En esta entrevista nos habla de su familia, de su vocación y de los retos de la evangelización en México, un país joven pero cada vez con menos bautizados. Aunque la Virgen de Guadalupe continúa obrando milagros. Como futuro sacerdote quiero comprometerme también desde mi vocación a colaborar en la mejora de las personas y de la sociedad, recuperando los grandes valores que estamos perdiendo y sobre todo acompañando a las personas que Dios me confíe para guiarles al cielo.
¿Qué ha significado tu familia en el proceso de tu vocación?
Mi familia ha sido un instrumento importantísimo del Señor para que yo descubriera el proyecto de Dios para mí. Yo soy fruto del amor de Dios y del amor de mis padres.
En mis primeros meses de vida hay un suceso interesante: mi madre sufrió preeclampsia cuando se encontraba embarazada de mí y se vio en una situación de gravedad, de manera que los doctores le pidieron a mi padre y abuelos decidir si salvaban mi vida o la de mi madre: la respuesta fue que el doctor hiciese lo posible por tratar de salvarnos a los dos. Mi padre en ese momento se fue al oratorio del hospital y me ofreció a Dios.
Su oración fue escuchada pues, mi madre y yo salimos bien. Nací un 27 de diciembre, día de san Juan Apóstol con quien siempre me he identificado mucho y del cual llevo su nombre. Yo era tan pequeño al nacer, con tan solo 7 meses, que una abuela decía que quizá podría morir, por lo cual me bautizaron 20 días después de nacido. Mi nacimiento fue pronto para esta vida y también para la vida de la gracia.
Tu padre te ofreció a Dios y el Señor te llamó al sacerdocio….
Cada vocación es una declaración de amor. Dios, que me ama tanto, me dice: “Yo te digo por dónde te quiero llevar”. Existe un momento concreto del cual recuerdo el día, el lugar, la hora en que experimenté que el Señor me llamaba y me invitaba a seguirle en la vocación sacerdotal.
Fue una declaración de amor que se valió de unas determinadas circunstancias concretas: de una familia, de una comunidad, de un grupo juvenil y de un testimonio vocacional de otro seminarista quien al contar su vocación le brillaban los ojos y el semblante de su rostro expresaba inmensa felicidad. Este llamado es, además, una historia de salvación. Para los demás puede parecer quizá una tontería, pero para mí no, porque es el paso de Dios por mi vida.
Mi vocación tiene dos momentos. El primero es cuando de pequeño le decía a mi madre que yo quería ser de grande “padrecito” y jugaba a celebrar la Santa Misa. Mi familia siempre ha participado activamente en la Iglesia, de manera especial y sin falta en la celebración eucarística dominical. Seguramente por eso yo, al ver al sacerdote, decía que quería ser como él.
El segundo momento donde percibí la llamada de Dios de manera más concreta fue cuando, encontrándome como coordinador de un grupo juvenil del “Movimiento Familiar Cristiano”, mi párroco invitó a un seminarista para que nos acompañara como asesor espiritual.
En una reunión con nosotros, le pregunté por qué había entrado al seminario, a lo cual respondió contando detalladamente su vocación. Mientras hablaba, observé un detalle que no pasó desapercibido: su gran entusiasmo se notaba en el brillo de felicidad en sus ojos. Fue en ese momento, a través de su testimonio vocacional donde el Señor me inquietó, llevándome a preguntarme sobre mi vocación y profundizar en ella a través de un acompañamiento espiritual.
Y ahora llevas cuatro años en Bidasoa..
Sí, llevo cuatro años viviendo una experiencia maravillosa en Bidasoa. El seminario es como el tiempo que los apóstoles pasaron junto a Jesús para tratarle, conocerle, aprender de Él, vivir en intimidad con Él y después ser enviados.
Esta primera etapa formativa de la que me faltan pocos meses para terminar, ha sido una gran experiencia de Dios, conocerle lo más posible, conocerme a mi mismo también y ver lo que necesito o lo que me hace falta para tratar de ser lo más parecido a Él, puesto que lo que se espera de un sacerdote es eso, que sea Cristo en la tierra, para lo cual hace falta una lucha de todos los días que se fortalece principalmente con la gracia de Dios, la oración, tanto la mía como la de toda la Iglesia.
Juan Armando Méndez Sosa es un seminarista de la Arquidiócesis de Puebla en México. Tiene 25 años y estudia teología en el Seminario Internacional Bidasoa desde hace cuatro años.
“En México hubo un tiempo en el que la fe podía “transmitirse” y “beberse” en la familia y en el “ambiente de religiosidad”. Ahora en distinta medida parece que algunos se van convirtiendo en espacios de descristianización, de “contaminación de la mundanidad”, de secularización”, afirma.
Por esta razón, su deseo es contribuir a recuperar los valores de México: "Como futuro sacerdote quiero comprometerme también desde mi vocación a colaborar en la mejora de las personas y de la sociedad, recuperando los grandes valores que estamos perdiendo y sobre todo acompañando a las personas que Dios me confíe para guiarles al cielo".
México es (o era) el país más católico de Latinoamérica. Sin embargo, actualmente muchos jóvenes están abandonando la fe católica por otras confesiones protestantes e incluso por prácticas esotéricas.
Quiero hacer alusión a un discurso inaugural que en 2021 hizo el todavía Nuncio Apostólico en México Franco Coppola, pronunciado en la asamblea plenaria de la conferencia del episcopado mexicano (CEM).
Entre los datos que menciona, subrayo los siguientes: según el último censo realizado en México por el INEGI actualmente los católicos somos el 77,8 % de la población. Sin embargo, en los últimos diez años, el número de católicos ha descendido y ha aumentado el de ateos, más que de los protestantes.
La mitad de los mexicanos actualmente tiene menos de 30 años. Esto significa que somos un país joven, pero no podemos decir que la mitad de quienes participan en las celebraciones litúrgicas esté formada por jóvenes de menos de 30 años. Otro aspecto a considerar es que el número de bautizados ha disminuido y de manera drástica el de matrimonios religiosos. También se va dando una crisis de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.
Ante esta situación, hay una responsabilidad que no podemos eludir. Pues, como dice Mons. Coppola: “estos datos son una llamada de atención para todos nosotros cuando estemos frente a Él, el dueño de la mies nos pedirá cuenta de los talentos, muchos, que nos ha confiado: un pueblo católico, fiel y devoto a Santa María de Guadalupe”.
Cómo futuro sacerdote ¿cuáles son los retos más importantes en la evangelización de México?
Yo citaría dos retos importantes: la formación y educación en la fe de las familias, de los niños, adolescentes y jóvenes y el fortalecimiento de los matrimonios
¿Cuál es el riesgo para los niños, adolescentes y particularmente de los jóvenes mexicanos? Explica el nuncio: “El riesgo para ellos es que ni siquiera puedan lograr tener contacto y, en consecuencia, conocer el proyecto de amor que Dios tiene para cada uno y, por tanto, el de perderse detrás de las ideologías que les prometen una ilusoria felicidad y los dejan solos y desilusionados, alineados en los paraísos artificiales de la droga. Un dato que a este propósito habla por sí mismo, ¡es el alza, cada año, de los suicidios entre adolescentes y jóvenes, en todo el país!”.
Cada vez son menos los matrimonios que contraen matrimonio eclesiástico y así mismo son cada vez más las familias que se fracturan.
“En México hubo un tiempo en el que la fe podía “transmitirse” y “beberse” en la familia y en el “ambiente de religiosidad”. Ahora en distinta medida parece que algunos se van convirtiendo en espacios de descristianización, de “contaminación de la mundanidad”, de secularización”.
Citando al Papa Francisco repite el nuncio: “Podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o por el pecado”.
El Señor me ha llamado a colaborar como sacerdote para la salvación de las almas, pues Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (cf. 1 Tm 2, 4).
Es triste que muchas personas en México se están alejando de Dios e intentan vivir su vida haciéndole a un lado, pero el hombre está hecho para Dios y su corazón no encontrará regocijo ni plenitud hasta que descanse en Él, como lo expresa san Agustín.
Me conmueve porque sé que son diversas las circunstancias por las que la gente se aleja de Dios, pero Dios “muere de amor” por ellas. Todas las personas en absoluto deben saber el proyecto de Dios para ellos, deben conocerle para amarle cada vez más. Jesús ha venido a darnos una vida nueva en Él, para que renunciemos al hombre viejo (Ef 4). Este es el horizonte de mi futura misión sacerdotal.
¿Está amenazada la libertad religiosa en México?
En el aspecto legislativo no parece que lo esté. Sin embargo, en la práctica, creo que no se puede hablar de auténtica libertad religiosa en nuestro país, lo cual es un tema muy sugerente, pero extremadamente amplio y complejo.
Un ejemplo de ello ha sido ahora con la pandemia, en la cual algunas de las autoridades estatales mexicanas (no todas, lamentablemente) han mostrado respeto al derecho a la libertad de culto, limitándose a establecer las medidas de seguridad sanitaria necesarias, sin pretender decidir sobre la apertura o cierre de los templos o sobre las celebraciones litúrgicas.
Ante ello, no se puede olvidar cómo en el siglo pasado muchos mexicanos lucharon y hasta entregaron su vida por hacer valer su derecho a la libertad de culto.
Y otro de los problemas de México es quizás la inseguridad, y con ello, el secuestro y asesinato de sacerdotes
Es una realidad que acechan grandes males en nuestro país como la delincuencia o el crimen organizado. Y esto produce que en muchas comunidades se viva con miedo todos los días.
En los medios de comunicación se escucha constantemente el asesinato de periodistas y también de sacerdotes. La violencia alcanza en general a todos los sectores de la sociedad.
El último suceso que me ha provocado una profunda tristeza es el acontecimiento que se dio en el estadio de fútbol de Querétaro donde en un enfrentamiento durante el juego hubo alrededor de 17 muertos y varios heridos.
Al día siguiente publiqué el siguiente estado en mis redes sociales: “lo que ha pasado ayer en el estadio en Querétaro nos tiene que cuestionar el tipo de sociedad que estamos construyendo y cómo podemos contribuir a mejorarla comenzando por nosotros mismos, nuestras familias (la educación de los hijos) y nuestra propia comunidad. No podemos normalizar el mal porque tarde o temprano es nuestra destrucción”.
Como futuro sacerdote quiero comprometerme también desde mi vocación a colaborar en la mejora de las personas y de la sociedad, recuperando los grandes valores que estamos perdiendo y sobre todo acompañando a las personas que Dios me confíe para guiarles al cielo.
"Los benefactores, a quien los seminaristas y sacerdotes tenemos muy presentes todo el tiempo en nuestras oraciones, les debemos toda nuestra gratitud. Ellos deben saber que con su ayuda tanto espiritual como material están colaborando directamente a la obra de salvación"
La gran devoción de los mexicanos es la Virgen de Guadalupe ¿Continúa la Virgen haciendo milagros?
Una madre en la familia siempre es un pilar fuerte e indispensable, muchas veces cuando ésta falta, la familia pierde un poco su unidad y convivencia, pues ella reúne siempre a sus hijos. Santa María de Guadalupe es madre de los mexicanos, de toda América y de todos lo que se acercan a ella.
Su deseo cuando se le apareció al indio Juan Diego fue el siguiente: “Sábelo, ten por cierto, hijo mío, el más pequeño, que yo soy en verdad la perfecta siempre Virgen Santa María, que tengo el honor y la dicha de ser Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto, lo entregaré a las gentes en todo mi amor personal, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación. Porque, en verdad, yo me honro en ser tu madre compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís juntos en esta tierra, y también de todas las demás variadas estirpes de hombres, los que me amen; los que me llamen, los que me busquen, los que confíen en mí. Porque ahí, en verdad, escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores”.
A pesar de todo, me parece que los mexicanos, en su mayoría, seguimos siendo fervientes devotos de Santa María de Guadalupe, quien reúne en torno a ella a sus hijos sin importar la condición que tengan, pues todos sabemos que Ella es nuestra madre, un vínculo de unidad para los mexicanos.
Se dice que es el recinto mariano más visitado del mundo, con entre 17 y 20 millones de visitantes al año, solo superado por la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Ella quiso su casita sagrada para allí consolar a sus hijitos y mostrarles al Dios por quien se vive. Estos datos de peregrinos o visitantes muestran que mucha gente acude para suplicar su intercesión, los milagros que se atribuyen a su intercesión son incontables.
¿Cómo podemos animar a nuestros hermanos benefactores a ayudar a los seminaristas para que ninguna vocación se pierda?
Los benefactores, a quien los seminaristas y sacerdotes tenemos muy presentes todo el tiempo en nuestras oraciones, les debemos toda nuestra gratitud. Ellos deben saber que con su ayuda tanto espiritual como material están colaborando directamente a la obra de salvación. Escuchaba de un compañero seminaristas respecto este lema “que ninguna vocación se pierda — para— que todas las almas se salven”.
Ellos deben seguir recordando que cada esfuerzo no es sólo para una u otra Iglesia particular, sino que subraya la solicitud por muchas Iglesias particulares, presentes en cuatro continentes. Contribuyen así para que el Evangelio de Cristo Jesús alcance a todo el orbe. Esto debe llenar sus corazones de alegría y saber que participan de la Evangelización de todos los pueblos.
Dios les recompense infinitamente la ayuda que, como decimos en México, “de corazón” brindan a la Iglesia para que ésta pueda realizar su misión que desde hace poco más de dos mila años vino a instaurar nuestro Señor y que es “sacramento universal de salvación”. Como Él lo ha prometido, no dejará sin recompensa a quien diera aunque fuere un vaso de agua a alguno de sus discípulos. Dios les pague todo bien que hacen por la Iglesia. Rezamos por la campaña “Que ninguna vocación se pierda”.
Marta Santín, periodista especializada en información religiosa.