Una vez al año, la Iglesia Católica detiene su calendario litúrgico ordinario para poner en el centro de la atención algo extraordinario: la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Eso es Corpus Christi –el Cuerpo de Cristo–, una solemnidad que no solo se contempla, sino que transforma la vida de quien se une a Él y le adora.
Se nos invita a manifestar nuestra fe y devoción a este sacramento, que es un sacramento de piedad, signo de unidad, vinculo de caridad, banquete pascual en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.
El Corpus Christi conmemora el misterio más profundo y central de la fe católica: que Jesús está verdaderamente presente –con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad– en la Sagrada Eucaristía. No es un símbolo, no es una metáfora, no es un recuerdo piadoso. Es Él mismo, vivo y entregado por amor.
Esta fiesta fue instituida en el siglo XIII, gracias al impulso de santa Juliana de Cornillon y al milagro eucarístico de Bolsena, que conmovió al papa Urbano IV. Y, desde entonces, cada segundo jueves después de Pentecostés, los católicos de todo el mundo dan testimonio público de su fe con Misas solemnes, procesiones y adoraciones.
Porque en la Eucaristía Dios se nos da completamente. No hay nada más íntimo, más transformador ni más real que comulgar con Cristo. Corpus Christi nos recuerda que:
Corpus Christi no es solo una fecha hermosa en el calendario. Es una llamada a vivir eucarísticamente. A dejar que Jesús, que se parte por nosotros, nos enseñe a partirnos por los demás. A ser pan partido para el mundo, especialmente para quienes no conocen a Cristo o sufren en silencio.
Celebrar la fiesta del Corpus Christi es adorar a Jesús con todo el corazón, agradecerle por quedarse con nosotros en cada sagrario del mundo, y dejarnos transformar por su presencia. Porque quien comulga con fe, ya no vive para sí, sino para Aquel que se entrega cada día en el altar. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (Jn 6, 51-58). Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Los judíos se pusieron a discutir entre ellos: —¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Jesús les dijo: —En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente».
En la fiesta del Corpus celebramos que Cristo revela el misterio de la Eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan fuerte que excluyen cualquier interpretación en sentido figurado. Los oyentes entienden el sentido propio y directo de las palabras de Jesús (v. 52), pero no creen que tal afirmación pueda ser verdad.
De haberlo entendido en sentido figurado o simbólico no les hubiera causado tan gran extrañeza ni se hubiera producido la discusión. De aquí también nace la fe de la Iglesia en que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento.
«El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación” (DS 1642)» Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1376.
En este discurso Jesús compara tres veces (cfr vv. 31-32.49.58) el verdadero Pan de Vida, su propio Cuerpo, con el maná, con el que Dios había alimentado a los hebreos diariamente durante cuarenta años en el desierto. Así, hace una invitación a alimentar frecuentemente nuestra alma con el manjar de su Cuerpo.
«De la comparación del Pan de los Ángeles con el pan y con el maná fácilmente podían los discípulos deducir que, así como el cuerpo se alimenta de pan diariamente, y cada día eran recreados los hebreos con el maná en el desierto, del mismo modo el alma cristiana podría diariamente comer y regalarse con el Pan del Cielo. A más de que casi todos los Santos Padres de la Iglesia enseñan que el pan de cada día, que se manda pedir en la oración dominical, no tanto se ha de entender del pan material, alimento del cuerpo, cuanto de la recepción diaria del Pan Eucarístico» S. Pío X, Sacra Tridentina Synodus, 20-XII-1905.
El domingo después de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra el Corpus, la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Ese es su título completo, aunque solemos referirnos a ella utilizando su anterior nombre latino, Corpus Christi. Es interesante saber que su título más antiguo fue Festum Eucharistiae.
Autor: don Francisco Varo Pineda, director de Investigación de la Universidad de Navarra y profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología.