En su homilía, el Papa Francisco ha construido su predicación en torno a las palabras que Cristo dirige a Pedro en el Evangelio: “¿Me amas? (…) Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15 y 17).
Primero una mirada desde lo alto. Esa mirada corresponde a la pregunta de Jesús a Pedro: “¿Me amas?”. Una pregunta que el Señor nos hace siempre y que hace a la Iglesia. Lejos de las perspectivas pesimistas como también de las perspectivas humanamente demasiado optimistas, y sin entrar en ello, afirma el Papa en línea con los Papas anteriores:
“El Concilio Vaticano II fue una gran respuesta a esa pregunta. Fue para reavivar su amor por lo que la Iglesia, por primera vez en la historia, dedicó un concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión. Y se redescubrió como misterio de gracia generado por el amor, se redescubrió como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo vivo del Espíritu Santo”.
En efecto. Y no se trata de abstracciones pseudoteológicas, sino realidades que pertenecen a la fe. Y no a una fe teórica sino a una fe viva, es decir la fe que obra y vive por el amor (cfr. Ga 5, 6). Y la Iglesia es un “sacramento” (un signo e instrumento) del amor de Dios (cfr. LG, 1).
Y ahora nos toca a nosotros: “Preguntémonos –invita Francisco– si en la Iglesia partimos de Dios, de su mirada enamorada sobre nosotros. Siempre existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios, de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo o de rechazar el tiempo que nos da la Providencia de volver atrás”.
Continúa advirtiendo contra dos extremos equivocados: “Estemos atentos: ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo o el ‘involucionismo’ que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro”.
Invita Francisco a redescubrir el concilio desde el amor de Dios y desde la esencial misión salvadora de la Iglesia, que ella debe cumplir con alegría (cfr. Juan XXIII, Alocución Gaudet Mater Ecclesia en la inauguración del Concilio Vaticano II, 11-X-1962). Una Iglesia que sepa superar los conflictos y las polémicas para dar testimonio del amor de Dios en Cristo.
«Te damos gracias, Señor, por el don del concilio. Tú que nos amas, líbranos de la presunción de la autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Líbranos de la autoexclusión de la unidad. Tú, que nos apacientas con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú, que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las polarizaciones, de los 'ismos'. Y nosotros, tu Iglesia, con Pedro y como Pedro te decimos: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amamos” (cfr. Jn 21,17)».
Papa Francisco.
La segunda mirada, una mirada en medio, es la que corresponde a la misión de la Iglesia. Ella “apacienta” porque es un “pueblo pastoral”, al servicio de la salvación. Así es y lo lleva a cabo contando con la tarea de sus pastores, si bien no exclusivamente, porque la misión de la Iglesia pide una "cooperación orgánica" entre pastores y fieles, cada uno según su condición y vocación, sus ministerios y sus carismas. Esto se está redescubriendo en el proceso del actual sínodo sobre la sinodalidad, que el Papa ha prolongado hasta octubre de 2024.
Esa mirada –prosigue el Papa– lleva a “estar en el mundo con los demás y sin sentirnos jamás por encima de los demás, como servidores del Reino de Dios (cfr. LG 5), y sin clericalismo".
La mirada tercera: es una mirada de conjunto. Porque se trata, dice Jesús a Pedro, de apacentar “mis ovejas”, todas las ovejas, observa el Papa, y no solo algunas. Pues eso sería ceder ante la polarización (dedicarse solo a una parte de las ovejas). Y, por tanto, desgarrar el corazón de la Iglesia-madre. Nuestra mirada debe ser la que busca la unidad, la comunión eclesial, evitando la desunión y los extremismos.
Importancia de la unidad: “Todos Iglesia, todos. El Señor no nos quiere así, nosotros somos sus ovejas, su rebaño, y sólo lo somos juntos, unidos. Superemos las polarizaciones y defendamos la comunión, convirtámonos cada vez más en ‘una sola cosa’ (…) Dejemos aparte los ‘ismos’ –tanto el progresismo como el tradicionalismo–, al pueblo de Dios no le agrada esta polarización. El pueblo de Dios es el santo pueblo fiel de Dios, esta es la Iglesia”.
El mensaje del Papa se mueve, pues, en estas coordenadas: fe viva, misión, unidad.
En estos días se han publicado y se publican algunos artículos que airean lo que consideran el fundamental fracaso del Concilio. Uno de ellos es el de R. Douthat (“How catholics became prisoners of Vatican II”, New York Times, 11-X-2022). El autor sostiene, además, que el Vaticano II era necesario y que no puede deshacerse. Por ello no queda más remedio –concluye– que intentar resolver las contradicciones que nos legó. De modo que el catolicismo que un día llegará a superar el Concilio “seguirá marcado por las roturas innecesarias creadas por su intento de reforma necesaria”. Una perspectiva que, me parece, no ayuda precisamente a comprender la realidad del Concilio, ni el momento actual de la Iglesia y su misión.
Don Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
Publicado en “Iglesia y nueva evangelización”