"El rezo del Santo Rosario, con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios,
es un continuo acto de fe, de esperanza y de amor, de adoración y reparación."
Josemaría Escrivá de Balaguer.
En el primero de los Misterios Gozosos recordamos La Anunciación a la Virgen María y la Encarnación del Verbo.
Dice Benedicto XVI " En el saludo que el ángel dirige a la Virgen, encuentra en ella una actitud de confianza, también para los momentos difíciles. Una capacidad de considerar los sucesos a la luz de la fe; una humildad que sabe escuchar y responder a Dios con entrega.
Con ello, señala el Papa, se reafirma el motivo del alegrarse de María: “La alegría proviene de la gracia, es decir de la comunión con Dios, de tener una conexión tan vital con Él, de ser morada del Espíritu Santo, totalmente plasmada por la acción de Dios”
María se entrega con plena confianza a la palabra que le anuncia el mensajero de Dios y se convierte en modelo y madre de todos los creyentes. La fe es, pues, confianza, pero también implica cierto grado de oscuridad. María se abre totalmente a Dios, logra aceptar el querer divino, aunque sea misterioso, aunque con frecuencia no corresponda al propio querer y sea una espada que atraviesa el alma”
Señala Benedicto XVI, "María entra en un íntimo diálogo con la Palabra de Dios que le ha sido anunciada; no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio.”
La humildad de la Virgen María, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma.
Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad. Por el contrario, decía san Francisco de Sales, Dios es tan amigo de la humildad que acude enseguida allí donde la ve.
Papa Francisco rezando el Santo Rosario
La misma actitud se ve en Virgen Virgen María tras la adoración de los pastores: “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón."
“Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí incluso lo que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abre la mente y el corazón”. De ahí que Isabel pueda decir: "Bienaventurada la que ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor” (Lc 1, 45), y por eso la llamarán así todas las generaciones.
La fe nos dice, entonces, que el poder indefenso de aquel Niño al final vence el rumor de los poderes del mundo”
En el cuarto de los Misterios gozosos recordamos La presentación en el Templo
María no aparece ya como impura. No sube al templo para purificarse, sino para compartir el camino redentor de Jesús. María aparece como colaboradora de Jesús, compartiendo su camino al servicio del pueblo de Dios. No es mujer impura sino purificadora.
La fe de María, señala Benedicto XVI, vive de la alegría de la anunciación, pero pasa a través de la niebla de la crucifixión de su Hijo, para poder llegar hasta la luz de la resurrección.
Por ello, el camino de nuestra fe, no es sustancialmente diverso al de María: “Encontramos momentos de luz, pero encontramos también pasajes en los que Dios parece ausente."
La solución es clara: “Cuanto más nos abrimos a Dios, acogemos el don de la fe, ponemos totalmente en Él nuestra confianza, como María, tanto más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir todas las situaciones de la vida de paz y en la certeza de su fidelidad y de su amor”.
Sin embargo, esto significa salir de sí mismos y de los propios proyectos, para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guía nuestros pensamientos y nuestras acciones.Cuando encuentran al Niño en el templo, después de tres días de búsqueda, él les responde misteriosamente: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo estar en las cosas de mi Padre”
Entonces, observa el Papa, “María debe renovar la fe profunda con la que dicho ‘sí’ en la anunciación; debe aceptar que la precedencia le corresponde al verdadero y propio Padre; debe saber dejar libre a aquél Hijo que ha engendrado para que siga su misión”.
Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.
Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños.
Y todo esto junto es preciso para llevar a la práctica lo que voy a descubrirte en estas líneas:
El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima.
—¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora.
Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! —¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios? —Además, mira: antes de cada decena, se indica el misterio que se va a contemplar.
—Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios?
Hazte pequeño. Ven conmigo y —este es el nervio de mi confidencia— viviremos la vida de Jesús, María y José.
San Josemaría Escrivá.
Con la colaboración de:
OpusDei.org
Meditaciones de los misterios del Santo Rosario, Papa Francisco.