Porque existen hoy tantas situaciones de injusticia, de guerra y de olvido interesado en muchos rincones del mundo. Escuchemos la petición de ayuda de los cristianos perseguidos en multitud de países, los pobres, los niños de la explotación sexual y las mujeres maltratadas en países donde las protestas son sistemáticamente aplacada. Son muchos los silenciados por el terrorismo o por intereses económicos. No podemos quedarnos indiferentes ante los desastres climáticos que dejan a muchos sin recursos, ni ante la cantidad de familias enteras que se ahogan en silencio con el sueño no cumplido de llegar a Europa por mar. Hoy, el mundo entero vive una situación de incertidumbre política, económica y cultural que inquieta. También hoy vemos en soledad a miles de ancianos, abandonados en las grandes ciudades de todo el planeta. Y sin olvidarnos de Ucrania, Siria, Afganistán hasta un total de 57 conflictos armados, de las que no se habla.
Como cristianos no podemos dejar en silencio tantas realidades por las que debemos orar unidos. Queremos ser un cuerpo unido que sufre y celebra como familia. Este es nuestro camino hacia la Pascua, y el sentido de unión, con María y José, que ya al pie de tantas cruces de la historia, visibles e invisibles, anuncia la mañana de resurrección. "Como el soldado que está de guardia, así hemos de estar nosotros a la puerta de Dios Nuestro Señor: y eso es oración". San Josemaría, Forja 73.
"Si el cristianismo -decía Juan Pablo II- ha de distinguirse en nuestro tiempo, sobre todo, por el arte de la oración. ¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!".
San Josemaría la define como necesaria para la vida espiritual. La oración es la respiración que permite que la vida del espíritu se desarrolle, y actualiza la fe en la presencia de Dios y de su amor. Esta puede ser a veces una mirada a una imagen del Señor o de su Madre; otras, una petición, con palabras; otras, el ofrecimiento de las buenas obras, un rosario en familia, asistir a la Santa Misa o embarcarnos en una piadosa novena.
"Orar es el camino para atajar todos los males que padecemos". Forja, 76. Y no hay dos ratos de oración iguales. El Espíritu Santo, fuente de continua novedad, toma la iniciativa, actúa y espera. "Fruto de la acción del Espíritu Santo que, infundiendo y estimulando la fe, la esperanza y el amor, lleva a crecer en la presencia de Dios, hasta saberse a la vez en la tierra, en la que se vive y trabaja, y en el cielo, presente por la gracia en el propio corazón”. San Josemaría, Conversaciones, 116.
Hacen falta “cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad”. Es Cristo que pasa, 28.
San Josemaría Escrivá.
A veces pareciera que la oración, con ser algo importante, difícilmente puede frenar algo tan grande como un conflicto armado o las injusticias sociales. Pero ya ha demostrado que puede prevenir guerras o, si éstas ya están sucediendo, minimizar sus efectos o hasta acabar con ellas. Un ejemplo de esta situación sucedió con las apariciones de Fátima. Cuando el 13 de mayo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, la Virgen María pidió: “Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.
Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Dios es el que toma la iniciativa en la oración, poniendo en nosotros el deseo de buscarle, de hablarle, de compartir con Él nuestra vida. La persona que reza, que se dispone a escuchar a Dios y a hablarle, responde a esa iniciativa divina. Cuando rezamos, es decir, cuando hablamos con Dios, el que ora es todo el hombre. Para designar el lugar de donde brota la oración, la Biblia habla a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces): Es el corazón el que ora.
Por ello, “La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada”. San Josemaría, Surco, n. 464. Debemos despertarnos no al terror a las dificultades, sino a la valentía humilde de quienes se unen, como los primeros cristianos, para orar con la convicción cierta de que Jesús en la cruz es el vencedor de la Historia.
Porque el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, un Dios creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. San Josemaría, Discursos sobre la Universidad.
San Pablo dice, si una parte del cuerpo sufre, todos nosotros sufrimos. Como cristianos estamos contra el sufrimiento, la guerra, la desesperanza y la falta de libertades. Estamos junto a los que sufren, aunque no sean noticia. “La actualidad pone en evidencia muchas veces que estamos indignados, pero no despierto; asustados, pero no en pie; enfadados, pero no en camino; solidarios con los de lejos, pero no tan atentos a los cercanos; generosos, pero a salvo en nuestros recintos de confort. Orar es despertar a lo que no estamos viendo y reconociendo de nosotros mismos, de nuestra familia, comunidad y país, en esta hora crucial del mundo y de la Iglesia. Cómo sería nuestra oración si teniendo nosotros de sobra, en el comer y el vestir, en casa y techo, vemos pasar esas caravanas de madres con sus hijos y no ofrecemos, no digo aquello que nos hace falta a nosotros, sino lo que no usamos y tenemos vacío. Debemos abrir el corazón, acoger y recibir a Jesús que pide posada". Miguel Márquez Calle, G. Carmelita.
El papa Francisco pide a todos los cristianos que oremos "para que aquellos que sufren encuentren caminos de vida, dejándose tocar por el Corazón de Jesús".
El Papa Francisco nos lo cuenta en su Catequesis sobre la oración que comenzó el 6 de mayo de 2020. “Ante todas estas dificultades no tenemos que desalentarnos, sino seguir rezando con humildad y confianza”, Papa Francisco.
La oración, como todo acto plenamente personal, requiere atención e intención, conciencia de la presencia de Dios y diálogo efectivo y sincero con Él. Condición para que todo eso sea posible es el recogimiento. Esta actitud es esencial en los momentos dedicados especialmente a la oración, cortando con otras tareas y procurando evitar las distracciones. Pero no ha de quedar limitada a esos tiempos, sino que debe extenderse hasta llegar al recogimiento habitual, que se identifica con una fe y un amor que, llenando el corazón, llevan a procurar vivir la totalidad de las acciones en referencia a Dios, ya sea expresa o implícitamente.
Muchas veces estamos decaídos, es decir que no tenemos sentimientos, no tenemos consolaciones, no podemos más. Son esos días grises..., ¡y los hay, muchos, en la vida! Pero el peligro está en tener el corazón gris. Cuando este “estar decaído” llega al corazón y lo enferma…, y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir la consolación con el corazón gris! O no se puede llevar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, es necesario esperarla con esperanza. Pero no cerrarla en el gris.
Que es una auténtica tentación contra la oración y, más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» CIC, 2733. Es uno de los siete “pecados capitales” porque, alimentado por la presunción, puede conducir a la muerte del alma. En estos momentos, se pone de manifiesto la importancia de otra de las cualidades de la oración: la perseverancia. La razón de ser de la oración no es la obtención de beneficios, ni la busca de satisfacciones, complacencias o consuelos, sino la comunión con Dios; de ahí la necesidad y el valor de la perseverancia en la oración, que es siempre, con aliento y gozo o sin ellos, un encuentro vivo con Dios. Catecismo 2742-2745, 2746-2751.
Sin una confianza plena en Dios y en su amor, no habrá oración, al menos oración sincera y capaz de superar las pruebas y las dificultades. No se trata sólo de la confianza en que una determinada petición sea atendida, sino de la seguridad que se tiene en quien sabemos que nos ama y nos comprende, y ante quien se puede por tanto abrir sin reservas el propio corazón. Catecismo , 2734-2741.
Bibliografía
- Opusdei.org.
-Catequesis del papa Francisco sobre la oración, 2020.
-Catecismo de la Iglesia Católica.
- Carmelitaniscalzi.com.
-Juan Pablo II, Litt. Enc. Ecclesia de Eucharistia, 2004.
-San Josemaría, Discursos sobre la Universidad. El compromiso de la verdad (9.V.74).