El 15 de septiembre conmemoramos el día en que el beato Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer, asumió el cargo de prelado del Opus Dei en 1975. Dos semanas después, el 27 de septiembre, celebramos su beatificación en 2014, un reconocimiento oficial a su vida santa y a su labor incansable por la Iglesia. En la Fundación CARF honramos su legado, queremos comprender su impacto y ofrecer una oportunidad para apoyar la formación de futuros sacerdotes.
El beato Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Aunque comenzó su carrera como ingeniero, su verdadera vocación fue servir a Dios. En 1944, siguió esta llamada y se ordenó sacerdote. A lo largo de su vida, mantuvo una relación estrecha con san Josemaría Escrivá, a quien no solo asistió como colaborador cercano, sino también como un amigo fiel.
Tras la muerte de san Josemaría en 1975, don Álvaro fue elegido por unanimidad como su sucesor, asumiendo la responsabilidad de guiar al Opus Dei hacia una nueva etapa de crecimiento y consolidación. El 15 de septiembre de ese mismo año, se convirtió en el primer sucesor del fundador de la Obra, destacando por su humildad y dedicación inquebrantable.
Don Álvaro era conocido por su profunda entrega a los demás. Lejos de buscar protagonismo, su principal deseo era servir con humildad, guiando a quienes lo rodeaban hacia una vida más cercana a Dios. El papa Francisco lo describió como un hombre que «amó y sirvió a la Iglesia con un corazón despojado de interés mundano». Su enfoque siempre estuvo en ayudar a los demás a descubrir y vivir plenamente su vocación.
Su legado de servicio sigue vivo hoy, especialmente en la labor que realiza la Fundación CARF. Los valores que el beato Álvaro del Portillo promovió, son los pilares que guían a la Fundación CARF en su misión y apoyo a la formación de sacerdotes. Para don Álvaro, la educación de los futuros sacerdotes no era solo una cuestión académica, sino también humana, espiritual y pastoral. Él creía que los sacerdotes debían estar bien preparados en todos los aspectos, para que pudieran ser pastores cercanos, capaces de guiar a sus hermanos con humildad y sencillez.
Hoy la Fundación CARF sigue esta misión, proporcionando los recursos necesarios para que seminaristas y sacerdotes diocesanos de todo el mundo reciban una formación integral en universidades de prestigio en Roma y Pamplona. Al hacerlo, la fundación no solo está promoviendo la educación de los futuros sacerdotes, sino que está perpetuando el compromiso del beato Álvaro con la Iglesia universal. Los sacerdotes formados, con el apoyo de los benefactores de la Fundación CARF, están preparados para desarrollar con amor y dedicación el trabajo en diócesis de todo mundo, como lo hubiera querido el beato Álvaro.
La elección del beato Álvaro del Portillo como sucesor de san Josemaría Escrivá fue un hito lleno de significado espiritual. A lo largo de los años, el beato Álvaro había trabajado codo a codo con san Josemaría, compartiendo su visión y dedicación al Opus Dei y a la Iglesia, lo que lo preparó de manera natural para tomar el relevo. Sin embargo, cuando recibió la noticia de su elección el 15 de septiembre de 1975, el beato Álvaro del Portillo lo hizo con una profunda humildad y un gran sentido de responsabilidad.
En lugar de celebraciones, pidió oraciones a todos los miembros del Opus Dei, manifestando su disposición de servicio diciendo: «Ante la tumba de nuestro queridísimo Fundador, todos nosotros, Santo Padre, renovamos el firme propósito de ser fidelísimos a su espíritu y ofrecemos también nuestras vidas por la Iglesia y por el Papa». Estas palabras reflejan su carácter, siempre dispuesto al servicio a la Iglesia y al Papa.
Para el beato Álvaro del Portillo, era esencial que cada persona encontrara a Dios en lo más sencillo y ordinario de su existencia. Durante su vida, promovió este mensaje y fortaleció la presencia del Opus Dei en nuevos países, ayudando a miles de personas a crecer humana y espiritualmente. A él le correspondió consolidar el camino jurídico de la Obra, tal como había visto su fundador.
Su capacidad de liderar desde la humildad y el servicio lo convirtió en un pastor cercano y respetado, cuyas decisiones siempre estuvieron orientadas al bien espiritual de todo el que se acercaba a él. Este enfoque, que guiaba cada una de sus decisiones, lo convirtió no solo en un obispo verdadero pastor, amado y respetado por todos aquellos que lo conocieron.
El 27 de septiembre de 2014 fue un día histórico no solo para el Opus Dei, sino para toda la Iglesia. En una emotiva ceremonia celebrada en Valdebebas, Madrid, Álvaro del Portillo fue beatificado, reconociéndose oficialmente su santidad. La beatificación fue posible gracias a un milagro atribuido a su intercesión: la sorprendente recuperación de un niño chileno, José Ignacio Ureta, quien, tras sufrir un paro cardíaco de más de 30 minutos, inexplicablemente se recuperó sin secuelas. Este hecho, que fue exhaustivamente investigado por la Iglesia, se convirtió en un signo claro de la cercanía del beato Álvaro y de su continuo cuidado desde el cielo.
La ceremonia de beatificación fue presidida por el cardenal Ángelo Amato, en representación del papa Francisco, quien subrayó el papel crucial del beato Álvaro como un modelo de «fidelidad inquebrantable a la Iglesia y a su misión». Cientos de miles de fieles asistieron al evento, muchos de ellos profundamente conmovidos por el reconocimiento de la vida y obra de quien siempre vivió con una humildad ejemplar.
Para muchos, la beatificación de don Álvaro fue la celebración de un hombre que, a través de su sencillez, cercanía y espíritu de servicio, había tocado incontables vidas. A lo largo de su vida, el beato Álvaro del Portillo no solo ayudó a expandir la Obra, sino que también inspiró a muchos a vivir su fe con alegría, con la mirada puesta en Dios en lo cotidiano. Este espíritu de entrega, que tanto lo caracterizó, sigue vivo hoy en aquellos que buscan seguir su ejemplo y continuar su misión de servir a la Iglesia con generosidad y amor.
Uno de los legados más significativos que dejó el beato Álvaro del Portillo fue su firme compromiso con la formación de los sacerdotes. Para él, los sacerdotes no solo debían ser buenos guías espirituales, sino también personas capaces de acompañar a todos con cercanía y humildad. Este enfoque humano y espiritual sigue siendo clave en la misión del Opus Dei y de la Fundación CARF, que hoy se esfuerzan por continuar con esta labor en 131 países y más de 1.100 diócesis.
Desde la Fundación CARF, damos a nuestros benefactores la oportunidad de participar en esta misión tan importante: apoyar la formación de los sacerdotes de hoy y del mañana. La educación que reciben los seminaristas y los sacerdotes diocesanos no solo los prepara académicamente, sino también pastoralmente, para que puedan estar al servicio de Dios y de los demás. Al apoyar la misión, no solo estás contribuyendo con una donación, estás invirtiendo en el futuro de la Iglesia.
El beato Álvaro del Portillo es un modelo de entrega total a Dios y a la Iglesia, y su vida continúa inspirando a decenas de miles de personas en multitud de países y proyectos entre los que se encuentra también la Fundación CARF con su tarea de ayuda a la formación de sacerdotes.