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12 junio, 25

jesucristo sumo y eterno sacerdote

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote: amor entregado

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote: amor y sacrificio entregado de quien es el Amor. Cada año, el jueves posterior a Pentecostés, la Iglesia celebra una fiesta litúrgica con Cristo-Jesús en el centro de todo.

Cada año, el jueves posterior a Pentecostés, la Iglesia celebra una fiesta litúrgica singular: la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. No se trata solo de un recuerdo litúrgico más, sino de una invitación profunda a contemplar el corazón mismo del misterio cristiano: Cristo que se ofrece al Padre por la salvación del mundo, y que asocia a este sacrificio a los sacerdotes de la Iglesia.

¿Qué se celebra en esta fiesta?

Esta fiesta tiene como centro a Cristo en su dimensión sacerdotal, es decir, como mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2,5). No celebra un momento concreto de su vida (como la Navidad o la Pascua), sino su ser sacerdotal eterno, según el orden de Melquisedec (cf. Heb 5,6).

Jesús no fue un sacerdote como los del templo judío. Él es el sacerdote perfecto porque ofreció no sacrificios de animales, sino su propio cuerpo y sangre en obediencia y amor al Padre. Como dice la Carta a los Hebreos: «Cristo vino como Sumo Sacerdote de los bienes futuros… no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró de una vez para siempre en el santuario y obtuvo una redención eterna» (Heb 9,11-12).

Esta fiesta fue instaurada en el calendario litúrgico por algunos obispos –especialmente en España y América Latina– en el siglo XX, y fue aprobada por la Congregación para el Culto Divino en 1987. Desde entonces, ha sido adoptada por muchas diócesis del mundo.

Escena de la película "La Pasión de Cristo" mostrando a Jesús en la Última Cena, sosteniendo el pan mientras instituye la Eucaristía, con sus discípulos observando en silencio.

El único sacrificio y el único sacerdote

La Iglesia enseña que Cristo es al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. Él no solo es el que ofrece, sino también el que se entrega: «Cristo, sacerdote eterno, con la oblación de su cuerpo, realizado una vez por todas, llevó a término la obra de la redención humana» (Prefacio propio de la Misa de esta fiesta).

En la Última Cena, anticipó sacramentalmente el sacrificio que consumaría en la cruz. Desde entonces, cada Misa es actualización real y sacramental de ese único sacrificio. No se repite, sino que se hace presente, por el poder del Espíritu Santo.

Por eso, cuando los sacerdotes celebran la Eucaristía, actúan «in persona Christi Capitis» (en persona de Cristo Cabeza), no como simples delegados o representantes. Es Cristo mismo quien actúa a través de ellos.

Fiesta de Cristo y de sus sacerdotes

Esta fiesta también es una ocasión privilegiada para orar por los sacerdotes. Ellos han sido configurados con Cristo Sacerdote para continuar su misión. En palabras de san Juan Pablo II: «El sacerdocio ministerial participa del sacerdocio único de Cristo y tiene la tarea de hacer presente en cada tiempo el sacrificio de la redención» (Carta a los sacerdotes, Jueves Santo de 1986).

Hoy más que nunca, los sacerdotes necesitan nuestra cercanía, nuestro afecto y nuestras oraciones. Su misión es hermosa, pero también exigente. Son instrumentos del amor de Cristo, pero no están exentos de dificultades, cansancios y tentaciones.

Esta fiesta, por tanto, es también una llamada a renovar el amor y el apoyo hacia nuestros pastores. También es una jornada para pedir nuevas vocaciones sacerdotales. La Iglesia necesita hombres que, enamorados de Cristo, estén dispuestos a gastar su vida al servicio del Evangelio.

Contemplar a Cristo Sacerdote para seguirle de cerca

Contemplar a Cristo como Sumo y Eterno Sacerdote es mirar su Corazón, su entrega, su obediencia al Padre y su compasión por los hombres. Él se hizo sacerdote para interceder por nosotros sin cesar, como dice Hebreos: «Él puede salvar perfectamente a los que por medio de Él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (Heb 7,25).

En un mundo marcado por la autosuficiencia, la prisa y la superficialidad, mirar a Cristo Sacerdote es una llamada a vivir una espiritualidad de entrega, de intercesión y de servicio silencioso. Cristo no se impone: se ofrece. No exige: se da. No se exhibe: se entrega hasta el extremo.

Para los fieles laicos, esta fiesta también recuerda que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo. San Pedro lo dice claramente: «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 Pe 2,9).

Este sacerdocio común de los fieles se vive en la ofrenda diaria, en la oración, en la caridad, en el testimonio de vida. Cada cristiano está llamado a ofrecer su vida como sacrificio espiritual agradable a Dios (cf. Rom 12,1).

Pintura renacentista de Cristo sosteniendo una gran hostia consagrada en su mano izquierda y un cáliz dorado en su mano derecha, con fondo dorado y halo radiante, representando su papel como Sumo y Eterno Sacerdote.

Una fiesta para mirar al altar… y al cielo

La Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos invita a mirar el altar con fe renovada, y a reconocer que allí actúa el mismo Cristo. Nos recuerda que la salvación no viene de nuestras obras, sino del sacrificio de Cristo. Y que ese sacrificio es eterno, siempre vivo, siempre eficaz.

Es una fiesta profundamente eucarística, profundamente sacerdotal y profundamente eclesial. Es una oportunidad para agradecer a Cristo su entrega, para pedir por quienes han sido llamados a representarlo sacramentalmente, y para ofrecernos con Él al Padre, por el bien del mundo.

Frases de san Josemaría sobre los sacerdotes

1. ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus sino ipse Christus, otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental (Amar a la Iglesia, 38).

2. A los sacerdotes se nos pide la humildad de aprender a no estar de moda, de ser realmente siervos de los siervos de Dios (...), para que los cristianos corrientes, los laicos, hagan presente, en todos los ambientes de la sociedad, a Cristo (Conversaciones, 59).

3. Un sacerdote que vive de este modo la Santa Misa -adorando, expiando, impetrando, dando gracias, identificándose con Cristo-, y que enseña a los demás a hacer del Sacrificio del Altar el centro y la raíz de la vida del cristiano, demostrará realmente la grandeza incomparable de su vocación, ese carácter con el que está sellado, que no perderá por toda la eternidad (Amar a la Iglesia, 49).

4. He concebido siempre mi labor de sacerdote y de pastor de almas como una tarea encaminada a situar a cada uno frente a las exigencias completas de su vida, ayudándole a descubrir lo que Dios, en concreto, le pide, sin poner limitación alguna a esa independencia santa y a esa bendita responsabilidad individual, que son características de una conciencia cristiana (Es Cristo que pasa, 99).

5. ¡Valor de la piedad en la Santa Liturgia!

Nada me extrañó lo que, hace unos días, me comentaba una persona hablando de un sacerdote ejemplar, fallecido recientemente: ¡qué santo era!

—¿Le trató Vd. mucho?, le pregunté.

—No —me contestó—, pero le vi una vez celebrar la Santa Misa (Forja, 645).

6. No quiero —por sabido— dejar de recordarte otra vez que el Sacerdote es "otro Cristo". —Y que el Espíritu Santo ha dicho: "nolite tangere Christos meos" —no queráis tocar a "mis Cristos" (Camino, 67).

7. El trabajo —por decirlo así— profesional de los sacerdotes es un ministerio divino y público, que abraza exigentemente toda la actividad hasta tal punto que, en general, si a un sacerdote le sobra tiempo para otra labor que no sea propiamente sacerdotal, puede estar seguro de que no cumple el deber de su ministerio (Amigos de Dios, 265).

8. Cristo, que subió a la Cruz con los brazos abiertos de par en par, con gesto de Sacerdote Eterno, quiere contar con nosotros —¡que no somos nada!—, para llevar a "todos" los hombres los frutos de su Redención (Forja, 4).

9. Ni a la derecha ni a la izquierda, ni al centro. Yo, como sacerdote, procuro estar con Cristo, que sobre la Cruz abrió los dos brazos y no sólo uno de ellos: tomo con libertad, de cada grupo, aquello que me convence, y que me hace tener el corazón y los brazos acogedores, para toda la humanidad (Conversaciones, 44).

10. Aquel sacerdote amigo trabajaba pensando en Dios, asido a su mano paterna, y ayudando a que los demás asimilaran estas ideas madres. Por eso, se decía: cuando tú mueras, todo seguirá bien, porque continuará ocupándose Él(Surco, 884).

11. Me convenció aquel sacerdote amigo nuestro. Me hablaba de su labor apostólica, y me aseguraba que no hay ocupaciones poco importantes. Debajo de este campo cuajado de rosas —decía—, se esconde el esfuerzo silencioso de tantas almas que, con su trabajo y oración, con su oración y trabajo, han conseguido del Cielo un raudal de lluvias de la gracia, que todo lo fecunda (Surco, 530).

12. ¡Vive la Santa Misa!

—Te ayudará aquella consideración que se hacía un sacerdote enamorado: ¿es posible, Dios mío, participar en la Santa Misa y no ser santo?

—Y continuaba: ¡me quedaré metido cada día, cumpliendo un propósito antiguo, en la Llaga del Costado de mi Señor!

—¡Anímate! (Forja, 934).

13. Ser cristiano —y de modo particular ser sacerdote; recordando también que todos los bautizados participamos del sacerdocio real— es estar de continuo en la Cruz (Forja, 882).

14. No nos acostumbremos a los milagros que se operan ante nosotros: a este admirable portento de que el Señor baje cada día a las manos del sacerdote. Jesús nos quiere despiertos, para que nos convenzamos de la grandeza de su poder, y para que oigamos nuevamente su promesa: venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum, si me seguís, os haré pescadores de hombres; seréis eficaces, y atraeréis las almas hacia Dios. Debemos confiar, por tanto, en esas palabras del Señor: meterse en la barca, empuñar los remos, izar las velas, y lanzarse a ese mar del mundo que Cristo nos entrega como heredad (Es Cristo que pasa, 159).

Si es verdad que arrastramos miserias personales, también lo es que el Señor cuenta con nuestros errores. No escapa a su mirada misericordiosa que los hombres somos criaturas con limitaciones, con flaquezas, con imperfecciones, inclinadas al pecado. Pero nos manda que luchemos, que reconozcamos nuestros defectos; no para acobardarnos, sino para arrepentirnos y fomentar el deseo de ser mejores (Es Cristo que pasa, 159).

15. Sacerdote, hermano mío, habla siempre de Dios, que, si eres suyo, no habrá monotonía en tus coloquios (Forja, 965).

16. La guarda del corazón. —Así rezaba aquel sacerdote: "Jesús, que mi pobre corazón sea huerto sellado; que mi pobre corazón sea un paraíso, donde vivas Tú; que el Ángel de mi Guarda lo custodie, con espada de fuego, con la que purifique todos los afectos antes de que entren en mí; Jesús, con el divino sello de tu Cruz, sella mi pobre corazón" (Forja, 412).

17. Cuando daba la Sagrada Comunión, aquel sacerdote sentía ganas de gritar: ¡ahí te entrego la Felicidad! (Forja, 267)

18. Para no escandalizar, para no producir ni la sombra de la sospecha de que los hijos de Dios son flojos o no sirven, para no ser causa de desedificación..., vosotros habéis de esforzaros en ofrecer con vuestra conducta la medida justa, el buen talante de un hombre responsable (Amigos de Dios, 70).

Fuentes:

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