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Catequesis del Papa: Jesucristo, nuestra esperanza

05/09/2025

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Publicamos la catequesis sobre Jesucristo del Papa León XIV en el ámbito del Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. Se trata de la tercera entrega sobre la Pascua de Jesús, 5. La crucifixión y la expresión «Tengo sed» (Jn 19,28).

Audiencia general con el Papa León XIV en la plaza de san Pedro, 3 de septiembre de 2025.

Cari fratelli e sorelle:

En el centro del relato de la pasión, en el momento más luminoso y a la vez más oscuro de la vida de Jesucristo, el Evangelio de Juan nos entrega dos palabras que encierran un misterio inmenso: «Tengo sed» (19,28), e inmediatamente después: «Todo está cumplido» (19,30). Palabras últimas, pero cargadas de toda una vida, que revelan el sentido de toda la existencia del Hijo de Dios. En la cruz, Jesús no aparece como un héroe victorioso, sino como un mendigo de amor. No proclama, no condena, no se defiende. Pide, humildemente, lo que por sí solo no puede darse de ninguna manera.

Jesucristo crucificado, expresión plena de Amor

La sed del Crucificado no es solo la necesidad fisiológica de un cuerpo destrozado. Es también y, sobre todo, la expresión de un deseo profundo: el de amor, de relación, de comunión. Es el grito silencioso de un Dios que, habiendo querido compartir todo de nuestra condición humana, se deja atravesar también por esta sed. Un Dios que no se avergüenza de mendigar un sorbo, porque en ese gesto nos dice que el amor, para ser verdadero, también debe aprender a pedir y no solo a dar.

«Tengo sed», dice Jesús, y de este modo manifiesta su humanidad y también la nuestra. Ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo. Nadie puede salvarse por sí mismo. La vida se «cumple» no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a recibir. Y precisamente en ese momento, después de haber recibido de manos ajenas una esponja empapada en vinagre, Jesús proclama: «Todo está cumplido». El amor se ha hecho necesitado, y precisamente por eso ha llevado a cabo su obra.

Gesù

Esta es la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino dejándose hacer. No venciendo al mal con la fuerza, sino aceptando hasta el fondo la debilidad del amor. En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer con humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente.

El cumplimiento de nuestra humanidad en el diseño de Dios no es un acto de fuerza, sino un gesto de confianza. Jesús no salva con un golpe de efecto, sino pidiendo algo que por sí solo no puede darse. Y aquí se abre una puerta a la verdadera esperanza: si incluso el Hijo de Dios ha elegido no bastarse a sí mismo, entonces también su sed –de amor, de sentido, de justicia– no es un signo de fracaso, sino de verdad.

Dejarnos amar por Jesucristo

Esta verdad, aparentemente tan simple, es difícil de aceptar. Vivimos en una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento. Sin embargo, el Evangelio nos muestra que la medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar.

Jesús nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es el camino para salir de la ocultación del pecado, para volver al espacio de la comunión. Desde el principio, el pecado ha generado vergüenza. Pero el perdón, el verdadero, nace cuando podemos mirar de frente nuestra necesidad y ya no temer ser rechazados.

La sed de Jesús en la cruz es entonces también la nuestra. Es el grito de la humanidad herida que sigue buscando agua viva. Y esta sed no nos aleja de Dios, sino que nos une a Él. Si tenemos el valor de reconocerla, podemos descubrir que también nuestra fragilidad es un puente hacia el cielo. Precisamente en el pedir –no en el poseer– se abre un camino de libertad, porque dejamos de pretender bastarnos a nosotros mismos.

En la fraternidad, en la vida sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y de ofrecer sin cálculo, se esconde una alegría que el mundo no conoce. Una alegría que nos devuelve a la verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas para dar y recibir amor.

Queridos hermanos y hermanas, en la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y aprender que no hay nada más humano, nada más divino, que saber decir: necesito. No temamos pedir, sobre todo cuando nos parece que no lo merecemos. No nos avergoncemos de tender la mano. Es precisamente allí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación.

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Un momento de la catequesis sobre Jesucristo en la audiencia general del Papa León XIV en la plaza de san Pedro. (@Vatican Media)

Llamamiento final del Papa León

Desde Sudán, en particular desde Darfur, llegan noticias dramáticas. En El Fasher, numerosos civiles están atrapados en la ciudad, víctimas de la escasez y las violencias. En Tarasin, un deslizamiento de tierra devastador ha causado numerosas muertes, dejando tras de sí dolor y desesperación. Y, como si no fuera suficiente, la propagación del cólera amenaza a cientos de miles de personas ya agotadas. Estoy más cerca que nunca de la población sudanesa, en particular de las familias, los niños y los desplazados.

Rezo por todas las víctimas. Hago un sincero llamamiento a los responsables y a la comunidad internacional para que garanticen corredores humanitarios y pongan en marcha una respuesta coordinada para detener esta catástrofe humanitaria. Es hora de iniciar un diálogo serio, sincero e inclusivo entre las partes, para poner fin al conflicto y devolver al pueblo de Sudán la esperanza, la dignidad y la paz.

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