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Fundación CARF

9 julio, 25

Grupo de seminaristas y sacerdotes en una iglesia, mostrando diversas vestimentas litúrgicas.

¿Qué significa la pastoral para un seminarista?

La pastoral es una parte esencial en la formación del seminarista, pues le prepara para ser un pastor cercano y entregado. Más que una práctica, es un encuentro real con las personas y una experiencia transformadora que fortalece su vocación hacia el sacerdocio.

Durante el camino hacia el sacerdocio, los seminaristas no solo se forman en el estudio de la Teología o en la vida espiritual. También se preparan para ejercer una labor clave y profundamente humana: acompañar, servir y cuidar de las personas en su vida de fe. A esto se le llama pastoral: una experiencia que no solo enriquece su formación, sino que les permite experimentar cómo será su futuro ministerio como sacerdotes.

En la Fundación CARF, acompañamos a cientos de seminaristas de todo el mundo que, gracias a la ayuda de nuestros benefactores, reciben una formación integral. Parte esencial de esa formación es precisamente salir del aula y del oratorio o la capilla del seminario para encontrarse con las personas allí donde están. Pero, ¿qué significa realmente esta tarea?, ¿cuál es su función en el seminario?, ¿es una práctica más o algo esencial?

Parte del corazón del ministerio del sacerdote

La palabra proviene del término latino pastor, que significa pastor de ovejas. En la Iglesia, esta imagen evangélica se refiere al cuidado del pueblo de Dios, tal como lo hizo Jesucristo, el Buen Pastor. Vivir la pastoral, por tanto, no es otra cosa que salir al encuentro de las personas, guiarlas, escucharlas, acompañarlas y ofrecerles el alimento de la fe.

Para un seminarista, este aspecto de la formación es tan importante como el estudio de la Filosofía, la Teología o la Liturgia. A través de ella, el futuro sacerdote aprende a:

  • Conocer de cerca la realidad de la Iglesia y del mundo.
  • Acompañar a personas concretas, con sus historias, heridas y esperanzas.
  • Desarrollar una sensibilidad especial para servir, sin juzgar ni imponer.
  • Discernir con mayor claridad si su vocación es verdaderamente la de ser director de almas.
Grupo de sacerdotes y seminaristas mostrando alegría en un contexto pastoral dentro de un edificio religioso.
Un momento de encuentro y alegría en el camino de formación y servicio.

No es un ejercicio académico: es un encuentro

Servir a los demás en estos períodos que precisamente no son académicos (Semana Santa o el verano) no forma parte de un ejercicio académico, ni de un ensayo profesional. Es un encuentro real con el otro. Por eso, desde los primeros años del seminario, los formadores proponen a los seminaristas diversas actividades en parroquias, colegios, hospitales, residencias, prisiones o en el ámbito universitario. Allí, acompañados siempre por sacerdotes con experiencia, los jóvenes aprenden a vivir lo que luego serán sus tareas cotidianas.

Muchos seminaristas que residen en las casas internacionales como el seminario internacional Bidasoa (Pamplona) o Sedes Sapientiae (Roma) realizan sus prácticas los fines de semana y en vacaciones. A pesar de las exigencias académicas de las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra o de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, dedican ese tiempo para ir a servir donde haga falta: dando catequesis, visitando enfermos, organizando actividades para jóvenes o colaborando en la liturgia dominical.

Jóvenes seminaristas y sacerdotes católicos asisten a clase en un aula universitaria, vestidos con la sotana negra o camisa clerical con alzacuellos. Están atentos, tomando notas o usando portátiles, como parte de su formación intelectual y espiritual para vivir plenamente su vocación y el compromiso del celibato sacerdotal.

Aprender a ser pastor, desde el principio

Un seminarista no espera a ser ordenado para aprender a ser pastor. Se entrena desde ya. En esas experiencias reales descubre las múltiples dimensiones del sacerdote: el consuelo al que sufre, la paciencia con el que duda, la alegría del servicio escondido, la escucha atenta a quien busca sentido en su vida.

Es también un momento clave de maduración personal y espiritual. El servicio “pone a prueba” las motivaciones vocacionales, purifica el corazón del seminarista y le ayuda a crecer en humildad y generosidad. Como él mismo no puede administrar sacramentos aún, su papel se centra en acompañar, escuchar y servir, sin pretensiones, desde la sencillez del testimonio.

Testimonios que hablan de vida

Muchos seminaristas que reciben ayudas de formación gracias a los benefactores de la Fundación CARF comparten testimonios conmovedores de su experiencia vital. Un seminarista africano contaba recientemente cómo, durante sus visitas a un hospital, aprendió a «ver a Cristo en cada cama, en cada rostro, en cada herida». Otro, de América, explicaba que en la catequesis con niños había descubierto «la alegría pura de transmitir la fe con palabras sencillas, pero llenas de verdad»

Estas experiencias marcan profundamente. No solo confirman la vocación, sino que abren el corazón al amor. Un amor que será la base del futuro ministerio sacerdotal: cercano, disponible, alegre y entregado.

Etapas en el seminario

La formación se va desarrollando progresivamente. En los primeros años, las actividades son más sencillas y se realizan siempre con acompañamiento. A medida que el seminarista avanza en su formación, se le confían más responsabilidades y se le invita a implicarse de manera más directa en la vida de la comunidad.

En los últimos años de formación, muchos seminarios viven esta costumbre durante un año o una etapa más intensa de inserción parroquial. Cuando el seminarista es ordenado diácono, puede ya predicar, bautizar, celebrar bodas y acompañar con mayor libertad a los fieles. Esta etapa es crucial para prepararse a la entrega total que supone la ordenación sacerdotal.

Diacono vestido con el alba blanca con las manos en posición de rezar

Gracias por hacerlo posible

Esta función de servicio forma parte de ese aprendizaje profundo y realista que prepara a los seminaristas a ser sacerdotes según el corazón de Cristo. Gracias a la generosidad de los benefactores de la Fundación CARF, cientos de jóvenes de todo el mundo no solo reciben una formación académica de primer nivel, sino que pueden vivir también estas experiencias que transforman su vocación en una entrega concreta y alegre.

Acompañarlos en este camino es una inversión de esperanza y futuro para la Iglesia universal. Porque donde hay un seminarista que aprende y se entrega sin medida, habrá una comunidad fieles que un día tendrá un sacerdote bien formado, cercano y generoso.

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