«Hacía mucho tiempo que deseaba hacer el Camino de Santiago junto con Cristina mi mujer, cuando otro matrimonio, experto él en excursiones, nos comentaron que a finales de mayo querían hacer el llamado Camino Inglés, que va desde el Ferrol a Santiago. Son algo más de cien kilómetros, y tenían ya planificada la ruta, los alojamientos y las ayudas con el equipaje, con una empresa que mediante taxi te recoge las maletas en tu hotel y te las deposita en el siguiente.
Por mi edad, ya recién jubilado, resultaba una opción muy interesante, pues evitaba llevar mucho peso en la mochila, lo cual es un alivio cuando caminas tantos kilómetros. Además, si en algún momento te flaquean las fuerzas, o tienes algún impedimento que no te deja caminar, te pueden venir a buscar y llevarte al siguiente punto de encuentro.
Con estas premisas, no dudamos en lanzarnos a la aventura, y contratamos nuestros billetes de avión para A Coruña y de vuelta de Santiago a Barcelona, donde residimos.
Las jornadas del Camino de Santiago, se concretaron en cinco tramos. El primero, de unos 19 kilómetros, desde El Ferrol hasta Pontedeume; y el siguiente, otros 20 kilómetros, hasta Betanzos. En ambos pueblos pudimos participar en la Misa, que suele celebrarse por la tarde.
En la tercera etapa ya se empiezan a complicar las cosas pues de Betanzos a Mesón do Vento fue un trayecto de más de 25 kilómetros con un gran desnivel. Al llegar al destino, no teníamos ninguna Iglesia en la que poder asistir a Misa, con lo que concertamos un taxi que nos llevara otra vez hasta Betanzos para participar en la que se celebra a las siete y media, y que luego nos devolviera de nuevo al Mesón do Vento. Ya algo más descansados, pudimos cenar bien y reponer fuerzas pues, al día siguiente, también teníamos un largo trecho que andar.
Ya ansiando el penúltimo recorrido, salimos al día siguiente hasta Sigüeiro, otros 25 kilómetros con sus buenos desniveles de subidas y bajadas, pero algo más llevadero que el tramo anterior y con unos paisajes de bosques de eucaliptos y campos a punto de la siega.
La verdad es que llegamos a Sigüeiro reventados pero contentos. Cristina acabó con una llaga en el pie y decidimos que el último tramo hasta Santiago, de apenas 16 kilómetros, la llevaran en taxi hasta un kilómetro antes y allí se uniría con nosotros que hacíamos a pie el último recorrido. Concretamos vernos en la Iglesia de san Cayetano, que queda a esa distancia del centro y que se cruza con el itinerario del Camino de Santiago Inglés.
Un poco antes de las doce del mediodía coincidimos en la parroquia de san Cayetano. Se estaba ya cerrando y el párroco no tenía tiempo para podernos estampar el sello de la parroquia en nuestra ya bien nutrida Compostela, pero saludamos al Señor y le dimos gracias por todo el buen Camino que habíamos tenido. La verdad es que no nos llovió ni un día y el calor, aunque apretaba, no impidió que fuéramos completando felizmente las etapas.
Justo en la puerta de la parroquia, estaban apoyados en el muro de piedra, dos jóvenes keniatas según nos dijeron, a los que les pedimos que nos hicieran una foto a todo el grupo. Hablaban castellano y su amable disposición hizo que entabláramos una rápida conversación.
– Hola, buenos días. ¿A qué os dedicáis?
– Estamos ayudando al párroco, pues somos seminaristas.
– Mira, ¡qué bien! Pues nosotros colaboramos con una fundación que ayuda a los estudios de los seminaristas, que se llama Fundación CARF.
– ¡¡Qué me dices!! Pues nosotros estamos estudiando en Bidasoa. Así que, muchas gracias por vuestra ayuda y colaboración.
La alegría y la sorpresa fue mayúscula, y a partir de ese momento se genera una empatía enorme. Serapion (Serapion Modest Shukuru) y Faustin (Faustin Menas Nyamweru), ambos de Tanzania, nos acompañaron en el último tramo.
Luego Serapion nos comentó que ya está en cuarto curso y Faustin en primero. Nos indicaron la oficina del Peregrino que es donde te acaban de poner el último sello y certifican tu Camino, que además acredita la posibilidad de lucrar la indulgencia plenaria que implica ese peregrinaje, siempre que se cumplan el resto de condiciones que manda la Iglesia.
Emocionados de nuevo, nos despedimos de los dos, deseando que sean muy fieles y que hagan mucho bien cuando lleguen a su lugar de origen para ordenarse sacerdotes, tras su período de formación en el Seminario Bidasoa.
A nosotros nos queda el maravilloso recuerdo de este encuentro casual, y de haber recibido el agradecimiento de estos dos seminaristas que, con la ayuda de todos los benefactores de la Fundación CARF, pueden llegar a muchas almas allí donde desempeñen su labor ministerial.
Por la tarde, pudimos participar en la Misa en la catedral, dando gracias al apóstol y gozando del vaivén del botafumeiro que elevaba al cielo con el olor del incienso, todas nuestras intenciones y el agradecimiento por la vocación de Serapion y Faustin».
Fernando de Salas, Sant Cugat del Vallés.