La fiesta de la semana de Pasión nos recuerda especialmente la participación de la Virgen María en el sacrificio de Cristo, representada con los 7 dolores de la Virgen.
La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, nos traslada la compasión que Nuestra Señora siente por la Iglesia, siempre sometida a pruebas y a persecuciones.
Cerca del año 1320, la Virgen María se manifestó a santa Brígida en un lugar de Suecia. En esta ocasión se veía su corazón herido por 7 espadas. Estas heridas representaban los 7 dolores de la Virgen vividos al lado de su Hijo Jesús.
Entonces la Virgen doliente dijo a santa Brígida que quienes hicieran oración recordando su dolor y pena, alcanzarían 7 gracias especiales: Paz en sus familias, confianza en el actuar de Dios, consuelo en las penas, defensa y protección ante el mal, así como los favores que a ella pidan y no sean contrarios a la voluntad de Jesús. Finalmente, el perdón de los pecados y la vida eterna a las almas que propaguen su devoción.
La devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo cristiano, sobre todo, en la Orden de los Servitas, que se consagraron a la meditación de los 7 dolores de la Virgen María. Y esta misma devoción se extendió a toda la Iglesia por medio del Papa Pío VII en 1817.
Representación de los 7 dolores de la Virgen María, estampilla antigua
Meditar los dolores de la Virgen es una manera de compartir los sufrimientos más profundos de la vida de María en la tierra. Ella prometió que concedería siete gracias a las almas que la honren y acompañen rezando 7 Ave Marías y un Padre Nuestro mientras meditan cada uno los 7 dolores de la Virgen. Si vives hoy en día algún sufrimiento aprovecha a poner tu dolor y tu duelo en el corazón de la Virgen María.
Leer el evangelio de Lucas (cf. 2,22-35)
El primero de los 7 dolores de la Virgen María fue cuando Simeón le anunció que una espada de dolor atravesaría su alma por los sufrimientos de Jesús. En cierto modo Simón manifestó que la participación de la Virgen María en la redención sería a base de dolor.
Imaginemos que impacto tan grande sintió en el Corazón María cuando oyó las palabras con las que Simeón le profetizó la amarga Pasión y muerte de su Hijo, Jesús.
Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios. (Es Cristo que pasa, 173).
Leer el evangelio de Mateo (2,13-15)
Representa el segundo de los 7 dolores de la Virgen, el que sintió cuando tuvo que huir con José y Jesús repentinamente y de noche tan lejos para poder salvar a su Hijo de la matanza decretada por Herodes. María vivió auténticos padecimientos viendo que Jesús, ya era perseguido de muerte siendo un bebe. Cuántos sufrimientos experimentó Ella en la tierra del exilio.
El Santo Evangelio, brevemente, nos facilita el camino para entender el ejemplo de Nuestra Madre: María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón. Procuremos nosotros imitarla, tratando con el Señor, en un diálogo enamorado, de todo lo que nos pasa, hasta de los acontecimientos más menudos. No olvidemos que hemos de pesarlos, valorarlos, verlos con ojos de fe, para descubrir la Voluntad de Dios. (Amigos de Dios, 284; Amigos de Dios, 285).
Leer el Evangelio de Lucas (2,41 -50)
Las lágrimas que derramó La Virgen María y el dolor que sintió al perder a tu Hijo; son el tercero de los 7 dolores de la Virgen. Tres días buscándolo angustiada hasta que lo encontraron en el templo. Para poder entenderlo, podemos imaginarnos que Jesús se perdió a una edad muy temprana, todavía dependiente de los cuidados de María y de San José. Qué angustioso fue el dolor de la Virgen cuando se percató de que Jesús no estaba.
“La Madre de Dios, que buscó afanosamente a su hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó la mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo que sea preciso cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a distinguir a Cristo. Alcanzaremos así la alegría de abrazarnos de nuevo a Él, para decirle que no lo perderemos más. (Amigos de Dios, 278).
Leemos la IV Estación del Vía Crucis
En el cuarto de los 7 dolores de la Virgen pensamos en el profundo dolor que sintió la Virgen María cuando vio a Jesús cargado con la cruz, llevando el instrumento de su propio martirio. Imaginemos a María encontrándose con su Hijo en medio de quienes lo arrastran a tan cruel muerte. Vivamos el tremendo dolor que sintió cuando sus ojos se encontraron, el dolor de una Madre que intenta dar apoyo a su Hijo.
Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa.
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo.
¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam I,12).
Leer el evangelio de Juan (19,17-39)
Este dolor contempla los dos sacrificios en el Calvario, el del cuerpo de Jesús y el del corazón de María. El quinto de los 7 dolores de la Virgen María es el sufrimiento que sintió al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de su Hijo amado. La agonía de María viendo a Jesús sufriendo en la cruz; para darnos vida a nosotros. María permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos.
“…Feliz culpa, canta la Iglesia, feliz culpa, porque ha alcanzado tener tal y tan grande Redentor. Feliz culpa, podemos añadir también, que nos ha merecido recibir por Madre a Santa María. Ya estamos seguros, ya nada debe preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre. (Amigos de Dios, 288).
Leer el evangelio de Marcos (15, 42-46)
Consideramos el dolor que sintió la Virgen al ver la lanzada que dieron en el corazón de Jesús. En el sexto de los 7 dolores de la Virgen, revivimos el sufrimiento que sintió el Corazón de María cuando el cuerpo sin vida de su querido Jesús fue bajado de la cruz y colocado en su regazo.
Ahora, situados ante ese momento del Calvario, cuando Jesús ya ha muerto y no se ha manifestado todavía la gloria de su triunfo, es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. La experiencia del pecado debe conducirnos al dolor, a una decisión más madura y más honda de ser fieles, de identificarnos de veras con Cristo, de perseverar, cueste lo que cueste, en esa misión sacerdotal que El ha encomendado a todos sus discípulos sin excepción, que nos empuja a ser sal y luz del mundo. (Es Cristo que pasa, 96).
Leer el evangelio de Juan (19, 38-42)
Este es el sufrimiento infinito que siente una Madre al enterrar a tu Hijo y aunque Tú sepas que al tercer día resucitara, el trance de la muerte es real para la Virgen. Le quitaron a Jesús con la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo y María que lo acompaño en todos sus sufrimientos, ahora se queda sola y llena de aflicción. Este es el último de los 7 dolores de la Virgen y el mas duro de todos.
De este amor la Escritura canta también con palabras encendidas: las aguas copiosas no pudieron extinguir la caridad, ni los ríos arrastrarla. Este amor colmó siempre el Corazón de Santa María, hasta enriquecerla con entrañas de Madre para la humanidad entera. En la Virgen, el amor a Dios se confunde también con la solicitud por todos sus hijos. Debió de sufrir mucho su Corazón dulcísimo, atento, hasta los menores detalles —no tienen vino-, al presenciar aquella crueldad colectiva, aquel ensañamiento que fue, de parte de los verdugos, la Pasión y Muerte de Jesús. Pero María no habla. Como su Hijo, ama, calla y perdona. Esa es la fuerza del amor. (Amigos de Dios, 237).
«Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad.
Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo.
Permanece con nosotros y danos tu auxilio, para que podamos convertir las luchas en victorias, y los dolores en alegrías.
Nuestra Señora de los Dolores, fortaléceme en los sufrimientos de la vida.
Ruega por nosotros, oh Madre, porque no eres sólo la Madre de los dolores, sino también la Señora de todas las gracias. Amén».
Bibliografía