Franklin Cavalcante es un seminarista de la archidiócesis de San Sebastián en Río de Janeiro. Tiene 31 años y lleva más de un año formándose en el Seminario Internacional Bidasoa y estudiando en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra, gracias a una beca de la Fundación CARF. Sus estudios de filosofía los realizó en la Universidad Pontificia de Río de Janeiro.
Es hijo único de Joselina Severino de Lima y Vicente Cavalcante Inacio. Su mamá era más religiosa que su padre y de ella aprendió la fe desde pequeño. El seminarista Franklin nos cuenta su testimonio de vocación.
En mi juventud quería ser jugador de fútbol porque deseaba encontrar el verdadero camino de la felicidad. Después de recibir la primera comunión, desgraciadamente, me alejé de la Iglesia, participando raramente de la misa.
Sin embargo, a los 18 años, en una de las pocas misas a las que asistí, pude escuchar a Dios hablando conmigo. Desde entonces empecé a llevar en serio la vida cristiana, ingresando en un curso de Crisma. Recibí el sacramento de la confirmación y comencé a ayudar en la labor pastoral de mi parroquia como catequista y predicador en el grupo de oración.
Poco a poco descubrí que Jesucristo, plenitud de mi vida, era lo que me hacía verdaderamente feliz. Hasta entonces nunca me había planteado ser sacerdote, pero el trabajo pastoral en mi parroquia me hizo percibir que el pueblo necesitaba de pastores.
Por lo tanto, tuve una profunda conversación con mi párroco e inicié el camino vocacional. Después de dos años participando em encuentros vocacionales, discerní que el sacerdocio era mi vocación y camino hacia la felicidad. Dar a conocer a Jesucristo y hacer que los hombres sean amigos de Dios, es la misión que espero realizar durante toda mi vida.
Estoy convencido que la formación que estoy recibiendo me ayudará a convertirme en un sacerdote del siglo XXI que, en mi opinión, debe ser ante todo un amigo de Cristo que testimonia, con su vida, el amor por la Iglesia y por las almas.
Creo sinceramente que el Seminario Internacional Bidasoa es una bendición para nuestra formación sacerdotal. Aquí recibimos muy buena formación para crecer en la amistad con Cristo y, por consiguiente, madurar en la vocación sacerdotal. Experimentar la riqueza de la Iglesia Universal, con tantos hermanos de distintos países, es como vivir un “pentecostés”.
De entre los diversos aspectos positivos de nuestro seminario destacaría la asistencia espiritual. Participamos de la Santa Misa diariamente, tenemos tiempo para la oración personal y frecuentamos el sacramento de la penitencia. También recibimos un gran apoyo para el estudio, que se complementan con las tres bibliotecas que reúnen buen espacio para estudiar, libros de literatura, filosofía y teología.
También agradezco la paciencia de los profesores de la Universidad de Navarra para apoyarnos y comprendernos en la dificultad del idioma (por eso hablan despacio).
En esta época que nos ha tocado vivir, un “cambio de época” como dice el Papa Francisco, en la que muchos jóvenes están alejados de Dios, pienso que para fomentar las vocaciones sacerdotales es importante, sobre todo, la oración del pueblo cristiano para que el Señor de la mies envíe operarios. Además, es indispensable que los sacerdotes testimonien la belleza de la vocación sacerdotal por medio de una vida equilibrada y madura.
En la actualidad, la secularización y la irrupción del protestantismo en Brasil está afectando a la religión católica. Por esta razón, la Iglesia tiene la misión, hoy más que nunca, de anunciar la buena nueva de Jesucristo. Promover el encuentro de los jóvenes con la Persona de Jesús para que ellos descubran en Él el camino seguro para la felicidad, es muy importante. Frente a secularización, hay que vivir la fe como testigos del Resucitado y frente al protestantismo, hay que presentar la verdad de la fe.
En esta línea, creo que las necesidades apostólicas más importantes de Río de Janeiro son: la conversión personal de cada cristiano y, a partir de esto, promover una evangelización que presente toda la riqueza y verdad que Jesucristo confió a la Iglesia Católica.
Por último, quiero agradecer a la Fundación CARF y a todos los benefactores su ayuda generosa, porque gracias a ellos, puedo recibir una formación integral en Bidasoa y en la Universidad de Navarra. Que Dios os bendiga y la Virgen María os proteja. Rezo por vosotros.
► Te puede interesar: Simon, seminarista de Tanzania: de ingeniero a sacerdote