Los misterios dolorosos forman, junto a los misterios gozosos, los misterios luminosos y los misterios gloriosos, la oración completa del Santo Rosario. Estos misterios se rezan exclusivamente los martes y los viernes. Exceptuando durante la Cuaresma, que se suelen rezar también el día domingo.
Recorren todos los momentos de la Pasión de Nuestro Señor. Desde su agonía en el Huerto de los Olivos hasta su muerte en la cruz, con la manifestación palpable de todo su amor por los hombres, y que son el origen del misterio de nuestra salvación.
Por todo ello, el Papa san Juan Pablo II nos dice en la encíclica Rosarium Virginis Mariae, que los misterios dolorosos guían al cristiano a revivir el fallecimiento de Jesús, situándonos a los pies de la cruz y al lado de María, para poder entender con ella el gran amor de Dios.
Y les dice a sus discípulos: —Sentaos aquí, mientras hago oración.
Con el ánimo conmovido volvemos una y otra vez sobre la imagen de Jesús orando que ante su angustia acepta la voluntad del Padre y rechaza las tentaciones del demonio.
¿Soy capaz como Jesús de rechazar las tentaciones y esperar pacientemente aceptando con amor a que se haga la voluntad de Dios, así como Jesús lo hizo?
Señor Jesús, te pido que, cuando decaiga en la oración, tu ejemplo me anime a pesar de que no ocurra lo que esperaba. Ayúdame a aceptar Tu voluntad, a no quedarme dormido en las vigilias más importantes de mi vida.
Entonces Pilato tomó a Jesús y mandó que lo azotaran.
Este misterio trae al recuerdo del suplicio despiadado, de latigazos innumerables sobre los miembros santos e inmaculados del Señor. La Virgen María, dolorida, lo acompaña durante el sufrimiento. Pensemos con qué preocupación, dolor y amargura muchas madres sufren hoy en día las injusticias, enfermedades o problemas que viven sus hijos.
Señor Jesús, que, ante la injusticia, reine el amor y la paz en mi corazón. Que sepa soportar los flagelos de la vida y pueda perdonar a quienes empuñan el látigo. Ayúdame a levantarme otra vez y a perseverar en la misión que me has encomendado.
Y los soldados le pusieron en la cabeza una corona de espinas que habían trenzado y lo vistieron con un manto de púrpura.
Cada espina rasgaba su piel y la sangre derramada le impedía ver y aun así continuaba su camino a la Cruz. —Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas, y a abofetear, y a escupir? Ya no más, Jesús, ya no más... Y un propósito firme y concreto surge en nuestro corazón.
Señor Jesús, que yo sea capaz de comprender a todos mis hermanos y que mis acciones se aten a tu amor misericordioso.
Y, cargando con la Cruz, salió hacia el lugar que se llama de la Calavera, en hebreo Gólgota.
Jesús caminaba con el gran peso de la Cruz que portaba todos nuestros pecados, y su gran amor por nosotros fortalecía cada uno de sus pasos. En este misterio Jesucristo representa al género humano con su continuo caminar por la senda de la vida. Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos, antes con el corazón que con la mente, a abrazarnos y besar la cruz, a llevarla con generosidad, con alegría.
Jesús lleva la Cruz por ti: tú, llévala por Jesús. Pero no lleves la Cruz arrastrando... Llévala a plomo, porque tu Cruz, así llevada, no será una Cruz cualquiera: será... la Santa Cruz.
Señor Jesús, que seamos humildes al portar nuestra cruz y que cuando desfallezcamos acudamos al consuelo de nuestra Madre del Cielo la Santa Virgen María.
Allí le crucificaron con otros dos, uno a cada lado de Jesús. Pilato mandó escribir un título y lo hizo poner sobre la cruz. Estaba escrito: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos».
Vida y muerte representan los dos extremos del sacrificio de Cristo: desde su nacimiento en Belén, donde se revela a todos los hombres en su primera aparición en la tierra, hasta el suspiro final que recoge todos los dolores para santificarnos. Y María está junto a la Cruz, como estaba junto al Niño de Belén.
"¡Qué gran sacrificio de amor has hecho Tú, Señor, por nosotros! Despegado de la tierra, entregaste todo lo que tenías, a tu Madre, a tu Espíritu y ¿Qué hacemos nosotros por ti?".
Señor, te pido que me ayudes a ser obediente a tus mandatos y sumiso a todos los preceptos de la Iglesia que fundaste. Ayúdame Señor a desear intensamente “estar contigo en el Paraíso…” a reconocer tu Sacrificio de la Cruz como el acto más grande de amor que pueda existir en el mundo y a acudir a tu encuentro ya que me esperas con los brazos abiertos.
Bibliografía:
Misterios dolorosos del Rosario, san Josemaría Escrivá de Balaguer.
Meditación del Papa Juan XXIII para los misterios dolorosos.