Su infancia estuvo marcada por la Revolución Francesa, un periodo en el que la práctica religiosa estaba perseguida y muchos sacerdotes celebraban Misa en la clandestinidad.

Desde muy joven, Juan María mostró un amor especial por la Eucaristía, la oración y los pobres. Asistía a Misa en lugares ocultos, acompañado de su madre, y admiraba profundamente a los sacerdotes que, a riesgo de su vida, seguían ejerciendo su ministerio. Aquella valentía sacerdotal sembró en él una semilla que germinaría en forma de vocación.

Un camino lleno de dificultades

A los 20 años, Juan María sintió con claridad la llamada al sacerdocio, pero su camino no fue fácil. Su escasa formación previa y sus dificultades con el latín hicieron que muchos consideraran inviable su ingreso en el seminario. No obstante, con la ayuda del abate M. Balley, párroco de Écully, logró prepararse y fue ordenado sacerdote en 1815, a los 29 años, por pura perseverancia y fe.

Nunca fue brillante en lo académico, pero sí lo fue en virtud, obediencia y celo pastoral. En su examen final, un superior dijo de él: «No sabe mucho, pero es piadoso; le dejamos en manos de Dios». Ese hombre 'sin grandes luces' sería más adelante faro de conversión para miles de personas.

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Vista de la localidad de Ars, con la Basílica en la que se venera el cuerpo de san Juan María Vianney. De Paul C. Maurice - [1], CC BY-SA 3.0 (Wikipedia).

Ars: un pequeño pueblo para una gran misión

En 1818 fue enviado como párroco a Ars, un diminuto y olvidado pueblo del sur de Francia. Tan solo contaba con 230 habitantes, en su mayoría alejados de la práctica religiosa. Muchos sacerdotes consideraban esos destinos como un castigo. Juan María, sin embargo, lo vio como un campo de misión.

Comenzó su labor pastoral con una vida de penitencia y oración. Ayunaba con frecuencia, pasaba largas horas ante el Santísimo Sacramento y dedicaba todo su tiempo a los fieles. Su humildad, cercanía y entrega fueron ganándose poco a poco el corazón de los habitantes de Ars.

Su predicación sencilla pero profunda, su amor por los pobres y su celo por la salvación de las almas hicieron que el pueblo comenzara a transformarse. Lo que parecía un rincón olvidado de Francia se convirtió en un centro espiritual al que acudían miles de personas.

El confesionario: trono de misericordia

Si hay algo que caracteriza al santo Cura de Ars es su ministerio incansable en el confesionario. Llegó a pasar entre 12 y 18 horas diarias confesando, sobre todo en los últimos años de su vida. A Ars acudían peregrinos de toda Francia y otros países, buscando la reconciliación con Dios.

Se calcula que, en los años de mayor afluencia, más de 80.000 personas al año se acercaban a Ars. La razón era sencilla: Juan María Vianney tenía un don especial para leer los corazones, aconsejar con ternura y mostrar la misericordia de Dios. Era un instrumento del Espíritu Santo para sanar las almas.

La Confesión no era para él una mera práctica sacramental, sino el lugar donde el amor de Dios se derramaba sobre sus hijos. Su vida en el confesionario era su martirio diario, y también su fuente de alegría.

Pobreza, mortificación y caridad

San Juan María Vianney vivió con extrema austeridad. Dormía poco, se alimentaba con lo justo y se privaba de cualquier comodidad. Todo lo ofrecía por la conversión de los pecadores. Su habitación era tan sencilla que muchos se sorprendían al visitarla.

Pero su verdadera riqueza era la caridad. Fundó el Providence, un orfanato para niñas sin recursos, y se volcó en atender a los más necesitados. Su amor era concreto, lleno de gestos pequeños y constantes.

A pesar de su fama creciente, nunca se envaneció. De hecho, pidió varias veces que le trasladaran a otra parroquia más alejada, pues se consideraba indigno de su misión. Sus superiores siempre le negaron ese deseo, conscientes del bien inmenso que hacía en Ars.

Tentaciones del demonio y ataques espirituales

Como todo gran santo, san Juan María Vianney fue objeto de tentaciones y ataques furibundos del demonio. Durante años sufrió fenómenos preternaturales en su casa: ruidos, gritos, muebles que se movían solos, incendios… El diablo intentaba amedrentarlo y apartarlo de su misión. Él, lejos de asustarse, ofrecía todo por la conversión de los pecadores.

Solía decir con humor: «El diablo y yo somos casi amigos, porque nos vemos todos los días». Su fortaleza espiritual fue fruto de una vida profundamente unida a Dios.

Una muerte santa y una herencia viva

El 4 de agosto de 1859, tras 41 años como párroco de Ars, san Juan María Vianney murió serenamente, rodeado del cariño de su pueblo. Tenía 73 años. Fue beatificado en 1905 y canonizado en 1925 por el papa Pío XI, quien lo proclamó patrono de los párrocos. En 2009, con motivo del 150 aniversario de su fallecimiento, el papa Benedicto XVI lo declaró patrono de todos los sacerdotes del mundo.

Su cuerpo incorrupto puede venerarse hoy en el santuario de Ars, que sigue recibiendo peregrinos de todo el mundo. Su figura sigue siendo una luz para la Iglesia y, especialmente, para los sacerdotes.

El modelo para seminaristas y sacerdotes

En un mundo que a veces pierde de vista lo esencial, la figura del santo Cura de Ars recuerda a los sacerdotes su verdadera identidad: ser hombres de Dios para los demás, instrumentos de su misericordia, pastores con olor a oveja, como decía el papa Francisco.

En la Fundación CARF, que apoya la formación de seminaristas y sacerdotes en los cinco continentes, la vida de san Juan María Vianney sirve de modelo y estímulo, como la de san Josemaría que se inspiró mucho en él, incluso le nombró Patrono del Opus Dei.

Muchos jóvenes de hoy –como él en su tiempo– encuentran dificultades para formarse, carecen de recursos o viven su vocación en ambientes adversos. Nuestra labor es ayudarles a que, como el Cura de Ars, lleguen a ser sacerdotes santos.

El cura de Ars y el fundador del Opus Dei

La fiesta de san Juan María Vianney se celebra el 4 de agosto. Y, como adelantábamos más arriba, san Josemaría acudió siempre con fe a la intercesión del Cura de Ars, patrono del clero secular.

Su primer viaje a la ciudad de Ars (Francia), para conocer los lugares donde san Juan María Vianney desempeñó su tarea pastoral y rezar ante sus restos, fue en 1953. Después regresó en numerosas ocasiones. Después, y siempre acompañado por don Álvaro del Portillo, regresó en 1955, 1956, 1958, 1959 y 1960. San Josemaría acudió siempre con fe a su intercesión y destacaba sus rasgos sacerdotales.

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San Josemaría, refiriéndose a la dedicación de los sacerdotes al sacramento de la Penitencia, les decía: «Sentaos en el confesonario todos los días, o por lo menos dos o tres veces a la semana, esperando allí a las almas como el pescador a los peces.

Al principio, quizá no venga nadie. Llevaos el breviario, un libro de lectura espiritual o algo para meditar. En los primeros días podréis; después vendrá una viejecita y le enseñaréis que no basta que ella sea buena, que debe traerse a los nietos pequeñines.

A los cuatro o cinco días vendrán dos chiquillas, y después un chicote, y luego un hombre, un poco a escondidas... Al cabo de dos meses no os dejarán vivir, ni podréis rezar nada en el confesonario, porque vuestras manos ungidas estarán, como las de Cristo –confundidas con ellas, porque sois Cristo– diciendo: yo te absuelvo». 

El poder de un sí

San Juan María Vianney no fue un gran teólogo ni un reformador eclesial. Fue, sencillamente, un sacerdote fiel a su vocación, un hombre enamorado de Cristo y de las almas. Su vida nos enseña que la santidad no está reservada a los sabios o a los fuertes, sino a los que confían en Dios y se entregan sin reservas.

Su testimonio sigue siendo actual y necesario. En cada seminarista que se forma con ayuda de la Fundación CARF hay una posibilidad de que surja un nuevo Cura de Ars. Porque lo que el mundo necesita no son solo buenos profesionales, sino santos sacerdotes.

???? ¿Sabías que…?

  • El Santo Cura de Ars se confesaba todos los días.
  • Fue tentado durante años para abandonar su parroquia, pero nunca cedió.
  • Cuando le preguntaban por su secreto, respondía: «Me levanto y me voy a la iglesia».
  • Decía: «El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús».
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