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21 marzo, 22

San José y la Iglesia

En sus tres últimas catequesis sobre San José, después de haber ponderado su figura, su papel en la historia de la salvación y sus virtudes, Francisco abordó las relaciones de San José con la Iglesia, es decir con nosotros y cada uno.

San José y la comunión de los santos

En primer lugar, la realidad de San José y la comunión de los santos (2-II-2022). “La Comunión de los santos es precisamente la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 946). No se refiere a que los santos comulguen, decía el Papa de broma, evocando una respuesta suya cuando era niño. Los santos que están en el cielo son intercesores nuestros ante Dios, patronos (porque quizá llevamos su nombre) o hermanos a los que podemos tener devoción y tratar con confianza. Además, la comunión de los santos es también la Iglesia que peregrina en la tierra, que está compuesta de justos y pecadores.

Al llegar a este punto el Papa señaló lo que calificó de definición hermosa de la Iglesia: “La Iglesia es la comunidad de los pecadores salvados”. Y añadió: “Nadie puede ser excluido de la Iglesia, todos somos pecadores salvados”. De un lado todos los cristianos formamos con Cristo (espiritualmente) un solo cuerpo (cf. 1 Co 12 12; 26-27); estamos en comunión con Él por la fe y el bautismo. Y eso es la comunión de los santos.

De aquí extrajo tres consecuencias: primera, la solidaridad tanto para bien como para mal: “No puedo ser indiferente a los demás, porque todos somos parte de un cuerpo, en comunión. En este sentido, también el pecado de una sola persona afecta siempre a todos, y el amor de cada una afecta a todos”. 

Segunda: los cristianos “estamos vinculados unos a otros y de manera profunda, y este vínculo es tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romperlo”, por lo que la comunión de los santos incluye también a los difuntos [que están en el purgatorio]. 

Tercera: la comunión de los santos incluye también, mientras están en la tierra, a los pecadores incluso “aquellos que han renegado de la fe, que son apóstatas, que son perseguidores de la Iglesia, que han negado su bautismo, (…) los blasfemos, todos ellos”. Todos somos hermanos por el bautismo, con un vínculo que nada ni nadie puede destruir en la tierra.

En efecto, como señala el Concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium, nn. 14 y 15)) los pecadores, si están bautizados, “pertenecen” a la comunión de los santos, que es la Iglesia, de modo imperfecto o incompleto. Y si no están bautizados, están “ordenados” al misterio de la Iglesia, y de algún modo se relacionan con ella en la medida en que buscan la verdad y viven coherentemente la caridad. 

Patrono de la buena muerte

La penúltima catequesis fue sobre San José, Patrono de la buena muerte (9-II-2022). En conexión con lo anterior y con la muerte de san José (previsiblemente asistido por la Virgen María y Jesús en Nazaret), evocó Francisco la ayuda que tradicionalmente los cristianos pedimos a San José para el momento de la muerte (cf. Benedicto XV, Motu proprio Bonum sane, 25-VII-1920).

En este punto de su catequesis, Francisco se refirió a la carta del Papa emérito Benedicto XVI, que, a apunto de cumplir 95 años, ha testimoniado su conciencia de la realidad de la muerte: “Yo estoy delante de la oscuridad de la muerte, a la puerta oscura de la muerte”. Y ha señalado Francisco:” ¡Nos ha dado un buen consejo! La llamada cultura del ‘bienestar’ intenta eliminar la realidad de la muerte, pero la pandemia del coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia de forma dramática”.

A la vez que ha recordado el drama de la pandemia, ha insistido en que “la fe cristiana no es una forma de exorcizar el miedo a la muerte, sino que nos ayuda a afrontarla”; ilumina ese misterio con la luz que procede de la resurrección de Cristo (cf. 1 Co 15, 12-14).

Nos ayuda a darle un sentido positivo, también para esta vida, para verla con ojos nuevos (para no acumular bienes materiales sino actitudes y obras de caridad); nos impulsa a cuidar a los enfermos, no “descartar” a los ancianos, para que puedan morir en paz, de la manera más humana posible, hoy provocan la muerte (eutanasia) o ayudan al suicidio. “La vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada”. Y “el inicio de la vida y el final es un misterio siempre, un misterio que debe ser respetado, acompañado, cuidado, amado”.

 Patrono de la Iglesia universal

Finalmente, las catequesis sobre San José concluyeron con una reflexión sobre San José, patrono de la Iglesia universal (16-II-2022). Volvió Francisco sobre la misión fundamental que tuvo san José, de proteger y cuidar a Jesús y María, que son “el tesoro más preciado de nuestra fe” (Pío IX, en 1871).

“En el plan de la salvación –señala el Papa, con la tradición cristiana– no se puede separar al Hijo de la Madre”, de aquella que avanzó «en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), como nos recuerda el Concilio Vaticano II.

Y añade que “Jesús, María y José son en cierto sentido el núcleo primordial de la Iglesia”. También nosotros, como escribe en Patris corde, 5: “debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia” ¿En qué sentido? En cuanto que como cristianos nos corresponden las tareas de custodiar y defender la vida, el corazón y el trabajo de los hombres y también la Iglesia: “Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino proteger la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia”.

Por tanto, “toda persona que tiene hambre y sed, todo extranjero, todo migrante, toda persona sin ropa, todo enfermo, todo preso es el ‘Niño’ que José custodia”. Y también debemos aprender de José a “custodiar” esos bienes (que nos vienen con la Iglesia): “amar al Niño y a su madre; amar los Sacramentos y al pueblo de Dios; amar a los pobres y nuestra parroquia” (cfr. Patris corde, 5).

Respecto de la Iglesia, vale la pena reproducir entero este pasaje de esa audiencia general:

“Hoy es común, es cosa de todos los días, criticar a la Iglesia, remachar las incoherencias —hay muchas—, recalcar los pecados, que en realidad son nuestras incoherencias, nuestros pecados, porque desde siempre la Iglesia es un pueblo de pecadores que encuentran la misericordia de Dios”.

“Preguntémonos –nos invita Francisco– si, en el fondo del corazón, amamos a la Iglesia tal como es: Pueblo de Dios en camino, con muchas limitaciones, pero con muchas ganas de servir y de amar a Dios”.

“De hecho –observa– solo el amor nos hace capaces de decir plenamente la verdad, de forma imparcial; de decir lo que está mal, pero también de reconocer todo el bien y la santidad que están presentes en la Iglesia, a partir precisamente de Jesús y de María. Amar la Iglesia, custodiar la Iglesia y caminar con la Iglesia”.

“Pero –no deja de advertir– la Iglesia no es ese grupito que está cerca del cura y manda a todos, no. La Iglesia somos todos, todos. En camino. Custodiaros uno al otro, protegernos mutuamente. Es una bonita pregunta, esta: yo, cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de protegerlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo?” Y concluye Francisco pidiendo la intercesión de San José sobre todos.

Don Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.

 

Publicado en “Iglesia y nueva evangelización”.

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