¡Ay, los poemas! Conocí esta obra de un modo un tanto insólito: una agencia de mensajería lo depositó en mi domicilio por error. Confirmé que era una equivocación cuando ya lo había abierto, lo hojeé, me gustó y me lo regalaron. Y todo regalo merece un agradecimiento, que intento transmitir con estas líneas.
Es un libro de poesía religiosa, un trabajo pulido y bien condimentado por un escritor que tiene varios premios poéticos en su haber, aunque además ha cultivado la narrativa.
Es una síntesis de formas poéticas, en la que no faltan combinaciones de estrofas tradicionales con otras de corte más reciente. Sin embargo, no estoy de acuerdo con que no sea un libro místico, como se dice en la presentación, porque supuestamente el autor tendría los pies bien clavados en la tierra.
Pero los grandes místicos, como los santos del Carmelo, también los han tenido y han conocido los sinsabores y las alegrías de la vida cotidiana, si bien su vocación fuera de la de almas contemplativas en su celda.
Tener los pies firmes en la tierra es ocasión de contemplar la Belleza con mayúscula tras fijarse en las maravillas de la naturaleza, huellas de la existencia divina. Es el asombro, un asombro agradecido, lo que hace descubrir al poeta la Belleza.
Daniel Cotta Lobato (Málaga, 1974) es un poeta y novelista español.
Cotta se remonta primero al Dios del Universo, que no solo es Padre sino también Madre, para llevarnos poco a poco a Cristo, el Dios encarnado.
Alumbramientos es una continua acción de gracias. Para dar las gracias hay primero que dejarse llevar por el asombro, algo que nuestro mundo no aprecia demasiado, pues su racionalismo quiere tener controlados todos los procesos, los explicables y lo inexplicables.
Sin embargo, tal y como dice Cotta, Dios es todo asombro y posee un gozo infinito. El asombro es propio de los niños, y seguramente desde esta perspectiva podemos comprender el mandato de Cristo de hacerse como niños para entrar en el reino de los Cielos (Mt 18,3), si bien ese mismo pasaje evangélico nos recuerda que esa infancia espiritual solo es posible por la conversión personal.
El poeta llama a Dios Creador, Padre y Redentor Mío. Una oración de la tradición cristiana le lleva a subrayar que Dios no se ha desentendido del mundo. Dios vino una vez a vivir entre los hombres y sigue viniendo, particularmente en la Eucaristía.
Por eso, según dice Cotta, la tierra es el Sagrario que guarda a Dios. Nos ha visitado el Sol que nace de los alto, recuerda el escritor con las palabras del cántico de Zacarías (Lc 1, 67-69), y el autor vuelve a dejarse llevar por ese asombro infinito, presente en su poesía, para recordar que el Padre le ha confiado a Cristo: “ Y tú serás su ángel de la guarda”.
Pero el asombro no cesa en otras partes del libro, sobre todo por lo que Dios ha hecho por ese hombre, “poco inferior a los ángeles” (Sal 8,5), y lo ha hecho a su imagen y semejanza. Tal y como dice Cotta, “para hacerme, Señor, te inspiraste en Ti mismo. Te miraste por dentro y me sacaste el Dios y me lo vestiste”. El poeta cree en el buen endiosamiento: “Yo, Señor, estoy hecho de Ti. ¡Vamos a hacer el Universo juntos!”
Muchos sistemas sociopolíticos han intentado, y siguen intentando, crear al “hombre nuevo”. Están destinados a fracasar, según demuestra la historia. Por el contrario, Daniel Cotta nos habla en Alumbramientos del hombre nuevo, del hombre eterno, en expresión de G. K. Chesterton, que es imagen de Cristo.
Con la colaboración de:
Antonio R. Rubio Plo, Licenciado en Historia y en Derecho. Escritor y analista internacional @blogculturayfe / @arubioplo