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¿Qué es un sacerdote?

«El sacerdote está al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación», Benedicto XVI.
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¿Qué y quién es un sacerdote?

«Los presbíteros, los sacerdotes, son en la Iglesia y para la Iglesia una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor», san Juan Pablo II.

Cuando un sacerdote se forma y recibe el Sacramento del Orden, queda preparado para prestar su cuerpo y su espíritu, o sea todo su ser al Señor, sirviéndose de él “especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo cuando, en nombre de Dios, en Confesión sacramental, perdona los pecados.

La administración de estos dos Sacramentos es tan capital en la misión del sacerdote, que todo lo demás debe girar alrededor», san Josemaría.
En cuanto a la misión de un sacerdote, “precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación”.
Benedicto XVI · AG 24/06/09

Misión de un sacerdote

“Este sacerdocio es ministerial. ‘Esta función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio’ (CV II, LG, 24)».

He allí la razón de la dignidad de los sacerdotes, que no es personal, sino eclesial. La dignidad del misterio que realizan, cada vez que convierten el pan y vino en el cuerpo y sangre de nuestro Señor, es la razón de fe que da sentido a todo el cristianismo.

En estos sacerdotes, admiramos las virtudes propias de cualquier cristiano y de cualquier hombre honrado: la comprensión, la justicia, la vida de trabajo (labor sacerdotal en este caso), la caridad, la educación, la delicadeza en el trato.
Los fieles cristianos esperamos que se destaque claramente el carácter sacerdotal: que el sacerdote rece; que administre los Sacramentos; que esté dispuesto a acoger a todos, sean del tipo que sean; que ponga amor y devoción en la celebración de la Santa Misa; que se siente en el confesionario, que consuele a los enfermos y a los afligidos; que tenga consejo y caridad con los necesitados; que imparta catequesis; que predique la Palabra de Dios y no otro tipo de ciencia humana que, aunque conociese perfectamente, no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna.

“Dios es la única riqueza que, en definitiva, los hombres desean encontrar en un sacerdote”. Benedicto XVI, Discurso, 16-03-2009.
¿Cuál es su identidad?
Se pregunta san Josemaría: “La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus, sino ipse Christus: otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental”.

San Josemaría, Sacerdote para la eternidad, 13-04-1973.
“Nuestra identidad tiene como última fuente el amor del Padre (…) La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y la acción del mismo Cristo”.

San Juan Pablo II, Mensaje, 02-11-1990.

¿Para qué instituyó Cristo el ministerio sacerdotal?

El ministerio sacerdotal, existe no para sí mismo, sino para “la formación de la comunidad cristiana, hasta hacerla capaz de irradiar ella misma la fe y el amor en la sociedad civil”. (Beato Álvaro del Portillo – Escritos sobre el sacerdocio).

Siendo su identidad sacramentalmente la identidad de Cristo, la fidelidad del sacerdote se corresponde con la fidelidad de Cristo. De ahí la necesidad de la santidad del sacerdote, no ya para la eficacia objetiva de los sacramentos, sino para el futuro pleno del servicio que, con todo ministerio, presta a los fieles.​

“Aunque su diferencia es esencial y no solo en grado, [el sacerdocio bautismal o común y el ministerial] están ordenados el uno al otro” (LG, 10).
“El sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto con la eucaristía, como tantas veces ha subrayado mi venerado Juan Pablo II. ‘La existencia sacerdotal debe poseer como especial título una forma eucarística’, escribió en su última Carta de Jueves Santo (n. 1)’. Justamente esta ‘forma eucarística’ de la vida del sacerdote es la que hace tan felizmente adecuado su estado celibatario, que sustancia su entrega para pertenecer a la Iglesia con un amor esponsal, estimulando continuamente en él la caridad pastoral al servicio de todas las almas”
Benedicto XVI · 2-04-2005.

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